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Azucena en ACCION

El personaje de Virginia Innocenti ya tomó envión en “Campeones”, enamorando a Guido Guevara. Las canciones que canta Azucena le pertenecen a la actriz, que las estaba componiendo justo cuando cayó, como del cielo, la oferta de Suar. Con ellas, Innocenti da el primer paso para una nueva etapa en su carrera.

por Marta Dillon

Cuando un sueño amenaza con cumplirse, ella cree que es el momento de las razones. Razones que demuestren que el azar no existe y que el sueño es apenas ese punto en el horizonte que de pronto empieza a recortarse nítido porque paso a paso se ha recorrido el camino para alcanzarlo. Virginia Innocenti sabe que la huella que dejó a sus espaldas se dibujó con pasos firmes y por eso la euforia no compite con el miedo. Está lista para exponer “ese espacio del alma” que contienen las canciones que la salvaron de algunos naufragios personales y que ahora se combinan con su profesión de actriz para despejarle otras rutas. Entonces la euforia es lo que fluye naturalmente: “Lo más maravilloso es que a lo largo de estos últimos cuatro años me animé a componer temas, las letras sobre todo, y estaba armando un repertorio y venía acariciando la idea de hacer un disco o un show. Pero cuando Adrián Suar se enteró de que yo tenía un material propio me propuso que lo usemos para Azucena. Estoy como que no lo puedo creer porque estreno mi material, pero cuidado por un personaje. Estoy probando mi rol como escritora de canciones en un espacio que me es conocido y muy transitado como el de la actuación. Es óptimo”. Las piezas, entonces, encajan. Azucena ya es esa mujer luchadora y un poco polvorita que en la ficción de “Campeones” terminará enamorando a Guido Guevara -Osvaldo Laport–. Aunque Azucena lo único que quiere es ayudarlo, igual que ayuda a su madre, a su hermano y a todo aquel que se cruce en su camino, aunque para esta actitud el guión todavía no dio razones concretas, “tal vez porque no quiere quedarse sola, ya iremos viendo por qué”. Para su historia Virginia tiene las suyas: “Pasaron muchas cosas en los últimos años, tantas que siento que estoy viviendo un segundo nacimiento, éste por opción”. En este nacimiento ella se parió a sí misma y aunque no haya elegido el dolor tampoco pudo obviarlo –¿quién puede?–, y de eso también sacó provecho. “Ahora pienso que mi vida es como una constelación que se va dibujando, y que ese dibujo resulta de los encuentros con distintos seres que van siendo claves, muchas veces sin saberlo, en mi crecimiento. Me acuerdo de todos aunque algunas personas no lo sepan, y es eso lo que hace que no me maree y ser consciente de que, a pesar de que todos estamos solos, en el camino de la vida hay muchos cómplices también. Las soledades a veces se juntan y eso lo hace todo más soportable”.
Es una mujer de treinta y pico que dejó las Confesiones de mujeres de 30 -.la obra en la que trabajó durante cuatro años consecutivos– justo cuando los textos que repetía en la ficción empezaban a pesarle en “la espalda”. Algunas que ella califica como tonterías -.”el paso del tiempo en el cuerpo”– y otra que considera como el precio que mujeres y hombres están pagando por buscar otro tipo de relaciones: la soledad. “Creo que estamos viviendo un proceso muy importante (en las relaciones entre los géneros), hay un movimiento en los roles que todavía exige mucho trabajo.Creo que los beneficios de esto los van a disfrutar recién nuestros nietos. Todavía pagamos muy caro el derecho a opinar, a mí me costó mucho perder ese miedo, pasé muchos años aterrada, creo que acá realmente se hizo un buen laburo sobre el terror”. ¿Quiénes? “Los muchachos del Proceso”, contesta la actriz que no separa lo privado de lo público. Ella está segura de que esa dificultad para hablar se instaló en los años de plomo, cuando era una niña de trenzas largas que cruzaba la Plaza Irlanda para ir al colegio, en el barrio de Flores, con cinco chupetines en el bolsillo que repartía religiosamente entre sus amigas. Aunque tenía sólo diez años cuando se instaló la dictadura, ella sintió cómo se cortaba la cotidianeidad sin saber exactamente de qué manera. Y tuvieron que pasar veinte antes de que pudiera poner en palabras esos miedos que en aquel momento impusieron el silencio.
Cuando el sueño empezó a gestarse, cuando compuso la primera canción, apenas tenía conciencia de que a la vez se trataba de un exorcismo. “Tomaba clases de canto y tenía un repertorio armado con canciones de otros, pero me daba cuenta de que en esa elección también había algunos temas de los que yo necesitaba hablar”. Y fue una noche en que “sentía que no podía estar dentro de mi cuerpo, cuando sobre una melodía que tenía empecé a escribir la primera letra. El tema se llama ‘Rito del alma’ y es sobre los desaparecidos”. Mientras ella escribía, se conmemoraban los veinte años de la Noche de los Lápices. “Lo supe después, pero ahí me di cuenta de que estaba acompañando también ese proceso de la sociedad”.

La construcción
No todos los temas de los que Virginia escribió las letras aparecerán en la tira que le da vida a Azucena, “hay algunos que estamos armando especialmente y otros de mi repertorio que quedaron porque acompañan las situaciones dramáticas de la ficción”. El resto espera que se concrete la otra cara de ese sueño: el disco, sobre el que ya ha avanzando en las negociaciones con una grabadora. A la vez, el 13 de abril se estrenará la película de Teresa Constantini, de la que es protagonista, otra pieza más que encaja para completar un cuadro al que ella nunca llamaría éxito. Apenas se atreve a llamar carrera –”queda feo decir eso”– a su trayectoria como actriz. Se siente más cómoda identificándose con un albañil “que cada día prepara la mezcla, apila los ladrillos y los va poniendo de la mejor manera posible para que la pared no se caiga. Es una construcción lenta, consciente y lo más elegida posible. Creo que igual soy una privilegiada, porque pude decir que no a muchas cosas, aunque tuve que comer arroz durante algunos meses no tengo hijos que mantener y eso me da cierta libertad”.
–¿Ser actriz también fue una elección consciente?
–Creo que la vocación me eligió a mí. Desde los 12 que estudio teatro y creo que estaba estropeada de chiquita, en el colegio siempre estaba organizando los actos. Durante un tiempo traté de correrme de ese lugar, hice un año de letras en la facultad, otro año en la Escuela de Música, pero nunca dejé los cursos de actuación. Y un día me llamaron para hacer un papel en un programa de televisión. En realidad fue una trampa maravillosa que me tendió un amigo y que todavía hoy le agradezco; él era uno de los guionistas de ese programa -.”Colorín Colorado”– y había estado en un curso conmigo. Siempre decía que yo era una actriz nata, pero que no me dedicaba a eso porque tenía un novio celoso. Y era verdad. Por eso me engañó y me llamó sólo para que fuera a ver una grabación. Cuando estaba en el canal -.ATC– me presentó al director como “esa chica de la que te hablé”. Y bueno, necesitaban alguien de 19 que pasara por 15, que pudiera bailar y armar en poco tiempo unas coreografías. Me preguntaron si me animaba y dije que sí, aunque durante los diez días que tomé para armarel personaje me temblaron las piernas todo el tiempo. Pero de la cintura para arriba nunca se notó.
Desde entonces nunca dejó de trabajar y ya no pudo pensar la vida de otra manera. Su novio celoso quedó en el camino, aunque después vinieron otros. “Siempre tuve una profunda vocación por los hombres”, dice, y sobre todo por los que la hicieron sufrir aunque “ese papel que me adjudicaron en el reparto de las relaciones ya me cansó”. Pero eso fue antes de este segundo parto en el que ella es la única protagonista y puede tomar conciencia de cuáles fueron sus aprendizajes más difíciles:
–Saber que todo depende de una es un trabajo arduo. Se puede contar con el afecto de los demás, pero la vida es una decisión personal, se elige cómo vivir y en consecuencia cómo morir y ahí no se le puede echar la culpa a nadie. Aunque esto lo digo con mucho respeto por los desesperados, estoy hablando desde mí, que desde que nací siempre tuve mis necesidades básicas cubiertas. También me costó aprender a no ser tan confiada, es parte del cuidado por una y por los demás elegir a quién le voy a dar. Eso de poner la otra mejilla no me va. No más.
–¿Ese aprendizaje como persona tiene que ver con la maduración como actriz?
–Por supuesto, porque la experiencia de vida para un actor es oro puro si es que uno está realmente despierto. Además se va ganando seguridad, aunque siempre hay miedo. Ahora mismo que Azucena empieza a salir al aire tengo como un susto. Pero, si bien siempre te estás exponiendo, ya hay algunas cosas en las que me siento probada. Por lo menos me empiezo a creer lo que me dicen, si tanta gente dice que está bien... debe ser cierto. Todos los actores necesitamos de la aprobación de los demás, porque podés tener mucha seguridad, pero, si el otro no entiende o no disfruta, el trabajo no está cumplido.
–¿Qué sería estar “realmente despierto”?
–Que la vida no te pase por al lado, tratar de mentirse lo menos posible, no hacerse la boluda con el dolor. Y también estar atento a lo que pasa alrededor, a lo que le pasa a la gente. No se puede vivir todas las vidas que te toca interpretar, pero eso es lo maravilloso de ser actriz, que te toca transitar sentimientos que en la vida no te tocan. Y si bien una encuentra paralelos en la paleta de colores de su propia experiencia también es necesaria la sensibilidad para captar lo que le pasa a la gente que tenés cerca. También es estar despierto no dejarse adormecer por un discurso social que lo intenta todo el tiempo, no subirse al carro de que la ideología está muerta, del exitismo, de la cáscara y de toda esa huevada infernal.
–Entonces alimentás alguna utopía...
–He vuelto a creer en algunas cosas, en los encuentros entre las personas, por ejemplo, algo sobre lo que estuve muy escéptica. Ahora creo firmemente que los iguales tarde o temprano se encuentran. Y también, después de estar muy peleado con lo místico -.el gesto le pone comillas a la palabra–, porque mientras me hacían ir a la iglesia, la Iglesia era cómplice de lo más macabro de nuestra historia, he encontrado mi propia religiosidad y creo que está basada en la fuerza creativa y en esos encuentros que alumbran.
Si su religión se basa en la fuerza creativa, el ritual para Virginia debe ser el canto, aunque es el de la actuación el terreno que mejor conoce. Ahora que un sueño está a punto de cumplirse, le bailan los ojos y las manos acomodan el pelo nerviosas cuando habla de ese proceso de escribir canciones y cantarlas: “Este es el espacio de mi alma en el que yo pude contar las cosas que quería y de las que necesitaba hablar, en estos años pude sacar afuera muchos fantasmas, muchos dolores, poniéndolos en letras. Fue un trabajo de mucha limpieza que me ha salvado personalmente. Y aunque nunca pensé que lo hacía para mostrarlo me dicuenta de que no quería que quedara sólo en casa”. Azucena, su personaje de “Campeones”, es el primer ensayo como cantante y ella está feliz porque se prepara para lo que vendrá, el disco o el show, en el que aparecerán otros temas, esos que cuando los canta la hacen “perder corporeidad, como si me transformara en un elemento transmisor de algo mucho más grande e inexplicable que yo misma”. Ahora que aprendió a darse permiso para decir lo que quiere decir no le teme al error, simplemente “me consuelo pensando que es mi manera de salvarme. Y si alguien más lo puede disfrutar conmigo, bienvenido sea”.