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fabricantes de Mentiras

“Preserve la tranquilidad de su hogar, de sus hijos y demás allegados. Preserve su ética profesional”, propone Zcuza, la primera agencia latina de coartadas personales que parece creer que lo único que existe es lo que se ve. Y los infieles pagan porque eso de “llegué tarde porque se me rompió el auto” está definitivamente pasado de moda.

Por Marta Dillon

Por qué esperar que la oportunidad se presente si hoy en día se la puede fabricar en serie? ¿Por qué dejar que el corazón se agite en el camino de vuelta a casa cuando después de una aventura clandestina no sabemos qué o quién podría habernos delatado? ¿Para qué tartamudear una mentira que se revela como una foto en el rubor de las mejillas? Esas zozobras son cosas del pasado, hasta la emoción del peligro puede ser domesticada con el dinero necesario. Que la adrenalina se destile sólo cuando los cuerpos hacen su juego, pero que nada de eso contamine el mundo del matrimonio y la familia. “Preserve la tranquilidad de su hogar, de sus hijos y demás allegados. Preserve su ética profesional”, propone Zcuza, la primera agencia latina de coartadas personales que parece creer que lo único que existe es lo que se ve. Por eso ellos se encargan de que todo lo demás –las contradicciones, el deseo– quede oculto tras una serie de artilugios finamente ensamblados que conseguirán construir para el mentiroso siempre la misma careta de honestidad sin mácula.
Ya se sabe, ser infiel no es nada excepcional. Lo que sí se escapa de la regla es que alguien decida pagar una cuota anual a una especie de club de la infidelidad y así asegurarse las herramientas necesarias para que esa esporádica canita al aire se transforme en una espesa cabellera blanca, peinada y acicalada por toda una red de profesionales dedicados a la mentira. “Mentiras blancas, nada más, excusas para que los hombres y las mujeres puedan proyectarse más allá de lo que les permite su vida social”, se jacta Alejandro de Mayo después de haber manejado de Rosario a Buenos Aires sólo para esta entrevista. El, pobre, dice que se tuvo que sacrificar en pos del bien del negocio, “nuestro mayor valor es la confidencialidad, somos 18 trabajando en la agencia y yo soy el único que va al muere, yo pongo la cara y la voz de la empresa, todo lo demás permanecerá siempre en las sombras”. ¿Qué es todo lo demás? Los nombres y apellidos de los clientes, sus gustos más íntimos –perfume, color de pelo, ocupación y contextura de esposo/a y amante/a–, los colegios de los chicos, etc, etc. Es decir esa ficha que se arma cuando un miembro ingresa en el club depositando en la agencia no sólo los 150 pesos de rigor sino también el doble de la confianza que se deposita en un amante. Porque si ya es un riesgo que él o ella sufra un ataque de atracción fatal y decida en un arrebato destrozar una familia, imaginen lo que puede pasar si la gente de Zcuza un día se divorcia y en la separación de bienes se sacan los archivos al sol. Pero eso nunca sucederá, Alejandro lo asegura, su capital es mantener la boca cerrada y el sistema está a prueba de boicots. “Los latinos somos muy creativos, muy vivos, siempre estamos inventando algo, por eso no puedo contar todos nuestros recursos, sería algo parecido a avivar giles. Ese famoso alambre con que arreglamos todo sigue existiendo, y si tirás de él podés llegar a un cable con el que se ahorcarían varios de nuestros clientes”, dice el mentor de Zcuza con los ojos brillantes de picardía y una metáfora tan críptica que llega a desorientar. “De alguna manera estamos al servicio de la gente y al servicio de la aventura”, afirma y se atora, entusiasmado, con su papel de anfitrión de la isla de la fantasía. Porque sus servicios no se limitan a un llamado telefónico a la esposa o esposo engañado para confirmar que la reunión de directorio se extenderá hasta la madrugada, Zcuza también consigue idílicos fines de semana en el Caribe bajo la máscara de un congreso en Zárate –con facturas de Zárate, certificado de asistencia, desvíos de llamados de la isla Margarita a Zárate y llamados previos para confirmar la asistencia del interesado al anónimo congreso– o certificados médicos para convencer a los empleadores de turno que se trata de una gripe y no de una trampa esa ausencia simultánea de dos de los ejecutivos de la empresa.
"Hay gente que se ríe de nuestro trabajo, pero esto es cosa seria", afirma Alejandro intentando domar a las comisuras de sus labios que se estiran rebeldes y le dan esa expresión de gato que se comió el pescado. Todavía no termina de digerir la alegría de haber convertido a los chistes de salón en un oficio rentable.

Angel de la guarda
Es necesario aclarar que esta nota no es apta para personalidades paranoicas. A quien no le cuesta nada desconfiar de su pareja lo último que necesita es saber que hay dedos en las sombras tejiendo estudiados simulacros para zafar de la marca de los celos. Por lo demás, ojos que no ven corazón que no siente. Ese es el dicho favorito de Alejandro que ampara su conciencia convenciéndose de que, en definitiva, su trabajo sólo ayuda a la unidad familiar. “Es hipócrita decir que cuando uno quiere otra cosa se separa y listo. Muchas veces el estatus social, los problemas económicos, la imagen pública, hacen que uno no quiera divorciarse. Y bueno, a esa gente le ofrecemos la posibilidad de probar otros gustos sin tener que patear el tablero.”
Una vez que se ingresa en la cartera de clientes de Zcuza, habiendo pagado la cuota inicial y llenado el formulario sobre el que los creativos de la agencia montarán la infraestructura de la excusa, cada servicio se cobra por separado. Por cuarenta dólares –precio para Argentina y países limítrofes– es posible recibir en casa la invitación al famoso congreso. La llamada para confirmar la asistencia –hecha en el momento exacto en que se supone que atenderá el o la cónyuge– exige 25 más, y así los servicios se irán facturando para alegría de los dueños de la agencia que saben perfectamente que “cuando hay guita la imaginación todo lo puede”. Por ejemplo conseguir a alguien que cuide a los chicos, inventar un atasco aéreo, una huelga de camiones que impide el oportuno regreso o incluso un asalto a mano armada que obligó a permanecer en la comisaría toda la santa noche declarando.
¿Y de dónde surgió esta idea? Alejandro se adjudica la autoría, la idea es suya, suya, suya. “De tener tantos amigos, de andar por el mundo, a uno se le ocurren cosas”, dice y omite que en Gran Bretaña funciona una agencia similar. “Cuando supe que lo habían concretado allá apuré las cosas porque yo ya lo tenía pensado.” Pero por supuesto él jamás necesitó ningún servicio similar, “en casa está todo en orden”. Cualquier similitud con aquella frase acuñada por Raúl Alfonsín, corre por cuenta del lector.
La compleja infraestructura que alumbra una buena excusa cuenta, casi siempre con una figura que se dio en llamar “secretario o secretaria ángel” y es ni más ni menos quien cuida las espaldas del infiel. “Puede ser que el ángel salga de viaje con la pareja a la que hay que encubrir, nunca los dejamos solos, los vigilamos de cerca pero sin molestar”.

Apto para timidos
En su afán por brindar servicios para todos, la gente de Zcuza decidió sumar beneficios. ¿Quiénes son los únicos que podrían quedar afuera de este club tan particular –aparte de quienes no cuentan con medios–? Los que no tienen con quién engañar a su pareja. A ellos está dirigido el servicio de aproximación programada. Si alguna persona padece de extrema timidez o no sabe cómo avanzar sobre ese señor o señorita a quien cada día se le echa el ojo, Alejandro y su troupe de 18 profesionales –todos lo son menos él– conseguirán los datos necesarios, redactarán una carta de amor encendido y hasta se ocuparán de hablar personalmente con ese objeto de deseo que el interesado no se anima a abordar. “Siempre lo hacemos con un testimonio del interés del cliente, un regalo, aunque más no sea una flor. Y eso siempre cae bien y es sinónimo de genuino interés.”
La mayoría de los clientes –jamás confesará cuántos son– cuentan con más de treinta y cinco, son varones y con gran poder económico. También algunas damas se inscribieron en las filas del club de los infieles, pero según Alejandro de Mayo, ellas padecen de problemas que ellos no pueden resolver. “Cuando una mujer se apasiona no hay quien la frene, suelen delatarse solas”.
La cantidad de profesionales que trabajan como asesores de la agencia de coartadas se debe a que cada vez son más diversas las ocupaciones de los que se inscriben y para cada uno es necesaria una excusa personalizada y acorde con su actividad. Todo está fríamente calculado, aunque, claro, Zcuza no puede hacer nada con la intuición de quien es engañado, ese viento frío en el corazón que anuncia una tormenta y no necesita de ninguna prueba para saber que donde hubo fuego las cenizas no son más que un pobre recuerdo que muchas veces es mejor soplar y empezar de nuevo.