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Comienzo
aritmético de un nuevo milenio
Por
Leonardo Moledo
y Martín de Ambrosio
Casi sin
alharaca, sin publicidad, minuciosamente ignorado se acerca el año
2001 y con él, el tercer milenio. Aritméticamente hablando,
la llegada verdadera del tercer milenio de la era cristiana
encuentra al mundo indiferente. No existen grandes movimientos de personas
programados; los hoteles cinco estrellas no tienen agotadas sus reservaciones;
las grandes ciudades no tienen pensadas fiestas extraordinarias y la televisión
no piensa unirse en una transmisión única. Nada
de nada. Pareciera que la fiesta de la llegada de la cifra mágica
del 2000, por ser un año con tres ceros, dejó al mundo sin
ganas de festejar. El festejo erróneo si lo que se festejaba
era la llegada de un nuevo milenio impide ahora que se festeje nuevamente,
aunque más no fuese algo modesto, de la Verdadera Aparición
del Milenio.
Tomas
de posición
El año pasado, justo para la algarabía del fin
de milenio, Futuro no apareció (en el año dos mil,
el 1º de enero, uno de los pocos días en que no salen los
diarios, fue sábado), lo cual evitó una enojosa situación:
pronunciarse sobre el hecho concreto de si el milenio terminaba o no,
y si los grandes festejos eran o no infundados (aunque el tema había
sido discutido anteriormente y fue objeto de un debate y numerosas cartas
de lectores).
Puede decirse que esa coincidencia evitó un riesgo. Obviamente,
Futuro dado el rigor científico del que hace gala no
podía aceptar que el nuevo milenio comenzara ese día, pero
tampoco podía ignorar el clima universal global que le atribuía
a ese primero de enero la escasa propiedad de portar el cambio milenario,
el único, que, con toda seguridad, presenciaremos tanto quienes
hacemos el suplemento como los lectores; presenciar dos cambios de milenio
es un privilegio raro, sólo concedido a algunos árboles,
algunos hongos y generalmente a las piedras.
En esas condiciones, ignorar el tema, o ponerse a negar empecinadamente
la cualidad portadora de milenio de ese primero de enero, hubiera sonado
fastidiosamente a la voluntad de ser aguafiestas en el mejor de
los casos y hubiera valido una acusación de fundamentalismo
aritmético, igualmente enojosa para una publicación
que, justamente, se precia de estar en la vereda de enfrente de los fundamentalismos.
Fue en esa disyuntiva que intervino oportunamente la combinación
del calendario con el previsible (aunque siempre enigmático) correrse
de los días de la semana de un año para otro, donde el primero
de enero fue sábado, y Página/12, como el resto de los diarios,
no salió, lo cual nos da hoy la oportunidad de volver sobre el
tema en un clima más calmo, ahora que el tercer milenio aritmético
está verdaderamente por comenzar.
Recordatorio
Hacia fines del año pasado mucha gente insistió en que el
siglo XXI comenzaba el primero de enero del 2000. La cuenta que se debía
hacer era simple y por eso casi nadie la hizo: no hubo año cero,
por lo tanto este año que ahora termina es, sí, el último
del siglo XX. Por ende, mañana, domingo 31 de diciembre del 2000
será el último día del siglo y del milenio del mismo
modo que el 31 de diciembre del año 1900 (y no el 31 de diciembre
de 1899) fue el último día del siglo (todavía) pasado.
Para Stephen Jay Gould (Milenio, Crítica, Barcelona, 1998), 1900-1901
ganó de manera decisiva. Prácticamente todas las celebraciones
públicas importantes del nuevo siglo, en todo el mundo, tuvieron
lugar entre el 31 de diciembre de 1900 y el 1º de enero de 1901.
Además, prácticamente todos los principales periódicos
y revistas dieron la bienvenida oficial al nuevo siglo con su primer número
de enero de 1901. Hice un repaso de las principales fuentes y no pude
encontrar ninguna excepción. The Nineteenth Century, una importante
publicación periódica inglesa, cambió su nombre por
el de The Nineteenth Century and After, pero sólo con el número
de enero de 1901, en el que también aparecía un nuevo logotipo
con un Jano de dos caras, un viejo barbudo que miraba a la izquierda y
hacia abajo, al siglo XIX, y un hermoso joven mirando hacia la derecha,
los ojos un poco alzados, al siglo XX...
...Publicaciones tan fiables como The Farmers Almanack y The
Tribune Almanac declararon que sus volúmenes para 1901 eran el
primer número del siglo XX. El 31 de diciembre de 1899, un artículo
de The New York Times sobre el siglo XIX empezaba señalando: Mañana
entramos en el último año de un siglo marcado por un progreso
en todo lo relativo al bienestar material y a la ilustración de
la humanidad que ha sido mayor que en toda la historia de la raza. El
1º de enero de 1901 el titular principal proclamaba Entrada triunfante
del siglo XX y describía las festividades en la ciudad de Nueva
York: Las luces brillaban; el gentío cantaba; las sirenas de las
embarcaciones del puerto sonaban y rugían; las campanas repicaban;
los petardos retumbaban; los coches subían disparados hacia el
cielo y el nuevo siglo hizo una entrada triunfal...
No ocurrió lo mismo, como todos recordarán, en el caso del
año dos mil.
Dionisio
el exiguo y el cero
El responsable del cambio del calendario fue un monje que vivió
en la primera mitad del siglo VI. Se llamaba Dionysius Exiguus, versión
latina de Dionisio el pequeño. Había nacido en Escitia (a
orillas del Mar Negro, actual territorio de Rusia) y viajado hasta Constantinopla
donde tradujo archivos papales del griego al latín.
Una de las costumbres cronológicas de la época era contar
los años desde la fecha de inicio del reinado de los emperadores.
El papado decidió entonces que era necesario una cronología
que unificara al mundo cristiano. El papa Juan I, hacia el 525 d.C., le
encargó a Dionisio que estableciera una nueva manera de contar
el paso del tiempo, según el nacimiento del profeta cristiano.
Luego de arduos estudios, Dionisio llegó a la conclusión
de que Cristo había nacido el 25 de diciembre del 753 de la fundación
de Roma (ab urbe condita, que marcaba el comienzo de la cronología
oficial romana).
Así, Dionisio fijó el primero de enero de 754 u.c., como
inicio de la era cristiana. Es seguro que Dionisio se haya equivocado
con la fecha que eligió o dedujo para el nacimiento de Jesús
porque, según la Biblia, Jesús nació durante el reinado
de Herodes, rey que murió en el 750 u.c., cuatro años antes
de Cristo, según la cronología romana, mucho más
precisa por cierto que la de Dionisio.
Pero ése no es el punto. El asunto es que Dionisio designó
como año 1 al primer año de la era cristiana, con lo cual
condenó a todos los fines de siglo y milenio subsiguientes a empezar
en años terminados en 1, y no, como en cero o doble cero (o triple
cero). Del mismo modo que una decena se completa cuando se agrega el objeto
número 10 (y por lo tanto la siguiente decena empieza con el objeto
11), los siglos y milenios se completan al terminar los años 1660,
1800, 1900 y 2000.
Para que los comienzos seculares y milenarios coincidieran con los años
terminados en doble o triple cero, Dionisio debería haber designado
al primer año de la E. C. como año cero. Pero
no podía hacerlo simplemente porque desconocía el cero.
La noción de contar desde un número que (como diríamos
actualmente) representara al conjunto vacío fue introducida en
Europa desde Medio Oriente, recién en el siglo XII, y la numeración
arábiga decimal se generalizó más tarde.
De paso, digamos que el sistema de Dionisio se impuso muy lentamente porque
incluso los cristianos preferían seguir usando el año Diocleciano
para recordar que se vivía en una era de mártires ya que
el emperador Diocleciano fue uno de los más tenaces perseguidores
de la nueva religión. El primer gobernante cristiano que usó
oficialmente el calendario fue Carlomagno, unos doscientos años
después.
Milenarismo
Es cierto que un año como el dos mil tiene algo de mágico
y que solemos tomarnos muy en serio el ordenamiento decimal y las simetrías
numéricas (las llamadas crisis de los treinta en la vida personal,
el ordenamiento en épocas que coinciden más o menos con
los siglos) como si pertenecieran a un orden natural. Lo cual explica
la excitación que puede producir (y efectivamente produjo) un año
cuyo número es dos mil.
Aunque, naturalmente, no es una novedad: el pensamiento milenarista nace
de la interpretación de los textos apocalípticos de La Biblia
(el libro de Daniel en el Antiguo Testamento y el Apocalipsis del Nuevo)
y predice la llegada de un tiempo que acabará con la batalla final
de dioses y demonios y el juicio final.
Sexto Julio Africano, funcionario romano del III siglo d. C., elaboró
el primer sistema que auguraba el fin de los tiempos: calculaba que el
milenio comenzaría dos siglos después, alrededor del 500
d. C. Luego se predijo que la era del comienzo del fin sería hacia
el 800.
Pero, a pesar de que Carlomagno hizo lo posible para hacer de la tierra
un infierno, nadie puede afirmar hoy que aquélla fue la última
época de la historia.
Respecto del año 1000 existe una discusión entre los historiadores
acerca de si hubo o no agitación popular respecto de la inminencia
del primer cambio de milenio en la era cristiana. El historiador francés
Henri Focillon asevera que hubo grupos, al menos en algunas partes de
Europa, que creyeron que venía el apocalipsis. Pero, según
Stephen Jay Gould, esa idea choca con la escasez de indicios de miedos
generalizados: ninguna de las bulas papales y ningún otro documento
oficial (sea de papas, señores feudales o reyes) hace mención
alguna a la posibilidad.
Quien sin dudas predijo el apocalipsis fue el monje Raoul Glaber, después
del 1000: Satanás pronto será soltado porque los mil
años se han cumplido.
Milenarismo,
hoy
En fin, ésa es una discusión. Pero de todas maneras,
no se puede atribuir completamente el milenarismo a la fascinación
por los números redondos, ya que el número mil no era exactamente
un número redondo tal como se entienden ahora, puesto que los movimientos
milenaristas son muy anteriores a la introducción del cero, que
redondea el sistema decimal.
Sin embargo, el milenarismo sí estuvo presente, aunque en forma
atenuada, y versión tecnológica a la vuelta del 2000, con
el barullo alrededor de las computadoras que amenazaban, supuestamente,
con el apocalipsis informático, el caos generalizado y el colapso
final: fue el famoso Y2K, que naturalmente, y como ocurrió con
todas las profecías apocalípticas a lo largo de la historia,
terminó en un sórdido anticlímax. Pero no faltaron
quienes se atrincheraron en refugios subterráneos para afrontar
la catástrofe final. Sería interesante, ante el advenimiento
aritmético del nuevo milenio, averiguar si todavía siguen
allí.
Final
de juego
Tampoco estaría mal recordar que, además del calendario
común como le llaman al calendario cristiano los laicos políticamente
correctos, existen unos cuarenta calendarios vigentes alrededor
del mundo. Y todos parecen tener fechas no tan significantes como para
sospechar que está por suceder algo trascendente con la humanidad.
La cuenta de los judíos da 5760 años; la de los islámicos
da 1420; los indios, 1921; los chinos, 4636 y el calendario bizantino
suma unos 7508. Así, el carácter universal con que se recibió
el año dos mil más que una señal de fin o de
comienzo de los tiempos, o un error aritmético es un signo
inequívoco de la globalización triunfante, que no sólo
le impone las reglas de juego económicas (y en gran medida también
culturales) al resto del planeta, sino que además universaliza
la cronología. Globalización que, a su manera, es un apocalipsis.
Now.
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