Su
majestad de las olas
Entre
las reinas de la nieve, de la rosa mosqueta, del bosque y
sus alrededores, del sol, del maní, de la leche, de la vendimia
y de los pescadores, Loreley Romina Chávez ha conquistado el
cetro más
poético: el del mar. Fue en Mar del Plata y como Loreley es nombre
de sirena, dejar el trono el año que viene le da una anticipada
nostalgia.
Por Raquel Robles
¿Quién
puede decir con una mano en el corazón que no le gustaría
ser reina? ¿Estar sentada en un trono tapizado de terciopelo rojo
sangre y con el cetro en la mano decidir los destinos de la comarca? Una
inclinación de pestañas y los súbditos caerían
como moscas a besar la punta de los zapatos de la soberana. Ser Reina
del Mar dista mucho de eso, y sobre todo nada tiene que ver con tomar
decisiones, pero por lo menos no faltan la corona, que si no es de brillantes
por lo menos brilla, el cetro, la capa, y admiradores en ausencia de súbditos.
Loreley Romina Chávez tiene diecinueve años y pronto terminará
su reinado cuando en la megafiesta que se hace todos los años en
Mar del Plata den el veredicto sobre quién será la nueva
beldad que representará a la Feliz. Aunque Loreley porta toda la
hermosura de una criollita en esa edad en que la inocencia parece llamar
a ser subvertida, dice que la elección de la reina no es un concurso
de belleza. Había chicas que eran muy lindas, pero que no
podían hablar. A mí lo que más preocupa es ser una
hueca, que alguien me pregunte algo que todo el mundo sabe y yo no saber
de qué hablan. De eso se ocuparon los miembros del jurado
con una serie de entrevistas a las que todas las postulantes se sometieron
antes del gran día. Lo más importante, además de,
por supuesto, poder hablar sin repetir y sin soplar frente a las cámaras,
es saber todo lo referido a Mar del Plata y poder atraer turistas con
su discurso. Loreley es una embajadora inmejorable. Conoce todos los escondites
donde los foráneos pueden encontrar maravillas, se sabe de memoria
las ofertas de los museos, los espectáculos y los eventos especiales.
Lo que no le simpatiza mucho es la pasarela. Ella no quiere ser modelo.
Ella quiere ser abogada. Dice que la vueltita la practicó con las
otras postulantes que tenían más experiencia, pero que le
costó mucho que no se le enredaran los pies. Por eso no le interesaron
ni las propuestas de los representantes de las grandes agencias para convertirse
en top model ni el curso para aprender a desfilar que se ganó junto
con el cetro. Lo que sí supo aprovechar fueron los 1000 dólares
para gastar en un shopping de la Capital, la estadía en Bariloche,
las joyas, el viaje a Nueva York que hará con su hermana en marzo,
y sobre todo el curso de buenos modales y costumbres. Te enseñan
cosas que son reimportantes y uno no les da bolilla, como por ejemplo
cómo tomar un café, las posturas corporales, cómo
moverse, cuáles son los gestos de la cara que quedan mal. Duró
un día, pero me sirvió un montón. Para Loreley
ganar este certamen fue una realización personal. No se tenía
fe, se anotó a último momento sin decirle nada a su papá,
un agrimensor muy celoso de sus hijas que estaba convencido de que esos
concursos estaban arreglados. Su mamá en cambio estaba de lo más
entusiasmada. Su hermana mayor, estudiante de abogacía como Loreley,
también se dejó llevar por la emoción. Fue la que
más lloró en ese instante único e irrepetible en
que los conductores de la fiesta la nombraron. Después de coronar
a la segunda y primera princesa, únicos puestos a los que ella
aspiraba, cuando todas las ilusiones parecían perdidas, Marley
y Federica Pais gritaron su nombre. Y entonces los flashes estallaron,
y la música se hizo rimbombante, y la hermana lloró, el
papá perdió la incredulidad, la mamá confirmó
sus buenos augurios y los abuelos lagrimearon frente al televisor con
el corazón henchido de orgullo. Después el intendente le
calzó la corona, el dueño de la cadena de supermercados
más importante de Mar del Plata le puso la capa, la reina saliente
le dio el cetro y el público, los aplausos emocionados. Las demás
chicas fueron rápidamente sacadas del escenario para dejar espacio
a toda la realeza, y cuando volvió a los vestuarios ya se habían
ido a sus casas. Después le contaron que algunas lloraron de bronca
y de frustración, pero ella las llamó a todas para que no
quedaran resquemores. Habían compartido mucho en los días
previos ensayando las coreografías y los desfiles por la pasarela.
Al día siguiente todos los familiares, amigos, compañeros,
conocidos, casi desconocidos, y simples ciudadanos que habían conseguido
el teléfono llamaron a su casa para felicitarla. También
lo hicieron los periodistas marplatenses y los capitalinos que estaban
cubriendo la temporada. No olvidaron solicitarla los del Ente Municipal
de Turismo que son los organizadores de la elección de la reina
y los que toman todas las decisiones respecto de su reinado. Así
fue durante todo el mes, bajando sólo un poco en los meses que
siguieron. Loreley acuñó así una marcada fobia al
teléfono que logró ponerle los pelos de punta con estridencia.
Después aprendió que ser soberana implica una presencia
de ánimo y un garbo que hay que saber cultivar. Loreley viene a
la entrevista primorosamente arreglada y con el traje de baño oficial
debajo de la ropa. Sus zapatitos blancos se clavan en la arena de la playa
elegida para la sesión de fotos. Se pone los atributos, es decir
la corona, la capa, la banda y el cetro y entonces, la sencilla jovencita
se convierte en una auténtica reina. Todos los bañistas
se acercan para besarla y sacarse fotos a su lado. Ella atiende a todos
con una amabilidad y un don de gentes que sólo un entrenamiento
de todo un año puede conseguir. Ahora, cuando su reinado está
a punto de concluir, después de tantos viajes compartidos con las
reinas de la nieve, de la rosa mosqueta, del bosque y sus alrededores,
del sol, del maní, de la leche, de la vendimia, de los pescadores
y tantas otras soberanas, después de haber sido una celebridad
en Mar del Plata, de ser la señora del Atlántico, dejar
el cetro le da una anticipada nostalgia. Porque si bien es cierto que
no hay súbditos que caigan como moscas a besarle los zapatos, no
es menos cierto que a su paso los admiradores caen como insectos atacados
por el Raid.
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