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mentir con
la verdad

Le atraen los roles difíciles, los que bordean estados alterados, como el que ahora interpreta en la obra de Rodrigo Malmsten, Kleines Helnwein. Con su cara de niña desafiante, Belén Blanco se distingue de otras actrices de su generación por las tonalidades ligeramente perturbadas que suele darles a las criaturas que encarna.

Por Sandra Chaher

Un escritorio, papeles y El almuerzo desnudo, de William Burroughs. En un silloncito un cuaderno de notas abierto. Eso es lo primero que Belén Blanco deja ver de su mundo privado, datos para ir armando el rompecabezas que quiere mostrar.
Apuntes en el cuaderno de notas del cronista: 1) No quiere decir su edad (“no es un criterio para mí. Porque a veces me siento tan chica, como de tres años, y a veces de ochenta. Me quedo acá en mi casa, no salgo por un montón de días... mis amigos me llaman”). 2) Habla por momentos con el discurso partido como el personaje que interpreta en El Callejón de los Deseos, Kleines Helnwein (extraña ósmosis entre el actor y su poseídoposeedor). 3) Con esta obra confirmó lo que ya se vislumbraba cuando hizo Don Juan, dirigida por Alberto Ure, hace unos años: es una de las mejores actrices jóvenes, con una voluntad implacable de experimentación. 4) Suele ser bastante desagradable cuando siente acosada su privacidad o limitado su margen de acción: “Yo lucho mucho con los medios de comunicación... Siento que en algún lugar estoy buscando algo y buscar en este país, y en estas condiciones, es muy complicado. Siempre supe que quería ser actriz y no modelo, actriz y no famosa, que se me conozca por lo que hago y no por si tengo novio o el lugar donde me visto... y yo creo que eso hizo que los medios me pusieran en el lugar equivocado: el de una chica rebelde. Rebelde no, creo que soy distinta. Creo además que no contesto para gustar, para que digan ‘qué divina, es una dulce, me la quiero llevar a mi casa’. Lamento dar esa imagen, no me gusta provocar, que la gente diga ‘esta piba cree que sabe todo’. Al contrario, yo antes de salir a actuar tiemblo, y si me creyera una superada pienso que no me podría enfrentar a cosas que me propongan salirme de lo conocido”.

EL CAMINO
MAS DURO
Parece que hablara desde la garganta, con una impostación de voz que enfatizará cuando recree algún fragmento del texto extraño, violento y siniestro que imaginó Rodrigo Malmstem. En la cocina de su casa, engripada, con una tasa de té de jengibre en una mano y un cigarrillo en la otra, Belén intenta provocar desde las contradicciones. Le gusta hablar de sí misma; recordar que eligió con placer el camino más duro; por momentos parece estar “mintiendo con la mejor verdad”, como ella dice de su profesión de actriz; y se somete sumisa a la propuesta de bucear más y más en una obra perturbadora y en sus propias perversiones y ambigüedades. Kleines, en alemán, es un adjetivo neutro, no designa lo femenino o lo masculino, y Helnwein es el apellido del pintor austríaco contemporáneo en el que Malmstem se inspiró para crear una pieza que es un alegato contrael autoritarismo contado desde la perspectiva de una víctima-victimaria: una niña-mujer abusada de chica, que deviene un monstruo que reproduce la aniquilación de la especie. “Lo que más me impactó del texto es cómo un ser totalmente puro como un niño puede ser aplacado y cambiar en un segundo, como en esta violación. Con Rodrigo coincidí siempre en que el personaje tenía que partir de esa ingenuidad, o al menos mostrarse así para después engañar. Porque si no no se resistiría.”
Kleines podía ser un hombre o una mujer, pero Blanco siempre la vio como mujer. “Creo que la obra no la podía hacer un varón. Pero no porque los hombres sufran menos la violencia. Creo que todos la sufrimos demasiado. Y a la vez me parece muy interesante que el personaje sea mujer... porque la mujer puede ser tan monstruosa como el hombre. Yo creo que el trabajo más grande que hice para esta obra fue con la imaginación. Empecé con la idea de que ella es un bicho, un monstruo, y con movimientos hasta de animal. Y por eso me pude relajar un poco hasta hacerle mal a la muñeca, tirarla, pincharla, ‘todos los chicos sucios huelen a vómito’ (imposta la voz). No hice muchos paralelos conmigo ni con una persona identificable. Me la imaginaba como un ser partido, esquizoide. Y trabajé mucho sobre la voz y el cuerpo porque me parecía que era fundamental crear una presencia atractiva en escena. Cómo se sostiene, si no, semejante padecimiento y placer. Con una historia que pasa solamente dentro de su cabeza. No hay principio, final, conflicto.”
–Hay una frase de Nietzsche que está en el libro Bajar es lo peor, de Mariana Enríquez, que vos acabás de protagonizar en su versión cinematográfica, y que dice que “Quien con monstruos lucha, cuide de no convertirse a su vez en un monstruo. Cuando miras largo tiempo un abismo, éste también mira dentro de ti.” Pareciera definir tus elecciones profesionales, ¿bordeás abismos con ciertas interpretaciones?
–Yo tengo algo así como una falta de conciencia de límites, no tanto ahora, porque soy más civilizada y estoy más crecida... Por un lado soy muy insegura y necesito una marcación muy clara, pero en algún punto soy muy lanzada, cuando hay algo que me provoca riesgo y desafío sigo, y cuando me dicen “está muy bien” y me aplauden, me voy a mi casa y no lo hago. Me parece que solamente pasando ciertos límites empieza uno a atreverse a encontrar cosas que como actor es material precioso. Pero dentro también del límite de que esto es una obra de teatro, un juego, no es verdad que a mí me están violando. Es como mentir con la mejor verdad, porque eso es actuar, ¿no?