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Alejandra & Valeria
contra el hormigón

Con Humberto Tortonese y Roberto Catarineu protagonizan Alarma en el teatro Broadway. La obra y el elenco prometían cierto delirio risueño que se encargó de frenar el puestista David Grindley. Las chicas libraron su batalla cuerpo a cuerpo por sacar a los personajes femeninos del estereotipo, y ahora, con el puestista lejos, empiezan a remontar su vuelo.

Por Moira Soto

Cuando se anunciaron los nombres de Alejandra Flechner y Valeria Bertuccelli, junto a los de Humberto Tortonese y Roberto Catarineu, como protagonistas de una pieza titulada Alarma, el público teatrero conocedor empezó a relamerse. Empero, en algunas notas previas al estreno de la pieza de Michael Frayn, se traslucía una cierta incomodidad, sobre todo por parte de las dos estupendas actrices (Flechner venía de Confesiones de mujeres de 30 y Valeria de Gasoleros): algo chirriaba respecto de la obra, del puestista David Grindley. Cuando se produjo la presentación pública se entendió mejor ese vago descontento: la pieza era apenas una plataforma de despegue acotada por una dirección demasiado coreográfica. Sin embargo, Bertuccelli y Flechner, bien acompañadas por Tortonese y Catarineu, lograban remontar con su rendimiento tan pesado lastre.
Ahora que el cuadrado director ha partido, algo se está liberando sobre el escenario del primer piso del Broadway. Algo que ya había empezado a aflorar durante los ensayos, cuando los intérpretes se le plantaron más de una vez a Grindley para desobedecer sus obtusos mandatos. Más relajadas que durante esa dura etapa, las actrices cuentan ahora con mucho humor cómo lograron empezar a divertirse.
–¿Se sienten realmente libres con el director en otra latitud?
Alejandra Flechner: –Y... viste que el dedo de la represión suele quedar en el inconsciente. Pero poco a poco se puede ir haciendo un trabajo para neutralizarlo.
Valeria Bertuccelli: –No es nada fácil conseguirlo.
–Cuando leyeron la obra, ¿se la imaginaron muy diferente de lo que después resultó en la puesta de Grindley?
V.B.: –Sí, yo la vi de otra manera. Eso mismo que le notaba de insustancial creí que nos iba a dar la posibilidad de jugarnos más en la actuación. Pero cuando empezamos a trabajar, comprendí que se trataba sobre todo de una puesta en escena, con demasiada marcación. Costó mucho hacer algo más personal. Inspirada por el elenco que se había formado, pensé que se podían romper un poco los límites, cosa que no sucedió... hasta que se alejó el director. Pero tampoco es que se va el director y los actores nos apropiamos del texto. Por ahí tiene que ver con elegir no poner el acento en el mismo lugar en que lo ponía él, prestar atención a ciertos detalles y obviar otros, que para el director eran los más importantes. Por ejemplo, él tenía ciertas ideas sobre cómo son las mujeres y cómo son los hombres. Aceptar esas ideas para mí y para Alejandra era una tortura. Durante los ensayos nos la pasábamos tratandode discutir esos lugares comunes, y ahora ya vamos encontrando cómo hacer la nuestra.
–¿Y cómo cree David Grindley que son las mujeres?
A.F.: –Bueno, él suponía determinadas cosas que, por cierto, no eran de su exclusividad. Creencias o prejuicios que yo he visto mucho por acá nomás: la típica idea de que las mujeres son unas hinchapelotas, las sisebutas de la situación. No es que nosotras pensemos que los personajes femeninos deban ser perfectos, pero lo que elegimos –como dice Valeria– es ir un poco más al fondo, evitar el estereotipo que finalmente es tan previsible y tan poco interesante.
V.B.: –Creo que al director le contaron que éramos cuatro que veníamos del under, relanzados. Yo no me siento una actriz especialmente zarpada. En todo caso, no quiero contar lo primero que se ve, lo más obvio. Trato de buscar otra cosa por abajo. Las razones del director eran: estos personajes son como mis padres. Yo no se lo negaba, incluso se podían parecer a mis tíos. Pero no me interesaba contar precisamente eso de ellos sino algo más de la grandeza y la miseria de las personas, digamos. Pero, bueno, no pudo ser del todo (Valeria imposta la voz). En otra oportunidad.
A.F.: –(Entre risas de ambas) Seguimos participando.
–¿Qué cambios positivos se produjeron después de la partida del director? ¿Están sacando algunas de las cosas que imaginaron en un principio?
V.B.: –Lentamente estamos sacando algunas cositas, pero dándonos cuenta de que cuando ella hace un cambio, cuando lo hago yo, puede estar bueno si nos mantenemos atentas a los otros, al conjunto.
A.F.: –Hay algo que es como un cimiento, un hormigón armado que no se puede dinamitar. Porque para hacerlo habría que parar un mes y hacer todo el trabajo de nuevo, cosa que está fuera de lo pactado. Entonces, lo que sí se puede hacer es ir echándole ácido al hormigón para que se ablande y deje de ser una coraza.
–Haber sufrido esta marcación tan severa y con un punto de vista diferente del de ustedes, ¿resulta particularmente equivocado en un género como el humor, que pide un toque de locura?
A.F.: –Claro, por supuesto. Además, en el humor hay un ida y vuelta mucho más evidente. Y aunque una no esté buscando el chiste, la risa, sí es importante el surgimiento del humor. Con este señor no sólo existía la barrera del humor sino también la de la sensibilidad. Justamente nosotros cuatro, que tenemos un humor que no es Rompeportones.
V.B.: –De haberlo querido, a algunos números pudimos llenarlos de gags, pero no era eso lo que deseábamos. Como tampoco nos interesa cuando la gente se ríe indiscriminadamente, jajajá, nada más que porque vinieron a reírse. Queremos llegar al humor de una forma más elaborada.
A.F.: –Y después estaba el tema de la comprensión de la idiosincrasia: yo la veía a Valeria construir un personaje y a mí me parecía muy gracioso, pero a él no. O en mi propio caso, que armaba a un personaje que es una mina con un culo que le pesa cien kilos, y él me decía: “No, no es cansada...”. Yo me puedo equivocar, es verdad, pero cuando veía lo que hacía Vale y él no cazaba nada del camino por el que iba ella...
–¿No había sintonía fina?
A.F.: –Había motricidad gruesa.
–De todos modos, ustedes consiguen el triunfo de la pura actuación. Ya desde el estreno se notó que, aun dentro del corsé, se mandan travesuras personales de interpretación. Se advierte el juego de un cuarteto de calidad y desaprovecharlo era casi imposible.
V.B.: –Bueno, yo pensé cuando cerró el elenco: está bárbaro, se puede hacer algo genial. No importaba tanto la obra: tantas veces de un recorte de diario se puede armar algo bueno.
A.F.: –Porque fijáte: Valeria, Humberto y yo tenemos un gusto especial por los materiales mediocres, para sacarles brillo.
V.B.: –Sí, cuando mis amigos me decían: “Pero, ¿vos leíste la obra?”, les respondía que sí, que era lo de menos. Porque tengo ese vericueto, el gusto por sacar algo que valga la pena donde parece que no lo hay.
–¿Cómo se las arreglaron para darle cierto espesor a personajes tan lineales desde el texto?
A.F.: –Desde ya que hay una zona del estereotipo que puede ser interesante para trabajar, depende de hasta dónde una pueda sacarle a la cebolla las capas y que aparezcan otros aspectos menos evidentes. Es un punto de partida la situación de dos matrimonios que se encuentran, todo está bien y a la vez todo es medio careta, ¿no? Pero me parece que tanto los personajes femeninos como los masculinos están contando otra cosa aparte de lo que se ve en superficie, con toda esa paparruchada de la sofisticación técnica.
V.B.: –A mí, en principio, me costaba bastante asumir esto que surgía a primera vista: lo de la esclavitud de los aparatos... No me interesaba. Entonces elegí otra vuelta para mi personaje, esta mina un poco tonta, como excluida del grupo, presa de su torpeza. Y puse el acento en la relación humana, porque si no sólo me quedaba hacerme eco de ciertos ruidos...
–El sketch del hotel parece el mejor armado, el más sustancioso, con esa idea de que las vacaciones pueden ser una pesadilla peor que la vida cotidiana. Logra incomodar un poquito, que es lo que siempre se debería esperar del humor, en vez del chiste complaciente.
A.F.: –Sí, es el episodio más teatral. Pero costó, ¿eh? No querría hablar bien de nosotras.
–Hablá tranquila, por favor, que te sobra autoridad profesional...
A.F.: –Bueno, creo que en un sentido nosotras logramos ir más allá de la propuesta que recibimos y que no nos gustaba: estas son dos parejas típicas, y las mujeres son las típicas insufribles. Para lograr matices, metimos mucha baza. Que Vale lo casque al marido, es un agregado de ella. Esa relación con un cierto grado de sordidez, también es un aporte de la señora. En cuanto a mi situación con Roberto, es un clásico del veraneo. Ahí tenía que salirme de los Benvenuto. Buscamos desesperamente otras aristas para nuestros personajes, porque nos molestaba mucho caer en los lugares comunes prejuiciosos. No queríamos hacer nada que confirmara la idea de que las chicas son las que les rompen los huevos a los hombres. Creemos que no somos unicelulares.
V.B.: –Ahí saltamos como leche hervida.
A.F.: –Y remábamos en el barro. Peleando y en un punto –si se me permite– reeducando. También, no dando pelota.
V.B.: –Era así, el director en el camarín diciéndote: “Que sea la última vez”. Y volvíamos a hacerlo a nuestro gusto. Hasta nos amenazó con llamar al autor. Bueno, le decíamos y volvíamos a lo nuestro.
–Cuando la sala se ríe gracias a ustedes, ¿les da una sensación de poder tener al público en sus manos?
V.B.: –Es muy placentero, y a la vez es como que lo tenés que conducir con más cuidado que nunca. Sí, es una especie de poder, un poder que va y viene: a veces lo llevás vos, a veces no.
A.F.: –Se trata de ver hasta dónde una cumple con la demanda y el deseo del otro sin desdibujar la calidad del propio trabajo, sin patinar. Porque cuando se te cagan de risa, hay que tener resto para no entregarse bajamente. No entregar el culo por una risa. Suele ser el mal de los capocómicos.
–Más allá de los pesares ocasionados por Grindley, ¿valió la pena encontrarse y pelearla juntas?
A.F.: –Me encantó trabajar con Valeria. Me quedé con las ganas porque no tenemos mucha interacción en esta pieza. No nos descubrimos enseguida.
V.B.: –Hubo un momento en que nos reconocimos: “Hola, qué bueno estar juntas”.
–¿Algo en el futuro que las reúna interactivamente?
A.F.: –Sí, sí, estaría muy bueno. Además, a mí me gusta, desde mi propia historia, trabajar con mujeres. Disfruto del clima, del humor femeninos. Y cuando encuentro a una actriz fenomenal como Valeria, que además me resulta agradable y entretenida como persona, todo es más fácil y mejor.
V.B.: –(Haciendo vocecita en falsete) Yo también te quiero mucho, Alejandra, aprovecho esta oportunidad para decírtelo.