Fantasía
sin fin
Cintia
Vietto se define a sí misma como artista multimedia, y currículum
le sobra. A los 21 años se fue a Europa como diseñadora
de Pirelli Neumáticos, hizo rock experimental, integró
el equipo que hizo el dibujo animado Asterix en América,
montó performances y, desde que volvió, trabajó
en Lápiz Japonés, hizo un desfile de su ropa que
parece sacada de los bocetos de Los Picapiedras mientras
continua ilustrando libros y vistiendo muñecos para revistas
y casas de ropa.
Por Sandra Chaher
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en el mundo de Cintia Vietto es como zambullirse en la fantasía
de Liliput, el país de hombres pequeños que imaginó
Jonathan Swift. Ella es menuda y flaca; su taller es un altillo de dos
por tres; el vestuario que diseña no lo boceta sino que hace
pruebas que podrían vestir a Barbies y Pokémons; los folletos
de sus muestras entran en la palma de la mano; y los muñecos...
son como casi todos los muñecos, tamaño maleable. Su última
obra artística (después ella explicará la diferencia
entre lo artístico y lo profesional) está sobre la mesa:
ocho muñecos de trapo, de diferentes colores, que planea hacer
en series. Las mujeres tipo Medusa, con cabellos largos y enrulados
hacia afuera; los hombres con tórax grandes y menos estilizados.
Está orgullosa. Es la primera vez desde que volví
a la Argentina que me siento completamente identificada con una obra.
Si ya conforman una obra, ¿cuál es el sentido
de repetirlos?
El pensar una obra para repetirla diez veces me permite lograr
una síntesis mayor. Para mí la síntesis es una
intensidad que se concentra. Entonces la obra es una comunicación
bastante pura porque nace de esa libertad del autor. La pieza se va
descargando de partes hasta que logro lo que busco.
La serie fue presentada el año pasado en la Casa del Estudiante
como parte de la muestra colectiva Juguetes + Fotografías, de
la que Cintia fue curadora. Unos meses antes, en el mismo lugar, había
hecho una presentación sola de una obra llamada Fósforo
Augusto, el pirómano arrepentido, que hoy está instalada
sobre su mesa de trabajo. Es una gran pecera de vidrio con muñecos
trepados a edificios y vestidos como diseña y cose Cintia: puntada
a la vista, cortes simples y alejados de cualquier intención
de prolijidad. Asocio la puntada con la incisión en el
grabado, que es una técnica que a mí me gusta mucho. No
me gusta además hacer dobladillos, quiero hacer tres cortes y
que la prenda calce. Vuelvo a la síntesis. Si la lográs,
las cosas toman fuerza.
Se define a sí misma como artista multimedia, y currículum
le sobra. A los 21 años se fue a Europa, fue diseñadora
de Pirelli Neumáticos, hizo rock experimental, integró
el equipo que hizo el dibujo animado Asterix en América,
montó performances, y desde que volvió trabajó
en Lápiz Japonés, en editoriales, en agencias, hizo un
desfile de su ropa que parece sacada de los bocetos de Los
Picapiedras, hace libritos ilustrados y con pequeños
textos, y viste muñecos para revistas y casas de ropa. Ahora
está preparando el vestuario de una obra de clowns que se hará
en Francia y le hizo a una actriz la ropa que usará en su próximo
unipersonal: una pollerita tipo tutú, con el ruedo sostenido
por alambres tensados, y una peluca color obispo de tiras gordísimas
de tela y lana que ella retuerce y acomoda a piacere.
¿Por qué te fuiste a Europa?
Era el 89, yo estudiaba Bellas Artes, tenía
21 años, trabajaba en un estudio de dibujos animados por casi
nada de dinero y no veía la oportunidad de avanzar. Siempre quise
dibujar. Por un lado, porque a cualquier lugar que vayas tenés
trabajo, y paralelamente me da un ejercicio muy importante; me piden
50 dibujos en un día y los hago. Me fui con 150 dólares
y mi carpeta, que no era profesional, a Milán, donde tenía
conocidos. Llamé a todas las editoriales posibles y en tres meses
tuve el trabajo más importante de mi vida, en Pirelli Neumáticos.
Durante un año y medio, propuesta va, oferta viene, Cintia ganaba
un muy buen sueldo en la meca del diseño. Pero un viejo amor
el bolero diría que no se olvida ni se deja
fue a buscarla, se casaron y, como él tenía nacionalidad
alemana, partieron a Colonia. Es una historia de amor bastante
grande, mi persona elegida. Cuando llegamos a Alemania hubo una especie
de pacto entre nosotros. Los shows de rock fueron amor hecho materia.
El había estado cantando aquí en algunos grupos de punk-rock,
y yo no había hecho nada de música. Pero Colonia era una
ciudad donde el arte se respiraba, y con un chico alemán armamos
un grupo que se llamó Dos, uno, tres, lechita, y durante un año
hicimos cantidad de presentaciones.
Hasta entonces, Cintia no había desarrollado lo que llama su
obra artística. Por un lado está el eje de la experimentación,
esta cosa libre que sale desde el alma de uno, como los fanzines, los
muñecos, el rock. Y por otro lado yo me muevo profesionalmente
con el dibujo y el diseño, acepto trabajos por encargo. Es decir
que manejo un código gráfico que responde a tamaños
pequeños, cosas muy pautadas, que creo que me han permitido organizar
todo mi trabajo experimental. Yo experimento dentro de un marco. Mis
obras también son pequeñas.
¿Cuáles eran los instrumentos musicales experimentales
que usaban?
La percusión era un tambor de seis neumáticos superpuestos,
con unas alarmas adentro que hacían sonar los neumáticos.
Era electrónico. En la última rueda había un parche
y al tocarlo con los palillos salía un sonido medio eléctrico
y la goma rebotaba, era un sonido muy interesante. Eso lo tocaba el
otro chico, que también hacía la música. Mi marido
y yo cantábamos, y las letras las hacía en general yo,
en castellano. Hacíamos programas de diez canciones, donde intercalábamos
pequeños diálogos. Los trajes los hacía yo e iban
cambiando. Nosotros lo llamábamos ópera porque los alemanes
tenían una idea de las presentaciones donde debía haber
una reunión de elementos visuales y sonoros. El primer vestuario
era todo de caucho, teníamos camisas tajeadas y pantalones de
goma. Yo partí del concepto de que Hansi, el chico alemán,
tocaba en neumáticos. Llegamos a ser muy famosos, e incluso nos
llevaron a Moscú. Cuando volvimos, nos fuimos a Berlín
y nos separamos de Hansi. Berlín era mucho más movida
que Colonia. Vivíamos en el Este, en una casa comunal, siempre
vivimos en casas con otros artistas. Como en el sótano había
máquinas de offset muy antiguas, que usábamos para hacer
fanzines, por ahí pasó Mano Negra para hacer el original
de la gráfica de un álbum que después grabaron
en Japón. Y además tocaron en el sótano, como todos
los demás grupos. Allí, en el 92, yo creo que empieza
mi etapa más creativa con el vestuario, con la materia que elijo
y que ya no voy a abandonar, que es la tela. Y la elijo porque en esa
época la ciudad se está reconstruyendo y todo lo que se
había hecho en la Alemania del Este se tiró nuevo a la
calle. Encontrábamos manojos de cinturones, tiras gigantescas
de telas que fueron con las que hice los trajes siguientes. Cada diez
shows cambiaba los vestuarios en función de cómo se iba
modificando lo que hacíamos. Al principio eran sólo pedazos
de sonido. Eramos Marcelo y yo, y después tocamos con otra gente.
Experimentábamos con todo, porque no habíamos hecho nunca
música. Y las letras ya no eran en castellano solamente,metíamos
alemán, ruso, inventábamos sonidos. Cada show tomaba más
forma. Y los últimos trajes ya eran un poco más formales.
¿Por qué volvieron?
Quedé embarazada, y a la vez Marcelo quería terminar
su carrera de arqueología acá. Y ahora tengo dos chicos:
Bastian, de 6; y Axel, de 4. Y cuando llegué no sabía
muy bien por dónde empezar. Ral Veroni, un gran amigo, me conectó
con la gente de Lápiz japonés. Conocí a un montón
de dibujantes y vi que existía aquí la posibilidad de
dibujar siendo autor. Veo a su vez que todos mis compañeros trabajaban
para editoriales y yo quería hacer lo mismo, pero me llevó
dos años entender lo que significaba un trabajo de este tipo.
Y hoy mi trabajo profesional es con editoriales, en
las que hago dibujos infantiles. Y, por el lado artístico, me
costó descubrir por dónde seguía mi arte, y aprender
que el laburo artístico no se mezcla con el profesional. Una
ilustración de nota se paga si está dibujada. Si vos le
proponés a una editorial hacer una modelo de trapo vestida, te
lleva cinco días de trabajo y no te pagan, porque lo consideran
obra de autor. Y acá los artistas pagan para que se publiquen
sus obras, no al revés. En Para Ti mostré mis muñecas
pensando que me lo iban a pagar mucho más que un laburo de ilustración.
Les encantó, pero me dijeron que no había presupuesto,
me dijeron que era mi obra, que me iban a dar una nota,
no lo consideraban trabajo que hacías para ellos. Después
me pasó algo parecido con Levis, a quienes les hice una
vidriera en el Shopping Abasto. En los dos casos hice un trato informal,
no firmé contrato, lo cual es un grave error. Yo creo que las
empresas quieren darle al artista joven un lugar para crecer, pero no
quieren pagar por eso, consideran que con darte el espacio es suficiente.
Y a la vez no hay leyes que las frenen, que protejan nuestra obra. Por
eso los artistas no crecen, están siendo maltratados.