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el banquete de Emilia y Andrea

Hacen juntas “Por ese palpitar”, un programa en el que no sólo se entrecruzan los niveles de ficción, sino que semana a semana cambian de registro: de la comedia pasan al drama sin aviso. La experiencia les permite, además, probar suerte como socias de La Palmera Producciones.

Por Moira Soto

Banquete, placer, alegría, mística: así hablan Emilia Mazer y Andrea Pietra, titulares de La Palmera Producciones, de su participación en “Por ese palpitar”, el unitario que desde hace mes y pico sorprende con su originalidad y calidad los lunes a las 23, por América TV. En el capítulo del lunes último, Mazer se superó a sí misma al interpretar de manera escalofriante a una enferma de cáncer que paga por que le apliquen una eutanasia violenta.
Ambas actrices transmiten un fervor contagioso al referirse a este programa que surgió de la idea que se le apareció a Emilia una mañana en el bar de debajo de su casa donde suele desayunar medio dormida: “En principio, transcurría en tres niveles. Siempre me pareció que había muchas historias detrás de los talkshows, de los espacios donde se cumplen sueños de la gente, incluso a mí llegaban directamente episodios reales... Pensé en contar esas historias verdaderas y que sus personajes fueran representados por actores, a su vez con una vida paralela”.
A Mazer le gustó cada vez más la idea de darle a la gente el gusto de ver su historia reflejada en la pantalla televisiva (los casos se envían por e-mail a [email protected]) y a la vez “narrar temas que te alivien el alma, es decir, relatos de amor”.
–¿De modo que “Por ese palpitar” nació de un café con leche?
Emilia Mazer: La idea se me cruzó esa mañana, después de estar casi encerrada durante más de un mes escribiendo Juana de Arco, que con Mausi Martínez como protagonista estrenaremos pronto. Luego de ese desayuno, subí al toque y la llamé a Andrea. Con ella habíamos tenido un par de intentos de laburar juntas, y esta vez se dio. Además, en varias comidas con ella y Carlinga (Carlos Santamaría, el tercer protagonista de “Por ese palpitar”) flotaba la idea: che, mataría hacer algo los tres. Así estábamos en el momento en que llamo a Andrea. Y ahí nomás empezamos a tirar nombres de la gente con la que nos gustaría trabajar, y el proyecto empezó rápidamente a tomar forma y color. Confluyeron deseos y necesidades. Por ejemplo, hacer un unitario, un formato que nos gusta a los actores porque permite mayor elaboración, dicho sea sin ningún prejuicio hacia las tiras. Buscamos enseguida una fórmula de producción apropiada, que nos permitiera poner manos a la obra.
–¿Ahí aparecieron los “gestitos de ideas” de Andrea y Carlos que se mencionan en los títulos?
Andrea Pietra: Sí, precisamente. Yo creo que nuestra asociación en “Por ese palpitar” no tiene que ver con el programa “Verdad/consecuencia” sino más bien con la experiencia de haber realizado un trabajo juntos, habernos entendido, haberla pasado bien laburando y tener un mismo criterio. Lo que no quiere decir que no haya discusiones hasta llegar a un acuerdo. Pero nuestras explosiones funcionan de manera positiva, siempre al final sale algo hacia delante...
E.M.: Podemos explotar con respeto por el otro, no tratando de aniquilarlo. Creo que el espíritu de trabajo que impera en cada una de las partes que conforman La Palmera tiene que ver con algo que creemos profundamente: que cada uno tiene todo el derecho a desplegar creativamente todas sus posibilidades. Desde ya, hay límites, de tiempo, de presupuesto... Pero jamás partimos del “esto no se puede hacer”. La idea es que cada uno sienta que la apuesta es, en primera instancia, artística, porque para llevar a cabo este proyecto todos arriesgamos. Obviamente, también nos importa crear una fuente de trabajo, pero sabíamos que primero había que perder para después ganar.
–¿Ganar sin hacer concesiones que desvirtuaran el proyecto?
A.P.: Esa es nuestra ambición. Pero sin considerarnos mártires: éste es un programa de cuya realización disfrutamos mucho, que nos da todas las semanas la posibilidad de actuar algo diferente, una diversidad que no sólo concierne a los actores, al director y al guionista, sino también al vestuario, la iluminación. En este programa pasa algo inusual en la tele: una reunión semanal de cabezas de equipo para analizar a fondo el libro, discutir con qué colores, desde qué lugar lo van a contar.
E.M.: Todos trabajamos siete días a la semana. Cada capítulo que sale al aire es una batalla ganada, como hacer una película distinta todas las semanas. Mucha exigencia, pero también mucha gratificación.
–¿A los de La Palmera, además de la amistad y el trabajo, los une la mística?
E.M.: Mística, sí, por sobre todas las cosas. De entrada supimos que queríamos la pantalla de América porque nos iba a dar cierta tranquilidad en cuanto a jugarnos a un proyecto con características especiales, de cierto riesgo. Y esta pantalla, de movida no nos planteaba una exigencia comercial. Lo que no significa que no nos interese tener repercusión, todo lo contrario: un programa se sustenta con anunciantes. Pero queremos conseguirlos sin resignar nada. Confiamos en que la calidad puede ser comercial, no subestimamos al público. Y sabemos que al programa lo está mirando mucha gente.
–¿El contar historias tan diferentes los lleva a incursionar desprejuiciadamente en todos los géneros?
A.P.:
Esa es la idea, que el espectador no sepa qué tipo de relato va a ver ese día, con qué código se va a encontrar. El primer capítulo fue un drama, el segundo una comedia, el tercero una tragedia... Eso es muy atractivo, muy incitante: el factor sorpresa. Es un desafío para el público y para nosotras. Por suerte, tenemos un director en el que podemos confiar ciegamente, porque de verdad no se equivoca. Pablo Fischerman tiene una sensibilidad, una intuición fuera de serie.
–¿La intención es darle al público la posibilidad de que suba sus exigencias?
A.P.:
Lo que tenemos claro es que no queremos bajar la calidad apelando a recursos fáciles. El próximo capítulo, por ejemplo, cuenta la historia de dos vecinas que se enamoran, una es casada, la otra es una lesbianafeliz, asumida. Está contado con mucha ternura y también representa visualmente una innovación respecto de anteriores capítulos. Es una historia de amor entre dos personas que resultan ser mujeres. No está el estereotipo del marimacho, la lesbiana no lleva el cartel en la frente. Los personajes están interpretados por Mirtha Busnelli y Alejandra Darín. Emilia y yo hacemos personajes secundarios en esa representación. Porque esto es una montaña rusa cada semana: a ver qué libro viene para saber qué es lo que una tiene que armar. Estar dispuesta a ese vértigo es un placer. Porque lo hacemos con auténtico entusiasmo, y a toda la gente que está adentro le pasa lo mismo. Y todos tienen la posibilidad de poner su aporte sobre la mesa. Todos contenidos y dirigidos por el señor Pablo Fischerman. Un creador a quien admiro cada vez más, superabierto y supersensible.
–A grandes rasgos, ¿cómo es cada una de ustedes? ¿qué es lo que las hace funcionar como amigas, socias y compañeras de laburo?
A.P.: Somos absolutamente distintas en muchas cosas. Después de conocernos en “Nano” nos volvimos a encontrar en “Verdad/Consecuencia”. Y sobre todo, tuvimos una gran experiencia al viajar juntas. Hace unos cinco años, Emilia se iba a Europa. Yo no había salido del país nunca, y de un día para otro, impulsada por ella, decidí irme. Emilia levantó el teléfono y dijo “dos pasajes” cuando apenas lo habíamos hablado y ya no pude volver atrás. Viajamos durante dos meses y fue algo muy bueno, de mucho descubrimiento y crecimiento.
E.M.: Andrea es muy puntual y yo no. Ella quería estar a tiempo en la estación o el aeropuerto, y yo prefería llegar a último momento.
–¿Cuál es entonces el punto de encuentro?
A.P.: Nos reímos muchísimo juntas. Hasta los peores días, nos morimos de risa.
A.P.: Estábamos para el culo y nos ayudaba mucho el humor. Reírnos de temas dolorosos para salir de ellos, para retomar. Riéndonos fue que superamos la prueba del viaje juntas...
E.M.: Y también está el intercambio, la discusión. No creo en los grupos de trabajo sino en que químicamente la gente se junte y sus energías confluyan en un objetivo que es más importante que los antojos de cada uno. Eso lo podés hacer con personas que tienen el deseo profundamente puesto en lo que aman hacer. Andrea es así, Carlinga es así, yo soy así.
–¿Alguna vez se disputaron un personaje muy sabroso?
A.P.: ¿Un hombre?
–No, la pregunta era referida a los personajes del programa...
A.P.: Ah... como dijiste sabroso. No, por un hombre nunca. Somos reopuestas en nuestros gustos sobre ellos.
E.M.: Por suerte.
A.P.: (Con ironía.) Si ocurriese, dialogaríamos, comprenderíamos. Pero volviendo a la ficción: lo que sucede es que los personajes ya vienen delineados para quien los va a hacer. Salvo que una proponga por anticipado “quiero hacer tal cosa cuando me toque”. Pero como tenemos tanta diversidad...
E.M.: La verdad es que es como un banquete de actuación, podemos hacer cosas que no nos tocarían en ningún otro programa, aquí nadie nos va adecir “soy muy menudita para hacer de prostituta”, no tenemos esos prejuicios y nos damos el lujo de hacer de todo. Yo voy a cumplir mi sueño de hacer un travesti, una sobreactuación de la feminidad. Me parece maravilloso como mina hacer de varón que hace de mina...
–Ser actriz, ser actor, ¿es seguir jugando como en la infancia, pero con más riesgos?
A.P.: El único oficio que te da permiso para seguir jugando de grande. Como cuando eras chiquita y te disfrazabas.
E.M.: La diferencia es que jugás de verdad, con mayor amplitud de registros. Y hay cosas que te pueden afectar. Andrea acaba de grabar dos protagónicos durísimos. En el programa del lunes pasado, hice una enferma de cáncer que busca la muerte y me tocó por todos lados, muy profundamente. Porque los actores trabajamos con el inconsciente, no es verdad que podemos controlarlo todo.