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chicas de ALTA SOCIEDAD

Empezó Miuccia Prada: era hora de mostrar algo que rompiera con los vestidos estrafalarios de la era de Galliano o Mc Queen. Presentó para esta primavera europea un estilo de princesa de Park Avenue que hizo acordar a Grace Kelly cuando todos sospechaban que a esa chica tan fina y gélida la esperaba un futuro de palacio. El estilo en boga tiene, sin embargo, otro mentor y predicador: el americano Michael Kors, quien hasta ahora debió soportar el mote de ser “como Calvin Klein, pero pobre”.

Por Victoria Lescano

Desde que en su colección primavera/verano del 2000 Miuccia Prada mostró camisas con foulards y faldas de línea A inspiradas en el estilo Princesa de Park Avenue que Grace Kelly llevó a su máxima expresión en su personaje de La ventana indiscreta, los ensambles de elegancia y buen tono que Mainbocher impuso en los cuarenta, cuando fue el primer diseñador americano en instalarse en París, son la tendencia en las pasarelas. Un paneo por las colecciones femeninas demuestra que el desparpajo y los uniformes más vanguardistas de la era Mc Queen y Galliano fueron desplazados por atuendos más afines con los que tradicionalmente usan madres y abuelas conservadoras para participar de banquetes de caridad. El culto de las combinaciones serenas y el clasicismo soporífero provoca que ahora Carolina Herrera, Oscar de la Renta o Victor Alfaro sean considerados el colmo de la modernidad. Hasta Susan Cianciolo, la autora más radical de la moda de fines de los noventa, abandonó sus costuras destrozadas y vestidos con parches que mostraba en galerías de arte en desfiles donde también manifestaba su postura proaborto y declaró al New York Times que “tiré todas mis colecciones anteriores a la basura”. Como el hippie chic tuvo en Tom Ford su mentor, el estilo ladylike tiene como predicador a Michael Kors. Mucho más democrático que los dictadores del estilo americano de otras décadas como Geofrey Beene o Bill Blass, Kors recorrió un largo camino, dieciocho años en total, hasta ingresar al mainstream de la moda, y durante buena parte de ellos tuvo que desafiar el apodo de “el Calvin Klein pobre” con que lo condenaban las cronistas especializadas. En 1999 obtuvo el premio al mejor diseñador del Council of Fashion Designers of America y un contrato del conglomerado LVMH, también dueño de Dior y Givenchy para diseñar en la marca francesa Celine. Entrevistado por la revista Vogue, por entonces declaró: “Entiendo lo que las mujeres ricas esperan de la moda, la importancia que dan a conocer los códigos de los colores y las formas para cada ocasión y ocultar ciertas partes del cuerpo”. De chico lo llamaban Sonrisitas y esa gracia sin límites le permitió protagonizar comerciales de cereales ultracrocantes y manzanas californianas estimulado por una mamá ex modelo de Revlon que añoraba su ingreso al show business. El, en cambio, a los diez años empezó a hacer remeras con técnicas de batik en el sótano de la casa materna para la hipotética marca Mariposa de Hierro hasta que en 1978 se alistó como vendedor en Lothars, una tiendadel estilo Gap para la dinastía Vanderbilt donde Cher, Diana Ross y Barbra Streisand compraban jeans y remeras con que iban a Studio 54.

Mucho más democrático que los dictadores del estilo americano de otras décadas como Geofrey Beene o Bill Blass, Kors recorrió un largo camino, dieciocho años en total, hasta ingresar al mainstream de la moda, y durante buena parte de ellos tuvo que desafiar el apodo de “el Calvin Klein pobre” con que lo condenaban las cronistas especializadas.

Sin abandonar las sonrisas y con la ambición puesta en la megatienda Bergdorf Goodman, situada en frente de Lothars, armó un equipo de costura y llevó las muestras al vicepresidente de esa firma, quien le informó sobre la existencia de representantes de diseñadores, un circuito que en la jerga de la moda se llama trunk show. A la primera colección que le compraron, Michael entregó cada pieza envuelta para regalo y personalmente, en un viejo Mercedes que le prestó su tía. Anjelica Huston, Renee Russo y Gwyneth Paltrow son devotas de los pantalones Kors de perfecto corte, pulóveres, suéteres de cachemire y vestidos nunca escandalosos, y a ellas se sumó recientemente la escuela de las nuevas generadoras de estilo integrada por las chicas Lauder y Brooke de Ocampo (está casada con un banquero argentino radicado en Nueva York y escribe en la aggiornada versión de Harper’s Bazaar), quienes ocupan la primera fila de sus desfiles tal como Madonna lo hizo durante años para Versace. Cuentan que de los días de vendedor le quedó la costumbre de querer acompañar a las compradoras al probador, un deporte que practica aun cuando ingresa a la torre de la calle 57 de Manhattan donde funciona un showroom para clientes VIP de sus jefes de Celine. Detalles que en su perfil se complementan con la torpeza desplegada cuando durante la gran noche de los premios a la moda americana, de tan exultante por festejar cantando “Hello Dolly” en un karaoke olvidó la estatuilla en un rincón. El reinado de Kors coincide con la veneración del estereotipo de mujer del Upper East Side, cuando la actriz Gwyneth Paltrow pone la cara para mostrar una cartera muy de dama en la última campaña de Dior y la modelo Carolyn Murphy, otra norteamericana rubia y de belleza serena, se mete en la piel de una debutante social en la película Liberty Heigths. También recuerda los días de gloria de Geoffrey Beene y Bill Blass, dos superclásicos de la moda americana de 1960 a los ochenta y que se pelearon por clientas con pesos pesado del bastión de la moda femenina, como Mary Mc Fadden, Carolyn Roehm y Carolina Herrera. “Estoy harta de que me pregunten por qué me dedico a la moda, si yo empecé haciendo camperas de poliester para Sears”, se defiende la diseñadora Carolyn Roehm en el libro Mujeres de la Moda. Ella asistió a Oscar de la Renta durante diez años, quien le ofreció diseñar todas las líneas de Miss O, su segunda marca y nunca logró despegar del rol esposa de millonario que hace ropa con que se la asocia desde su casamiento con el genio de Wall Street Henry Kravis. A Mc Fadden se la recuerda por hacer vestidos de noche con plisados Fortuny para señoras ricas y un estilo propio raro, mezcla de Cleopatra moderna con influencias de viajes por Sudáfrica. Cuando en 1981 decidió ingresar al círculo de aristócratas devenidas diseñadoras, la venezolana Carolina Herrera descartó el María Carolina Josefina Pacanins y Nino con que la conocían sus amigos de Caracas. Su primera colección tuvo como clienta a Jackie O. y a mediados de los noventa logró depurar los vestidos de soirée de crêpe de seda dorado del comienzo y empezó a inspirarse en la ropa de las amigas de su hija Carolina Junior. Diane Von Furstenberg, con un pedigrí que incluye colegios pupilos de Bélgica, Suiza, España e Inglaterra, desarrolló una célebre colección de vestidos de jersey y túnicas con estampados geométricos que fueron furor a comienzos de los setenta. Ella repasa los modelitos en sus memorias publicadas el año pasado por Simon & Schuster, junto a sus aventuras como modelo de Vogue durante los happenings de Vreeland, las sesiones deplanchado de pelo a que se sometía junto a Marisa Berenson y el romance con un brasileño al que dedicó su perfume Volcan d’Amour.

izquierda, la última campaña de Prada: señorita correcta, carterita correcta. Derecha,arriba, los zapatos de la misma marca que acompañan el look. Abajo,derecha, Gwyneth Paltrow muestra las refinadas nuevas carteras de Dior.

“Si hoy no nos cambiamos los uniformes de embajada por disfraces étnicos en las fiestas de Long Island quedás fuera de moda”, dijo a fines de los sesenta Loel Guinness, considerada la primera dama de la moda según Women’s Wear Daily y precursora de innovar los estrictos códigos de vestimenta de sus compañeras de almuerzo. Jackie O., en cambio, fue pionera en ponerse una falda por encima de la rodilla para salir de día en Manhattan y cada vez más se subió los ruedos, aunque sin abandonar los guantes y collares de perlas. La aparición de un traje de debutante para la hija de un embajador americano en la revista Life lanzó al dominicano Oscar de la Renta –tan adorado por las señoras de la Quinta Avenida como Gino Bogani entre las damas de COAS–. “Antes la elegancia imponía mandarse a hacer ropa a medida según la temporada social, los pedidos se programaban de acuerdo con las funciones del Colón o los casamientos. Hoy las chicas de los mejores colegios no saben qué es un encaje verdadero, les muestro y los miran impávidas; sólo les importan las marcas.. Fui al cocktail para la presidente de Sotheby’s y había sólo una mujer bien vestida para la ocasión con un traje azul”, cuenta Emma Saint Felix, quien pertenece a una familia dedicada a la alta costura fundada por Epifanía Pesce en los años treinta. La maison Saint Felix supo tener 140 costureras full time desarrollando trajes de gala, novias y madrinas para Jovita García Mansilla, Dulce Liberal de Martínez de Hoz y sus descendientes. Emma continúa con los trajes de novia en un piso de la calle Juncal donde junto a fotografías de novias de familias ilustres, ella aparece posando junto a Lady Di, Christian Lacroix o Madonna, todas celebridades amigas de su hijo, el empresario de moda Roberto Devorik. “La gasa es una tela de noche, los crêpes sí valen para la tarde y el terciopelo de tarde a noche, nunca para un vestido de civil de cuatro de la tarde”, cuenta la diseñadora que festeja “el retorno de la elegancia” y recuerda indignada un almuerzo en la embajada de Londres en el que John Galliano irrumpió en bermudas y musculosa. “Para ver el desfile de Galliano para Dior, al día siguiente me vestí con un tailleur celeste de Lacroix muy paquete y me encontré con que bajaban indios de un tren y las modelos se caían sobre una pasarela de sal gruesa. Además, la hechura de los vestidos me parecía un desastre, pensaba que de ver eso Dior se levantaría de la tumba, estoy feliz de saber que en la moda hay una vuelta a lo excelso.”