La
cita es en un bar, frente al zoológico. Un bar en el que la
gente entra y se detiene un instante como sorprendida in fraganti
por el director de la escuela cuando se está a punto de cometer
una travesura. Es Cecilia Roth la que parece exigir a los que la ven
un gesto de solemnidad, pero no es una exigencia propia, es que su
presencia parece sacarle lustre a la escena cotidiana y los espectadores
de pronto se sienten en pantuflas. ¿Será por eso que
nadie se acercó a saludarla? ¿Que nadie lo hizo ni de
lejos? Ella es indiferente a ese desconcierto, suelta un hola casual
cuando alguien se detiene más de lo políticamente correcto
y fuma lentamente sus cigarrillos light como lo que es, una diva de
pantalla que aun sin un solo rastro de maquillaje exhibe una seguridad
en sí misma difícil de digerir para el común
de los mortales.
Sin embargo, algo se cuela en su mirada, un brillo extra que habla
de alguna agitación interior que pugna por ver la luz y que
la actriz controla con artes que le llevó una vida aprender.
Es muy insólito, dice como si de verdad estuviera
asombrada de que su imagen destile el perfume de la madurez, si
apenas puedo controlar mis impulsos, desliza, para subrayar
una sorpresa difícil de creer. ¿Acaso no es ella misma
quien ha apilado experiencias como prolijos escalones para llegar
más arriba cada vez? ¿No es ella la misma que encontró
un tiempo para cada cosa, para el descontrol, para el amor, para la
maternidad? Puede ser admite que sea bastante reflexiva,
que haya aprendido a ver las cosas desde varios puntos de vista. Pero
eso sucedió siempre después de darme el porrazo, para
mí es invitable, y tal vez ése sea en realidad mi estilo:
reflexiva impulsiva. Esas son las definiciones que le gustan
a Cecilia Roth, las que reúnen los opuestos. Porque viendo
en sus ojos es fácil intuir que no hay una Cecilia, sino varias.
Y que todas relampaguean con la misma furia en su mirada.
Pero ahora mismo Cecilia Roth no está dispuesta a entregarlo
todo. Y no tiene por qué. Me da un poco de vergüenza
estar repitiendo siempre las mismas boludeces, dice refiriéndose
a las entrevistas a las que accede sólo porque es parte de
su trabajo, aunque después se muestre amable y se ría
fuerte cuando logró aflojar ese muñeco insostenible
que admite haber construido para salvarse de algunos dolores. Insostenible
porque de todos modos la vida se ha encargado de recordarle más
de una vez que no es tan fuerte ni tan simpática como pretende
y que a pesar del éxito y de lo que la prensa llamó
su mejor momento, ella todavía no encuentra su
lugar en el mundo.
Yo pensé que con el tiempo iba a ser fácil acostumbrarme
a pertenecer a dos lugares. Siempre tomé como un privilegio
el hecho de haberme ido a España de adolescente y que poder
repartir mis afectos y mi trabajo en dos escenario era una suma y
no una incomodidad. Pero no es tan así, la incomodidad no me
deja, cuando estoy en España quiero volver, y luego me quiero
ir y viceversa. Tengo un espíritu muy nómade, a lo mejor
es eso. Pero últimamente me sucede que a cualquier lugar al
que voy, sea Córdoba o Nueva York, me dan ganas de tener un
lugar propio, un lugar mío para pasar de los hoteles. Pero
creo que es porque todavía no sé dónde quiero
estar y que tal vez no quiero estar acá en Buenos Aires, aunque
de hecho estoy y es el único sitio en el que tengo mi casa.
¿Cuál es el problema de Buenos Aires?
Por lo menos no es una ciudad amable y yo siento que me
encierro mucho cuando estoy acá, tengo una actitud mucho más
hacia adentro que hacia afuera, a esta ciudad no la curto, en otras
ciudades en las que estoy de paso me resulta más fácil
vincularme con lo urbano. Pero bueno, puede ser que sea porque acá
tengo un marido y un hijo y eso exige otros requerimientos. A lo mejor
lo que una quiere es escapar de eso y estar nómade y visitante
en todos lados.
¿Ser visitante alivia las responsabilidades?
No exactamente, pero hay una rutina más rigurosa
en el lugar en el que se vive y esa cotidianidad no es tan fácil.
Menos en esta ciudad donde ya sabemos cuál es la forma de ser
del porteño, aunque ya a esta altura me parece choto que tengamos
que sufrir todas las incomodidades de una gran ciudad y ninguna de
sus ventajas y eso carga el ambiente, es muy notorio... Aunque también
puede ser que ése sea el destino argentino que más allá
de cómo vayan las cosas hay una actitud frente a la vida que
es muy agotadora.
Algo de su famoso malhumor intoxica la charla. Ella sabe perfectamente
que en este país tiene menos admiradores que detractores. Sabe
que Todo sobre mi madre tuvo mucho menos repercusión acá
que en el resto del mundo. ¿Qué es lo que molesta de
ella? ¿Esa seguridad a prueba de envidia que la hace clavar
los ojos frente a las cámaras que la fotografían como
si siempre estuviera aceptando un desafío? ¿Es el éxito,
el amor, su privacidad lo que no se le perdona? No puedo pretender
que todo el mundo me quiera, pero por otro lado parece que venir de
abajo y llegar lejos es, para algunas personas, difícil de
perdonar. A esa dificultad es a lo que ella llama destino argentino,
a un destino de tragedia, como que nada puede salir bien...
suena un poco romántico y me da un poco de vergüenza decirlo
pero me parece que no hay lugar para la alegría, la esperanza,
parece que felicidad es una mala palabra.
¿Entonces usted es feliz?
No creo que la felicidad sea un estado, más bien
momentos, logros, situaciones que pasan y vienen y pasan, pero me
parece que nosotros tenemos una característica que nos impide
mirar la vida con ojos benévolos. Para mí ser argentina
es un misterio, nunca pude decir elijo quedarme acá, pero la
verdad es que estoy y que acá nació mi hijo...
Y que ahora, acá, está en su mejor momento...
He pasado grandes momentos y la prensa nunca les puso nombre,
por suerte nadie se enteró, ¡qué se yo! Los momentos
buenos no son totalmente buenos, todo tiene oleajes, pero de alguna
manera natural intento ser feliz, me gusta más la luz que la
oscuridad. En otros momentos habrá sido al revés y quizás
el mismo deseo de luz te va tranquilizando. También puede ser
que ya no me dé el cuerpo, qué se yo.
Excesos
Muy lentamente, al ritmo en que el sol se fue filtrando
entre la vegetación del zoológico para llegar a la mesa
del bar dibujando laberintos de sombra, mientras el té Cachamay
se enfría frente a ella, Cecilia se relaja. Hay algo de estrategia
en esa cara lavada que no pierde ni un poco de esa belleza clásica
que contribuye a construir la imagen de la mujer sensata que sus silencios
confirman que es. Las preguntas que no le gustan no las contesta y
tampoco se ahorra calificativos.
¿Hay un momento para el descontrol y otro para la
madurez?
No hay que ser tan pelotudo, no creo que haya un momento
para cada cosa. Se trata de elegir vivir. Y es lo que elegí
siempre. En este momento en que vivir significa tener a mi hijo y
trabajar, necesito estar más limpia en el mejor sentido, más
permeable a las necesidades de los otros.
Esta no es la primera vez que ella hace una opción. Incluso
cuando los que eligieron fueron sus padres, Cecilia asumió
como propias aquellaselecciones, como cuando decidieron irse a España
porque la dictadura había empezado su plan de exterminio y
la familia Roth estaba en peligro. Ella sabe que desde el mismo momento
en que llegó a Madrid se convirtió en una sobreviviente,
cinco días antes de cumplir los 18. Atrás quedó
su militancia secundaria, pero no su espíritu justiciero que,
dice, todavía conserva y trata de alimentar desde lo cotidiano,
queriendo a sus amigos, disimulando la pena que le da que algunos
de ellos estén ahogando su arte y su desesperación con
alguna sustancia tóxica. En la larga noche de Madrid,
Cecilia disfrutó de los excesos como la adolescente que era.
Ser actriz era la pista de aterrizaje y de despegue para esos viajes
que finalmente terminaron aterrándola. Fue adicta, pero no
sólo a las drogas, también a relaciones en las que siempre
hallaba el castigo que buscaba. Pero de esa larga noche también
despertó. ¿Cómo?
Me dio miedo. Me encontré un día pesando 45 kilos,
con un hombre que tenía que compartir con otras mujeres y con
una hepatitis. Me dio miedo. Todavía no sabíamos mucho
del sida, sabíamos del terror.
Y fue ese terror el que la convirtió otra vez en sobreviviente
entre una generación diezmada a un lado y otro del océano,
por unas u otras razones.
¿Tiene alguna moraleja después de esa experiencia?
Soy poco moralista con respecto de las drogas, creo que
a veces hacen bien, es una experiencia de vida importante. Me parece
jodido cuando las drogas te toman, pero tampoco puedo decir si se
pueden controlar. Obviamente hay drogas que es necesario dejar inevitablemente
porque sino te morís. Y otras que te acompañarán
toda la vida.
¿Cambió su idea de la muerte después
de sentirla cerca?
La idea de la muerte vive con uno. Tengo muchísima
conciencia de eso y no lo puedo evitar. Porque además cuando
te olvidás hace ¡cluc!, y te marca y creo que ahora lo
que quiero es estar bien y por mucho tiempo.
¿Su hijo cambió su noción del tiempo?
Modificó mi deseo de tiempo. Ahora quiero estar
viva, quiero estar sana, me pasa con mucha identidad, quiero el tiempo
de vida para acompañarlo, para hacerlo feliz... De todas maneras
creo que ahora el tiempo pasa más lento que hace años
cuando todo estaba acelerado. Aunque debe ser sólo una ilusión
porque estoy bastante más grande.
A lo mejor lo siente más lento porque no quiere envejecer.
Puede ser, pero por suerte no envejezco sola y eso es bastante
tranquilizador. ¿Te imaginás cómo sería
si tus amigas no cumplieran años? Cuando cumplí 40 me
dio como una impresión, pero ya me acostumbré y no es
utópico, a esta altura de la vida la experiencia se capitaliza
y hay otras necesidades, hay como una sabiduría muy interesante.
Todo
sobre mi madre
Tal vez la paradoja sea que para Cecilia Roth los buenos
momentos a los que ella hacía referencia fueron en este tiempo,
buenos en todo sentido. Mientras componía a Manuela, la protagonista
de la película multipremiada de Pedro Almodóvar, su
hijo Martín se estaba gestando en algún lugar.
Ella lo imaginaba, construía con él un vínculo
que tenía sólo espacio en el imaginario. Manuela, en
la ficción, mientras tanto, perdía un hijo y Cecilia
crecía como mujer y como actriz entre esos dos extremos. No
sé si hubiera sido el mismo personaje si Martín hubiera
estado con nosotros, no sé si yo soy la misma. Lo que sé
es que cuando llegó todo fue distinto y difícil, porque
lo único que quería era ser Cecilia, la mamá
de Martín. Tal vez porque en su fantasía el temor
estaba agazapado, ¿cómo se iba a dar cuenta de
que yo era la mamá? pensó ella alguna vez antes
de verse reflejada en los ojos de ese bebé que hace una semana
cumplió un año y que como cualquier bebé podría
reconocer a su mamá en una multitud. Ahora espero planificar
las cosas para no volverlo loco con los viajes, pero ya es ciudadano
del mundo, a los 4 meses paseaba por Central Park.
Como siempre, el bebé llegó a la pareja de Páez
y Roth a patear el tablero. Pocas seguridades quedan en pie cuando
los ojos de un niñointerrogan y tal vez por eso ellos decidieron
casarse, para poner por escrito ese amor del que ellos nunca dudaron.
Fue una necesidad muy extraña que tuvo que ver con que
Martín estuviera ahí. Nos casamos porque nos amamos,
porque está bueno elegirse de nuevo después de 10 años
de pareja y bueno, qué sé yo, siempre fui muy fóbica
con respecto a los papeles y ahora ni me doy cuenta de que estoy casada.
Y de que tiene una familia bien constituida.
Me gusta entender que mi familia real, la que nosotros
armamos, somos Fito, Martín y yo. Y también esa sensación
me trajo nostalgia de estar con toda mi familia cerca, con mis padres,
con mi hermano, tengo necesidad de que estén más cerca
y de hecho mis padres se compraron un departamento a tres cuadras
de casa y estoy feliz.
¿Cambió la relación con su madre?
Antes la evaluaba distinto, no entendía otra forma
de ser madre que la que eligió ella y ahora sé que es
la única que conocía. Tal vez ella era menos paciente
en el sentido de tomarse el tiempo para conectarse con el otro. Por
momentos siento que me fueron impuestas cosas que yo asumí
como propias y no lo eran. En ese sentido creo que hay una reparación
posible con mi hijo, porque puedo detectar algunas cosas que creo
que son origen de miedos y traumas, inseguridades y dolores pueden
ser reparadas en mi ser madre. Y creo que tener la edad que tengo
es un privilegio en ese sentido porque veo las cosas de otra manera.
¿Para sus propios dolores no hay reparación
posible?
No creo que se pueda reparar lo que ha sido dañado,
en todo caso se puede intentar que no duelan siempre los mismos dolores.
Sé que hay situaciones por las que no quiero volver a pasar,
pero no puedo consolar a la nena insegura y temerosa que fui a los
seis años, puedo apelar a trucos para que no esté tan
adolorida. Pero siempre vuelve a salir a la superficie.
¿Le presentó a su madre la lista de reclamos?
Más que nada le pido su memoria, quiero saber qué
me pasaba a mí a la edad de Martín, me aparecen cosas
de mi ser hija en las que no pensé durante mucho tiempo y encontré
algunas causas. Tengo mi lista, pero no se la voy a tirar por la cabeza
a mi madre. Me reconozco en ella y hay cosas que me gustan mucho y
otras que quiero cambiar. Y que quiero que ella también cambie.
Triple
X
Este es el mes en que Sabrina Love, actriz porno, será
presentada al gran público, justo ahora que los rastros del
personaje se han ido borrando como un dibujo a lápiz mojado
por la lluvia. Ya queda poco del rubio platinadísimo en su
pelo y nada de las uñas esculpidas que necesitó el personaje
de la novela de Pedro Mairal y de la película de Alejandro
Agresti. Ese personaje que rescató a la Roth de su burbuja
de pañales y mamaderas de la que no quería salir. Pero
fue un personaje perfecto que no tenía nada que ver con Manuela
ni conmigo y es muy contundente, para nada neurótica.
¿Por qué Sabrina es actriz porno?
En la historia previa que yo me inventé, me divertía
pensar que tiene una madre muy viejita, que no tuvo padre y que esa
madre que la tuvo de grande era puta o por lo menos es lo que ella
sospechaba porque todo el tiempo aparecían tíos nuevos.
Y bueno, como Sabrina siempre estuvo muy buenorra, se le dio por el
porno. Pero eso sí, ella es muy católica, porque fue
algo que me llamó mucho la atención de las revistas
porno que estuve mirando, que por ahí siempre aparece una cruz.
¿Eso es investigación?
Sí, en medio de una relación sexual con toda
la parafernalia, me he encontrado con símbolos religiosos,
en el circuito de la prostitución en general hay mucha religiosidad.
Y en el caso de Sabrina, todo lo hace poramor a su madre. Ella es
una laburanta, una laburanta del sexo, pero pone el cuerpo tarde,
mañana y noche aunque no le guste, no es una mina que viva
de un millonario... aunque ya está cansadita.
¿Y no se siente una mujer objeto?
No, no tiene ninguna valoración de su trabajo en
ese sentido. Es lo que tiene que hacer y lo hace. Pero no se siente
subestimada por nadie, es una pequeña empresaria de su cuerpo,
en realidad el único que no le da su lugar es su amante, un
italiano productor de películas porno que le propone el oro
y el moro, pero no le da nada. Nunca va a dejar a su mujer y a sus
hijos y Sabrina está condenada a ser amante crónica.
¿Y Cecilia no piensa que es una mujer objeto?
Es complicado hablar de eso. En principio pienso que cada
cual puede hacer con su cuerpo lo que quiera. Pero después
hay que ver si cada uno realmente opta. Creo que en esos circuitos
no hay opciones sino ignorancia, marginalidad y pobreza y entonces
son elecciones que no nacen de la libertad sino de la necesidad, son
no opciones.
¿Usted es consumidora de pornografía?
Como todo el mundo, es parte de la cultura y para este
personaje también tuve que buscar mi porno side, o mi lado
salvaje. No soy ninguna experta, pero me gusta de vez en cuando.
Ahora que Sabrina Love está por salir a la luz, Cecilia ya
tiene planes de filmación por lo menos por casi dos años.
El próximo paso es la película de Héctor Olivera
con Ana Belén sobre una novela de Marcela Serrano. Después
seguirá la película de su marido, Vidas privadas, eso
que ella defiende con uñas y dientes aunque ya haya contado
en alguna entrevista que hace el amor con Fito con la pasión
del principio, que lo hacen en la cocina o donde se encuentren, aunque
toda su vida ya haya sido desmenuzada en el último año
hasta en la última de las revistas de corazón, ella
pone un límite. Ese límite que modela el personaje de
una mujer madura y sensata que responde medidamente y que controla
todo lo que puede esa chispa en su mirada que delata una inquietante
agitación interior.