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la bella despierta

La cara de Emmanuelle Béart quedó grabada en la memoria de miles de espectadores gracias a películas como El placer de estar contigo. De paso por Buenos Aires, la actriz francesa, de 34 años, no habló solamente de cine. También relató por qué una o dos veces al año viaja a los países más pobres del mundo para después testimoniar lo que ve allí.

Por Moira Soto

Duerme plácidamente hecha un ovillo sobre un sillón, envuelta en una manta blanca, con una expresión que recuerda a una escena de El placer de estar contigo, bajo la mirada enamorada y desesperanzada de Michel Serrault. Emmanuelle Béart duerme a las cinco de la tarde en el hall del primer piso del Caesar Park, en medio del ajetreo de integrantes de las delegaciones del festival de cine francés y español, agotada por el viaje de la noche anterior y aún no adaptada a la diferencia horaria. Da pena interrumpir su sueño para hacerle una entrevista, pero no queda otra porque la espera una serie de reportajes. Profesional disciplinada y cordial, Emmanuelle se despierta con una sonrisa y pide un té, siempre arrebujada en la manta, apenas dejando ver unas sandalias de alta plataforma en tonos de violeta y bordó.
Sí, digámoslo ya: Emmanuelle Béart es tan linda como en las películas, con su cara sin maquillaje (a lo sumo, una base ligera que no oculta sus pecas) y el pelo suelto. La actriz –que ha sido convocada por Claude Sautet, Claude Chabrol, André Téchine, Raoul Ruiz– reconoce su buena estrella cinematográfica, pero aclara que, entre los films que interpretó, sigue prefiriendo La belle noiseuse, de Jacques Rivette, “un gran director que jamás hizo la menor concesión, que nunca se apartó de su camino”.
Béart (34, una hija de Daniel Auteuil y un hijo de David Benguingui) vino a Buenos Aires para acompañar la presentación de La bûche, una realización de Danièle Thompson en la que comparte cartel con Françoise Fabian, Sabine Azéma, Charlotte Gainsbourgh y Claude Rich.
“Cuando leí por primera vez el guión, tuve una impresión de familiaridad que creo todos conocemos: el mundo de las fiestas de fin de año como algo magnífico y a la vez aterrador. En el film, como tantas veces en la vida, se intenta reunir alrededor de una mesa, en la mejor de las armonías, a personas con características e historias diversas, que están cada una en un momento diferente de sus vidas. Me gustó la historia de esta familia que ha estallado, y me interesó mucho mi personaje, la segunda hija que se desvive por comportarse como una buena burguesa, pero que apenas está representando algo que no figura en sus raíces... Sonia recurre a una verborragia insustancial para no hablar de cosas que realmente le importan, como el fracaso de su vida sentimental.
–Sonia tiene parentescos bastante directos con otros personajes femeninos que han presumido de perfectos en films como Hannah y sus hermanas, de Woody Allen, Feriados en familia, de Jodie Foster, Felicidad, de Tod Solondz. Mujeres que parecen haber hecho los deberes de la femineidad tradicional –bien casadas, con hijos, un hogar organizado– y suelen sermonear a las ovejas negras de la familia, para terminardesmoronándose... ¿Su Sonia es la más desquiciada de las tres hermanas de La bûche?
–Es la que está más perdida, ciertamente, aunque ni Luba ni Milla tienen resuelta su vida. Pero, hacia el final, Sonia se pone en el buen camino, decide patear el tablero. Ella necesitaba esta crisis que le permitirá sincerarse. Así, se encontrará consigo misma, con cosas que se le asemejen más que esa máscara, esas apariencias que se ha empeñado en sostener durante algunos años, siempre pendiente de todos los detalles exteriores, tratando de mantener el control.
–Además del tema de la familia disfuncional –el cine nos está mostrando últimamente que todas las familia lo son–, ¿le atrajo la idea de tener un padre de ficción ruso, siendo que su propio padre es de ese origen?
–Mi madre es de sangre griega, italiana y maltesa, y mi padre, efectivamente, es ruso español. Conozco todos los excesos de este tipo de familia: de pronto es el Apocalipsis y al segundo todo el mundo se abraza; puede haber risas locas al mismo tiempo que llanto... Por eso me fascinó el tipo de familia que aparecía en La bûche. Y me interesó mucho esta idea de que tres hermanas, hijas de los mismos padres, con la misma educación, fueran tan diferentes, algo que ocurre a menudo. Creo que la respuesta es que se tiene a los hijos en momentos distintos y, en consecuencia, cada uno recibe cosas diferente de los otros, de más o de menos. Por eso, me pareció ideal el elenco: la directora supo reunir a actrices y actores de estilos diferentes y complementarios que entendieron que era un film familiar, no de competición.

Pasión por las tablas
–Pese a desarrollar una carrera cinematográfica tan sobresaliente, usted ha declarado que no puede vivir sin el teatro. ¿Qué es lo que la hace volver regularmente a las tablas?
–Sí, necesito estar en el teatro, es vital para mí. Casi mitad y mitad. El teatro me da la proximidad con el público, el salto al vacío de cada noche. He tenido la suerte de interpretar a Molière, Marivaux, Strindberg, Anouilh... Me da un enorme placer estar sobre la escena.
–¿Se siente más dueña del territorio en el teatro?
–Sí, porque, una vez que el director ha partido, somos nosotros, los actores, los que dirigimos el barco, escena a escena. Lo que realmente me parece mágico del teatro es poder hacer algo diferente cada noche, aunque se trate del mismo texto. No hay una representación igual a otra porque los actores se van modificando, el público cambia. A mí me gusta descubrir cada noche algo nuevo en la pieza que estoy haciendo, que las palabras resuenen de otra manera, que las situaciones sufran alguna transformación por estos pequeños hallazgos. Es absolutamente apasionante y al mismo tiempo un trabajo de una gran exigencia, porque hay que arriesgarse diariamente, en permanente estado de acuidad, de alerta... La última pieza que interpreté fue Jugar con fuego, de Strindberg. La hicimos en Inglaterra, en el Festival de Viena, en Salzburgo, una gran gira por Alemania. Fue extraordinario.
–¿Cómo se sale de interpretar durante varios meses a un autor tan denso y atormentado?
–Oh, es tan doloroso... Pobre hombre. Cuando se interpreta a Strindberg, los actores suelen entrar en depresión y hay que remontar ese estado. Porque no se puede interpretar a este autor sin impregnarse de todo el dolor, la amargura, el pesimismo que lo habitaron. Sus problemas con las mujeres, su dificultad de vivir... Quedamos todos en un estado lamentable, aunque felices con los resultados artísticos.

Un deber moral
Hay quienes mandan a los artistas a ocuparse de su trabajo específico desentendiéndose de la política, de los problemas del mundo en que viven. Usted se caracteriza por hacer todo lo contrario: no sólo opina sobre los males que afectan a la humanidad sino que además participa activamente en busca de soluciones o al menos de alivio para determinadas situaciones.
–Para mí es simplemente una cuestión de responsabilidad de ciudadana. No sé cómo se puede vivir en un país sin mirar lo que sucede alrededor. No estoy comprometida políticamente con un partido, pero tuve la influencia de una madre muy militante que me educó en el espíritu de justicia, de reparto más equitativo de la riqueza. Estas ideas las incorporé para siempre. En la primera etapa de mi carrera estaba muy dedicada a mi persona, mi evolución, mi afirmación... Y, una vez que me sentí encaminada, tuve la necesidad de compartir, de tender la mano. Creo que el reflejo de la solidaridad comienza por el vecino, no hace falta ir más lejos para advertir a los que tienen menos que nosotros. Es algo que me importa transmitirles a mis hijos desde pequeños. Es muy importante adquirir ese reflejo, que surja espontáneamente ante el mendigo en la calle, los chicos que mueren por falta de atención médica.
–¿Ese reflejo la llevó a ponerse del lado de los inmigrantes indocumentados, a refugiarse con ellos en la iglesia de Saint-Bernard?
–Bueno, sí: un día ocurrió esta persecución de los indocumentados, que carecían de recursos para defenderse y sentí que tenía que ayudar en lo que estuviera a mi alcance. Por ellos luché con más fuerza que nunca, quería que la gente supiera lo que estaba sucediendo. Por eso, lo hice público, lo mediaticé. Para que se comprendiera el dolor de estas familias que querían expulsar. Hoy, la situación no es precisamente brillante: estamos bajo un gobierno de izquierda que ha hecho muchas promesas, pero las cosas, lamentablemente, no han cambiado lo suficiente. Circulan muchas mentiras y prejuicios respecto de los inmigrantes, cuando lo cierto es que económicamente los necesitamos, a menudo se los ha llamado. Es inconcebible la forma en que se los explota, el racismo de ciertos políticos que no tienen en cuenta algo que he confirmado en mis viajes: lo penoso que es para un hombre, para una mujer, abandonar su país, su paisaje, sus raíces, su familia.
–¿Qué objetivos se plantea al realizar estos viajes?
–Ahora, con Unicef, estoy más centrada en los niños. Trato en todos los casos de poner el acento en la tolerancia, la comprensión. Creo que si mucha gente se entera de lo que yo he visto en países del tercer mundo, es posible que se sensibilice, se conduela. Porque lo que yo he visto es inimaginable: el hambre, el sufrimiento, la indignidad... Vi morir a niños bajo mis ojos. Fue muy conmocionante para mí, ya no volví a ser la misma y decidí no dejar nunca de actuar en lo que pudiera para denunciar e intentar contribuir a mejorar las cosas. Mis funciones son de testigo: parto en misión a un país, a través de Unicef, algunas ONGs o asociaciones solidarias. Cuando estoy afuera, tomo buena nota de lo que veo y al regresar expongo mi testimonio. Trato de ir a países olvidados, que no aparecen en los medios. Mi relato y mi análisis tienen como objetivo plantear las necesidades urgentes, vitales, y reflexionar sobre la forma de resolverlas.
–Cuando empezó a realizar estas actividades de solidaridad, a viajar, ¿debió soportar críticas, sospechas de que buscaba promocionarse?
–Sí, claro que sí: ¿por qué hace estos viajes una actriz? ¿Qué es lo que quiere conseguir realmente?, se preguntaban muchos. Pero el tiempo pasó y la gente empezó a confiar, se dio cuenta de que era algo que yo hacía sinceramente, porque me sentía muy concernida. Hace seis años que viajo, voy una o dos veces por año a países pobres y con problemas. Ahora sé que al volver encuentro confianza en mi palabra por parte de los franceses. Por mi parte, aprendo cada vez más: me he apasionado por lasmacroeconomías, las microeconomías, las políticas de desarrollo en los países más pobres... Cómo funciona la ONU, cuál es el balance entre el Banco Mundial y el FMI y los organismos como Unicef...
–¿Es un verdadero trabajo, paralelo al de actriz de cine y teatro?
–Ciertamente, un trabajo al que dedico mucho tiempo, fervor y energías. Yo creo que en lugar de compadecerse en abstracto hay que actuar; para mí, es una obligación moral. Creo que todos pueden hacer algo por los demás. Y si una es conocida, me parece que es un deber; no convertirse en un ejemplo, pero sí darle otro sentido a la fama y llamar la atención sobre situaciones terribles.