La
dueña del
ELEFANTE
Marta
Gallardo, la editora de El elefante blanco es una mujer de relatos orales
más que de proyectos culturales o financieros, con una inteligencia
de lectora a la que le importa un pito la moda y que habla de los libros
que publica como si los hubiera escuchado en lugar de leerlos. Lo que
hace es una patriada, pero también una demostración de
que lo mejor de la literatura argentina fue escrito por naturalistas,
médicos y peritos y no por escritores profesionales .
Por María Moreno
Decir
elefante blanco es como decir un clavo. Porque a esta altura de la vida
hacer una editorial con libros olvidados lo más probable es que
no nos traiga satisfacciones sino un quebradero de cabeza, dice
Marta Gallardo. Y no se acordó de que un elefante blanco es también
una rareza, un sueño que Mata Hari montara para entrar a una
fiesta parisina en 1900 antes de contorsionarse y bailar la java. Marta
Gallardo eligió ese nombre para editar joyas nacionales que a
menudo son inglesas como El naturalista en el Plata de Guillermo Enrique
Hudson o La pampa y los Andes de Francis Bond Head. Pero también
están En viaje de Miguel Cané, Reminiscencias de Francisco
Moreno, Los porteños de Manuel Mujica Lainez y Hasta Vietnam
de Ignacio Ezcurra. El elefante blanco puede leerse como un mapa político
de las fronteras argentinas, una crónica fragmentada en diferentes
épocas que tienen en común el territorio como elemento
crítico, unas mil y una legua de cuentos sabrosos sobre una patria
que en Marta Gallardo se mezcla con la propia familia: Cuando
yo era chica las calles se llamaban como yo: Gallardo, Mitre, Drago.
Y había algo que para mí era un escándalo y era
el parque Camet. ¿Por qué se llamaba Camet y no Cané?.
Se ríe.
Marta es hermana de la escritora Sara Gallardo que, en cierto modo,
tuvo que ver con el origen de El elefante blanco ya que sus lectores
están entre los que luego, casi religiosamente, se acercan, por
ejemplo, al atril de las librerías Fernández Blanco, Platero
o Pardo para buscar esa identidad argentina hecha a base de testimonios
de prosa liviana y precisa:
En principio los lectores son gente que admiraba a Sarita. Mirá
Los galgos ¿te acordás?. De Viaje a la patagonia
austral, del perito Moreno, se agotaron dos ediciones y seguramente
influyó todo el asunto de los límites con Chile. Creo
que antes todo el mundo escribía muy bien. Por ejemplo mamá,
que tiene 92 años. Era una cultura de tarjetas, de esquelas y
de cuentos. Había una inglesa que vino a cazar avestruces, que
vivió en la Patagonia y escribió sus memorias. Y era parienta
de lord Alfred Douglas, el amante de Oscar Wilde. Pienso que debe haberse
venido cuando el escándalo. Si tengo que pensar una vinculación
entre todos los lectores, es su relación con la tierra.
La
historia pasa
por casa
Es inexorable que, pensando en Gallardo, se piense en el naturalista
y Marta, que es cuentera, habla de él, como de tantos, en un
tiempo presente que le acercan los dichos familiares y las fotografías.
León Gallardo es considerado muy importante por la pinacoteca
que tenía. Angel era naturalista, pero también político.
Fue Yrigoyen quien lo obligó a aceptar un cargo en el Ministerio
de Educación. Y tatita le dijo: No, yo soy investigador.
Yrigoyen: Mirá que te vas a quedar con un cargo de conciencia
bárbaro. Porque a los maestros hay que tratarlos con mucho rigor
y si no obedecen hay que hacerlos obedecer a latigazos. Ese es
un cuento. Y hay otro: una vez lo recibió en su casa de la calle
Brasil. Hacía mucho calor. Yrigoyen estaba desnudo, tapado apenas
con un saquito. Disculpe la franquicia, le dijo. Tatita
estuvo en la fundación de la Unión Cívica y cada
vez que quería dedicarse a las ciencias naturales la política
se metía en el medio. Por ejemplo fue ministro de Relaciones
Exteriores. En París se le ocurrió una teoría sobre
la división de las células y los franceses felices. Pero
su especialidad eran las hormigas. Todavía me acuerdo de un hormiguero
de cemento que había en casa adonde él estudiaba todas
esas circunvalaciones.
A Bartolomé Mitre tiene que agradecerle que, a la venta del diario
La Nación ella recibiera una herencia que le permitió
darse el gusto de tener un elefante blanco y editar los libros de los
parientes que hicieron patria, pero que también hacían
cosas misteriosas: Mitre se despertaba gritando ¿Viste
el museo? Arriba hay un cuarto que era su dormitorio con una balaustrada
que da al patio. Y una vez soltó dos botellas de vino al abismo.
Ahora ¿qué significa ese cuento espantoso? Yo no sé
qué. ¿Era un déspota? No. Era un señor que
ha estado muy presente.
Cuando Marta dice yo no me acuerdo, se refiere simplemente
a algo que no fue transmitido de arriba abajo por su árbol genealógico
en donde Miguel Cané tiene una extraña preferencia: Pobre
Cané, abuelo de mamá. En viaje es un libro que me encanta,
pero se lo nota melancólico ahí. Acababa de enviudar.
Y tenía una nenita de dos meses. Entonces se dedica a la diplomacia
y nunca más se casa. Novias y viajes, novias y viajes. Siempre
muy enojado: Como mi padre soy víctima del fastidio
decía. Una vez pasó por Lourdes en tren y vio a lo lejos
la luz de las velas de la gruta y pensó cómo me
gustaría creer que esto es verdad. Viajaba con un sirviente
que se llamaba Celestino a quien maltrataba y este Celestino, que no
debía ser muy ágil, un día tiró dos botellas
de vino: Ni que fueran boleadoras le dijo Cané. Pero
lo debía querer muchísimo al hombre porque si no, ¿qué
hacía viviendo con él hasta los cien años? Cuando
volvió seguía muy enojado. Se divertía juntando
a los peones y obligándolos a escuchar música de ópera.
Vivía en la casa una señora que se había criado
con mi abuela y ella contaba que un día le había llevado
el desayuno a la cama, ¿sabe que don Lucio López
tuvo un duelo? Cané la miró fijo: Murió.
Entonces él se levantó y le tiró la bandeja. Un
señor que vive en la calle Lavalle rodeado de retratos dice que
no debo repetir nunca una confidencia que le hizo Cané a Pellegrini.
Porque ellos se la pasaban escribiéndose cartas adonde planificaban
la construcción del Jockey Club. Que adónde la escalera,
que cómo la balaustrada. Y esto era una cosa que era para la
patria, no para ellos. Estaban decidiendo un rincón luego de
una noche azarosa y una mujer con la cadera al aire los inspiró.
Marta Gallardo es una mujer de relatos orales más que de proyectos
editoriales o financieros, con una inteligencia de lectora a la que
le importa un pito la moda y que habla de los libros que edita como
si los hubiera escuchado en lugar de leerlos. Pero su debilidad es un
hombre retacón, extravagante y encantador que prefirió
vivir entre bestias aunque se codeara con luminarias.
San
Francisco
en el zoo
Clemente Onelli era un antropólogo y naturalista romano que llegó
a Buenos Aires y formó parte de las expediciones patagónicas
del perito Moreno. Director del Jardín Zoológico desde
1904, hizo de éste su nación peluda, emplumada y con variedad
de hocicos. Su antropomorfismo festivo floreció en metáforas
lujosas llama a los gallos antiguos y groseros tontones,
insolentes baronets a los cisnes y solterona sur le retour
a la osa malaya, para escribir las crónicas de las jaulas
que fueron publicadas entre 1905 y 1924 en la revista del Jardín
Zoológico y que El elefante blanco editó en dos tomos
con el título de Idiosincrasias de los pensionistas del Jardín
Zoológico. Onelli encuentra su preferencia entre las niñas
animales, como la elefanta Phúa Victoria o la camella Doña
Juanita, a la orangutana Jacoba a quien atribuye virtudes libertarias
y solidaridades políticas, puesto que se empecina en abrir jaulas
de monos de su simpatía y regalar a otros su caña de azúcar
diaria.
Onelli era amigo de mamá. Vivía en una casa que
después tiraron abajo porque había vivido también
ahí un hermano de Perón. Entonces Roca le había
dado un lugar a un genio que no tenía un peso. Y él había
hecho de un potrero un campo orégano. También mandó
traer al zoológico todas esas estatuas. Ahora están pintadas
de blanco. Qué increíble pintar el mármol de blanco,
¿no? Onelli estaba casado con una mujer de apellido Pantú.
Muy fea. Es-pantú-sa, decíamos. Marta
Gallardo despliega unas fotografías sobre la mesa y las muestra
como si ella misma las viera por primera vez. Miralo acá:
está como una cabra. Y esos piecitos. Esta es mamá vestida
de india. Y esta otra, Delfina Mitre de Drago. Y ésta es mi abuela,
la señora que se ríe, mona, la hija de Cané. El
la mira. Acá ¿estará enfermo? En ésta salió
de lo más buen mozo. Y hasta elegante con su cigarrillo. Miralo
con Umberto de Saboya. Están paseando por el zoológico
con Alvear y él de espaldas hablando con los codos, chiquitito.
Y los otros se mueren de risa. La inauguración de la cabrería
municipal en Parque Patricios. Luego muestra la partitura con
el dibujo de un animal prehistórico: El recibió
una carta y se fue en busca de los restos del plesiosaurio. Entonces
aquí ves El plesiosauro, Gran tango para piano puro de Rafaelo
DAgostino.
Jacoba muere el 7 de julio de 1910 reclinada la cabeza plácidamente
entre los brazos de su director que habla de sí mismo en
tercera persona como Maradona y de su querida platónica e inhumana
como si fuera Margarita Gautier a la que un sol cenital ilumina las
fulvas guedejas. (El hecho fue registrado en el diario La
Nación.) Pero la verdad es que la peluda jacobina de hábitos
libertarios era una hipócrita: León Gallardo iba
a pasear muchas veces al zoológico con Onelli, en sus recorridas
nocturnas. Fueron a la jaula de Jacoba. En un momento Onelli los dejó
solos porque tenía que ir a buscar un remedio. Entonces Jacoba
se precipitó y lo atacó. León estaba aterrorizado.
Empezó a forcejear con ella, hasta que la mona, al oír
el ruido del cerrojo de la jaula Onelli volvía lo
soltó. Clemente Onelli era un pionero de la etología,
un Esopo libidinoso que opinaba con soltura que el baño diario
es en el humano una regresión atávica hacia el mono y
el chancho, intercambiaba cráneos con el criminólogo Lombroso,
recibía hasta 150 tarjetas de pésame cuando se le moría
un inquilino y anotaba donaciones del tenor: Dr. Carlos Pellegrini:
dos yucatingas, Sr. D. M. A. Martínez de Hoz: 2 gatos Geoffroye,
Dr. Hugo Cullen Ayerza: un zorrino operado. Las idiosincrasias
son fábulas de vanguardia, un popurrí de performances
animales que sobrepasan la curiosidad de museo, una teoría sobre
el arte fin de siglo proyectada sobre irracionales de bajos instintos
y un trabajo sobre la lengua que no atrasa. Sin embargo no se venden.
¿Qué tengo que hacer? ¿Poner a Onelli en
colorado o azul con un orangután y no una cosa fina, beige?,
dice Marta. En realidad sólo tiene que esperar a que la crítica
descubra que la literatura argentina ha sido hecha en los orígenes
por peritos, médicos, naturalistas y generales y no por escritores
profesionales y que ésa es precisamente la literatura posmoderna
y más legible hoy. Mientras tanto es modesta: Yo sólo
quería que los demás sepan que se están perdiendo
algo si no leen lo que yo he leído y que no van a poder hacerlo
a menos que lo publique.