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Empezó siendo una tendencia de pocos y hoy una ley pide que la presencia del padre en el parto se extienda a los hospitales públicos, donde la infraestructura suele ser una excusa para dejarlos en la sala de espera. No obstante, hay varones que
tienen miedo de presenciar ese momento, y mujeres que
prefieren entrar solas al quirófano.

por Sandra Chaher

“Todos tenemos miedo” dice Pablo Martínez sin dudar. Tiene 29 años y su primer hijo nació hace dos meses. No tenía idea si iba a participar o no del parto hasta que se encontró en el quirófano con la bata puesta. “Yo quería estar involucrado lo más posible con todo el proceso, desde el embarazo, pero pensaba en ese momento y fantaseaba con no poder bancarme la situación si había una complicación, o desmayarme. Incluso vimos un video y sentí que me bajaba la presión. Yo creía que iba a estar, pero seguro no estuve nunca hasta llegar ahí. Y aún en ese momento seguía teniendo miedo”.
Pablo es un muchacho de “las nuevas generaciones”, las que crecieron en medio de la tendencia social a que los padres se involucren no sólo en el parto sino en la crianza de los hijos. “Esta tendencia está en auge porque al no hacer hoy la mujer de la maternidad el eje de su vida, los niños necesitan de ambos para la crianza. Lo que está detrás de esto es el debilitamiento de la división social del trabajo. El hombre ya no es el proveedor”, explica la psicoanalista Irene Meler, coordinadora del Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos, que en los próximos meses publicará, junto a su colega Mabel Burín, Varones. Género y Subjetividad Masculina. “Allí le dedicamos dos capítulos al tema de la paternidad, porque consideramos que la presencia del padre en la crianza es fundamental para la construcción de la masculinidad actual. Pero más allá de que sea positivo y conveniente estimular la participación de los papás en el parto, hay que estar atentos a que esto no sea sólo un ritual. Es una posibilidad que debe ofrecerse y respetar la respuesta de la pareja. Hay hombres que se impresionan mucho, e incluso después pueden tener disfunciones sexuales por haber sido testigos. Por estar adentro no va a ser mejor padre, ni por quedarse afuera, peor.”
Lo cierto es que esta tendencia, que tiene unos 30 años en el país, pero se afianzó en los últimos diez, cada vez tiene más adeptos, convencidos o no. Los papás asisten a las consultas durante el embarazo y muchas veces son ellos quienes piden participar, y algunos médicos también se lo sugieren. “Es como si fuera un cambio de conciencia, de la misma forma que antes se decía que era mejor que el padre no estuviera, ahora se dice que sí”, afirma un poco irónico Teodoro Fried, jefe de emergencias de Neonatología del Hospital Italiano. “Yo propongo que el papá esté en el parto porque eso les da tranquilidad a las mamás, y aunque creo que es una tendencia bastante generalizada entre los médicos, si a algunos no le gusta no lo va a manifestar, porque va en contra de su imagen. Ninguno se atreve a decir en público que no está de acuerdo, hace 5 o 10 años que este tema ya ni lo discutimos” aporta Angel Moggia, miembro de la Sociedad de Obstetricia y Ginecología de Buenos Aires. En cuanto a los papás, el cambio se expande por capas socio-culturales. Hace 30 años lo practicaban sólo círculos muy sofisticados; desde hace unos 10 o 15 años se extendió a la clase media “progre” e informada; y pensando en las dificultades quetienen las parejas o madres solteras de bajos recursos –que tienen a sus hijos en hospitales donde básicamente la infraestructura de camas separadas apenas por biombos impide la participación del papá–, el año pasado se le dio media sanción en el Senado a una ley que, basándose en estudios internacionales sobre los beneficios de que la mamá esté acompañada, les otorgaba el derecho de elegir si quieren parir acompañadas y por quién. El proyecto espera tratamiento en Diputados.

Estar o no estar
Adrián Sepiurca tiene 38 años, rulos rubios que le llegan al hombro, y cara fácil para la sonrisa. Tiene dos hijos, Talisa y Bambú, de 7 y 4 años. Cuando su mujer quedó embarazada por primera vez, “yo lo viví como mi embarazo. Estaba absolutamente mentalizado de que iba a estar, incluso habíamos planificado todo para que fuera en casa, pero el trabajo de parto fue muy largo y terminamos en la clínica. No me querían dejar entrar al quirófano, entonces dije que era cirujano, no me iba a separar de Patri ni un instante. Y cuando Tali salió, que fue una cesárea, me metí, la agarré, la puse sobre Patri, nos abrazamos los tres y fue tan fuerte que nadie se animó a separarnos. Cuando estás ahí te das cuenta que estás naturalmente preparado para el parto. Lo único que me impresionó fue la episiotomía”.
“Los beneficios de la presencia paterna son absolutos –señala Fried–. Las mamás se sienten apoyadas emocionalmente por los maridos, que les sostienen el hombro, les hacen masajes, y son partos mucho más llevaderos para mí. En el 95% de mis partos está el papá. A veces se los propongo yo y a veces surge espontáneamente. Los que no están puede ser porque sienten que se van a impresionar o, en muy pocos casos, es la madre la que no quiere, no hay explicaciones racionales, tiene que ver con la relación de pareja. Pero cuando no quieren les digo que lo piensen porque va a ser una experiencia maravillosa, que es realmente lo que yo veo”. Mabel, de 35 años, es una de esas mamás que no quiso que su marido la acompañara. El había participado de todo el embarazo yendo a las consultas e incluso había hecho el curso de psicoprofilaxis. Todo estaba listo para que él estuviera. Pero unas semanas antes, Mabel empezó a sentir que deseaba estar sola. “No lo puedo explicar bien, incluso después nos generó bastante conflictos como pareja. Pero quería recibir a mi hijo sola. Quizá, pensándolo ahora –pasó un año–, no sentía que Claudio pudiera ayudarme realmente, aunque es cierto que tampoco le di la posibilidad.”

Cesárea
Sesenta u ochenta años atrás, la presencia del padre no era un tema de discusión. Los chicos nacían en las casas, las madres eran ayudadas por la partera y los padres colaboraban o no. Aunque fuera un rito “de mujeres”, el hombre estaba en casa. La mediatización de la tecnología, y el poder que adquirió la corporación médica, aislaron a la madre en un marco aséptico. “Ahora se tiene una concepción del parto como suceso natural y no como acto médico –explica Meler–. Hoy los médicos son empleados de las pre-pagas, el poder se trasladó del ámbito científico al económico, el médico ya no puede imponer su voluntad”. Carlos Burgo, un obstetra que pasó por ámbitos privados y públicos y es un convencido de que el parto es de la familia, no de la mamá, con lo cual es fundamental que el papá esté presente, señala: “cuanta más plata se paga por el servicio, más decisiones pueden tomar los ‘clientes’; darle a un papá la posibilidad de estar en un parto es también una estrategia de marketing del sistema de salud privado”. Un tema que Burgo defiende a capa y espada es la presencia en la cesárea, un área todavía tabú para casi todos. “Yo hago malabares en las clínicas para que los padres que quieran puedan estar, y a veces lologro. Desde lo clínico-quirúrgico no hay problemas porque todos nos cambiamos y nos lavamos. Y además el papá puede tener un lugar acotado, al lado de la cabeza de la mamá, sin ver la operación.”
“La relación entre nosotros cambió mucho después de estos momentos -dice María Paracampo, refiriéndose al vínculo con Josema, su marido, después del nacimiento de Francisco, 3 años, y Catalina, 5 meses–: se fortaleció, fue subir escalones. Pasado el parto estás desnuda frente a tu marido y ahí empezás de nuevo. El de golpe se da cuenta que al lado tiene una mamá-bebé y necesita fuerza para sostener eso. Me emociona decirlo, pero es así. Es cuidar a una mujer que en emocionalidad es como un bebé, está triste y alegre a la vez. Josema estuvo en los dos partos, aunque se conectó más con el primero. No nos habíamos planteado que él estuviera, pero creo que por ignorancia, pero venía a todas las consultas conmigo y era obvio que iba a estar.”
“En el ámbito público no existe la intervención del padre”, dice tajante Pablo Mintz, médico del Hospital Santojanni. La Maternidad Sardá es una excepción. Hace unos diez años que los papás pueden estar presentes, pero no hacen demasiado uso de la opción. Es la mamá la que tiene que pedir si desea que él esté y, últimamente piden más bien que estén sus propias madres, porque son jóvenes casi adolescentes sin compañero las que dan a luz. La Sardá, como muchos hospitales, atiende a las clases bajas y medias pauperizadas. “Cuando el cambio empezó a darse –explica Raúl Cohen Arazi, médico de planta de los consultorios externos de la institución– los obstetras estaban un poco temerosos, básicamente de que hubiera alguna complicación y el padre nos hiciera un juicio por mala praxis. Tampoco ayudaba la infraestructura de boxes casi sin separación, pero ahora hay paredes de por medio y los papás pueden colaborar en el trabajo de parto.”