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La obsesión por las palabras

Norma Morandini acaba de sacar su libro, La gran pantalla donde analiza con su mirada lúcida, de corte sociológico pero con mucho de personal, a los comunicadores de la televisión desde Neustadt hasta Pergolini. También está estrenando el programa “Paradojas”, que va los miércoles a las 22 por canal 7 y que está dentro del ciclo Tierra de periodistas.

Por Angela Pradelli

Todavía se pierde por los anchos pasillos del canal 7 pero es comprensible: hace apenas dos semanas que Norma Morandini arrancó con su programa en ese canal. El primer día marcó 2.5 de rating, nada despreciable si se tiene en cuenta que el miércoles anterior, en la misma franja, ATC apenas si superó la marca de 0.3 con la antigua programación. Y aunque ella no quiera ni escuchar las cifras, la gente de la producción se muestra feliz por haber sostenido el rating durante la segunda semana. A cambio de números y cifras, Morandini muestra otras cosas: una tonada cordobesa con la que produce un efecto de encantamiento en los oídos de sus interlocutores y una generosidad provinciana que las grandes ciudades del mundo en donde ha vivido no han conseguido arrebatarle. Le gusta analizar los temas y los comportamientos de las personalidades con una mirada sociológica. No le teme a los años, al contrario, cree que traen cosas nuevas y maravillosas. Y lucha contra los prejuicios. ¿Por qué pelear contra el tiempo .-se pregunta– si es una batalla perdida?
–Usted plantea en su último libro, La gran pantalla, que la televisión despierta una gran inseguridad, habla incluso de miedos, ¿cuáles son sus temores frente a una cámara?
–Temo el juicio del otro. En nuestro país tenemos el dedo acusatorio siempre preparado para levantarlo. Pero en la televisión no vemos al que está del otro lado señalándonos. He visto temblar frente a un micrófono a políticos, intelectuales, artistas. Creo que, frente a una cámara, todos estamos unidos por la inseguridad y el temor. Hay gente que tiene un gran talento y será tal vez un talento guardado, quizá nunca se anime a mostrar lo que hace porque hay mucha crueldad a la hora de juzgar a los otros.
–Además del temor, la tele muestra otros sentimientos como la vanidad, por ejemplo.
–Es verdad, en la tele también se viven cosas muy incomprensibles. A veces uno ve a una madre que perdió su hijo y a los diez minutos va a un programa de televisión y uno se pregunta: ¿qué pasa? Es una cosa terrible, su dolor es brutal y sin embargo va a hablar a un estudio de televisión. ¿No será que la vanidad es más fuerte que todo? Quizá tenga razón Pessoa, ese poeta enorme que dijo que el que inventó el espejo, envenenó el alma humana.
–Usted afirma en su libro que nuestro pasado dictatorial aún no termina de transcurrir.
–Sí porque todavía no tenemos una cultura de la tolerancia incorporada como valor. Por eso tenemos tantos dobles discursos en la sociedad. Por un lado piden mano dura para los ladrones pero después cuando la policía muestra toda su violencia se horrorizan sin asociar una cosa con la otra. Creo que no tenemos el valor democrático incorporado. Hace poco tiempo, un grupo de estudiantes de periodismo que vino a verme, se mostró sorprendido cuando afirmé que en democracia no se puede espiar. Los militares nos ponían espías para saber cómo pensábamos. Pero en democracia, espiar es un delito porque todos tenemos derecho a pensar como queremos, a tener la alcoba que queremos, y a rezar como queremos.
–Usted pertenece a una generación que repudió a la tele y se sintió casi una farisea la primera vez que aceptó una invitación de Mirtha Legrand a sus almuerzos. ¿Cómo vive el hecho de pertenecer a esa generación y estar ahora trabajando en la tele?
–Al principio lo viví con bastante conflicto, ahora creo que ya no. Muchas veces los conflictos te impiden actuar y una termina sin hacer ni una cosa ni la otra. Creo profundamente que los prejuicios, la ideología, a veces, te limitan la vida. Porque si una sigue todo doctrinariamente se priva de toda la riqueza que la vida ofrece. Además, la tele para mí, nace por curiosidad. Quería saber cómo era hacer periodismo en televisión. La primera vez fui de puro curiosa, para saber cómo era el medio.
–En el libro usted analiza el tema de la concentración del poder en los medios de comunicación.
–Sí, es un tema que no tuvo debate entre nosotros. Cuando un país tiene una cultura de la legalidad, los fenómenos modernos tienen que adaptarse a ella. En nuestro país nos hemos saltado ese período porque estuvimos enchalecados. Acá lo hacemos al revés: se crea una ley para una práctica ya instalada. Hay situaciones de hecho instaladas que después exigen la ley para legitimarlas. En otros países no es así porque hay una cultura de la ley y eso limita la prepotencia del interés económico. La democracia es una transacción de poderes pero acá hemos sido consumidores sin haber sido primero ciudadanos. En los países desarrollados la gente a través del derecho al consumidor ejerce el derecho a ciudadanía. Nosotros tenemos una sociedad que todavía no se anima a reclamar. Con relación al periodismo, hemos ganado el derecho de decir, que no lo teníamos incorporado como cultura. Hoy son los mismos medios los que denuncian cuando hay injerencia del Estado o de los gobiernos en limitar el derecho a la libertad de prensa, que es la madre de todos los derechos. El periodismo escrito remite a una idea de ciudadanía. En el periodismo de televisión lo que hay no es un ciudadano, sino un televidente que no tiene derechos.
–¿Usted cree que el periodismo gráfico compite con la televisión?
–Sí, pero en primer lugar hay desconfianza entre un medio y otro. Así como hay desconfianza entre los periodistas y los académicos. Los primeros piensan que los académicos son todos aburridos y no saben comunicar, éstos piensan que los periodistas no tenemos nivel y somos todos ignorantes. Y por supuesto, los diarios compiten con la televisión en todas partes delmundo. Los jefes de redacción se preguntan cómo narrar de manera amena y fácil lo que las personas vieron la noche anterior en los noticieros.
–¿Y cómo se hace?
–He pensado mucho en esto y estoy convencida de que llegó el momento de que los diarios incorporen a los escritores a sus redacciones. Porque los escritores han hecho eso siempre: narrar a través de un solo personaje, una única historia, lo que les pasa a todos. Si la novela es la vida privada de la historia y cada vez más la vida privada se ha convertido en noticia periodística, por qué no convocar escritores a los diarios que son los únicos que pueden competir en provocar la emoción que provoca la televisión.
–¿Y cuáles serían los límites del periodista?
–Siempre el límite es el otro, el lector, la sociedad. Y todo lo que el periodista haga tiene que estar en función del otro y no en su propio beneficio.
–¿Y la línea que divide información y delación?
–Acá, en general, cuando alguien dice la verdad en relación a algo que pasa institucionalmente se lo ve como un delator. Fijáte que cuando Balza asume que se delinquió frente a la opinión pública, la corporación militar le dice traidor. Y nosotros nos preguntamos: ¿traidor a quién, a qué? En el periodismo creo que hay que tener una idea superior de bien público, y la información debe servir a esa idea superior y no a los intereses del grupo. Deberíamos servir a la sociedad y no servirnos de ella.
–Usted tiene casi una obsesión por las palabras.
–Sí, es eso, una obsesión. Persigo dos cosas en referencia al lenguaje: hablar bien y que se me entienda. Antes se decía “precipitación pluvial”, “manto níveo”, “contraer nupcias”, quizá porque nos habían secuestrado también las palabras, pero creo que ahora hemos caído en el otro extremo, en las palabras soeces, vulgares. A mí me encantan los sonidos de las palabras, tengo la influencia de haber vivido en España y en Brasil donde hay palabras tan bonitas.
–Usted afirma que las mujeres hemos sido educadas para el susurro.
–Las mujeres nos medimos con el hombre en el espacio más igualitario que hay que es el de la alcoba y allí se susurra. Se ha hablado de la revolución silenciosa en referencia a la revolución de la mujer. En realidad, lo que pasa es que la revolución de la mujer hace ruido en la intimidad y por eso no se escucha.
–Y después aparece el grito para reclamar.
–Sí, eso está bien, hemos gritado para reclamar pero yo pienso que lo más maravilloso es la argumentación. No utilizar el susurro como seducción, no hay que sacarlo del espacio de la intimidad.
–¿Su mayor deseo en la actualidad es ser escritora?
–Sí, porque yo pertenezco a una generación que reprimió lo artístico. Freud dice que los hijos toman lo que las madres reprimen. La generación de los años 70 parió hijos artistas.
–Sí, pero el hecho de ser periodista hizo que trabajara con el lenguaje.
–Sí, pero yo hice periodismo con un sentido de obligación muy alto por haber sobrevivido a los 70, por tener amigos muertos, por tener mis hermanos desaparecidos. A mí todo eso me marcó mucho, en un sentido muy fuerte de dignificación. Y ahora en cambio, quiero escribir para ser fiel a mí misma, no tener la limitación del lector.
–¿Qué historia le gustaría contar?
–Estoy trabajando en una historia de los años 70 de Córdoba, muy marcada por la tragedia. Traté de hacer una reconstrucción y tomé contacto con la gente. Personas que nunca habían hablado de este tema con nadie y se han ido entregando a mí de una manera muy generosa. Entonces ahora mi obsesión es cómo voy a devolverle yo esa historia a esta gente que me ha entregado lo que más cuesta entregar: su dolor.
–¿Está escribiendo sobre el dolor?
–No, estoy escribiendo sobre la vida. La pregunta que me hice es qué hace la gente con la tragedia. Hay gente que se hace resentida, agria, amable. Los destinos del hombre son todos tan impredecibles.
–¿Y qué valor tiene el momento histórico?
–Un valor enorme. En los años 70, el que dejaba a un hijo para irse a la revolución era un héroe. En los 90, si un padre deja a un hijo por la misma causa, es un loco, un irresponsable, un neurótico. Los chicos que tienen algo más de veinte años hoy, consideran una locura haber dejado a sus hijos por sus ideales. Entonces yo, que tuve veinte años en los setenta, le estoy escribiendo cartas a un joven de veinte años hoy. Eso me permite hablar de mí, ponerme en cuerpo entero. Estoy tratando de decir mi verdad sobre un pedacito de la historia que en términos individuales tuvo muchas verdades. Hay una verdad histórica que es la dictadura, el terrorismo de Estado.
–Historias difíciles.
–Sí, lo más difícil es trabajar el temor y la ira porque mientras existan no podremos narrar cómo se vivieron las vidas privadas dentro de esa historia de horror que fue la dictadura en nuestro país.