Victoria
recuerda su primer contacto con la pornografía. Tenía
sólo diez años y había descubierto un paquete
bien atado de revistas en el cuarto de su hermano. Con una amiga lo
desenvolvieron y empezaron a ojearlas una a una, sintiendo una cosquilla
entre las piernas que ninguna de las dos sabía nombrar, pero
que crecía hasta que la puerta del cuarto se abrió y
tuvieron que tirar las revistas bajo la cama emitiendo grititos histéricos
que le daban voz a esa sensación que crecía adentro.
Eran revistas pornográficas, por supuesto. La pornografía,
desde entonces tuvo ese lugar, como un juego que se hace a escondidas
y al que llego como sin querer, porque algún compañero
lo propone o porque estás en un telo y entonces las películas
están ahí, dice sin ponerse colorada esta estudiante
de letras de 25 años. Pero lo cierto es que como cualquier
juego, cuando empieza a repetirse, me aburre, por ahí en los
primeros minutos me excita, pero después me empieza a dar como
impresión. Y más cuando noto que quien está conmigo
se queda pegado a la pantalla y yo dejo de existir. Victoria,
como la mayoría de las mujeres consultadas, admite que consume
pornografía y aunque éste no es un dato que se pueda
tener en cuenta a la hora de contestar si las mujeres lo hacen decir
las mujeres es una generalización tan mala como
cualquier otra lo que seguramente es cierto es que el auge de
la industria sexual no puede ser sostenido sólo por la mitad
de la humanidad. Según la revista de negocios US News &
World Report, los productos relacionados con el sexo generan ganancias
anuales de más de 10 mil millones de dólares en Estados
Unidos y cifras similares se pueden leer en todo el mundo occidental.
Más teniendo en cuenta que las letras que más se tipean
en las computadoras de todo el mundo, a la hora de conectarse con
la red de redes son esas tres que abren la puerta hacia el mundo de
las sensaciones íntimas. De no ser por los avances de la biotecnología,
hay quienes temen que este auge de la pornografía augure el
fin de la especie humana. Para Bernard Arcan, autor de Antropología
de la pornografía, el futuro de la sociedad estaría
en relación con su capacidad para situar la mentira. Si la
sociedad optase por tomar a la pornografía y sus ilusiones
como un juego que tiene sus límites y del que se debe reconocer
su ficcionalidad, Arcan cree que entonces tenemos futuro y la pornografía
sólo será un juego del que se puede servir para pasar
un rato agradable. Pero si como él dice, reemplaza a
las sombras en el fondo de la caverna, si la ilusión
se torna lo real y la masturbación se transforma ya no en la
sexualidad privilegiada a la que tiende ahora sino en
la sexualidad, entonces estamos en peligro.
Sin
embargo, más allá de que hoy se puede pensar en la reproducción
humana pasando por alto el coito, todavía estamos lejos de
pensar, por lo menos en Argentina, que mirar sea la única actividad
a la que se dedica la gente. Mucho menos las mujeres, para las que
la pornografía sigue siendo un terreno a conquistar. Una
de las cosas que me molestan del porno -dice María José
Roldán es que es hecho por y para hombres y nos dejan
afuera. Por ejemplo, una fellatio puede durar cuatro horas y es aburridísimo,
la situación a la inversa ¿hace falta explicarla?
dura sólo cinco minutos, ¡pero qué cinco minutos!.
Esta gerente de marketing de una empresa multinacional sabe de qué
habla, cada noche sus recorridas de zapping por la pantalla del televisor
terminan casi invariablemente en el canal Venus o Play boy, que la
consuelan muy bien de su soledad y la ayudan a dormir. Según
las pocas encuestas que hay sobre este tema, realizadas por dos revistas
norteamericanas para mujeres Redbook y Advocate más
de la mitad de las lectoras consumen pornografía habitualmente.
Y aunque es cierto que los mayores consumidores son los hombres y
a ellos les pertenece la industria, en las últimas dos décadas
son varias las mujeres que se han apropiado de ese particular lenguaje
para dar su propia visión de lo que consideran estimulante
para la sexualidad. Una de ellas, tal vez la primera, puso en jaque
a toda la industria pornográfica a fin de los 80. Se trata
de Tracy Lord, sino la primera directora, la primera estrella del
cine porno reconocida con fama mundial y múltiples dividendos.
Claro que Tracy llegó al tope de su carrera cuando todavía
era menor de edad, algo que denunció desde Francia a donde
emigró para filmar su primera película a la corta edad
de 18 años. Enteradas las autoridades del gran país
del norte tuvieron que retirar de la venta todas las películas
en las que ella era la protagonista, haciendo quebrar a buena parte
de la industria.
Pros y contras
En los EE.UU. durante la década del 80 las feministas
Andrea Dwarkin y Catherine Mac Kinnon realizaron un proyecto de ley
antipornográfica que las alineaba a la derecha y junto a históricos
enemigos. La clave de sus argumentaciones era homologar pornografía
a violencia contra las mujeres. Un debate realizado en 1982 en Barnard
College fracturó el feminismo en dos y emergieron las denominadas
feministas proporno que cuestionaban la relación entre pornografía
y violencia como de causa-efecto, diferenciaban realidad de fantasía
en las representaciones porno y ventilaban los efectos desastrosos
de la aplicación de la ley Dwarkin/MacKinnon sobre mujeres
reales: las trabajadoras del sexo. Son muchos los grupos feministas
en Argentina es la posición dominante que desde
la década del 70 se han dedicado a combatir la pornografía
dura, fundamentalmente porque consideran que degrada a la mujer, la
somete a situaciones de violencia y la exhiben como un objeto, otros
abogan por realizar críticas que apunten a una visión
radical de la sexualidad que privilegie, por sobre la corrección
política, la experimentación erótico-consensuada
o solitaria. El principal argumento que se utiliza en contra
de este material dice la española Raquel Osborne en su
libro La mujeres en la encrucijada de la sexualidad al referirse a
la posición antiporno es el de afirmar una relación
causal entre las imágenes violentas que la pornografía
muestra y las agresiones, igualmente violentas en contra de la mujer,
especialmente las violaciones. De ahí la consideración
de que las mujeres son las principales víctimas de la pornografía,
pero no en sentido simbólico sino real. Aunque esta relación
entre las agresiones de la vida cotidiana y las que representa la
pornografía dura aparece como una razón táctica
que no funcionó del todo bien. Por un lado está
el intento de no ser tachadas de moralistas y puritanas y por otro
quisieron soslayar el conflicto que toda prohibición plantea
prohibir la pornografía era un objetivo de estos grupos.
Sin embargo las feministas no sólo fueron etiquetadas como
moralistas sino también como nuevas censoras, dice Osborne.
Pero la denuncia de la exhibición de la mujer como un objeto
a usar y un sujeto a dominar no es la única reflexión
que se produjo desde el feminismo sobre la pornografía. La
neoyorquina Angela Carter explica en su libro The Saedian Woman que
la pornografía es la única instancia en la quecierta
sexualidad es abiertamente permitida a las mujeres, es decir le atribuye
una función liberadora en el sentido de que por medio de ella
a la mujer le ha sido dado mostrar diversas manifestaciones de su
sexualidad. Silvia Vicente, editora de la revista del Consejo de la
Mujer y militante feminista, se acerca a esta postura o por lo menos
plantea la pregunta: Yo consumo pornografía, uso juguetes,
voy a lugares swingers en los que se muestran shows eróticos
de sexo explícito y disfruto con eso. Creo que las mujeres
no llegamos más fluidamente a estos productos porque todavía
no exploramos del todo nuestra sexualidad y porque, por el hecho de
ser mujeres, no tenemos los canales habilitados para llegar a estos
productos. En 1998, hicimos un grupo de reflexión para interrogarnos
sobre estos temas y nos dimos cuenta de que, por ejemplo, más
de una vez hubiéramos querido usar la prostitución,
pero no sabíamos a dónde ir o a quién llamar.
También es cierto que todavía no hay demasiados productos
pensados para mujeres y mucho menos para mujeres heterosexuales.
Las feministas han propuesto luchas concretas desde hace más
de un siglo contra la exhibición mercantil de imágenes
de mujeres y esto incluye una afirmación: toda forma de experiencia
es mercantilizada por la industria cultural en el sistema capitalista.
Pero también estamos viendo a partir de la década del
70 el modo en que algunos grupos desde los derechos civiles están
revirtiendo ese problema de la exhibición de los cuerpos para
la degradación o la comercialización de los sujetos
por una exploración de la relación entre sujeto y deseo,
al modo de las vanguardias de principios de siglo representadas
por ejemplo por Oscar Wilde, Jean Genet, D. H. Lawrence o Mark Twain
que usaban imágenes eróticas como desafío a las
presunciones de normalidad no sólo respecto de la sexualidad
sino también de todo modo de relación que ponga en jaque
la mezquindad imaginativa y la indolencia ética de la clase
media. Así explica Silvia Delfino, integrante del área
de estudios queer de la Universidad de Buenos Aires, una forma posible
de apropiación del lenguaje pornográfico, para devolverles
la categoría que alguna vez tuvieron ciertas consignas como
la liberación sexual de la que la pornografía
dura es la hija pródiga: la transgresión y el
desafío a la moral media. Claro que, como decía Foucault,
el poder sabe que la mejor forma de controlar los discursos del sexo
consiste en evitar su represión. Y así la pornografía
se plantea también como una forma de control sobre lo que está
permitido mirar y mostrar.
Lo que hay para
ver
Para mí no hay fórmula fija que sea exitosa.
Lo que una noche me excita terriblemente, a la siguiente me puede
parecer un asco o aburrirme. Venus es más crudo; Playboy tiene
como esas producciones entre gasas y sombras. Me aburren esas escenas
de 20 minutos de matraca y todas las situaciones que se me ocurre
que no son creíbles, por ejemplo esas en que las minas están
en situaciones incomodísimas y es muy difícil creer
que la están pasando bien con cinco burros acabándole
encima mientras limpian la cocina (María José
Roldán, 32).
Frente a la pornografía creo haber recorrido el camino
como cualquier feminista, tuve mis fundamentalismos hasta que en la
cama de uno de mis amantes me hizo un click en la cabeza y fue como
la droga, un viaje de ida. Me convertí en una consumidora cachondera
de pornografía gay y lésbica. Mi ritual básicamente
es en soledad. A veces comparto algún video, pero como me resultan
de un insultante contenido pretencioso y kitsch, es más lo
que me río que lo que me caliento. Creo que los permisos e
interdicciones frente a la pornografía tienen que ver con los
mismos permisos e interdicciones en la cama. A una sexualidad rígida,
ortodoxa, mecánica y pantuflera no hay nada que arrebatarle
ya que no hay lugar para las fantasías ni los ensayos lúdicos.
A mi gusto el polvito dominguero es lo menos performático que
existe en el mercado sexual y tengo la sensación de que muchas
de nuestras feministas, cuando critican a la pornografía,todavía
no se quitaron los ruleros de la cabeza (Virgen Roja, feminista
en el anonimato, 45).
Lo que más me molesta de ver porno con mi marido es que
él empieza a hacerme preguntas sobre si no me gustaría
tener para mí un miembro así o asá. Seguramente
porque él quisiera tenerlo así o no se anima a decir
que a él le gustaría estar con una de esas mujeres que
parecen esculturas de plástico. Si me tengo que poner a competir
con esas minas, o si me empiezo a creer que eso que me provoca excitación
tiene que suceder en la realidad, se acabó el juego y se acabó
el goce (Patricia Antón, psicóloga, 50).
Soy adicta al sexo cibernético. Me deja jugar a ser quien
quiero ser sin ningún tipo de inhibiciones, a veces me paso
cuatro horas seguidas chateando y nunca desafié tanto mi imaginación
como cuando tengo que calentar a alguien sólo con palabras
y además no sé el sexo de ese alguien. Antes de Internet
nunca me había animado a entrar a un sex shop o a alquilar
una película porno. ¿Cómo te parás en
el video club frente al display de las condicionadas? Me muero de
vergüenza (Alba, cocinera, 23).
Cada mujer consultada empezó primero por la timidez, por decir
que era algo que les gustaba a sus compañeros y no tanto a
ellas, hasta que sueltan ese deseo escondido de encontrar alguna producción
pornográfica en la que se sientan cómodas. La espectacularidad
de los cuerpos es algo que muchas pusieron como límite, no
les permite creer que cualquiera de esas situaciones desopilantes
en las que el sexo llega sin mediación -casualmente eso es
lo que la mayoría confesaron como más excitante cuando
se supone que las mujeres tienen fantasías más románticas
que eróticas podría tenerlas como protagonistas.
También se escucharon quejas sobre la dificultad de creer los
orgasmos femeninos o incluso en su goce y eso te saca de clima.
Son pocas las que dijeron que preferían escenas más
veladas o sugeridas, lo que comúnmente se llama eróticas
aunque ya son pocos los pensadores que hacen alguna diferencia entre
erotismo y pornografía. A pesar de que cuando se piensa en
seducir a las mujeres para que consuman sexo mercantilizado se piensa
en experiencias como las del soft porno o porno blando
en que los genitales masculinos no llegan a verse en su esplendor
y de los femeninos sólo se visualiza el vello púbico.
Kitty Cunningham fue la primera en tener esa idea en Argentina cuando
a principios de los 90 comenzó a distribuir películas
soft en video clubes con la seguridad de que eso es lo que querían
las mujeres. Hicimos un pequeño estudio de mercado y
muchas se quejaban de que las películas porno no tenían
ningún argumento; el material que distribuimos no era de una
alta calidad cinematográfica, pero intentaba crear un clima
y las imágenes son menos agresivas, algo parecido a lo
que se puede ver en la trasnoche de los viernes y los sábados
en el canal The Film Zone. Pero la empresa de Kitty quebró
rápidamente y su conclusión es sin piedad: Me
parece que las mujeres de lo primero que pecamos es de hipócritas.
Con la llegada de los canales codificados y los servicios de Internet,
el problema de sonrojarse frente al empleado del videoclub ha pasado
a la historia. En cualquiera de los sites sobre sexo que se pueden
encontrar en la red ya las producciones han dejado de ser producciones
industriales para transformarse en fotos caseras en posiciones obscenas
que convierten a cualquier ama de casa en la estrella de porno con
la siempre soñó. Tal vez eso fue lo que alumbró
la idea de Letitia, un nombre que en Francia es marca registrada de
las producciones pornoartesanales y con mirada de mujer. Ella filma
con dos cámaras, una en mano y otra fija, a parejas que la
llaman porque quieren expandir el radio de sus experimentaciones.
Letitia los dirige como si fueran actores de hecho en ese momento
lo son y en determinado momento interviene en la escena. Según
ella, para eso la llaman. Letitia, como Annie Sprinkle en Estados
Unidos o Tracy Lord, es una ex actriz porno, exhibicionista confesa,
que pasó de delante a detrás de la cámara buscando
un lenguaje que pueda seducir a sus congéneres. Quiero
filmar un orgasmo femenino en tiempo real, fue laconsigna de
Sprinkle, trabajadora del sexo y feminista dedicada a revertir la
victimización de las mujeres en situación de prostitución
que se dedica alegremente a mostrar prácticas que movilizan
cualquier certeza sobre la sexualidad. En la industria porno
no hay casi contactos interraciales, si tenés que tener sexo
con un negro te pagan más, como si fuera algo grave. Pero no
te dejan usar preservativo ni te pagan más por eso. Los hombres
que están en la industria odian a las mujeres y encima una
tiene que trabajar para que ellos la tengan dura el tiempo necesario
porque solos pueden muy pocos. Todo eso es molesto, pero se pueden
hacer otras cosas para alentar a la gente a disfrutar de su sexualidad
por más rara que ésta sea, dice la Sprinkle en
sus memorias Ed. Taschen. Mostrar el orgasmo femenino
fue también el objetivo de Tracy Lord en su primera y única
película, harta de fingir para excitar a actores poco estimulados.
Sotto voce
Hay una moral de clase media que consume pornografía
como una práctica en el interior del matrimonio y que es interesante
de observar como una pequeña zona de experimentación,
aunque para llegar a ella la pareja tenga que cumplir con todos los
requisitos de la moral burguesa: en silencio, con fidelidad y monogamia.
Aunque después cualquier expansión de la sexualidad
se pueda convertir en un chiste en el programa de Tinelli o en un
análisis en el programa Memoria que es la regulación
cultural por excelencia de la clase media argentina. Para Silvia
Delfino aun cuando la pornografía sirva en algún caso
para desafiar lo establecido y hacer visibles prácticas que
son discriminadas, son más las veces que sirve para encubrir
otras relaciones como las que se establecen entre la sociedad industrial
y la prostitución, porque las conejitas de Play Boy llegan
a ese lugar también como un trabajo, y las actrices porno lo
mismo, entonces lo que queda oculto es la pobreza y la necesidad de
trabajar. Como también queda oculta la pobreza cuando se discute
sobre la oferta callejera de sexo, ya que nadie se queja de toda la
oferta que hay en departamentos privados, en Internet, en el rubro
59.
Evidentemente la forma de consumir pornografía aceptada es
la que se hace bajo otras máscaras. Son varias las publicaciones
que ofrecen imágenes y prácticas sexuales para el consumo
aunque veladas por conceptos como sexualidad sana o secretos para
vivir el sexo feliz. La revista Cosmopolitan, por ejemplo, se refiere
a sus lectoras como chicas cosmo y les ofrece relatos masculinos pormenorizados
hasta el exceso sobre cómo ellos se masturban. O brinda secretos
para saber, mirando las manos de un señor, de qué tamaño
es su pene. Si eso no es pornografía, ¿la pornografía
dónde está? Las producciones nacionales no son muy distintas
de las del resto del mundo, salvo por ese humor tan particular del
doble sentido que caracteriza a los capocómicos nacionales.
De hecho Víctor Maytland no es más que un seudónimo
de un director de cine que trabajó con Armando Bo y dirigió
más tarde la serie de Tiburón, Delfín y Mojarrita.
Pocas cosas menos excitantes que esas producciones.
Lo que es seguro es que los chats y las líneas calientes de
encuentros arden. En soledad todo está permitido y cada vez
parece ser más fácil estar solo, una queja que se suele
escuchar en boca de las mujeres, aunque para tranquilidad del antropólogo
Bernard Arcan, ninguna manifestó todavía que prefiere
los placeres solitarios a los compartidos y es de esperar que cada
vez más las mujeres se den permiso para llegar a la pornografía
como a un juego de adultos y que en ese tránsito haya lugar
para encontrar un lenguaje que las identifique. Y las seduzca.