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Informe sobre obesidad

Por Agustín Biasotti

Asedio a la salud
Comencemos, entonces, definiendo esta enfermedad. “La obesidad es el incremento del porcentaje de grasa corporal, que frecuentemente va acompañado por un aumento de peso, y cuya magnitud y distribución condicionan la salud del individuo”, apunta el doctor Daniel Girolami, a cargo del Area de Investigaciones de la División Nutrición del Hospital de Clínicas. Para determinar si una persona es obesa los médicos recurren a una fórmula denominada índice de masa corporal (IMC), que se obtiene dividiendo el peso corporal por la altura elevada al cuadrado. Si la cifra resultante se encuentra entre 18,5 y 24,9, el peso está en una relación normal con la talla. Ahora, un IMC de entre 25 y 29,9 sugiere sobrepeso, mientras uno de entre 30 y 39,9 delata obesidad; más allá del IMC 40 se entra en el terreno de la obesidad severa o mórbida.
¿Cuáles son los riesgos para la salud que implican la obesidad y el sobrepeso? “La obesidad se asocia con la mortalidad cardiovascular (primera causa de muerte en nuestro país), la hipertensión arterial, la diabetes, la hipercolesterolemia e incluso con algunas formas de cáncer”, responde el doctor Alejandro O’Donnell, jefe del Servicio de Nutrición del Hospital Garrahan. El sobrepeso, por su parte, no está exento de riesgos: se estima que un aumento de entre 5 a 10 kilos por sobre el peso ideal de una persona también conlleva –a mediano y largo plazo– un incremento significativo del riesgo de padecer las enfermedades arriba mencionadas.

Epidemia modelo XXI
Para peor, la obesidad no es una enfermedad más entre tantas. En 1998 la Organización Mundial de la Salud (OMS) la elevó a la categoría de epidemia, pues se estima que son 1200 millones las personas que la padecen en el mundo, y eso sin contar a quienes se encuentran en el escalón previo del sobrepeso. “No cabe duda alguna sobre su status de epidemia –confirma la doctora Carmen Mazza, médica principal del Servicio de Nutrición del Hospital Pediatría Garrahan–; la obesidad está aumentando en todo el mundo, tanto en los países desarrollados como en los que se encuentran en vías de desarrollo”.
La revisión de las más recientes estadísticas sobre la prevalencia de la obesidad de los distintos países de Europa –presentadas en mayo, durante el X Congreso Europeo de Obesidad que se llevó a cabo en Amberes(Bélgica)– no dejó duda alguna sobre este asunto: naciones tan disímiles como Inglaterra y Grecia, o Finlandia y Yugoslavia, cuentan con altos porcentajes de su población adulta cuyo IMC se encuentra más allá de la cifra que indica obesidad (entre 19,3 m por ciento para la primera y 33,2 por ciento para la última, por ejemplo).
La Argentina no cae fuera de esta regla general. Un trabajo del Centro de Estudios sobre Nutrición Infantil (CESNI), llevado a cabo en Tierra del Fuego, reveló que la prevalencia de la obesidad aumenta con el paso de la infancia a la adolescencia, hasta representar en la Argentina un 40 por ciento de la población adulta. Cuatro trabajos estadísticos realizados por los doctores Gagliardino, Braguinsky, Valladares y Montero en distintas localidades del país –presentados el año pasado en Buenos Aires, en el IV Congreso Latinoamericano de Obesidad y Trastornos Alimentarios– confirman dicha tendencia: entre el 55 y el 60 por ciento de los argentinos padece obesidad o sobrepeso.

Números que pesan
El tremendo impacto de la obesidad sobre la salud de gran parte de la población se traduce en otro impacto, de iguales dimensiones, sobre el sistema sanitario y la economía de una nación. Simplificando: costos directos e indirectos. Según un estudio publicado en la revista Obesity Research, los costos directos que implica la atención médica de las distintas enfermedades asociadas a la obesidad representaron en 1995 el 5,7 por ciento del presupuesto total de salud de los Estados Unidos; durante este período, el costo total atribuible a la obesidad en este país ascendió a casi 100 mil millones de dólares.
Y éstos son nada más los costos directos. Los indirectos son mucho más escurridizos y difíciles de cuantificar, pero no por ello menos significativos. El ausentismo laboral es uno de los costos indirectos clásicos: un estudio publicado por los doctores Gagliardino y Olivera señala que una persona con diabetes –enfermedad, recordemos, fuertemente asociada a la obesidad– falta un promedio de 9,4 días al año, mientras que una sin diabetes 1,2; pero cuando aparecen las complicaciones características de la enfermedad la cifra trepa a 44,3 días.

Sedentarismo y malnutrición
¿Cuáles son los motivos que han hecho de esta enfermedad una epidemia de alcance global? Para el doctor Sadaf Farooqi, investigador del Departamento Universitario de Medicina y Bioquímica Clínica del Hospital de Addenbroke, en Inglaterra, “el aumento de la prevalencia se explica, en parte, por diversos cambios que ocurrieron en nuestro medio ambiente durante los últimos 30 años. El más importante de estos cambios ha sido la ilimitada oferta de sabrosas comidas hipocalóricas con altos contenidos de grasas”. “Las comidas más baratas y más fáciles de cocinar son las de mayor densidad energética y más alto contenido graso, comidas a las que se recurre luego de un largo día de trabajo”, completa el doctor O’Donnell. Pero aquí no termina la cuestión, esta insalubre oferta alimentaria tiene su contrapartida: “Numerosos estudios epidemiológicos centran el punto crítico del aumento de la prevalencia de la obesidad en la disminución del gasto de energía”, agrega la doctora Mazza. Sucede que el ser humano está preparado para un patrón de actividad física que dista bastante del que caracteriza a esta sedentaria sociedad moderna, señala esta especialista en nutrición. “En los niños, por ejemplo, muchos trabajos científicos relacionan el aumento de la prevalencia de la obesidad con la acumulación de horas de televisión o de juego pasivo. Pues el juego pasivo no sólo es la televisión y la computadora, sino toda una actitud en donde el entretenimiento es incorporado de una manera pasiva que deja de lado la actividad física.”

Cuerpos programados
Es cierto que el sedentarismo y la sobrenutrición son una pésima combinación, pero no bastan para explicar un problema tan complejo como el de la obesidad. En la búsqueda de otros factores menos obvios que colaboren con la aparición de la obesidad surgió, entre otras, la teoría del programming. El doctor Alan Lucas, del Centro de Investigación en Nutrición Infantil del Instituto de Salud Infantil de Londres, Inglaterra, ha postulado la existencia de “ventanas” temporales durante las cuales ciertas alteraciones en la nutrición tienen consecuencias sobre el desarrollo de enfermedades en la vida adulta, entre ellas la obesidad. Tanto la vida intrauterina como la infancia y la pubertad cuentan con “ventanas” sensibles a desviaciones en la alimentación.
La doctora Mazza cuenta que las primeras evidencias a favor de esta teoría surgieron a partir de una revisión de estadísticas epidemiológicas correspondientes a los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. “Holanda, durante la guerra, experimentó un período de gran restricción calórica que se tradujo en grandes índices de desnutrición de las embarazadas. Los hijos de estas mujeres fueron estudiados durante décadas, lo que permitió comprobar que aquellos que habían padecido desnutrición durante el segundo trimestre de gestación presentaban una mayor prevalencia de obesidad que los que la habían padecido durante el primer o el tercer trimestres”.
Posteriormente, el estudio de estas asociaciones epidemiológicas reveló que la restricción calórica durante el segundo trimestre del embarazo causa alteraciones en la regulación neurológica del hambre y de la saciedad del bebé en gestación; alteraciones que perduran por el resto de la vida del individuo y que condicionan su respuesta a la cantidad de alimento que ingiere.
En cuanto a la infancia y la adolescencia, y hablando por supuesto en términos de programming, estas dos etapas de la vida cuentan con períodos de alta velocidad de crecimiento del tejido adiposo. “El primero alrededor de los 5 y los 6 años de vida, y el segundo durante la pubertad”, señala la doctora Mazza. En palabras del doctor Wabitsch, del Departamento de Pediatría de la Universidad de Ulm, Alemania, “existen períodos críticos para la formación de tejido adiposo, en los cuales los mecanismos que regulan el balance energético son muy sensibles a distintos factores relacionados con un estilo de vida sedentario y una dieta con alto contenido de grasa y calorías”.

Programas de prevención, se necesitan
“En definitiva, la obesidad es una enfermedad multifactorial que aparece como resultado de factores ambientales, comportamentales y genéticos que condicionan la respuesta del individuo a la comida y a la actividad física”, sintetiza el doctor Farooqi. Y si es así, ¿no es demasiado cargar con el total de la culpa y la responsabilidad de la obesidad a los individuos que la padecen? En otras palabras: ¿no debería asumir el Estado la responsabilidad de llevar adelante políticas sanitarias que prevengan el desarrollo de esta enfermedad? Veamos lo que tienen para decir al respecto los especialistas:
Para la doctora Rosa Labanca, quien presidió el año pasado el VI Congreso de la Sociedad Argentina de Obesidad y Trastornos Alimentarios, “son necesarios cambios muy grandes en materia de salud pública, ya que el hecho de tener a más de la mitad de la población con sobrepeso u obesidad es un problema muy grave, para el cual no son suficientes las recomendaciones de los médicos a sus pacientes. Hacen falta campañas de prevención sobre el tema”. “Es necesario promover hábitos de vida saludables –continúa la doctora Mazza–. Por empezar, una alimentación completa y ordenada, con alimentos variados y un tenor graso controlado, en donde el alimento cumpla un rol nutricional. También es muy importante estimular el movimiento físico cotidiano, y que los padres jueguen con sus hijos en las plazas en vez de ver tanta televisión.”
Por su parte, el doctor O’Donnell justifica la importancia de la prevención ya que ésta es una enfermedad que, una vez instalada, es muy difícil de tratar: “Con el paso del tiempo la obesidad se afianza y se vuelve más difícil de revertir. Un chico que entra en la adolescencia obeso tiene un 60 por ciento de probabilidades de seguir siéndolo por el resto de su vida, y no sólo eso: en un chico que termina la adolescencia obeso esta probabilidad asciende al 90 por ciento”.

Límites para la industria de alimentos
“Pero no sólo debemos persuadir a los gobiernos para que incrementen el gasto destinado a la promoción en salud que apunta a prevenir la obesidad y el destinado al tratamiento; es esencial que también se involucre a aquellos actores que promueven estilos de vida que conducen a la obesidad, y con ello me estoy refiriendo a la industria alimentaria y la televisión”, aclara el profesor Jaap Seidell, presidente de la Asociación Europea para el Estudio de la Obesidad.
Son muchas las voces autorizadas, como la del doctor Walter Burniat, miembro fundador el Grupo Europeo de Obesidad Infantil, que claman por que la industria alimentaria publicite sus productos de un modo más ético y por que el Estado le ponga límites a dicha publicidad. Y Burniat tiene sus razones: estudios realizados en los Estados Unidos analizaron la oferta alimentaria publicitada en los programas de televisión infantiles, ¿qué fue lo que hallaron?: “La pirámide alimentaria propuesta está completamente distorsionada, pura comida chatarra, hipergrasa y dulces, sin rastros de frutas ni vegetales”.
Pero esto no sería tan terrible si fueran los padres, y no sus hijos, quienes realmente eligen lo que come la familia. “Distintos estudios han coincidido en que son los niños los que tienen mayor peso en el diseño de la dieta familiar; es esta enorme influencia la que los ha convertido en un mercado en sí mismos para la industria alimentaria”, afirma el doctor Burniat. En los Estados Unidos se llevó a cabo una experiencia muy interesante: durante 6 meses se restringió la publicidad televisiva de alimentos, lo que tuvo efectos positivos casi inmediatos sobre la dieta familiar.

Cuerpos en movimiento
¿Qué decir sobre la otra cara de la obesidad, el sedentarismo? “Para que los niños puedan realizar actividad física en forma cotidiana es necesario que los barrios sean seguros, de modo tal que puedan ir al colegio en bicicleta o jugar con sus amigos a la salida del mismo. De esta forma se reduce el tiempo que los chicos destinan a la televisión, los juegos electrónicos o la computadora”, afirma Burniat, sentado en la oficina de prensa del Congreso Europeo de Obesidad, en Amberes.
A miles de kilómetros de allí, en la Ciudad de Buenos Aires, el doctor O’Donnell maneja argumentos coincidentes: “Nuestros niños, y en especial los que viven en un medio urbano pobre, tiene cada vez menos posibilidades para la práctica de actividades deportivas o, simplemente, para correr o jugar al aire libre. Existen escasas facilidades públicas para el deporte, y las privadas están fuera del alcance de las familias de menores recursos. En los suburbios de las ciudades, donde supuestamente los chicos tendrían más posibilidades de jugar en la calle, las madres de hoy no lopermiten por miedo a la violencia y a las drogas”. Un miedo justificado; nuevamente cabe preguntarse si no es el Estado el que debe asegurar el acceso de los niños a la actividad física.
Llegado a este punto de la argumentación, el doctor Burniat propone lo siguiente: “No sólo es importante fomentar el deporte, sino también la actividad física, que no es lo mismo. El Estado debe dejar de invertir dinero en lugares destinados a la práctica de deportes high-tech, y redirigir esos fondos a brindar una infraestructura básica que les permita a los niños realizar actividades físicas no competitivas. Lo que se debe fomentar desde la escuela no es esa concepción arcaica de la competencia para lograr la mejor performance deportiva, debe ser tomada en cuenta la capacidad que tiene cada niño para realizar actividad física”.
“La actividad física debe ser algo que el chico pueda disfrutar -dispara este especialista–. Si no, no sirve.”

Reflexiones frente a la balanza
Hace frío, mucho frío, y hay invierno para rato. Aún así, dentro de unos meses, cuando la primavera temple el clima y desvista de a poco los cuerpos casi olvidados bajo montañas de abrigo, la ciudad habrá de poblarse lenta e imperceptiblemente de anuncios que nos advertirán de la inevitable cercanía del verano que expondrá ante la multitud nuestros cuerpos portadores del estigma adiposo abdominal. Ofrecerán la panacea del adelgazamiento rápido, sin ejercicios y sin tener que visitar al nutricionista. Muchos caerán en la trampa.
“En nuestra sociedad coexisten una epidemia de obesidad y una de obesofobia”, afirma Mónica Katz, médica nutricionista docente de la Universidad de Buenos Aires. “Hay una paradoja, pues se subestima a la obesidad como enfermedad y hay una contaminación con la obesidad cosmética; el público tiene un objetivo cosmético, que es el ideal estético al que apuntan tanto los medios como los profesionales de la salud”.

De dietas, fármacos, cirugías y otras yerbas

El objetivo de los distintos tratamientos de la obesidad no sólo es lograr un descenso de peso, sino también mantenerlo, lo que es más difícil. Cuánto más peso se pierda más difícil será mantenerlo. “Es por eso que lo que se busca no es que el individuo alcance su peso ideal; con que pierda entre un 7 y un 11 por ciento de su peso es suficiente para que mejore su metabolismo y se reduzcan los riesgos para la salud que implica la obesidad”, afirma el doctor Jorge Braguinsky, director del Centro de Nutrición y Endocrinología.
Actualmente, existen varios tratamientos de eficacia comprobada. A la hora de elegir el más adecuada, el médico y su paciente deben distinguir entre obesidad y sobrepeso. “La diferencia es de grado”, explica el doctor Pedro Kaufman, representante de Uruguay ante el Consejo de la Asociación Internacional de Obesidad. Mientras que los riesgos para la salud que conlleva la obesidad justifican un tratamiento con fármacos o con cirugía, en el sobrepeso es mejor realizar ejercicio acompañado por un estilo de vida adecuado.
El tratamiento de la obesidad requiere un abordaje múltiple. Según el doctor Thomas Wadden, director del Programa de Trastornos Alimentarios y de Peso, de la Universidad de Pennsylvania, en Estados Unidos, “el tratamiento que mejores resultados da a largo plazo es el que surge de la combinación de una dieta con bajo contenido de grasas, actividad física controlada, farmacoterapia y terapias cognitivo-comportamental que trabajen sobre los inadecuados hábitos alimentarios”. En cuanto a las personas cuyo índice de masa corporal ha sobrepasado el límite entre la obesidad y la obesidad mórbida o severa, la alternativa terapéutica más adecuada es la cirugía. “Cirugías como el bandeo gástrico, por ejemplo, son la única alternativa para estos pacientes –señala el doctor Luis Grosembacher, endocrinólogo del Hospital Italiano–; siempre y cuando vayan acompañadas de un estricto apoyo y seguimiento nutricional, endocrinológico y psicológico.”
Está visto que bajar de peso y mantenerse no es una tarea que pueda ser concretada, mágicamente, en las semanas previas al verano. El tratamiento de la obesidad es de por vida.