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quién es
esa chica

Hasta hace poco tiempo nadie sabía quién era esa chica locuaz y de aire concentrado que casi de un día para otro comenzó a aparecer todos los días en los diarios. Flamante primera figura de la política argentina, dueña de un pasado que la ubica defendiendo expresiones artísticas de vanguardia siendo ella misma de formación católica y tradicional, Cecilia Felgueras es ahora la candidata a vicejefa del gobierno porteño. Su ascenso revela algo que ella no guarda en secreto: le gusta el poder y, diciéndolo en voz alta, blanquea ese deseo que a las mujeres no les inculcan de chicas.

Por María Moreno

A usted tampoco le gustó el vestido del lanzamiento de campaña? Y yo que pensé que estaba bárbara. Me dijeron de todo, desde que era el vestido de mi abuela, hasta que era de Graciela o que con ese modelo quería parecer de más edad para atrapar al electorado. Después de eso la modista no me llamó nunca más por teléfono”. Da no sé qué decirle a la candidata a vicejefa del gobierno de la ciudad de Buenos Aires que se parecía al personaje de Aurora interpretado por Shirley McLaine en la película La fuerza del cariño: un volado más y se convertía en una caja de bombones. Ahora parece haber erotizado su atuendo –una suerte de uniforme como los que recomienda la prudencia de los manuales de protocolo para el management femenino– con un escote a media asta, pero sugerente y una pollera que descubre lo necesario la calidad de sus piernas.
Con un poco de esfuerzo desde el balcón de su despacho se ve el río, pero sobre todo la Legislatura, todo un símbolo.
–¿Está más alta o llegó más lejos?
–Lo que pasa es que usted me conoció cuando estaba en la dirección del Rojas y en esa época estaba casada. Y mi marido era petiso. Entonces no usaba tacos.
–Lo que más sorprende de usted es que enuncie un goce del poder. Eso también habla de que es una chica –los hombres no hablan del poder, hablan del bien–. Lo tienen naturalizado. La popularidad de Hillary Clinton mermó cuando fue evidente que tenía un proyecto personal.
–A mí me parece que a las cosas hay que llamarlas por su nombre. Después se le puede preguntar a una para qué le gusta gobernar: para que la gente esté mejor, para que el Estado tenga sentido, para que tenga un rol social y para que haya un crecimiento con equidad. Yo tengo muchísimos valores sociales y comunitarios en los que creo y me apasiona gobernar porque pienso que a través del poder brindo un servicio a los otros, pero también con un fuerte grado de realización personal. Me parece que si uno no pone eso sobre la mesa, nadie le cree. Que a los presidentes que hemos tenido no les gustaba el poder no lo creería nadie. Cuando digo que me gusta gobernar y que me gusta el poder es porque significa trabajar desde el Estado para que sirva. Yo empecé en el Rojas que era una institución que, desde el Estado, creía en el rol de los jóvenes artistas de vanguardia, porque gobernar no es siempre desde la Casa Rosada. En cuanto al poder, yo tengo una sola cosa clara y es que lo da la gente. Es una energía social que funciona –como me está pasando en este momento a mí–, da una confianza y adonde se deposita una cuota de esperanza. Y así como vino ese poder se retira. El tema es qué hace uno mientras le estásucediendo. Por eso, cuando me preguntan si me gusta gobernar, yo digo que sí y si me gusta el poder, también. Por eso estoy veinte horas acá. Si me gustara pintar, estaría esas horas en un atelier y me parece que decir esto es la primera parte de la honestidad. Si me gusta el poder, el poder es un instrumento. Un instrumento maravilloso como el dinero que también puede ser un instrumento espantoso. Es un medio.
–¿Es verdad que de chica quería ser presidente o forma parte del mito?
–Yo no recordaba la anécdota, pero la recordó una compañera mía. Alguien a quien Nancy Pazos llama la Pecosa y que se la contó a ella. Parece que cuando yo tenía ocho años las hermanas (del colegio de monjas) nos preguntaron qué queríamos ser cuando fuéramos grandes y una contestaba “médica”, otra “ama de casa”, otra “mamá” y yo dije “presidente”. Y lo más interesante de esa anécdota es la monja diciendo: “No, niña Cecilia, presidentes son los hombres”. Ahora, efectivamente, Luis Majul fue hasta la escuela a buscar a la monja e hizo que la contara al aire en su programa, con lo cual, si la monja no se acordaba de esa anécdota, se la hicieron recordar por toda la eternidad.
–¿En qué momento de sus recuerdos sitúa un momento ligado a su lugar actual?
–Yo a los diez años era la que organizaba todas las colectas para los niños pobres. Armé la primera biblioteca circulante para que las que no tenían libros se los llevaran a la casa. Y en quinto año, me la pasaba en el recreo largo juntando cosas para los chicos de la villa del Bajo Flores. Y en los recreos cortos repartía los libros y los manuales.
Ahora la vocación es algo más sensible, más interior, el momento en que uno se da cuenta de que va a tomar determinado camino es más difícil de poner en palabras. Yo tuve esas sensaciones muchas veces en mi vida.
–¿Como una “iluminación”, por utilizar un término católico?
–Es un lugar que se aparece como el futuro de uno, pero no como una visión –no estoy diciendo esto–, es más bien la sensación de que algo es fuerte. Por ahí se lo siente cuando se está escuchando música en casa, pero al mismo tiempo se están elaborando algunas ideas, o leyendo un libro. Hay dos momentos, uno en la vida cotidiana... ¿Yo era delegada de mi curso? Sí, era delegada de mi curso.
–Y mientras dirigía el Rojas era también la presidenta del consorcio de su casa.
–Tal cual, en todos los lugares la que organizaba era yo. Pero eso es en la parte más externa, yo creo que en la parte interior de la vocación se va consolidando cierta cuota de seguridad en uno mismo y de armonía entre lo que a uno le provoca deseo y lo que uno va asumiendo que es. Si alguien relata mi Avida, nada desentona en esto. Siempre era la delegada del colegio, de mi carrera, siempre iba a buscar a los profesores que venían del exilio, atendía los recuperatorios para mis compañeros y llegó un momento en que empecé a incorporar mi personalidad y mi vocación más armónicamente y eso me permitió salir con más seguridad. Creo que en otras vocaciones aparece más temprano. A mí me llevó bastantes años, entre todas las cosas que me interesan en la vida –me gustaba el arte, me gustaba el cine, veía a alguien haciendo cualquier cosa y decía esto también me gusta a mí– hasta que algo se fue recortando más fuerte en mi universo. Y fui dejando las otras cosas como hoy acepto dejar los fines de semana.
–¿La muerte de su madre determinó un cambio en su vida?
–Mi madre era una psicoanalista de niños, que pertenecía a la APA. Ya pasaron tres años de su muerte y sigue siendo algo de lo que me cuesta hablar porque la extraño mucho todavía. Hay momentos como éste de tan alta exposición mía que no puedo dejar de pensar qué pasaría si ella estuviera.
—¿Para que ella pudiera ver este momento suyo?
–Por ahí lo está viendo. Lo que me gustaría es escuchar sus consejos. Aunque en general yo no los tuviera en cuenta, me hacía bárbaro escucharlos.
–¿Qué clase de consejos?
–¡Los de una madre psicoanalista! Qué otra cosa podían ser. Habíamos construido una relación muy profunda y sólida. Pero con muchísimo trabajo.
Mis padres decían que educarme a mí no había sido nada fácil. Rompí algunos moldes que estaban un poco prefijados en mi familia que era católica, con una educación tradicional y adonde las mujeres iban a la universidad privada. Yo seguí Filosofía y Letras, Historia del arte y milité políticamente en organismos de derechos humanos. Fui mochilera. Ya desde chica iba a la villa a trabajar, tenía muchísimas cosas que hacer, si tenía veinte trataba de llegar a 19. Todo lo que en otros sectores forma parte de lo cotidiano o normal no lo era tanto para mi familia. En ese sentido la relación con mi madre fue un trabajo para ella y para mí.
–¿Ella tenía un proyecto diferente para usted?
–Que estudiara Derecho como mi padre o mi hermano. Que permaneciera casada. Probablemente esperara eso de mí, porque los padres suelen pensar que si se vive de esa manera eso les da cierta tranquilidad y confianza, porque piensan que el hijo será más feliz. Yo no cumplí ni probablemente cumpla hoy ninguno de los parámetros fijados por mi madre. Cuando mi padre, y eso que está muy orgulloso de mí, ve su apellido pintado en las paredes en estos días se pregunta por que a mí me apasiona vivir como vivo. Yendo a los programas de televisión, a los actos. Cuesta mucho aceptar esto de una mujer. Si fuera el hijo varón, probablemente sería distinto. Probablemente también siente esa cosa de riesgo de la política. Pero yo siempre hice mi camino y nunca pregunté demasiado.
–¿Pensó en ser monja alguna vez?
–Eso no, tuve novio desde los diez años.
–¿Cómo se sale con una mujer como usted? Pensemos en un muchacho argentino en posición de príncipe consorte.
–Yo no expongo para nada a mi pareja.
–¿Es secreta? El secreto parece fundamental en su imagen. Es inimaginable que la pesquen en un romance con su guardaespaldas.
–Soy recomputer. Yo marco el play y el stop. Mi pareja no es secreta, pero sí privada, porque no hay nada que ocultar.

Mi vida es mi vida (por ahora)
–¿Se puede contra los papparazi?
–Algunos dicen que yo tengo un excesivo respeto por la prensa. Será que uno aguanta de la prensa cosas que duelen o lo lastiman, sobre todo si no son verdad. Pero la prensa ha denunciado genocidios, defendido derechos humanos de las mujeres, ha investigado independientemente colaborando en el esclarecimiento de muchos crímenes. La prensa ha tenido un poder en este siglo tan impresionante que ha llegado hasta Bosnia. Claro que no voy a comparar a ese periodismo con el que hace una revista del corazón. Pero conmigo aún esa prensa ha sido increíblemente respetuosa. Está claro que si hubieran querido buscarme me hubieran encontrado. Además yo nunca he dado un reportaje a Gente o Caras.
–La versión sobre Lady Di asesinada prácticamente por el asedio de un papparazi no va...
–Obviamente no puedo comparar mi situación con alguien tan importante como Lady Di. Pero si yo hubiera aparecido en Gente o en Caras...
–O desnuda bajo un tapado de piel.
–O simplemente diciendo “ésta es mi casa, pasen” y después me molesta que me persigan, sería una incoherencia personal. Pero he elegido dar notas a los diarios y a las revistas, incluso las más difíciles, las revistas políticas, polémicas o con entrevistas monográficas. Yo me sitúo en un lugar y me mantengo ahí, por eso conmigo han sido muy respetuosos. Si me buscaran me encontrarían, ya que no hay cotos privados. Por eso si uno separa bien lo privado de lo público, la experiencia es que no se lo acosa. Como tampoco tuve que salir a decir que me tergiversaron o “yo no dije eso”. De la Rúa pasa su fin de semana en su campo de Pilar y esrespetado, nadie le pone la cámara sobre la ligustrina. Y muchísimos medios lo saben.

“Maricas” en exposición
Cecilia Felgueras fue una excelente gestora de un espacio cultural fundante en los años ochenta: el Centro Cultural Ricardo Rojas del que fue en diversos períodos vicedirectora y directora en los noventa. Lo mejor del under surgió en ese pseudópodo de la Universidad de Buenos Aires y de allí salieron movidas teatrales que pusieron en acción a Batato Barea, Alejandro Urdapilleta o Humberto Tortonese, los ciclos de lecturas dirigidos por Tamara Kamenzain y Delfina Muschietti que dieron más espacio a la experimentación que a las golillas oficiales. Como dijo alguna vez el sociólogo y artista Roberto Jacoby, quizás ésa fue una de las pocas veces en que la política cultural estuvo más atenta a la producción que a la distribución. Interesó más el caldo de cultivo y la calidad que la cantidad de asistentes –el valor cuentaganados–.
Era un día de 1995. Seguramente un miércoles, día de las inauguraciones en el Centro. La muestra se titulaba Fagots, lo que convertía a una palabra del argot de los gays norteamericanos en un eufemismo y algún ignorante del inglés podía confundirse y pensar en un instrumento de viento. Desde las paredes el curador Bill Arming explicaba a través de un catálogo por qué era importante dar a conocer que un artista había sido gay, no sólo para mostrar la influencia de los gays en el arte sino también para oponer a la historia oficial, otra historia, la historia del deseo de un artista por una persona del mismo sexo. Luego en una salita anexa, Arming exhibiría, al compás de explicaciones muy serias y políticas, obras que parodiaban las producidas por el establishment heterosexual, entre ellas lo que fue descripto como sangre de menstruación lesbiana.
–Cecilia. No sé qué voy a hacer. Nadie quiere servir el vino. Estoy empezando a desesperarme –reclamaba Jorge Gumier Maier, el director de la galería, mientras por su cabeza la desesperación pasaba en cuadraditos que decían “Muestra Internacional”, “Huelga de personal no pedagógico”, “Vino blanco, vasitos, ¿dónde están?”; “¿y el mozo?” “¡Ay!”.
–Yo te lo resuelvo.
Total, la gente todavía estaba demasiado entretenida para estar nerviosa. En las paredes colgaban versiones de todos los géneros de arte popular desde trozos de historietas, hasta fotos tomadas con polaroid. Había camisetas pintadas y collages hechos con cotillón. Muchas obras testimoniaban el ritual coming out (la sumisión de la condición de gay): la saga que iba de la imagen de un gordito con camiseta a cuadros y cerveza en la mano a una reina emplumada del carnaval en Honolulu. Pero la insistencia temática eran los chicos lindos y los genitales protuberantes. En una canastita caperucezca había stickers porno con estética de la guerra de las galaxias que se agotaban mientras la gente empezaba a pensar en el vino blanco.
Entonces apareció la rubia. Llevaba profesionalmente la bandeja, sonreía y preguntaba “¿Blanco o tinto?, ¿gaseosa?”. Pasó desapercibida. La bandeja se vaciaba y volvía otra vez llena.
–No quisiera equivocarme o exagerar. Pero me parece recordar que tenía una servilleta en el antebrazo –recuerda Jorge Gumier Maier–. La rubia era la directora del Rojas.
–No me gusta la palabra under sino alternativo. Me parece que da más cuenta de las búsquedas, porque en el Rojas se intentó una nueva forma de gestión pública y cultural que seguro que marcó la ciudad y fue el hecho de encontrar formas alternativas de pensar el arte, la cultura, el Estado, el tiempo que vivíamos, otra forma de decodificar el tiempo y de buscar posibilidades para el pensamiento que todavía no tenía dónde ser pensado o el arte que no tenía dónde ser mostrado o producido.

Mis padres decían
que educarme a mí no había sido nada fácil.
Rompí algunos moldes
que estaban un poco
prefijados en mi familia, que era católica,
con una educación
tradicional y adonde
las mujeres iban a la
universidad privada.

–Me acuerdo de la muestra Fagots. ¿Hubo protestas?
–Como las creó la proyección de La última tentación de Cristo o los shows de Batato que son un hito estético de los noventa, todas cosas desafiantes o innovadoras, como las llamemos. Me acuerdo de una reunión con Shuberoff. Nos llamó a Leopoldo Sosa Pujato (director del Rojas hasta su muerte) y a mí, y nos dijo: “¡Me dijeron que están haciendo shows de travestis!”. Y nosotros contestamos: “No, estamos apostando a una nueva forma estética, artística, que tiene que ver con la innovación”. A mí me tocó siempre correr riesgos. Corrí muchos con Buenos Aires no duerme. Vinieron el primer año 500.000 y el segundo 1.000.000. Y eso mostró que se puede tener un espacio abierto para los jóvenes 24 horas sin parar y lo van a cuidar y lo van a sentir como propio. Y en ese sentido yo reconozco haber tenido en ese momento la confianza de la universidad que, más allá de alguna charla, nos dio carta libre y de De la Rúa que, a pesar de las muchas objeciones, dijo “vayamos adelante”. Después cada uno se disparó para su destino, pero en el Rojas tuvo una cosa potentísima, la posibilidad de formarse en quien era. Y también había un gran respeto a la diversidad porque éramos tan distintos todos. Además de que la atesoro en mi corazón, ésa fue una escuela maravillosa. Y creo que uno trata de reproducir esas experiencias en los lugares de trabajo.
–¿Pensó en la posibilidad de quedar pegada en un caso de corrupción?
–Está claro que no es lo mismo dirigir el Rojas que el PAMI, pero yo estoy muy segura en ese sentido, si uno tiene que dar explicaciones las dará. Pero toda la innovación y la libertad de pensamiento que durante 9 años experimenté en el Rojas –y en esta nota me interesa mucho recordar la figura de Leopoldo Sosa Pujato que fue un gran maestro para mí–, todo eso me sirve hoy para enfrentar el PAMI. Y en eso de quedar pegada, si uno es correcto, es limpio y como tiene que ser, creo que lo de quedar pegado es como una excusa de los que no hacen las cosas bien. Y si queda pegado y es injusto, te despegás. Si uno se tiene confianza y sabe quién es, y los que están del otro lado son seres humanos y uno da una explicación, el otro la escucha y, si el otro no la escucha, existen recursos para ser escuchado –estamos hablando con la salvedad de los tiempos de dictadura-. Sé que cuanto más responsabilidades tiene uno más riesgos corre, pero también puede hacer apuestas más audaces, más interesantes, más grandes.
Pero ¿quedar pegado? Esa goma no existe.

Lo político no es personal
Para muchos Cecilia Felgueras tiene tela como para encarnar a la mujer política moderna –ese invento norteamericano–. Para otros es poco plausible que logre imponer otro modelo que los conocidos: la madraza despojada y por eso con un compromiso irreductible con la verdad y la búsqueda de justicia como Hebe de Bonafini o Graciela Fernández Mejide, o la madraza que extiende su rol al marco social como Elisa Carrió o la madrecita de los pobres (pero muerta en la flor de la edad) como Evita. O quizás ésa sea la imagen que se quiere transmitir como novedosa: la de una mujer que hace transparente su vocación de poder –lo que la blanquearía como ella misma propone–. Es difícil saber en qué medida la candidata, de ser elegida, pueda sostenerse en la certeza de que la idoneidad individual puede eximir de la responsabilidad si se producen hechos adonde no basta salir a dar explicaciones sino que hacen juzgables decisiones tomadas con anterioridad –un Ramallo, un Watergate, un caso Cabezas–, alianzas cuyo sentido final puede volver nefasto lo que en el pasito a pasito de cada coyuntura podía ser visualizado como mal menor. Lo que es seguro es que Felgueras transmite habilidad, resistencia a las críticas y que ejerce “tretas del débil” (una expresión de Sor Juana Inés de la Cruz para aludir a las astucias de los subordinados) consistentes en decir menos de lo que sabe y en proponerse como la ejecutora de una práctica de la inmediatez más que como la de una especulación teórica.
–¿Hay algo específico en una mujer con un lugar de decisión? Desde la teoría feminista se la intentó definir, ya sea para negarla con laestrategia de exigir la equidad o se la afirmó para establecer un catálogo de las ventajas de la diferencia. Hoy parece hablarse más de experiencias concretas: las mujeres son mayoría entre las sobrevivientes de los campos de concentración, según Babah serían mejores pagadoras en los créditos para pobres, más pragmáticas a la hora de la desocupación...
–Cuando una es una mujer que se dio un lugar de conducción alto o de alta responsabilidad en un país, piensa en cómo les puede ser útil a otras mujeres. Entonces pensé que una manera era diciendo todos los exámenes adicionales que tenemos que pasar las mujeres y que no pasan los hombres. A mí me parece que eso ya está dicho y, como ya está dicho, muchas veces no es escuchado. Esa frase tan remanida de que vamos a ser iguales cuando lleguen las mujeres que nos son útiles, no cuando lleguen las brillantes. No estoy haciendo ninguna alusión personal. A mí me parece que la mayor ayuda que yo puedo dar para abrir el camino a las mujeres más jóvenes que yo –y de alguna manera yo tengo gratitud a las mujeres que me antecedieron y por muchas de ellas yo estoy acá, algunas son públicas y a otras no las conozco– es reivindicar nuestras debilidades como fortalezas, mostrar cómo encontrar dentro de la condición humana las características más medulares de la mujer que la hacen diferente. Por ahí es el uso del tiempo, por ahí es la honestidad, pero yo estoy hablando de otras características como la capacidad de compartir con el otro, de tener otra relación con la vida cotidiana y con los afectos y con la cosa más visceral. Si esa cosa se potencia, los cambios se darían más rápido porque yo pienso que tendría que haber más mujeres en lugares de conducción.
–Usted utiliza las llamadas tretas del débil. Por ejemplo se anuncia -y eso es muy de chica católica, pero también muy evitista– como mediadora y como alguien dispuesta al sacrificio.
–No estoy atenta a estas cosas. Estoy atenta a lo que quiero hacer, a mi naturaleza. Si uno hace las cosas realmente bien, las puertas se abren. No me doy cuenta de cómo es ser la única mujer en el gabinete de De la Rúa en la ciudad. Sí, en cómo potenciar mi condición de mujer en una tarea de mando, de gobierno, mi perspectiva de género.
–Pero de la despenalización del aborto ni hablar.
–Mi postura es respetar la vida desde su concepción, lo que no significa no ver las fallas del Estado, gravísimas, que hacen que muchas mujeres tengan que enfrentar un aborto. Yo siempre digo las dos cosas juntas, porque eso refleja mi pensamiento completo. Como persona que gobierna, digo “hay que empezar a trabajar sobre la adopción, la educación sexual y prevención del embarazo adolescente, y sobre violencia doméstica como causa de embarazo no deseado. Hay que trabajar sobre infinitas cosas sobre las que no se está trabajando. Es decir trabajar por las causas del aborto que es el embarazo no deseado. El primer tema luego de arreglar el PAMI sería para mí esos programas de prevención.
–Habló de adopción. ¿Se incluiría a parejas gays?
–La verdad que no tengo opinión formada sobre el tema en esta sociedad. Porque me parece que estas cosas hay que pensarlas desde los niveles de evolución que tiene la sociedad.
–La rivalidad de varones está naturalizada hasta hacerse invisible. La de dos mujeres no sólo es mítica sino que se la ve en términos de peleas de feria. Así fue visto su tête à tête con Graciela Fernández Mejide.
–Fue simple. Tomé mi auto, un Fiat celeste –me gusta mucho manejar– y me fui a charlar con Graciela porque nos parecía a las dos –por la circunstancia difícil que estábamos pasando– que era necesario. Y sé que hubo apuestas sobre cuánto iba a durar la reunión sin hacer un escándalo. Nos entendimos bien, pero primero hubo que ajustar cosas personales porque las dos somos mujeres fuertes, pero sobre todo políticas. Por eso existe entre nosotras una excelente relación. Lo que pasa es que también debe ser un aprendizaje que las mujeres políticas tengan relaciones políticas. Y que las mujeres profesionales tengan relaciones profesionales. Y ése es otro de los prejuicios: adonde más hay que pensar el nuevo rol de la mujeres en su relación con los demás. La mujer condiciona todavía en el imaginario social a ser pensada en relaciones vinculadas con las familiares. De dos mujeres que tienen una relación política o profesional se dice con facilidad que son como dos hermanas o como madre e hija. Y si se trata de un hombre y de una mujer se los asocia a una pareja. Mientras que jamás a nadie se le ocurriría pensar a dos políticos varones en esos términos. Es decir, tenemos que elaborar las relaciones entre nosotras mismas y con los hombres como relaciones políticas. Eso no quiere decir que sean relaciones desvinculadas del afecto, pero sí recortadas claramente dentro del infinito universo de las relaciones. Y creo que en el Rojas existía una claridad de las relaciones. Eramos personas muy distintas, pero era claro por qué cada uno de nosotros estaba con el otro. Y si uno está con el otro por un proyecto político en común, hay un objetivo, y si uno está con el otro porque tiene que arreglar el PAMI hay otro objetivo. Me parece absurdo que en ese sentido las relaciones de mujeres con poder o menos poder se asimilan a las relaciones familiares. A mí me llaman la ahijada política de De la Rúa, o la hija. A mí me encanta cuando dicen discípula. Salir de la familia aunque uno adore la familia tiene un gran valor.
–O sea que la familia quede en su lugar.
–Y la mujer independiente y con condiciones en lo que le gusta hacer, en otro.
–Otro mito que se divulga es que es adicta al trabajo. Que no tiene vida personal. En un hombre en un lugar de conducción la dedicación exclusiva también estaría naturalizada.
–El deseo no es excluyente. A veces alguien no desea nada y a veces en una etapa de mucha pasión por algo la pasión atraviesa todos los campos de tu vida. No decís “yo sólo pongo mi pasión en mi realización política profesional”. El otro día fui a comer a una pizzería y el mozo me pidió que le firmara una servilleta: “Mi mamá y mi señora son hinchas suyas”. Le pregunté por qué. “Porque mi mamá dice que, si hay mujeres como usted, nuestras nietas van a poder ser felices y hacer lo que quieren”. Si estoy transmitiendo esta imagen, es una buena imagen porque sino parecería la estrategia de la asignatura pendiente. O se es buena en esto y se es una mala madre o esposa o se es una buena madre o esposa y no se está en esto. El desafío es la integración.