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Hacerse de abajo

Dicen que las mujeres que los coleccionan son viajeras frustradas. Que los hombres los prefieren como fetiches o los imaginan como un receptáculo que simboliza la vagina. Pamplinas: los zapatos son bellísimos en todas sus variantes bien diseñadas y lo seguirían siendo aunque fueran tan inútiles como las corbatas.

por Sandra Chaher

Un loco berretín logra poseer a algunas mujeres y hacerlas fanáticas de los zapatos, ¿o será de los pies? Muchos intentaron entender y explicar este vínculo sospechosamente erótico, pero las conclusiones no son muy convincentes. Sólo algunas frases, dichas sobre todo en este último siglo, en el que el consumo tiene dimensiones de enorme burburja de cristal de la que nadie escapa, pueden dar algunas pistas. Erráticas o pretenciosas a veces, por cierto. Por ejemplo, “los ojos pueden ser el espejo del alma, pero los zapatos son la puerta de la mente”, sostiene Linda O’Keeffe en su excelente minilibro Zapatos. Un tributo a las sandalias, botas, zapatillas... ¿Qué habría que pensar entonces de una declarada fanática del calzado como Susana Giménez, que en la reciente presentación de su biografía autorizada Susana Giménez. Retrato íntimo de su vida, se esmeró en ostentar unas sandalias verde platinado, con tiritas, pulsera, y taco alto? Siguiendo a O’Keeffe, las sandalias fueron el primer calzado fabricado por el hombre primitivo, posteriormente a las pieles protectoras de los pies; del erotismo del desnudo de esa parte del cuerpo ya supieron sacar partido las legendarias egipcias, que agregaban joyas a las partes descubiertas (un antecedente de las modernas tobilleras o, más aún, de esos entramados de tela o metal que las cantantes Misia y Maria Bethania enroscan como serpientes lascivas desde los dedos hasta la pantorrilla); y en cuanto al taco... bien, allí radica el poder, hasta la sexualidad está en juego en esos centímetros: “Psicológicamente, los tacones le permiten marcar el paso en lugar de seguirlo, una mujer normal y corriente se transforma en una vampiresa capaz de conseguir que los hombres caigan rendidos a sus pies. (...) Físicamente, a una mujer le es imposible encogerse si lleva tacones, éstos la obligan a erguirse, a adoptar una pose, ya que anatómicamente su centro de gravedad se desplaza hacia adelante. La parte inferior de la espalda, la espina dorsal y las piernas parecen alargarse y el pecho se yergue, las pantorrillas y los tobillos se realzan y es como si las bóvedas de los pies fueran a echarse a volar en cualquier momento.” ¿Y qué pensar de los zapatos bicolores y estridentes de Roberto Pettinato? ¿De la colección de botas, todas iguales, pero de al menos diez colores diferentes, que la Mona Jiménez mostró orgullosamente pocas semanas atrás en la revista Caras? O del testimonio de Silvio Soldán: “Debo tener al menos 50 pares, varios sin estrenar, que me los compro porque me gustan, pero después me olvido que los tengo. El zapato es una prenda que tiene que armonizar con el traje, nunca usaría unos marrones claritos con un traje azul.” Porque los hombres no están exentos de la “adicción”, aunque las mujeres les llevemos varios cuerpos. Otra mujer famosa “tomada” por ese atuendo del vestuario –que muchos llaman “accesorio”, pero que los hechos demuestran que de prescindible tiene pocoy nada– es Araceli González. No dice cuántos zapatos tiene por pudor, pero admite que varios, y su hija los tiene contados, porque ya se contagió el vicio. “Soy una fanática porque siento que es un accesorio muy importante, podés tener un vestido sencillo, pero el zapato marca un detalle, y también creo que define la personalidad. A mí me gustan los raros, de Prada, Gucci, que sean exclusivos. Los zapatos italianos son como el de Cenicienta, te calzan perfectos. Antes no tenía el poder adquisitivo para comprarlos, pero desde que puedo hacerlo, no sólo Adrián me carga porque cuando viajamos es lo que más traigo, sino que últimamente todo el mundo se fija mucho en mis zapatos. Son claramente mi debilidad y lo que más me gusta son las sandalias: mostrar el pie, lucirlo. El zapato arma la pierna, te hace más femenina. Siempre me gustaron las polleras hasta la rodilla con zapatos con taco, me parece muy sexy. ¿Colores? El negro siempre es el preferido, pero últimamente me estoy inclinando por los otros, siempre bien definidos: verdes, beiges, rojos.” Yo qué sé Valeria Leik es en este momento una de las diseñadoras jóvenes más renombradas dentro del diseño de vanguardia: zapatos exclusivos pero no excéntricos, a la moda, con algún detalle que los diferencia en el color, la forma o el material. Pero ni ella encuentra una explicación para el fanatismo que detecta en algunas de sus clientas. “De todas las teorías que leí, ninguna me cierra del todo. Yo creo que es un objeto de placer, que en ciertos casos produce adicción. Te diría que tengo un 40 por ciento de clientas que son así, pueden comprarse 20 pares en la misma temporada y capaz que no los usan, pero las gratifica tenerlos. Es como un placer privado. No llega a ser un hobby, aunque sea coleccionable. Es como si te compraras muchas alhajas aunque no las uses, una especie de objeto de lujo.” Graciela Romero es una de las dueñas, junto con Rubén Furcatto, de Tootsie, un local que nació para vestir a estrellas del espectáculo, travestis y drag-queens (transformistas), y que por el tamaño grande de las piezas (no olvidar que tanto travestis como drag-queens son anatómicamente hombres) terminó, a un año de abrirse, teniendo un 80 por ciento de clientas mujeres con pie grande que no encontraban su horma en otras boutiques. La mujer actual ya no es físicamente como Cenicienta, aunque muchas veces sientan que el romanticismo y la seducción inicial pueden radicar en ese “pequeño” adminículo hasta hace pocos siglos escondido bajo largas faldas. “Hoy las chicas de 18, 19 años, son muy altas, y calzan 42 o 43 –dice Graciela–. Se fanatizan, pero por encontrar esos tamaños en diseños de toda clase, desde muy locos a más sencillos y sí, se quieren llevar todo, a veces se van con seis pares. Hay chicas que se pusieron a llorar de la emoción, porque el hecho de encontrar diferentes modelos les permite modificar mucho su vestuario. Antes no podían salir de los borceguíes y las zapatillas, y esta posibilidad les disminuye los prejuicios y la inhibición.” Como consumidora, Graciela se define también como “adicta”: “Me parece que es una prenda muy sexy en la mujer, que dice mucho. Tengo más o menos 20 pares de sandalias y acá me contengo, porque sino me llevaría todo. Los pies, igual que las manos, tienen su encanto. Creo que el zapato te revela más de la personalidad de alguien que cualquier otra prenda. Yo puedo usar la misma cartera todos los días y no me importa, pero no puedo salir siempre con los mismos zapatos.” “Los zapatos proporcionan el impulso necesario para cambiar, son una forma de despojarse del pasado y de dar un paso hacia el futuro –señala O’Keeffe–. (...) Los psicólogos han estudiado con gran interés el significado oculto de los zapatos, desde símbolos fálicos hasta vasijas secretas. Algunos dicen que la mujer que colecciona zapatos es una viajera frustrada; otros sugieren que con ellos emprende una búsqueda simbólica derespuestas.” Pero más allá de encontrar o no una explicación, parece decir la autora, lo cierto es que “la mujer norteamericana media posee al menos 30 pares de zapatos y la coleccionista obsesiva llega a tener cientos de ellos. La mujer que suele adquirir todas las nuevas variantes de su estilo de zapatos favorito sencillamente está poniendo en práctica la regla número uno de todo buen amante del calzado: cuando encuentres un zapato que te guste, cómpratelo en todos los colores, porque aunque el cuerpo no te siga, los pies no dejarán de animar tu espíritu”. Además de recordar que siempre fueron reflejo de la posición social y económica de quien los calza –”las aristócratas de comienzos del siglo XIX llevaban chinelas de brocado finas como papel, con las suelas demasiado frágiles como para soportar apenas unos cuantos pasos por la calle, mientras sus criadas avanzaban torpemente con robustas botas de cuero negro”–, O’Keefe tiene una explicación posible para las reacciones de algunas de las diseñadoras y consumidoras entrevistadas en esta nota: “El impulso de comprar no tiene nada que ver con la necesidad, es la emoción de deslizarse dentro de un zapato nuevo y una persona nueva lo que despierta el deseo.” Y luego menciona una estadística que evidencia que el mito de Cenicienta y el fetiche del zapato “de pie de loto” (que durante mil años torturó a las mujeres chinas obligándolas desde niñas a vendarse los pies para que éstos adquirieran una altura de siete centímetros –dedo mayor hacia abajo y talón bien alto, como si calzaran zapatillas de baile de punta–. Estos pies eran considerados la parte más erótica del cuerpo de la mujer, se diseñaban exquisitas piezas para lucirlos y el fetichismo masoquista masculino llegaba al punto de exhibir en bandejas los ejemplares que poseían sus esposas. La tortura entró en desuso cuando China se transformó en República, en 1912, y Mao se encargó luego de prohibirla oficialmente) dejaron sus “pisadas” en el imaginario femenino: “Cuando se trata de zapatos, la funcionalidad y el confort están fuera de lugar: el 88 por ciento de las mujeres compra zapatos un número inferior al que deberían usar.” Fetiches Si el zapato es un fetiche o no, también es una vieja discusión. Está claro con los “pie de loto”, y Occidente también puede ostentar lo suyo con calzados insinuantemente sexuales desde sus formas angulosas o puntiagudas hasta los diseñados con espuelas, tachas o candados, para deleite de sadomasoquistas. Si bien el calzado fetichista siempre existió en Occidente, fue con el puritanismo victoriano cuando empezaron a recibir este nombre. La represión sobre el cuerpo femenino era tan fuerte que algunos zapatos fueron intencionalmente diseñados como símbolos sexuales. Pero no perdieron vigencia. Vivienne Westwood, la femme fatal de la moda británica que tuvo que empezar a fabricar zapatos porque no encontraba un diseñador que pudiera acompañar sus delirantes vestuarios, realizó en 1995 una bota de piel y ante (iconos de los fetichistas), con un tacón aguja de 20 cm –un pedazo de cañería de cobre–, que no hace falta tener una mente lujuriosa para, al verlas por detrás, imaginar claramente una vagina y su vulva. Si bien la palabra fetiche ha sido usada con connotaciones eróticas, el fetichista es alguien que valora en exceso un objeto, lo venera. Massimo Ferragamo, por ejemplo –hijo de Salvatore Ferragamo, uno de los grandes diseñadores de calzado de este siglo, no sólo en cuanto a innovación en materiales y formas, sino también por su preocupación por la comodidad que lo llevó a diseñar un soporte metálico que respetaba el arqueo del pie y que haría que por primera vez en la historia los zapatos de mujer fueran confortables y elegantes a la vez–, pagó más de 48.000 dólares hace apenas unos meses por un par de stilettos rojos y brillantes que su padrehabía diseñado para Marilyn Monroe. Y allí están por el mundo todos los fans que pagan fortunas por los objetos, entre ellos calzado, que pertenecieron a sus ídolos. Algo nos habrán querido decir los griegos cuando representaban a Afrodita, la diosa del amor, totalmente desnuda, excepto por un par de sandalias que homenajeaban sus pies.