La
sola mención de esas dos palabras juntas hace que los ojos
bailen en sus órbitas y una secreta cosquilla aflore en una
sonrisa. Aunque después un silencio cómplice y pudoroso
a la vez ponga el velo a la confesión de las fantasías
sexuales, esos juegos que suelen convertir en héroes o heroínas
a los protagonistas que las representan siempre y cuando se sientan
protegidos por los bosques que crecen en la tierra fértil de
la imaginación. Bajo esa sombra todo es posible, ser amo o
esclavo, tocar cuerpos prohibidos, realizar las más escabrosas
acrobacias eróticas o revolcarnos en el barro que queda cuando
se pisotean hasta los más arraigados principios, a pesar de
que, según la socióloga y especialista en educación
sexual, Cristina Fridman, el sentimiento de vergüenza pueda
llegar tan lejos que hasta nos impide pensar la fantasía, más
en el caso de las mujeres, que solemos rehuir de los materiales eróticos,
porque así fuimos enseñadas, a reprimir los sentimientos
de excitación frente a films o literatura, y a veces no basta
con apagar el televisor de afuera de nosotras sino que apagamos la
pantalla interna. Una gran mayoría de mujeres no alcanza el
orgasmo sin fantasías, pero después sienten que traicionaron
al compañero si utilizan una fantasía superadora que
no concluya en su hombre real. Sin embargo las fantasías
son como hadas rebeldes, no responden a las leyes de las buenas costumbres
y cuanta más energía se utiliza en hacerlas callar más
fuerte gritarán la próxima vez.
La fantasía hace que podamos evadirnos de las frustraciones
de la vida cotidiana. Mediante la imaginación el individuo
puede transformar el mundo real en lo que más le agrade, aunque
sea algo inverosímil y efímero. Si bien no es más
que una divagación simulada de nuestra mente, puede contribuir
a concitar entusiasmo, estímulo, aventura, goce y seguridad
en uno mismo, escriben Masters, Johnnson y Kolodny en su tratado
La sexualidad humana, para cerrar la herida que a veces abre la culpa
cuando el deseo se encabrita y acerca imágenes que muchas veces
son placenteras, pero también desconcertantes y hasta conmocionantes.
Por eso para la sexóloga Claudia Groisman es necesario quitar
el susto que muchísima gente siente frente a sus
propios pensamientos seguramente alentados por algunas religiones
que consideran al pensamiento como un equivalente al acto. Es
fundamental distinguir entre fantasía, deseo y acto. No es
lo mismo pensar que sería lindo ir al Glaciar Perito Moreno,
tener una necesidad imperiosa de hacerlo o comprar los pasajes para
llegar hasta allá, dice Groisman poniendo un ejemplo
llano que no por mencionar un glaciar convoca al hielo. Que una mujer
fantasee con que un hombre la toma por asalto no quiere decir que
desea que la violen y mucho menos que va a gozar con ese acto. Por
eso esta sexóloga también distingue entre las fantasías
sexuales y las eróticas. Las segundas, para ella, tienen que
ver con un consenso estético, lo que se considera aceptable
o ideal y se parece más a las películas románticas.
Las sexuales hablan de lo que podría gustar, pero no se acepta
como podrían ser los castigos físicos-, y éstas
en general no son contables sino que son utilizadas parafuncionar
como desencadenante orgásmico y para eso necesitan un quantum
mayor de desafío a los límites que impone la cultura
o las convicciones. Imágenes concentradas que se desintegran
como pompas de jabón en cuanto se las pone en el ajustado corsé
de las palabras.
¿Válvula de escape
o pista de lanzamiento?
El sexo se compone de fricción y fantasía,
escribió la sexóloga Helen Kaplan, y aprender a utilizar
la imaginación es una de las técnicas terapéuticas
para tratar a mujeres anorgásmicas. Pero no es lo mismo
soñar despierta que alcanzar el orgasmo. Esto último
opina Fridman es como una esencia concentrada, visualmente
fuerte y reducida, menos elaborada que las ensoñaciones sexuales.
Como una foto fija que acude, centelleando, en el momento necesario
para desarmar la tensión del acto sexual que en algún
momento pide alivio. Como ya se dijo, alcanzar el orgasmo es una de
las muchas funciones de las fantasías sexuales, que a veces
también sirven para reparar esas magulladuras que dejan algunas
relaciones. Analía es una mujer casada, tiene 35 años
y durante años el sexo con su marido fue poco más que
una gimnasia en la que ella se sentía sólo la colchoneta.
Durante ese tiempo mis fantasías se centraban casi siempre
en escenas de amor con otro hombre que mi marido estaba obligado a
mirar. Yo sentía su humillación, era como una venganza
inofensiva que me acercaba el placer que con él no encontraba.
Una fantasía que desapareció apenas encontró
un compañero con quien disfrutar de los juegos de adultos.
Ahora tiene otras fantasías que por supuesto se niega pudorosamente
a confesar.
Habían dejado de ser tres cuerpos. Se convertían
en bocas, dedos, lenguas y sentidos. Las bocas buscaban otra boca,
un seno, un clítoris. cuerpos confundidos moviéndose
muy lentamente. Besaban hasta que el beso se convertía en un
tormento, hasta que el cuerpo se estremeciera... La piel sobre la
cual yacían exhalaba un olor animal que se mezclaba con el
de los sexos. El fragmento del cuento Elene, de
Anaïs Nin, devela una de las fantasías más comunes
tanto entre hetero como homosexuales de ambos sexos y es una de las
que con más facilidad relativa, por supuesto abandonan
la tierra de la imaginación para mudarse al territorio de la
experiencia. A pesar de que la función de ensayo de las
fantasías se presenta sobre todo entre los adolescentes o personas
con limitada experiencia, la oportunidad de imaginarse desarrollando
una actividad erótica hace que uno pueda adelantarse a posibles
dificultades en el momento de la verdad, se puede leer en La
sexualidad humana, aunque por supuesto este ensayo es a oscuras y
tiene poco que ver con lo que puede suceder en el momento del estreno.
En ese mismo tratado los sexólogos por antonomasia del siglo
pasado relatan el caso de una adolescente que durante años
fantaseó con Mick Jagger, lo siguió a todas partes e
incluso llegó a hacer el amor con él. Pero en ese mismo
momento tuvo que acudir a su Mick de fantasía para poder gozar
con el de carne y hueso, que se parecía poco al amante soñado.
No a todos les va tan mal con la concreción de las fantasías,
y miles de swingers esperan en sus reductos nocturnos para atestiguarlo.
Samantha Ray seudónimo artístico es una
de las protagonistas de las pocas películas pornográficas
que se han producido en Argentina. Entre sus títulos se cuentan
Los Pornosimpson, Los Pinjapiedras y dos o tres más elaboradas
parodias de dibujos animados que no llegan a despertar ni la más
hueca sonrisa. Pero eso no importó para Samantha, ella sólo
tenía la ilusión bastante común de exhibirse
frente a las cámaras gozando como una perra mientras
su marido explicaba al director cuáles eran los mejores ángulos
de su querida esposa mientras se entregaba a otros actores. El sueño
se hizo realidad sin conflictos, sin secuelas y sin demasiado dinero
ya que parece que las fantasías de Samantha poco tienen que
ver con las dequienes buscan en los estantes de películas condicionadas
un condimento para sus horas libres.
La pornografía es como una prenda de un único
talle, de un solo color, que masifica y hace que todos, toditos, debamos
aullar frente a la mayor cantidad de agujeritos en el menor tiempo
posible, con economía de esfuerzos. La fantasía ha quedado
apretada por la pornografía en rígidos estereotipos,
dice Cristina Fridman y con sólo consultar el famoso rubro
59 es fácil de comprobarlo: Mucamitas que te sacan el
polvo, secretarias ejecutivas, enfermeras, madres castradoras,
hijas obedientes, bebotas, dos lesbianas reales (?), negras y rubias
hasta la barba, son algunas de las ofertas que tienden
a cumplir todas tus fantasías, las masculinas,
claro, que para Groisman tienen mucho que ver con la competencia
con otros hombres tenerla más grande, ser más
eficiente que otro y con la dominación. Para las
mujeres la oferta es menor, pero responde a los mismos patrones estereotipados
de lo que se supone que son los ratones femeninos: rugbiers musculosos,
negros con descripción de medidas pudendas, jóvenes
dulces, adultos experimentados y algunas, muy pocas variantes más.
Alejandro es uno de esos trabajadores del sexo que atiende mujeres
en su domicilio o en departamento privado. El está siempre
listo y ésa suele ser su queja, aunque dice que entró
en el metier por gusto y no por necesidad. Me llaman todo tipo
de mujeres y sus fantasías son bastante comunes, aunque tuve
que aprender cosas que no había ni soñado, como el fist
fucking, la lluvia dorada o el beso negro, cosas que si te las explico
te pondrías colorada. A esta altura de mi vida no creo que
haya demasiadas diferencias entre las fantasías masculinas
y las femeninas. Lo que sí es cierto es que cuando te llama
una mina no podés entrar en el departamento e ir a la cama,
tenés que hablar un poco, tomar algo. Salvo cuando me piden
un personaje. Entonces es fácil, el que más sale es
el del doctor, yo llego de guardapolvo, le pido que se acueste y la
empiezo a revisar. Después todo anda sobre ruedas.
El ¿mito? de
la diferencia
Aunque recién en la última década y con
mayor dificultad según el escenario las mujeres han comenzado
a apropiarse de su deseo y a investigar en terrenos como la pornografía
desde el inicio de Tracy Lord como directora en 1982 hasta hoy
las hacedoras de películas se empezaron a contar por decenas,
persisten en el imaginario y más allá, las típicas
diferencias entre hombres y mujeres a la hora de fantasear. ¿A
las mujeres nos excitan más las historias que contienen relaciones
entre personas y a los varones imágenes fugaces o fragmentadas
de cuerpos? se pregunta Fridman y da una respuesta abierta:
Según el estereotipo el hombre es intrísecamente
promiscuo y hace el amor sin pensar en las relaciones. En general
existe un equívoco que deriva del poder y no de las necesidades
sexuales. Las chicas aprenden desde muy temprano que la diferencia
de poder es una de las cuestiones esenciales del romance. La Cenicienta,
La Bella Durmiente, Blancanieves tienen larga vida todavía.
Hay historias de pornografía femenina que comportan sofisticación
y masoquismo. La mujer siempre disponible, excitada de sólo
pensar que un pene la puede penetrar. Los hombres encuentran la dominación
atractiva y excitante. Ellos dominan; ellas son vulnerables; ellos
eligen; ellas deben atraer. Una pregunta importante que se hacen las
estudiosas de la sexualidad femenina es que, considerando a las fantasías
como importantes ya que nos excitan, conforman nuestra elección
de pareja sexual y afectan nuestra capacidad de alcanzar el orgasmo,
¿cómo afecta a las mujeres el hecho de que su sexualidad
se venda como masoquismo y sofisticación?.
Para muchas mujeres fantasear con imágenes de violación
o de sometimiento, según Masters & Johnnson, les permite
gozar sin hacerse responsables de ese goce, asumiendo el papel pasivo
que durante siglos les propuso la cultura. La misma Anaïs Nin
necesitó inventar un coleccionista de relatos eróticos
para poder dar rienda suelta a su imaginación yrelatar escenas
sexuales con refinamiento pero detalladamente, algo que se suponía
un mandato del editor fantasma y no su propio deseo, pero que funcionaba
como un exorcismo. Los homosexuales escribían como si
fueran mujeres; los tímidos describían orgías;
las frígidas, desenfrenadas borracheras. Los más poéticos
caían en el bestialismo y los más puros, en la perversión,
escribía Nin en el prólogo de El Delta de Venus, haciendo
referencia a los escritores que convocó para satisfacer las
ansias del coleccionista que según el historiador Alexandrian
nunca existió.
Claudia Groisman también considera que no hay distintos modos
de fantasear entre hombres y mujeres; aunque cada subjetividad es
distinta hay moldes fijos que se repiten como quien gusta de escuchar
rock y cambia sólo los intérpretes, pero nunca el estilo.
Lo que sí cambia radicalmente es el modo de relatar las fantasías
o la selección de lo que se puede o no contar, ya que una vez
puestas las palabras pareciera ser que la distancia hacia el acto
es tan corta como de la nariz a la boca. Y es ahí donde las
fantasías pueden convertirse en fantasmas como le sucede al
carilindo Tom Cruise cuando su mujer en la vida real y en la ficción
de Ojos bien cerrados le confiesa que podría haber abandonado
todo por la mirada de un hombre que se cruzó con la de ella
en un segundo, ¿realidad o fantasía? Para él
era lo mismo.
Contar las fantasías es un riesgo que hay que estar dispuesto
a asumir, hablarlas o no delata una mayor madurez sexual como recomendó
la sexología en algún momento. Porque el sexo es egoísta,
no tiene nada de altruismo, es posesivo, una quiere amasijar al otro,
apretarlo, entrarle por todos los agujeros o dejarse entrar, y ese
condimento hace todo más interesante, a veces las confesiones
rompen en lugar de alimentar, dice Groisman y se ríe
cuando se acuerda de un congreso de sexología en el que se
pedía a mujeres y hombres que escribieran sus fantasías.
Nosotras parecíamos atadas a la palmera y la luna llena,
a lo estético y lo sentimental, pero era sólo el primer
paso, lo que se supone aceptable. Si se hurga un poco más,
se encuentran las mismas fantasías porque aquello que está
destinado a producir intensidad necesita del riesgo y el sobresalto.
Huellas
De la misma manera que la sexualidad comienza con la vida, las fantasías
lo hacen apenas se desarrolla la imaginación del niño
o niña y entonces pueden ser más crudas que en la edad
adulta. ¿Que niña no fantaseó con su padre
o con el marido de la madre?, se pregunta Groisman y seguramente
más de una respondería un yo no a voz en
cuello. Pero sin duda son las experiencias de la niñez las
que dejan huella en la forma de gozar como en todo el resto de la
vida psíquica. Muchas mujeres recuerdan haber tenido
fantasías más ricas en su infancia que en la vida adulta,
algunas recuerdan fantasías masoquistas a los 6 y 8 años,
con placer y culpa por tenerlas, y no las tienen ahora porque quizás
se avergüencen de que sean del mismo tenor. Pareciera que muchas
mujeres tuvieran esa sensación de falta de derecho a fantasear
y lo viven como algo que no les pertenece y las atraviesa a pesar
de ellas mismas, como si fueran visitas indeseadas e inesperadas,
reflexiona Fridman. Y lo cierto es que más allá de algunas
subjetividades hay fantasías intrusas que no son ese jardín
del edén en el que se puede jugar a cualquier cosa y ser como
siempre se deseó manteniendo el total control de la situación
una de las ventajas de fantasear aunque nunca se va a sustituir
así el acto. Estas son las que están ligadas con
las experiencias de la infancia que no se han metabolizado para dejar
una impronta o una huella por la cual perseguir el placer. O, de ser
así, generan culpas y desasosiego o dejan a la persona fija
en un rito reiterativo que por repetición pierde el goce. Cuando
un niño es golpeado, puede ser que cuando crezca se excite
con escenas de castigo, pero esto no se vive con placer, dice
Groisman y recuerda el caso de una persona que se excitaba frente
a las cánulas de las enemas por la reiteración de esa
experiencia durante su niñez. En estos casos esnecesaria
la consulta, concluye. A lo largo de la vida muchos actos que
pueden tener que ver o no con lo estrictamente sexual se resignifican
más tarde como fantasías, pero según Groisman
siempre hubo un otro que hizo algo en mi cuerpo que mi unidad
metabólica incorporó como pudo.
También la época y el tipo de sociedad en que se vive
dejan huellas en el modo de fantasear; los victorianos seguramente
se harían fiestas bacanales con el mero atisbo de un tobillo
y hoy apenas nos hace una cosquilla la escena más cruda de
sexo oral tanto va el cántaro a la fuente que la pornografía
lo rompe, pero para que una fantasía sea efectiva o por
lo menos despierte esos ríos de pólvora que a veces
parecen correr por las venas, debe ir más allá de los
límites de cada uno, porque, como dice Groisman, la fantasía
tiene patitas, en cuanto se la quiere fijar, ella se corre.