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Exodo

Por Juan Pablo Bermúdez

Desde que se encontró un camión frigorífico en el puerto de Dover, en Londres, con los cadáveres de 58 inmigrantes ilegales chinos en su interior, la inmigración pasó a ser uno de los temas centrales de todas las agendas. Sin embargo, fue por motivos políticos y no demográficos que esto sucedió. Porque el principal punto de la discusión pasó a ser cuáles son las soluciones para un problema que, al menos en principio, no es grave si se habla de cantidad de humanos yendo de un lugar a otro; sí puede serlo si se habla de cómo repercute esto en cuanto a políticas sociales a tomar.
De alguna forma, puede que la famosa aldea global haya desembocado en un planeta en el cual la gente ya no se diferencia por nacionalidades sino por clases sociales. Tal vez una prueba de ello sea el hecho de que muchos países (que podrían ser denominados del “segundo mundo”, si existiese tal categoría) sufren el éxodo de sus habitantes, pero a su vez reciben la visita de otros, como el caso de Corea o de China, cuyos habitantes emigran mayormente a Europa mientras albergan a cientos de miles de filipinos. Lo que se discute por estos días es si conviene separar la cuestión demográfica de la política o si, al fin y al cabo, una es consecuencia de la otra (y viceversa).
Aun sin respuestas concretas el debate propuesto es interesante. Mientras el mundo –guerras separatistas y globalización del mercado mediante– cambió notablemente en estos últimos quince años, la Tierra sigue llenándose de gente. Y las preguntas que muchos especialistas se hacen mezclan de algún modo ambas posturas: ¿podrán las potencias mundiales hacer frente a la marginalidad a la que sistemáticamente sometieron a los continentes olvidados?; ¿serán suficientes los “mecanismos compensatorios” de los que hablan los gobiernos de esas potencias para equilibrar las diferencias que existen? Al fin y al cabo, ¿desaparecerán las fronteras, o la cuestión no es más que una ilusión?

Extranjeros como reemplazo
Los demógrafos europeos sostienen que el fenómeno de la inmigración que desde hace unos años es ostensible sobre todo en las grandes ciudades del viejo continente será, en un futuro a mediano plazo, uno de los “mecanismos compensatorios” en cuanto a la falta de seres humanos para cubrir los puestos de trabajo. Empero, todo hay que decir, no es nada nuevo. “De alguna forma, la gran corriente inmigratoria que afecta a Europa podría ser la misma que en su momento afectó a Sudamérica, que aumentó su población en forma más rápida cuando muchos europeos partieron hacia allá huyendo de la (segunda) guerra. En definitiva, estos cambios seguramente tendrán efecto a largo plazo, pero eso no significa que, por sí sola, esas modificaciones sean negativas”, dice el historiador francés Jacques Commarian, en su ensayo Una historia demográfica.
Quienes lo ven como un problema fundamentan su teoría en las cifras. El Banco Mundial calcula que sólo el quince por ciento de los más de seis mil millones de habitantes que tiene la Tierra vive en los 22 países con ingresos más altos (en promedio, más de 25 mil dólares al año per cápita), mientras que el resto, así como la mayoría de los ochenta millones que nacen anualmente, vive en los países en los que el ingreso anual es cercano o inferior al promedio de cuatro mil dólares anuales. Pero esto tampoco es nuevo. En la década del setenta, en Francia aumentó elporcentaje de inmigrantes africanos en un sesenta por ciento en cinco años.
La ONU también entiende que esto puede ser un grave problema para Europa en el futuro. Después de un estudio que les llevó poco más de un año, aconsejó a la mayoría de los países industrializados abrir sus fronteras a los inmigrantes para así encarar el creciente envejecimiento de su población y las consecuencias que este fenómeno puede generar. El informe sugiere aceptar el ingreso de 674 millones de inmigrantes hasta el 2050 para conservar su competitividad comercial frente a Estados Unidos. Y equiparar, así, la actual proporción entre la población activa y pasiva en materia laboral. El estudio del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU –publicado en mayo en Nueva York– detalló las tendencias demográficas de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Italia, Rusia, Japón, Corea del Sur y Estados Unidos en los próximos 50 años.
Básicamente, el informe concluyó que, además de la llegada de un gran contingente de extranjeros a esos estados, los gobiernos deberán aumentar la edad de jubilación a más de 70 años y reducir las pensiones y el seguro social para los ancianos, para que sus economías funcionen al ritmo actual. Si el objetivo sólo es mantener la población vigente, Europa debería atraer en ese plazo a 47,4 millones de extranjeros. Con este parámetro, Alemania necesitaría 17 millones de inmigrantes, Italia, 12,5 millones y Francia, 1,4 millones.

Desafíos y cambios
¿Cuánto podrían influir estos movimientos en la configuración actual de la humanidad? Hay quienes dicen que mucho y hay quienes dicen que casi nada. Los primeros sostienen que el peligro es que finalmente se termine en una humanidad en la que ya no habrá naciones sino grupos económicos minoritarios que decidan la suerte de todos los demás, proyección que remite a libros como 1984 o Un mundo feliz. “No se puede obviar el impacto que tendrá en las naciones ricas la llegada masiva de habitantes hambrientos del Tercer Mundo”, escribe el demógrafo costarricense Freddy Quiñones en su estudio Un mundo en movimiento.
Los segundos, por el contrario, no creen que esto afecte demasiado las cosas tal como están ahora. “Gente con problemas ha habido siempre -parece contestarle el italiano Ludovico Matteoni, historiador, en su artículo ‘¿Dónde pueden ir los pobres?’– y también siempre ha habido personas en movimiento, ya sea por guerras, por epidemias o por falta de empleo. En todo caso, puede que se conformen nuevas nacionalidades a partir de la mezcla, algo que ya sucede en muchos lugares. Los países mantienen sus culturas y adaptan a su vez las que les llegan con los inmigrantes, entonces se conforma una nueva cultura que no es igual a ninguna de las dos, pero es muy parecida a ambas. Nuestro país ha enviado a muchos habitantes a Argentina y ahora recibe a muchos argentinos ¿Y algo ha cambiado más allá de lo cultural en alguno de los dos? Pensar en un mundo distinto es, al menos por ahora, apresurado. La gente busca bienestar y eso no significa en sí mismo un problema grave. El verdadero interrogante de los gobiernos debería ser cómo hacerle frente al crecimiento demográfico, nada más ni nada menos. Pero en este punto, la inmigración es un elemento más, no es el eje ni mucho menos”.

Sin explosión demográfica
“Los gobiernos van a tener que observar estas cifras”, dijo Joseph Chamie, director responsable del estudio de la ONU. “Estas estadísticas son reales y crudas. No hay nada político en ellas”, agregó y advirtió, además, que los habitantes de esos países industrializados “se han acostumbrado a ciertos beneficios y estilos de vida. Mientras más pronto aborden estos temas, más fácil será resolver el problema”. Uno de los especialistas de la investigación y editor de la publicación trimestral sobre Población y Desarrollo de la ONU, Paul Demeny, declaró que el documento debe considerarse como “un ejercicio ilustrativo que impulsa al debate”. Y contempla la posibilidad de que los bajos índices de natalidad se podrían disparar repentinamente, como ocurrió con el llamado baby boom (la explosión demográfica) en Estados Unidos, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Desde Corea del Sur, donde también empiezan a preocuparse por estas cifras, demuestran que los factores a tener en cuenta son muchos y hasta tienen que ver, en algunos casos, con elementos culturales. Kim Seung Kwon, funcionario del Instituto oficial surcoreano para la Salud y Asuntos Sociales, propuso aumentar el ingreso de las mujeres a los puestos de trabajo como solución para reducir el déficit laboral. “Tenemos muchas mujeres con altos niveles de educación que, por discriminación sexual, permanecen en casa, en vez de conseguir un trabajo”.

De ricos a pobres
De estos datos se desprende, en principio, una idea que tal vez hace unos años era atendible, pero que ahora se ha modificado a la par de la humanidad: que el flujo migratorio se da de países pobres a países ricos. Sin embargo, esto puede ser puesto en duda en tanto existen casos en los que, más allá de países ricos o pobres, se debe hablar de clases sociales. México es un buen ejemplo al respecto: mientras su economía crece y se pronostica que para este año el PBI aumentará un cinco por ciento, existen más de cuarenta millones de pobres y el cincuenta por ciento del ingreso está concentrado en 300 familias en una nación de cien millones de habitantes.
Justamente, es México el lugar desde donde Estados Unidos recibe miles de inmigrantes ilegales por día. El punto es que esas ilusiones de una mejor vida que los lleva a partir, en muchísimos casos se queda estancada en la realidad de un trabajo diario por monedas y en condiciones pésimas, precisamente por la condición de ilegales. “En el mundo, unos 200 millones de individuos viven en un país diferente a aquel en que nacieron, pero más de la mitad de ellos ha emigrado a otros países en los que el ingreso promedio, en sus condiciones, es apenas superior al de los países que abandonaron”, dice el sociólogo Michael Vernot en su ensayo La migración humana.
El mismo Vernot propone una hipótesis más que interesante. “Suele ocurrir que quienes migran de sus países empobrecidos a otros que ofrecen mejores condiciones terminan por reproducir en esos lugares mejores las mismas condiciones de vida que dejaron en sus países de origen, aunque, claro, con la esperanza de alguna vez elevar el nivel de vida. A su vez, esos lugares abandonados por los migrantes se transforman en una tierra de oportunidades para quienes están todavía peor. Y así, el ciclo migratorio es un círculo en el que la gente entra, sale y vuelve a entrar indefinidamente. No hay que olvidarse de que Europa sufrió una migración muy grande en tiempos de guerras lo cual, sumado a las víctimas de esos mismos conflictos, redujo considerablemente su tasa de natalidad. Hoy, los conflictos se dan en otros continentes y Europa estabilizó sus estándares poblacionales, pero lo lograron después de casi cincuenta años. Aunque como tasa de recambio es escasa, y eso les genera otro tipo de problemas, como por ejemplo la falta de mano de obra”.

Un mundo viejo
Puede parecer raro, pero es así. Los grandes esfuerzos que en su momento realizó el mundo desarrollado para bajar los índices de natalidad dieron mucho resultado, a tal punto que, poco a poco, las cosas se dieron vueltay ahora apuntan para el lado contrario. ¿Cómo es esto? Conviene ver algunos casos específicos.
En febrero de este año, un informe presentado en la Academia dei Lincei, de Roma, en ocasión de un Seminario Internacional sobre Infertilidad, llevaba un título por demás elíptico: “¿Es imaginable una Europa sin italianos?”. El documento, realizado por la Universidad de Nápoles, sostenía que la posibilidad es completamente cierta si se mantiene la tasa de disminución de los nacimientos. Concretamente, los italianos puros podrían extinguirse para el 2250. Además, el dato fue de alguna forma confirmado por la ONU: Italia es el país con la población más anciana del mundo, junto a Japón, y la edad promedio de sus habitantes está en los cuarenta años. España tampoco llega a la media de 2,1 hijo por mujer recomendada por la ONU para mantener estable las cifras poblacionales.
Claro que el problema no es exclusivo de los itálicos. El proceso de envejecimiento de la población es una complicación de todo el continente, cuya población mayor de sesenta años llega hoy al veintiuno por ciento. Parece mucho, y lo es. Porque según las proyecciones (tanto las de las Naciones Unidas como las europeas presentadas en el Seminario), este porcentaje podría aumentar al treinta y cuatro por ciento para el 2050, cuando se prevé que el mundo llegará a los doce mil millones de habitantes, número que complica todavía más las cosas. Entre otros motivos, porque para el sistema económico se está hablando de humanos cuya capacidad productiva quedó en el pasado, pero a los que hay que mantener de todas formas. Aunque, claro, esto último no es un problema a futuro, sino del presente.

Más ancianos. ¿Menos recursos?
El cálculo es elemental: si dentro de unos años el total de la población mundial aumenta y, a la vez, crece el porcentaje de ancianos, se está hablando de una cifra realmente importante de personas cuya edad las ubica en un lugar difícil a los ojos de la economía. Especialmente en lo que hace a los sistemas jubilatorios: un informe de la Comisión de Desarrollo del Parlamento Europeo deja en claro que el dinero destinado a las jubilaciones es un obstáculo importante a la hora de proyectar el crecimiento en obras e infraestructura.
A los países desarrollados, por otra parte, les plantea una encrucijada harto compleja: ¿cómo afrontar en los años por venir la cobertura de la demanda de mano de obra? “Un país sin fuerza productiva es un país condenado a la desaparición”, sentenció el demógrafo italiano Andrea Rozendi. “Por eso es que habría que preguntarse si, en realidad, lo que se podría extinguir para el 2250 son los italianos o la misma Italia”.
Claro que la presunción es exagerada. “Está claro que estas previsiones son puramente teóricas y que no desapareceremos”, dijo, en respuesta a Rozendi, el profesor Giovanni Chieffi, uno de los autores del informe de la Universidad napolitana. De todos modos, la preocupación es mucha, en tanto los índices de natalidad continúan disminuyendo en todo el viejo continente. Un dato para clarificar: la Unión Europea tuvo en 1999 un incremento natural de su población que fue el más bajo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial: 270.000 personas (los nacimientos no superaron los cuatro millones). Además de Italia, el problema se torna muy evidente en Alemania, España, Gran Bretaña y Suecia.
“El ejemplo de Italia puede ser paradigmático en otro contexto –dice Vernot–, pero no se puede tomar como la media porque mientras esto sucede hay países que por el contrario aumentan su población. ¿Por qué tanta preocupación por la llegada de extranjeros si necesitan de ellos para cubrir la demanda laboral? Si no es así, deberían cambiar o sus políticas o sus discursos”.

Premios por tener hijos “extras”
Ahora bien. Según parece, el mundo desarrollado no está dispuesto a aceptar esos mecanismos compensatorios de los que hablan los demógrafos, sino más bien a planificar estrategias que, si bien a largo plazo, puedan reconvertir la situación actual (aun cuando se está hablando de una reconversión que consistiría en volver atrás). Durante muchos años, Japón hizo grandes esfuerzos por bajar los índices de natalidad y de hecho las grandes empresas del país beneficiaban a quienes tenían pocos hijos (una salvedad necesaria: a los que tenían pocos, no a quienes no tenían). Desde principios de este año, la estrategia es exactamente contraria: se premia a quienes tienen más de dos hijos.
La iniciativa fue de la Bandai Corporation, una importante fábrica de juguetes que empezó a ver cómo sus ventas caían en un país en el que el consumo es casi sagrado. Por eso decidieron premiar con diez mil dólares por cada hijo a partir del tercero a sus empleados. De todos modos, la estrategia no es privativa de una empresa, sino de todo el país. Ya desde el año pasado el gobierno japonés, preocupado por la bajísima tasa de natalidad (1,38 hijos por mujer), empezó a cambiar sus leyes a fin de favorecer la multiplicación de sus habitantes.
Es que el problema de los japoneses es muy similar al de los italianos. Actualmente, la población asciende a ciento veintiséis millones de habitantes, pero los demógrafos calculan que para el 2050 esta cifra bajará hasta los ciento cinco millones; mientras tanto, la edad promedio de sus habitantes es de 41 años y se espera que en el mismo lapso ascienda a 49 años y el porcentaje de los mayores de 65 años aumente de un 17 a un 32 por ciento. Por eso es que los planes gubernamentales apuntan a modificar la conciencia que sistemáticamente ellos mismos fueron creando. Además de las empresas que premian a sus empleados, el gobierno sancionó una serie de leyes que van desde la flexibilidad horaria para padres con hijos en edad escolar hasta el aumento de los subsidios en el mismo caso. De todos modos, no son muy optimistas en cuanto a las repercusiones, al menos en el futuro inmediato, que estas medidas puedan tener: “Aun con estos nuevos incentivos, la mayoría de los japoneses, las mujeres en especial, creen que resulta demasiado complejo y caro tener más de dos hijos”, dijo Toshinari Ogino, investigador jefe del Instituto de Administración Laboral, uno de los lugares en los que se gestaron las iniciativas.

Falta de trabajo
Japón conoce muy bien la problemática de la migración. Es uno de los tres países elegidos por la mayoría de los filipinos a la hora de emigrar (los otros son China y Corea, pero se calcula que hay filipinos en casi 160 países). Filipinas es un caso especial: aunque su gobierno no alienta abiertamente a sus ciudadanos a irse, paralela y paradójicamente tienen un sistema burocrático que les facilita las cosas para hacerlo. Actualmente existen cerca de diez millones diseminados por el mundo y cuentan con una Administración de Ayuda a Trabajadores en el Extranjero que, entre otras cosas, asesora con folletos a quienes tienen ganas de probar suerte en el otro lado (“Si vas a Singapur, el buen comportamiento significa que la sirvienta no se embaraza”, por ejemplo).
Es que una de las causas más visibles, aunque no la única, para que se produzcan los movimientos migratorios es el desempleo. Cientos de miles de desocupados se embarcan en el riesgo que significa el cambio de un país a otro sencillamente porque creen que así cambiarán sus vidas. Por supuesto, esto también repercute en la economía de los países exportadores de personas: en toda Asia, el dinero enviado por los trabajadores en el extranjero alcanzó un total de 75 mil millones de dólares en 1995, bastante más que los 54 mil millones que recibieron durante ese año enayuda exterior. Los filipinos que emigran legalmente están obligados a enviar parte de sus ganancias a su país, y se calcula que el monto es casi de ocho mil millones de dólares por año. Casi tres veces la suma que el país recibe de financiación y créditos del Banco Mundial. Pero hay más: según datos del Instituto del Tercer Mundo, casi el 80 por ciento de los ingresos en divisas por parte de países como Egipto y Pakistán procede de las remesas de los trabajadores emigrantes, y en Yemen y en Jordania el dinero que envían sus emigrantes es la única fuente de moneda extranjera que circula en ambos países.

Como antes, como siempre
Sin embargo, si bien la falta de trabajo es uno de los motivos fundamentales por los que se dan los fenómenos de la inmigración, hay quienes sostienen que esto tampoco es nuevo y que no se puede culpar por ello a la sociedad globalizada. “Cuando Europa expulsó a sus habitantes a América, no fue porque los europeos tuviesen ganas de hacer turismo -sostiene con ironía el demógrafo Kingsley Davis, autor de un estudio sobre las causas de los crecimientos poblacionales–, sino porque trataban de huir de un continente devastado por las guerras que no podía ofrecerles salida. ¿Por qué suponer entonces que ahora se debe exclusivamente al sistema actual? Que la humanidad nunca haya sido capaz de sostener a todos sus habitantes en condiciones de vida dignas habla de un problema político más que demográfico. La cuestión de los inmigrantes es muy compleja porque encierra decenas de motivos que van desde lo cultural hasta lo imaginario. Por supuesto el factor económico es fundamental, pero también en la Edad Media los caballeros que eran desterrados de sus reinos buscaban situarse en otros, mejores y no peores. El problema económico existe, pero no de ahora sino desde siempre”.
“Creo que la humanidad ya está desde hace unos cuantos decenios acomodándose en los lugares más prósperos –continúa Davis–, lo cual es sensato y razonable. En cada guerra, en cada epidemia parten contingentes numerosos de humanos en busca de un lugar mejor. Puede que ahora el problema se haya agravado, pero en todo caso se agravó al igual que todo lo demás. La inmigración no se puede estudiar como el motivo, sino como uno de los motivos. ¿De los motivos de qué? Esa es la respuesta que se debe buscar”.