Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

Donar los órganos para favorecer un transplante que salve vidas o las mejore es una práctica que tuvo una presencia masiva cuando durante las últimas elecciones porteñas 119.000 personas estrenaron su cédulas de donantes. Pero el debate sobre los alcances de la experiencia recién empieza. La fantasía de continuar la vida propia o la del ser querido en otra persona es la que más alienta la donación. El fantasma de que se determine la muerte antes de tiempo es el fantasma más recurrente.

Por María Moreno

“Ibarra-Cavallo/Boca-River/Dona-no dona” sintetizó el titular de procuración de Organos y Tejidos para Transplantes de la ciudad de Buenos Aires, doctor Jorge De Luca, respecto de la campaña realizada para favorecer la donación de órganos el 7 de mayo último. Ese día gran parte de ciudad fue, junto con su voto, literalmente a ofrecer su corazón. Pero en el Incucai (Instituto Nacional Coordinador de Ablación e Implantes) el optimismo por los resultados no llegó a la euforia. Según establece la Ley de Transplante de Organos y Material Anatómico Humano (24.193), la decisión es revocable y en la práctica queda en manos de la familia del donante potencial. Si bien el miedo a la posibilidad de enterrar o extraerle órganos a alguien que aún está vivo es universal, en la Argentina, adonde se ha acuñado una situación como la de “desaparecido”, debe tener una resonancia especial, ya que, según las estadísticas, ése es el temor que lleva a la mayoría de los dubitativos a resistirse a donar sus órganos.

El corazón en las tinieblas
La catalepsia era un fantasma del siglo XIX y un leitmotiv para las series de Boris Karloff. Rufina Cambaceres, según la leyenda, fue enterrada viva en una bóveda del cementerio de Recoleta. Arañando las paredes del féretro con desesperación logró salir. Las puertas del recinto estaban cerradas, también el cementerio. Entonces murió realmente de un ataque al corazón. Una estatua art noveau la representa con una mano aferrada a la reja de la bóveda como si estuviera saliendo de su casa y la leyenda macabra, casi naïf si se la compara con El regreso de los muertos vivos o las sutilezas de Pokémon en torno de la idea de muerte, continúa de boca en boca. De hecho, según María del Carmen Bacqué, presidenta de Incucai, el miedo de que la persona siga viva en el momento en que se le extraen los órganos fue una insistencia en las 25.000 consultas cerradas realizadas el 7 de mayo, cuyos resultados le envió el Ministerio de Salud Pública:
El doctor De Luca cuenta cómo en el 2000 se está bastante lejos de los tiempos en que durante una epidemia como la de fiebre amarilla, por ejemplo, las personas eran enterradas vivas o el diagnóstico casero selimitaba a poner un espejito frente a los labios del agonizante para detectar su pasaje al reino de los muertos.
–La pregunta acerca del momento en que alguien muere se volvió compleja de responder en la década del 50, durante la posguerra, cuando surgieron las terapias intensivas con el uso de los respiradores automáticos y de ciertas drogas. En ese momento comenzó a verse que pacientes que habían entrado en coma 30 días atrás y se los había mantenido con estos métodos no se habían recuperado nunca. ¿Estaban muertos o estaban vivos? Ahí se empezaron a afinar los elementos del diagnóstico de la muerte. Un paciente en coma profundo tiene signos distintos de otro en estado vegetativo persistente, y del que padece un mutismo aquinético que es otro cuadro adonde el paciente está quieto y no se mueve. Esos cuadros parecidos que tienen en común la ausencia de la conciencia hace quince o veinte años atrás estaban todos en la misma bolsa, por eso el caso de Karen Quinlan o la película Coma.
“¡Ah!, lo que yo sé cualquier otro quiere saberlo; mi corazón, soy el único que lo tengo”. Qué ingenua suena hoy esta certeza del joven Wherter, el personaje de Goethe. Es que el corazón es para un enamorado casi un órgano que habla, el museo de sus sentimientos. Cuando late en el interior de un ser querido en trance de muerte su compás se convierte, casi tanto como el aliento, en la música de la vida mientras que cualquier vacilación en su ritmo suele escucharse como la profecía de la despedida.
Para Roland Barthes, que escribió de corazón Fragmentos de un discurso amoroso, el corazón es el órgano del deseo, puede henchirse, desfallecer, etc., como el sexo, tal como es conservado, encantado, en el campo de lo imaginario. ¿Qué van a hacer de mi deseo, el mundo, el otro? He aquí la inquietud en que se concentran todos los movimientos del corazón, todos los “problemas” del corazón.
Para el doctor De Luca el corazón no es un símbolo sino un órgano que puede salvar una vida permitiendo que el corazón siga representando el amor. Pero su latido, que hoy puede suplirse mecánicamente, es el que hace imaginar al familiar de un paciente que podría ser un potencial donante, que existe el peligro de que le extraigan órganos estando esté aún con vida. Dice De Luca:
–El nudo no está en el corazón, pero desde las viejas películas, cuando sobreviene la muerte, el personaje se agarra el pecho. Yo he sido jefe deterapia intensiva durante años y conozco el tema. El trabajo a menudo se concentra en la resucitación. ¿Qué es lo que uno hace durante una resucitación? En primer lugar la resucitación es cardíaca. Por ejemplo, un paciente hace un paro. Uno, ¿qué hace? Un masaje, lo entuba y lo conecta a un respirador. O se le suple la función cardíaca, respiratoria y circulatoria. Cuando una persona fallece, ¿cómo lo reconoce? ¿Cuando dice ‘¡Huy, hizo un ataque y se murió’? Cuando perdió la conciencia y esa pérdida de la conciencia es por la lesión neurológica. Suponga un paro cardíaco. La sangre se detiene. No hay ni oxígeno ni nutrientes en el cerebro; las células se mueren y ahí está la pérdida de conciencia de la muerte, pero esa pérdida de conciencia se debe a la falta de función cerebral, no al paro cardíaco. Por eso cuando un paciente tiene un paro cardíaco se le hace masaje y oxigenación porque lo que interesa para cumplir con todas las funciones orgánicas es que el cerebro esté intacto. Lo que uno mantiene con el masaje es la circulación cerebral, no el corazón latiendo. Porque si uno le pone una bomba de circulación extracorpórea, el corazón ya no late, el flujo cerebral se mantiene y el paciente sigue vivo. De hecho en cirugía del corazón, éste no está andando. El nudo no está en el corazón sino en el cerebro.
Eutanasia, suicidio asistido, aborto, cambio de sexo, transplante de órganos, todo parece estar relacionado con lo que podría llamarse avatares éticos de las disposición de los cuerpos en el futuro que cada vez está más presente, pero el doctor De Luca es terminante: “Ojo que nosotros no tenemos nada que ver con ninguno de estos debates éticos, porque la muerte no se confunde con ninguna de esas cosas. No puede confundirse con la eutanasia ni con el suicidio asistido. Si hablamos de un paciente comatoso profundo que hace dos años que está en ese estado y la familia plantea el tema de la muerte digna, no tiene nada que ver con nosotros. No es donante de órganos porque no está muerto, ¿me entiende?”
La filósofa Laura Klein piensa que el aborto y el transplante de órganos tienen algo en común: para legitimar su práctica se centra el debate en la definición de vida y muerte:
–Antes, cuando moríamos, moría el ser humano con el ser vivo. Hoy se separa y es posible morir como ser humano y no como ser vivo. En el caso del transplante para definir la acción se define la muerte. En un principio se consideraba muerte a la muerte cerebral, hoy basta con la cortical. En cualquier momento se va a definir como muerte el de un determinado punto de la corteza. La pregunta es por qué para legitimar ciertas prácticas hay que redefinir qué es vida y qué es muerte. En el libro Repensar la vida y la muerte, Singer cuenta dos casos conmovedores. En 1992 una mujer embarazada recibe el diagnóstico de que el feto es anaencefálico. Decide continuar el embarazo a fin de donar los órganos. Y para facilitar esa tarea decide también hacerse una cesárea. Como la recién nacida mantiene algunas funciones del tronco encefálico no se la considera clínicamente muerta y se impide a la mujer donar los órganos. Ella acude a los tribunales. Allí la jueza dictamina que la muerte es un hecho y no una opinión y que no podía autorizar a quitar órganos de la beba para salvar a otro, por más breve e insatisfactoria que fuera su vida. Nueve días después ésta empieza a deteriorarse y al décimo muere de muerte cerebral. El doctor Schann tenía en su sala dos bebés. Uno al principio estaba bien, pero luego unos vasos anormales estallaron deshaciéndole la corteza cerebral. El otro tenía una cardiomiopatía aguda y necesitaba un transplante urgente, de lo contrario moriría. El grupo sanguíneo de ambos bebés era el mismo. El médico pidió autorización para hacer un transplante. Se lo negaron. A los pocos días los bebés murieron. La pregunta de Singer es: ¿cambiamos a cada rato la definición de muerte o hacemos legítimo el transplante de órganos?

¿De quién es ese cuerpo?
El 7 de mayo quizás lo que se recogió es un listado de buenas intenciones. Los pacientes a los que puede considerarse muertos bajo criterios neurológicos constituyen del 3 al 5 por ciento de los fallecidos, generalmente en unidades de terapia intensiva. Según la doctora Bacqué el índice de negativa familiar ha bajado desde 1998 del 30 al 26 por ciento y ese índice no es muy diferente del que tiene España, donde la tasa de procuración de órganos supera el 30 por ciento mientras que la de Argentina no llega al 15. Entonces deduce que el obstáculo se encuentra en los profesionales médicos que deben realizar la denuncia cuando se encuentran ante un potencial donante. Desde el año 1998 el Incucai puso en marcha un proyecto de coordinación en trece hospitales públicos, tuvieran o no centros de transplante y en este momento se encuentra en el Ministerio de Salud un Proyecto Nacional de Procuración. –La campaña tiene que estar dirigida específicamente a los médicos de terapia intensiva porque son ellos los que ponen en juego el mecanismo -dice el doctor De Luca–. Ante el paciente con muerte neurológica el reflejo tiene que ser llamarnos a nosotros, es decir denunciar al programa de procuración como lo estipula la ley. Otra cosa que quizás los profesionales no tengan claro es que siempre se pueden donar órganos, por ejemplo cuando la muerte se produce por un paro cardíaco o un cáncer. En esos casos los tejidos que se ablacionan son córneas, piel, huesos y válvulas cardíacas. En este último caso al corazón no se lo utiliza para trasplante sino que se disecan las válvulas que después se implantan en aquellos pacientes con problemas valvulares. Y en esto la edad no cuenta. Había una viejita que murió a los 101 años y vieron que tenía una cédula de donación. Y en ese momento había una emergencia por perforación ocular –si a una perforación ocular uno no la tapa inmediatamente, se pierde el ojo–. Entonces, le sacaron la córnea a la viejita, taparon ese ojo inmediatamente, en horas, y se lo salvó.
De Luca, que ha participado muchas veces en operativos de transplante, sabe que la cédula de donación no garantiza que el equipo pueda cumplir su trabajo. Los deudos en general se acogen a la última voluntad del fallecido. Pero a veces comienzan con una negativa que se revierte luego de las seis horas que establece la ley –y la viabilidad del transplante-o al revés, empiezan con una actitud de aceptación y luego la inminencia del duelo les hace tomar otro camino. Existe una ley, pero en última instancia es la familia la que decide.
–¿Acaso se puede llevar el cadáver al quirófano –dice De Luca– contra la voluntad de la familia? Aunque uno tenga la cedulita que hace valer los derechos personalísimos, si la familia dice que no, uno tiene que dejar el cadáver quieto.
Para el psicoanálisis no se trata de estar a favor o en contra de los transplantes de órganos sino de escuchar los conflictos que se enuncian en torno de él. La psicoanalista Graciela Musachi define: “Vivimos bajo la égida de ciertas palabras ‘modernas’: ‘Abuso’, ‘donación’, ‘fertilización asistida’. El espejo nos devuelve una imagen unitaria del cuerpo, pero con esto existe el fantasma de su despedazamiento. La cirugía que lleva al transplante de órganos realiza ese fantasma. Y cuando un equipo de Procuración le pide a una mujer que avale la donación de un órgano de su esposo muerto la confronta con que ese cuerpo puede ser tomado por pedazos y es angustiante. Es interesante, el cuerpo despedazado que era un horror en Sade ahora se ha convertido en un ideal. Que un órgano pueda darse inmediatamente puede convertirlo en mercancía y el trasplante es el resultado de una conjunción del capitalismo con la ciencia. Su legitimidad no atañe al psicoanálisis sino a otros espacios como, por ejemplo, el jurídico”.
Para la presidenta del Incucai los efectos del 7 de mayo consisten en haber encontrado a la sociedad quizás más adelantada que muchos médicos y muchos jueces. La práctica no será un correlato de esos efectos, pero en todo caso la doctora Bacqué precisa: “La donación de órganos es un acto deabsoluta libertad del ser humano que se puede hacer labrándose un acta de donación y entregándose una cédula o cuando se va al Registro Civil y se renueva el documento y se le pregunta. En los dos casos nuestra ley establece que es una decisión revocable en cualquier momento de la vida. Es un derecho en donde nadie puede arrogarse la decisión por el otro”.

Fantasmas de los nuevos
¿Qué se entierra? La pregunta indica que muchos se imaginan, contra toda razón –tal cual lo explicara la licenciada Musachi–, un odre vacío, pedazos, un féretro tapado o un cadáver que muestra ante los deudos sus vicisitudes de donante luego de que su conciencia se ha apagado.
Según el doctor De Luca, después de una ablación completa el cadáver desnudo tiene una cicatriz en el medio del tórax. Cuando se extraen córneas, se colocan prótesis; la ablación de huesos se hace por la cara interna de brazos y piernas y se colocan prótesis de yeso. Y de la piel sólo se retiran unas pequeñas porciones del abdomen o de las nalgas. ¿Cuando se donan órganos para experimentación van a parar a la Facultad de Medicina? Ya sea por decisión del donante o porque los órganos pueden no ser aptos para transplante, por ejemplo en el caso de que el fallecido fuera un bebedor o tuviera un cáncer terminal, pueden ser enviados a los laboratorios de transplante para estudiar técnicas quirúrgicas.
¿La ley no facilita el tráfico de órganos? “La ley es muy restrictiva respecto de donantes vivos, prohíbe el transplante con donante vivo no relacionado. Lo permite con donantes vivos emparentados. Si se permitieran donantes vivos no relacionados, sería una puerta abierta al comercio de órganos”, dice la doctora Bacqué.
Hugo Luján, que recibió en 1998 un transplante de riñón e integra la fundación Provida, explica el miedo al tráfico de órganos por la falta de credibilidad –a menudo avalada– que las instituciones tienen en la Argentina, pero dice que el tráfico es un mito o bien la venta de órganos está legalizada: “Yo me tengo que hacer controles y recibir medicación de por vida, ¿vos creés que es posible que me hubiera transplantado a escondidas? Hay países adonde se acepta la venta de órganos. Y esto está en contra de todo lo que signifique la Organización Mundial de la Salud. La ley 24.193 acepta, en el caso de donante vivo, hasta un grado de familiaridad de un tercer grado o cuarto grado. La donación entonces es un acto de amor de una madre para con un hijo, o de un hermano para la hermana. No se acepta al donante no vinculado porque es imposible probar que, por ejemplo, un supuesto amigo que quiere lo mejor para vos y está dispuesto a donar un órgano, no recibió dinero”.
Otra inquietud es que la ley desampare a los sin techo, cuya muerte podría ponerlos, sin que se tenga constancia de su voluntad, en posición de donantes. El doctor De Luca aclara que cuando inician un operativo con un N.N. la policía tiene un tiempo determinado para ubicar a los familiares y el juez, seis horas para decidir. Su institución ha realizado muchas ablaciones decididas por juez.
Quizás debido a la ficción que los medios hacen del transplante como un operativo donde la eficiencia, la velocidad y la coordinación es visualizada como una hazaña digna de SWAT, muchos descreen de su eficacia. Para De Luca se trata de organización y Hugo Luján, en su largo contacto con personas en lista de espera que luego han sido transplantadas amén de su propia experiencia, confirma que la cosa funciona.
“La guardia operativa –detalla De Luca– está integrada por un médico intensivista, un enfermero, un médico coordinador de transplantes que es el psicólogo que hace el abordaje familiar, un asistente social que también colabora en el abordaje, un neurólogo especializado en el diagnóstico de muerte, un técnico en encefalografía. Cuando hay una denuncia, todos ellos salen del hospital y queda en la base un coordinador de transplante que, en caso de que el procedimiento progrese –es decir que se empiece con el mantenimiento de los órganos del cadáver– hace elenlace entre las novedades del hospital –por ejemplo el cadáver mide un metro ochenta, pesa noventa y cinco kilos, tiene el grupo sanguíneo tal– con los pacientes que están en lista de espera. Uno le habla primero al médico tratante del paciente que está primero en la lista: ‘Hay un potencial donante de tales características. ¿A tu paciente le va?’. Porque puede pasar que el primero en la lista de espera sea un chico de 18 años y que tengamos un corazón de un hombre grandote. Eso es incompatible, entonces se pasa al segundo de la lista. Hay un período de seis horas de tiempo que nos pide la ley.
En esas seis horas se hace el mantenimiento de los órganos por un intensivista y se da la relación entre la familia y el psicólogo. Luego volvemos a abordar a la familia y le decimos: ‘Le venimos a ofrecer como alternativa de esta muerte la posibilidad altruista de donar los órganos’. Si la familia dice que no, todo vuelve para atrás. Y la gente a la que se le avisó que había un órgano para transplante vuelve a su casa. Si dice que sí, se firma el acta de fallecimiento.

La espera en movimiento
Hugo Luján sufrió una enfermedad renal que con el tiempo se transformó en una insuficiencia que requería de un transplante. Mientras tanto asistió durante ocho años a un tratamiento de diálisis tres veces por semana y con una duración de cuatro horas. A la larga esa práctica lo convirtió en un desocupado. Entonces los procedimientos de diálisis eran más cruentos que en la actualidad. Luján define las agujas como “un clavito”, por no decir un calvario de rutina. Y del que terminó participando toda su familia. “Puede decirse que, cuando uno se enferma, la enfermedad entra en casa. Mi mujer y mi hermana pretendían donarme un riñón, pero yo nunca hubiera aceptado. Por suerte no eran compatibles, pero igual yo preferí que no y hoy seguiría prefiriendo que no. Entonces averigüé, era en 1991, que se hacían un promedio de 50 transplantes cadavéricos por año. Pregunté cuántos hay en lista de espera. Cinco mil y pico. Calculadora en mano dije; ‘Bueh, en un promedio de cien o ciento y pico de años me toca’. Entonces pensé que era el momento de movilizar a la gente. Ahora hay 400 transplantes al año. Porque el de riñón es el que abulta la lista, después está el de hígado y el de corazón. Porque en esos casos no hay alternativa, aquí existe la diálisis. El promedio de vida en diálisis es de diez años. Cuando empezamos a organizarnos, lo primero que pensamos es en mejorar el tratamiento. ‘O uno dializa para vivir o vive para dializar’, decíamos. Además lo que muchos pretendimos es continuar trabajando, teniendo una vida medianamente normal, porque sino se termina trabajando de enfermo. Desde Provida tratamos de conseguir programas que generen trabajo, porque el peor problema es salir de acá y no tener nada que hacer. Acostumbramos reunimos para organizar determinadas actividades, pero lo primero es la catarsis: ‘Que el técnico tal a mí me pinchó así, que me duelen los huesos, que tengo problemas en las articulaciones, que a mí la obra social no me cubre o a mí de la medicación me pasan tanto de tanto y no va’. Yo pasé ocho años en diálisis hasta que se ubicó un riñón compatible. Somos –me sigo identificando con los que todavía no fueron trasplantados– 5000 en lista de espera. Formo parte del Consejo asesor de pacientes del Incucai. Y la existencia de este consejo es para que esto sea limpio y siga funcionando en cuanto a accesibilidad y equidad. Por ejemplo puede haber alguien en la lista al que le toque el transplante, pero que tenga una infección. Es fundamental que el médico de diálisis lo informe al médico transplantólogo y al paciente. Lo mismo si el órgano es compatible o no. Todo tiene que ser transparente.

La donación como folletín
La identidad del donante y donado debe permanecer anónima, pero la prensa suele alentar a lo que podría definirse como una imagen de”canibalismo altruista” al sugerir que los ojos de una persona “viven” en otra, convierte en encuentro de final de folletín el de familiares de donantes y transplantados. “En el caso del donante cadavérico –dice la doctora Bacqué–, la confidencialidad tiene dos funciones, una desde el punto de vista psicológico y social, porque la persona que recibe un órgano cadavérico en realidad tiene una experiencia muy fuerte porque la realidad de su vida es que si no hubiera recibido ese órgano hubiera fallecido. Esto hace que se le genere un sentimiento de culpa muy difícil de superar en cuanto se le ponga nombre y apellido a ese donante, porque no hay posibilidad de devolverle la vida. Lo natural es que todos los hijos aceptemos que nuestra vida la tenemos dada por nuestros padres, pero experimentar esto de que la vida se nos vuelva a dar –porque todo transplantado siente que vuelve a nacer– a través de una persona genera vínculos no adecuados. El transplante es un acto médico y como tal puede fracasar o ser un éxito. Para la familia donante seguir la evolución de ese paciente es como si se lo llevara a la posibilidad de vivir varias muertes de su familiar. Y si ven que ese receptor rechaza el órgano o el órgano fracasa, les resulta muy dramático. Y es mucho más fácil para superar esa instancia que el receptor que no tiene ninguna culpa de estar enfermo lo viva como una gratitud hacia esa sociedad, que sea la propia sociedad la donante. Por eso el anonimato, pero los medios, aun con intenciones positivas, suelen violar la ley que dice que sólo el organismo de procuración está autorizado a dar los datos en situaciones excepcionales.
La experiencia del doctor De Luca registra que, cuando se realizan pedidos de órganos por televisión, se logra un aumento de las negativas familiares. Tanto el Incucai como la Procuración de Organos y Tejidos suelen utilizar como difusión la película de Pedro Almodóvar Todo sobre mi madre, en donde un episodio del principio impone el tema de la donación y el transplante, naturalizándola. Hugo Luján evoca un slogan con que en España se comenzó la campaña prodonación de órganos: “Piensa en ti, hazte donante”.