Es
que lo único que nos faltaba era cantar en calzoncillos,
sintetiza la cantante Lidia Borda. Desde los años 60,
con la ruptura estética que estableció Susana Rinaldi
para las tangueras de viva voz, los tonos graves se impusieron de
tal modo que una arrabalera como Elba Berón parecía
sugerir que para ser cantante de género femenino había
que hacerlo con la voz trabajada por la gola, el faso y el escabio;
más tarde, Adriana Varela llegó a goyenechizarse hasta
el delirio. Pero, ahora, el posmodernismo viene con voz de pito, con
remembranzas como las puestas en escena de Recuerdos son recuerdos
y Glorias porteñas, y con trabajos antropológicos que
exhuman el repertorio de las antiguas cancionistas, letras en las
que se elogia al varón que aplica amablemente la toalla mojada
o increpan desde una herida de hembra que no quiere tener nada que
ver con la ideología. Lidia Borda recuperó primero
en Veladas criollas junto a Cristina Banegas y Liliana Herrero, luego
en Glorias porteñas una voz que evoca los tiempos de
la radio y de las sopranos que se avenían a la música
popular. Cristina Banegas hace un mix de Tita Merello y Rosita Quiroga
para reinventar un estilo rescatado del desvalorizado bataclán,
donde la Negra Bozán solía acariciarse las esclavas
de oro que le cubrían los brazos para explicar que esto
no me lo gané cantando. Silvana Gregory realiza desde
hace tres años un espectáculo en el Café Tortoni
en el que exhuma reliquias como Remigio de Azucena Maizani
y J.B.A. Reyes o Cobráte y dame el vuelto de Miguel
Caló y E. Dizeo. Soledad Villamil, que también pasó
por Glorias porteñas, recreó a la chica decente que
canta en la radio en un ambiente familiar.
Hay más de 100 cantantes desperdigadas por el país que
no se agarran ya de las garantías del repertorio de un Manzi
o un Expósito para ponerse a prueba. ¿Con el retro neoconservador
volvió la femineidad? ¿Un feminismo inopinado trajo
de vuelta el repertorio y los moditos de las grelas pioneras? Cuenta
Lidia Borda: Cuando yo empecé a cantar, la gente decía
que no tenía voz para tangos. Y era porque no se acordaba de
que había minas que cantaban finito. Y con otro perfil. Incluso
Rosita Quiroga, una de las más reas, era muy delicada para
cantar. Y fue la única que tuvo eso de hacer lo reo de una
manera tan dulce y femenina, pero no pavota, con toda la sobriedad
que puede tener una mujer. Cuando empecé a buscar el repertorio
de las cantantes de los 20 y los 30, para mí se
trataba de rescatar, pero también de inventar una estética
fuera de la herencia más próxima que era la de las minas
cantando con voz de tipo. Que no es criticable. Cuando aparecieron
las voces femeninas con tono grave, el feminismo estaba en su punto
más exacerbado y totalmente intransigente, aunque planteara
objetivos muy interesantes y valederos. Y las mujeres queempezaron
a trabajar con eso eran intelectuales. Incluso la Tana Rinaldi hizo
una parodia de las cantantes de los años 20. Yo no profundicé
demasiado en el feminismo pero, viéndolo en general, creo que
rechaza algo que tiene que ver con una sensibilidad propia de la mujer
que no es la sensibilidad que tiene el tipo. Eso coincidió
con un momento social donde se produjo una fracción dentro
del tango. Aparecieron la Tana y Piazzolla. Pero, después,
los procesos creativos fueron truncados por las matanzas de la dictadura
y por un clima que atentaba contra toda creatividad. Yo me acuerdo
de que lo único que había era Grandes valores
del tango, y que un día mi hermano (el guitarrista Luis
Borda) me trajo a casa la ópera Evita y era un material peligroso.
Se truncó un proceso que, naturalmente, había de creatividad.
Entonces lo que yo creo es que hoy hay una tendencia de ir hacia atrás
y retomar el hilo de todo lo que pasaba antes. Para lo cual, primero
hay que ser una especie de médium y empaparse del espíritu
del tango original, entenderlo bien y después evolucionar hacia
una cosa nueva. Pero hay límites: yo no puedo ponerme a parodiar
Besos brujos o hacer Maldito tango. Pero puedo
hacer otras cosas ahora que muy pocas mujeres no saben que tienen
determinados derechos.
Es probable que durante los años 60, en el tango como
en la literatura, las mujeres empezaran por poner el pie en la esfera
pública haciendo un gesto de repulsa a lo dado; por eso escritoras
como Beatriz Guido o Martha Lynch hablaban de política y de
historia y no de subjetividades desatadas o de reivindicaciones domésticas
como muchas autoras de best-sellers de hoy.
Como para Lidia Borda, para la investigadora Estela Do Santos también
la reacción tuvo que ver con el feminismo: En los 60,
durante la renovación del tango con Piazzolla y Ferrer, la
Tana Rinaldi elige los mejores tangos. Como si dijera: Yo canto
tango pero, ojo, los mejores, los de Cátulo Castillo, los de
Homero Manzi. Y cuando hacía un tango de los 20,
lo hacía para hacer reír. ¿Me querés decir
por qué las mujeres cantaban esto con una gran sonrisa? La
pose que estaba adoptando ella era contra Azucena Maizani. Pero cuando
cantaba De mi barrio se estaba burlando de Rosita Quiroga
y Rosita no era de las que sonreía cantando. La Tana es la
única feminista del tango, podría haber montones porque
el tango sigue siendo machista.
Para
el economista e investigador de la música popular Julio Nudler
la recuperación de los tangos de principios de siglo requeriría
un esfuerzo más hondo y menos marketinero: En Recuerdos
son recuerdos, por ejemplo, se notó el abismo que ha habido,
culturalmente hablando, y que a la gente le recrea cosas de cuya existencia
no tenía la menor idea. Eso ocurre en los mismos artistas.
Se nota que quien trabajó con el repertorio tenía pocos
datos. No consiguió armar una ruta argumental. Esta intención
paródica tiene el defecto de no poner en un mismo plano las
virtudes artísticas impresionantes que tenían esas creaciones
sino que éstas aparecen pintorescas y ridiculizadas. Yo creo
que hay una aproximación demasiado superficial a algo que era
mucho más complejo. Andáte con la otra,
por ejemplo, es la segunda letra de un hermoso tango que se llamaba
Siempre amigos, y pienso que si alguien canta Andáte
con la otra debería conocer Siempre amigos,
grabado por Corsini. Si se quiere rescatar, exhumar todo eso, debemos
hacerlo desde un conocimiento un poco más profundo y no desde
el impacto pintoresco de una letra o de una melodía pegadiza.
Susana Rinaldi, a la que hoy en día no soporto, fue en cambio
una mujer importantísima que en los años más
difíciles para el tango porque el tango acababa de morir
y no hay peor muerto que el que recién se murió
aparece y conmueve, no digo que a nivel muy popular sino de clase
media, y renueva el lenguaje. Tenía una mirada intelectual
sobre el tango que justamente había padecido el desprecio de
los intelectuales y lo reconcilia con ellos. Eso fue muy importante.
El minaje en
formación
Había que tener coraje en el principio de siglo para aparecer
en un escenario de teatro picaresco como Pepita Avellaneda, con el
pucho en la boca y la gorra de marinero cantando aquello de Bartolo
tenía una flauta con un agujerito sólo... O la exageración
de Linda Thelma, que actuó en Francia y España vestida
de gaucho y con unas espuelas anchas como un disco simple. Es cierto
que el tango nació con varones abrazados bragueta a bragueta
y levantando polvareda en esquinas por donde no pasaban las niñas,
pero las mujeres como siempre y pagando caro se metieron
en el medio hasta llevar bien alto la figura de la cancionista.
Al principio no había letras para damas decentes hasta que
la tonadillera Lola Candales se atrevió a pedirles a Saborido
y a Villoldo que le hicieran un tango que pudiera escucharse más
allá de los piringundines y otros ambientes sospechosos, por
ejemplo en los hogares porteños de esos donde la mama
vigila la visita del novio de la nena, durmiendo como las lechuzas,
con los ojos abiertos. Así nació La morocha,
el primer tango escrito para una mujer. Hoy, Silvana Gregory lo usa
pedagógicamente en su espectáculo Una arrabalera de
hoy. La morocha es el tango que, como había
sido aceptado en Europa, pudo entrar en las casas de familia. Imagináte
que en los prostíbulos se cantaban tangos con títulos
como Sacudíme la persiana o Qué polvo
con tanto viento. En Una arrabalera de hoy yo arrancaba con
La morocha. Ahí hablaba de la transmigración
del campo a la ciudad y de que a esta mujer le habían hecho
algunas promesas como para salir del campo y vivir en la ciudad. Y
entonces cantaba Remigio. Ahí, como él no
cumple, ella se va a la ciudad con la esperanza de cambiar de vida
y la guita le da sólo para trabajar en un tallercito hasta
que aparece otro y le dice Pedíme lo que querés:
Si tenés el berretín de ser piba de gran brillo, piantáte
del conventillo y veníte a mi bulín. Pero después
ella no se queda cortita y le cuenta sus pretensiones, entonces le
canta La mina del Ford. ¿Te acordás? Yo
quiero un cotorro que tenga balcones, cortinas muy largas de seda
crepé. Que venga el mucamo y diga señora araca está
el Ford. Pero, al tiempo, decía yo, cuando la convivencia lo
arruina todo, él amenaza con abandonarla. Entonces, ella le
dice: Andá a hacer el cuento a otra que conmigo has terminado.
¿Qué te creés que porque aguanto yo estoy en
liquidación? Se llama Hambre, y es de Cobián
y Cadícamo. Pero él tampoco se queda en el molde y tiene
su boquita y le canta Cobráte y dame el vuelto:
Mirá, ñata, es necesario que hablemos como es debido,
porque ya estoy aburrido de hacer el papel de otario. El se queja
y se queja hasta que ella se cansa: Le partió al ciruja el
mate con el filo de la plancha. Y después digo que, con el
golpe de la plancha, él cae en la depresión y caer en
la depresión es una excusa para salir de noche, pero de una
de sus juergas no vuelve. La morocha queda resentida, lógicamente.
Entonces canta ese tango que cantaba Sofía Bozán, Qué
querés con ese loro. La morocha es una mina pensante
y muy reflexiva, pero cuando recuerda a su hombre también es
muy ambivalente, entonces canta Guapo sin grupo. Toda
esta rutina que empieza con La morocha tiene que ver con
la evolución de la independencia femenina, y es un homenaje
a todas las que se atrevieron a desafiar los mandatos de la sociedad
de una época en donde no estaba bienvisto el protagonismo femenino.
Para ser femenina no había que ser protagonista.
Azucena Maizani, la Ñata Gaucha, bautizada así por Libertad
Lamarque, fue descubierta por Enrique Delfino en una reunión
de músicos y saineteros. Delfino y Vacarezza compusieron Padre
nuestro para ella. Fue un éxito. Si bien el tango hasta
entonces tenía una relativa independencia y era común
que se cantara dentro de los sainetes, el posterior crecimiento de
radios y compañías grabadoras fue dando a las cantantes
una dimensión más profesional. Azucena grabó
en Odeón y empezó a trabajar en la radio, sin dejar
de hacer teatro, adonde había debutado en 1922. En 1925 se
afianzaba en la radio, donde los admiradores no la dejaban atravesar
el umbral sin pedirle una firma o hacerle un regalo. Pero no eran
los mismos pelados de la primera fila que se volvían locos
por la Negra Sofía Bozán en el Maipo sino mujeres, como
esa viejita llamada Angela Boticcelli que un día le regaló
fideos caseros amasados al huevo, según cuenta
Estela Do Santos. Azucena actuó en películas como Tango
(1933), Monte criollo (1935) y Nativa (1939), donde luce su cara redonda
y simpaticona de ex modistilla, a veces con traje de gaucho, incómoda
por los tacos bajos y la guitarra apoyada más incómodamente
sobre el chiripá. Su fama hacía juego con un cariño
popular que la alejaba de toda sospecha de ser una vampiresa como
Ada Falcón o una varonera con gracias boquenses como Rosita
Quiroga.
¿La vida de la Ñata? Ningún lecho de rosas. Se
casó y se separó dos veces, soportó la muerte
de un hijo y alguna andanada de maledicencias: en 1928, las revistas
de chismes decían que andaba con un joven aristócrata
y seguramente detrás de su dinero. Cuando el joven en cuestión
se pegó un tiro, la Ñata fue escrachada por la prensa
amarilla hasta que se vio obligada a mandar una carta al director
de La canción moderna en la que aclaraba que el suicida era
su representante.En Azucena hay una marcada transformación
a lo largo de los años explica Julio Nudler. De
modo que no es tan fácil hablar de ella como de las otras que,
a través del tiempo, sufren la normal evolución de un
artista, pero dentro de una línea. La Azucena que graba en
el 30 Danza maligna o El Pendantif es
adusta y sobria. Pero, a medida que pasan los años, empieza
a sobreactuar su personaje. Está la grabación estupenda
de Monte criollo del 36, pero después empieza
la decadencia. Azucena empieza a exagerar, a remarcar lo melodramático,
tipo Andáte con la otra, donde grita y llora. Si
hoy uno descompusiera a Azucena como un rompecabezas, no quedaría
nada. Pero quien escucha esa voz quebrada en llanto, con algo
de soberbia de antecocina y fatalismo pasional, tiene derecho a afirmar
que es la Maizani y no Gardel quien canta cada día mejor.
Rosita Quiroga, una boquense hija de un carrero, estuvo con Azucena
Maizani cabeza a cabeza, pero la superó en grabaciones, que
fueron más de 500. Su primer maestro de guitarra fue Juan de
Dios Filiberto, un muchacho de su barrio que por entonces trabajaba
de obrero en una fundición. Rosita tenía el repertorio
de Gardel y una s canyengue y sarcástica. Su caballito
de batalla era Mocosita y otros tangos donde la imprecación
femenina era menos sufriente que la de Azucena. Rosita Quiroga
era la mujer de pueblo, la obrera de estilo filosófico. Tal
vez para apreciar exactamente eso convenga escuchar Carro viejo,
donde dice: Date vuelta, juná el mundo, que es de una gran
hondura y donde ella parece estar de vuelta, pero también se
conmueve. De Tita Merello se sabe bastante y se la recuerda por sus
versiones más dichas que cantadas de Se dice de mí,
Me enamoré una vez, Che, Bartolo, o
Dónde hay un mango. Tal vez se recuerde menos que
es hija de un cochero que murió cuando ella tenía meses
y de una planchadora que se enfermó tan gravemente que tuvo
que internarla en un asilo, en donde permaneció desde los cuatro
hasta los ocho años. Con Luis Sandrini, Pepe Arias y Libertad
Lamarque protagonizó Tango, la primera película sonora
del cine nacional. Pero ya en 1931, por su canto canyengue, entre
sensual y patético, el diario El Mundo Argentino afirmaba que
la Merello era candidata a reina del tango. Quizás la voz más
perfecta fuera la de Mercedes Simone, una modesta empleada de la tienda
La Francesita de La Plata que empezó haciendo dúo con
su marido, el guitarrista Pablo Rodríguez, y se largó
a solista por los buenos consejos de un compositor cuyano. Yo
sostengo que no hay una Gardel femenina, no hay una cantante absoluta,
pero la que resume las virtudes de todas es Mercedes Simone, que,
tal vez o sin tal vez, es la dama del ajedrez que sintetiza lo bueno
de las otras. Como voz, como expresión genuina y representativa
de la porteñidad. No tiene un perfil claramente decantado como
el de Libertad Lamarque para un lado o el de Sofía Bozán
o Tita Merello para otro o el de Rosita Quiroga con esa s
arrabalera, pero es una síntesis que no deja de lado su personalidad
propia. No es un híbrido. Julio Nudler ha elegido.
Que
Tania nació en Toledo y que cantaba cuplés por Marruecos
suena increíble para los neófitos, pero es cierto, tanto
como que Anita Palermo otra cancionista era andaluza.
El resto de la lista no se agota: Dorita Davis, Chola Luna, María
de la Fuente, Fany Loy. Muchas de las cancionistas escribían
letras de tango, como María Luisa Carnelli (con el seudónimo
de Luis Mario o Mario Castro), autora de Se va la vida,
Cuando llora la milonga, El adiós y
El malevo. Azucena Maizani escribió la de Pero
yo sé y La canción de Buenos Aires,
y Mercedes Simone la de Cantando, todos tangos que no
se pueden considerar de segunda fila. Delia Vaini, mujer de Leguisamo,
y Maruja Pacheco Huergo deben haber pasado las cincuenta obras. Hoy,
autoras aggiornadas como Martina Iñíguez escriben, con
música de Silvana Gregory, un tango como ¡Atajáte!,
donde se negocia con el varón: ...Hoy las minas ya no agachan/
la sabiola ante el gavión/ y son ellas las que tumban/ a su
amor sobre el colchón./ ¡Atajáte, que se viene/
el minaje en formación!/ Hoy nosotras barajamos/ y al final
en el tapete/ se verá quien mejor lleva/ sobre el cuerpo el
pantalón./ Sin embargo,/ si dejás de hacerte el púa/
y querés andar mi rúa,/ te propongo/ caminar conmigo
el tramo/ hombro a hombro y mano a mano./ Porque ya no está
bien visto/ ser machista roncador: /¡Dale, metamorfoseáte/
antes que te escrache el clon!
Para voz no
hay
como la tuya
La voz finita le decía al hombre: Tranquilo nene, que soy una
chica de su casa, la grave le pide espacio y se enturbia con el tabaco
y el whisky, vicios compartidos con el hombre indicando
que la portadora ya estáinstalada en la vida social. Cuando
esto era excepcional, la voz solía quebrarse como si se pidiera
perdón o como si no tuviera fuerzas y es por eso que dos pesos
pesados femeninos y conocidas antagonistas como Eva Perón y
Victoria Ocampo tuvieran voces semejantes.
En el llanto sobre todo el reprimido como artilugio de folletín
o falla del grupo de autoayuda, hasta a las nuevas grelas se
les escapa el atávico chillido, ese hipante trino femenino
que los malignos llaman gallo. Como Cristina Banegas es
contralto y descubrió que, cuando la emoción la encontraba
anegada, se quedaba muda, fue a estudiar con Susana Naidich
para que los graves sonaran en el espacio dramático y no, como
ella describe, como un resoplido: En la zarzuela, en la ópera,
la contralto siempre es malvada, es la Otra. No hay vampiresas sin
voz grave. Es que la mujer que come hombres, les chupa la sangre o
los deja, es activa a la manera del varón. Y es que en
el fondo la Otra siempre es asociable con la mujer independiente,
ya sea porque tiene un amante o porque la crueldad implica acción
y razón. Ni Marlene Dietrich ni Mae West podrían haber
hablado con voz de zonza en edad escolar.
Silvana Gregory piensa que la voz grave que irrumpe en los 60
a través de la Tana Rinaldi o Amelita Baltar no lo hace tanto
por pelearse con los contenidos y la calidad de los temas que se habían
desgranado en la década del 20 con voz finita y boca
en forma de corazón como por ronronearle al hombre: La
mujer, para seducir intenta hablar más grave de lo que tiene
que hablar y termina teniendo problemas con las cuerdas vocales. Uno
tiene una tesitura que, depende si hace música popular o hace
clásica, puede ser de un promedio de dos octavas de amplitud
de registro. Cuando uno baja mucho la altura del sonido que utiliza,
está cargando todo en las cuerdas vocales y en lugar de proyectar,
y hacer que la voz tenga más brillo, parece que a la vibración
se la estuviera tragando. Y si a eso le agregás un poco de
volumen, forzás las cuerdas vocales, haciéndolas trabajar
más, todo por usar notas que casi no tendría que usar.
Si vos te fijás, hay muchas más mujeres disfónicas
que hombres.
Para Estela Do Santos ninguna grela puede cantar sino a título
de excepción: Siempre se dijo que la voz de soprano no
era adecuada para el tango, por lo tanto las mujeres, como tenían
voz de soprano, no podían cantarlo, lo cual no impidió
que ellas lo hicieran. Y las cancionistas eran sopranos, por lo general
mezzos que, con los años, se fueron opacando. Y a los tipos
todavía no les gusta. Cuando estaba todo repartido, no había
problema; hay problema después de los 60, cuando ya existe
el feminismo y las mujeres piensan algo. Las mujeres en el 40
no entran como cancionistas de orquesta. Y cuando viene Piazzolla
con Amelita, la Tana, ¿adónde están los cantores?
Son los mismos de antes: Argentino Ledesma, Miguel Montero, Jorge
Valdez y todos con su viejo repertorio. Por eso es importante lo que
hizo la Tana. Pero ella, que es la más grande cantante de su
época, no es querida por el público. Libertad Lamarque
ha sido un monstruo sagrado, pero tampoco fue querida. Azucena Maizani
es querida porque era una desgraciada. Y Rosita Quiroga porque se
fue y volvió de viejita y estaba igualita (le sale un
versito). Adriana Varela, hija de Goyeneche, dice: A mí
el Polaco me dijo: A mí las minas que cantan tango no
me gustan, pero vos sos diferente, piba.
Las chicas entraron a desaparecer luego del período en que
solistas varones y mujeres trascendían sólo con el fondo
de una chorrera de guitarras. A la hora de las grandes orquestas y
de los bailongos con potestades tangueras en vivo y en directo. Nunca
las voces femeninas fueron dice Julio Nudler, salvo excepciones,
voces orquestales; eso síocurrió con los varones, que
aprendían a cantar en las orquestas donde había un Fresedo,
un Troilo, que les imponían una disciplina y les quitaban los
defectos, dándoles un cierto ritmo, una métrica. Allí
a los cantores se los pulían y se los convertían en
un instrumento de la orquesta, como lo hacía Gobi con los suyos
y eso era una escuela fundamental. Hoy, como no hay orquestas, las
mujeres no tienen esta academia, entonces son como los actores de
los unipersonales que empiezan a desarrollar mañas que no las
corrigen, que no tienen quien los constriña. Si vos seguís
la evolución de Fiorentino o de Angel Vargas, te das cuenta
de que los tipos primero cantaban muy mal y después cantan
maravillosamente, pero eso no es casual porque es en la orquesta donde
van aprendiendo; vos ves que hay una continuidad entre cómo
cantan y entre cómo tocan los bandoneones: se van haciendo
y aprendiendo mutuamente.
Según Gregory, en las giras las cantantes molestan, ya sea
porque llevan más valijas o porque cuando llegan al lugar adonde
van a actuar aunque sea necesitan lavarse el pelo y hacerse un brushing,
mientras los tipos se ponen un traje y lucen igual la grela del pelo,
total ni se les nota. Y ni hablar del machismo de las milongas, adonde
las psicoanalistas van en busca de una femineidad en riesgo hartas
de que el falo no sea el pene y de ver y escuchar varones tirados
en una cama falsa el diván y con quienes, por razones
profesionales, las une el tabú de contacto. En la milonga
sólo hay códigos del siglo pasado dice Gregory.
Aparte de la cabeceada los tipos no se acercan a la mesa porque
tienen miedo de quemarse si una no quiere salir a bailar, si
vos estás en la mesa, y hace cuatro, cinco meses que estás
yendo a las academias para aprender a bailar, entonces lo que querés
es hacerlo para practicar en la milonga también. Entonces,
ojo con el que te viene a sacar: si bailás mal, otro milonguero
que baile bien ya no te saca más. Y si vos rechazás
a alguno con el que por ahí estéticamente no bailarías
porque no te abrazarías con esa panza, el que te ve que rechazaste
a un milonguero bueno te hace la cruz. También están
las que se mueren por bailar con uno que baila bien, aunque no lo
soporten ni dos minutos tomando café: ¡Ay, me sacó
Fulano!. Entonces, decíme quién manda en la milonga.
Después de todo lo que nos costó la independencia femenina,
se pone de moda otra vez bailar el tango,y tanto él como tus
amigas te aconsejan que el secreto está en dejarse llevar.
Pollerita cortona
y posfeminismo
La fama del tango canción, del tango bataclán, naufragó
en la categoría de cursi o de guarango, y se hizo neutro y
con voz grave para diferenciar a las nuevas cantantes de las muchachas
no emancipadas a quienes los varones les escribían letras donde
pedían: Mirá, José, no seas otario/ no andés
con vueltas y fajála/ que a la mujer que sale mala/ pa
hacerla andar derecha/ la biaba es lo mejor (Mi papito,
de D. Martón y R. Fontaina); o: Este es mi amor, amor de hembra
sin grupo./ Todo el cariño he puesto en mi ternura/ tan sólo
he dado mi alma pura/ y él no debe pagarme con una traición
(Amor de mujer Hembra, de C. Romeu). Que el
varón era el dueño se reflejaba en que había
letras para la dama y para el caballero o que nadie notara una alusión
lesbiana en el hecho de que, siendo un mundo de machos, Azucena cantara
con agudo estridente: Yo quiero una mujer desnuda/ desnuda yo la quiero
ver/ Anhelo yo una línea pura/ de hermosa escultural mujer...
(Yo quiero una mujer desnuda, de E. Delfino y L. Alberti)
porque era obvio que el sujeto que hablaba a través
de ella era un varón hetero y de polainas. Aunque es probable
que, como siempre lo hicieron gays y lesbianas, muchas letras dichas
por determinadas cantantes, travestidas o no de gaucho o de compadrito,
tuvieran otro sentido para quien quisiera oírlo. Es cierto
que el feminismo de la igualdad se ocupó menos de la temática
del poder que de articular las complejas relaciones entre deseo y
política, y que no hay un correlato entre pasión e ideología.
Por eso, rescatar hoy las letras adonde asoma una mujer sexualmente
activa y picaflora como en los temas de la Negra Bozán es algo
más que un gesto de nostalgia. Y el nuevo panfleto para grelas
sería este poema de Martina Iñíguez: A veces,
porque sí nomás, barajo/ el fato del proyecto feminista,/
o sea, ser del punto antagonista/ y madrugarlo pa no estar debajo./
¡Es fácil, si topás algún cascajo,/ un
loco, un conflictuado, un egoísta,/ un gil o algún psicótico
machista/ que te hace bolsa la ilusión de cuajo!/ Pero... si
al bardo surge un alquimista/ que forja tus campanas a destajo/ y
echa a volar tus sueños... ¡Dios te asista!/ No importa
si está arriba o si está abajo, ya seas liberada o moralista/
mandás las convicciones al carajo.