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El placard

En pleno Palermo, abrió Salsipuedes, una megatienda que ofrece prendas de más de una docena de diseñadores que vienen en carrera. Su dueña lo concibió como un enorme placard tan tentador del que resulta difícil salir (sin comprar algo).

Por Victoria Lescano

Mi casa fue siempre centro de reunión y de placard grande y compartido, con este local quise acercarme a un placard exquisito con prendas de diversos estilos y autores donde convivan una camperita, un traje o un vestido de noche en talles normales”, dice Mariana Szchwark sobre Salsipuedes, el guardarropas con un frente de piedras Mar del Plata de Honduras al 4800 que aglutina piezas de diseño de distintos autores remixados como una gran colección de pequeñas colecciones.
Su currículum incluye el paso por la Carrera de Indumentaria de la UBA durante varios años, una vasta experiencia en producción de moda en desfiles que incluye desde armados para pasadas de casas elegantes como Tissage o Menage à Trois en la pasarela de Grandes Colecciones, al fashion tour by Roberto Giordano por el interior del país (ella admite que una de las principales causas de abandonar ese desafío donde “de un desastre hacíamos algo noble” fue el hartazgo de trabajar con modelos que aunque eran chicas encantadoras le disparaban: ¿Por qué no adelgazas?) a asistente de un fotógrafo en producciones de Vogue y Donna en un estudio de Milán.
De su proyecto, al que suele definir como “una nota de revista hecha local”, participan un promedio de veinte diseñadores con el común denominador de haber pasado por la carrera de Indumentaria de la UBA –hay egresados, desertores, docentes y estudiantes crónicos–. Están los básicos con color de Mariana Dapiano, la línea folk de Araceli Pourcel, estampados exclusivos en telas envasadas en juegos de faldas y panties de Constanza Martínez, los diseños de Verónica Fiorini y Anabel Wichmark con la etiqueta Opus Nigrum, tejidos de punto de Gabi Candiotti, la sastrería de Andrea Suárez, modelitos para hombre con improntas hightech de Unmo y los Hermanos Estebecorena y una rareza llamada “Vos y yo contra el mundo”.
La inauguración de la tienda fue, en consecuencia, mucho más académica que otros eventos de moda, aunque los especialistas esta vez dejaron por un rato las discusiones sobre planos y figurines y se entregaron a los placeres de dátiles, almendras, quesos, vino tinto dispuestos en una gran mesa de la vereda.
“Ayer vino una chica a buscar ropa para su casamiento por civil que no fuera gris, le armé cuatro equipos con ropa mezclada y fue increíble cómo había brotado su personalidad”, dice Mariana Szchwark, quien asegura que ahora en verdad está haciendo lo mismo que en esos desfiles por el interior, armando equipos con prendas de distintos diseñadores, porque así es como se viste la gente”.
Unos días posteriores al opening con DJ y picadita, algunos de los diseñadores presentes en ese perchero, Gabi Candiotti, Andrea Suárez y uno de los Estebecorena definen el concepto de sus colecciones para el primer invierno del 2000. “La moda de los tejidos me vino genial; mi bebé vinocon un pan bajo el brazo, trabajo con una muestrista en mi casa, pero produzco afuera”, cuenta Candiotti. Su marca se llama Hilario y en ella conviven lúrex con colores planos, estampados, y no se limita a tejidos concebidos para abrigar, también hace sombreros, vestidos, pantalones, trajes de baño y carteras. Dice que incursionó en estos materiales aunque no sabe tejer, pero sí pedir lo que quiere, en un momento en que se obsesionó con los zapatos tejidos y muchas de sus primeras aproximaciones a dar forma a esa idea no pasaban de la apariencia de pantuflas.
“Todo el tiempo apuesto a nuevas ideas; el tejido es tan mórbido que despegarlo del cuerpo es un desafío al diseñar”, dice Candiotti, quien suele vestir a los personajes de las obras de teatro escritas por Lalo Mir y también desarrolla pedidos de punto para Key Biscaine, Daniel Cassin, María Vázquez y Toque.
La colección de sastrería de Andrea Suárez incluye pura lana y otros materiales nobles para el uso cotidiano y fue concebida como un descanso en su trabajo como diseñadora de vestuario para teatro. Hizo sus primeras prendas por pedido de actrices para usar fuera del escenario –confiesa que a Esther Goris le hizo varios conjuntos con sombrero incluido–.
“Me desprendo de lo abstracto del escenario, esa gran caja mágica donde siempre llevo mi interés por las formas al extremo y pienso en tipologías de prendas que usan las persona reales”, dice Suárez. Y aun así se deja un sitio para insistir con los volúmenes a través de insólitas carteras de gamuza con la posibilidad de mutar de forma, tamaño y función.
Desde comienzos de los noventa los diseños de Javier Estebecorena proponen jugar con la anatomía e inventar construcciones. Aunque ganó premios Alpargatas, saga Furs y es docente de una cátedra de morfología hasta el momento no había hecho ninguna colección de prêt à porter. Todo un estudioso del estilo argentino, Javier es capaz de enunciar un tratado sobre la moda de los cubanos, esa extraña combinación de pantalones en tono pastel y botamangas colosales que usaron a principios de los ochenta los chicos bien junto a camisas hawaianas. Ahora junto a su hermano Alejo, un diseñador industrial, ideó una línea para hombres de estilo Robocop. Incluye chaquetas y pantalones con extraños aislantes térmicos y otros dispositivos de discurso cibernético que quedan bien claros cuando advierte que, además de diseñadores, son técnicos mecánicos y se especializan en reductores de velocidad. Pertenece a una familia dedicada a diversas disciplinas del design. Otro de los pilares de su estudio, su hermano Leandro, ahora trabaja en animaciones para el gran George Lucas.
Mientras Szwarc se dedica a orientar a mujeres desorientadas en los laberintos de sus propios roperos, los diseñadores coinciden en que la moda nunca estuvo ajena a la historia del pensamiento y el imperativo de este tiempo es bien claro: se impone ser raro y lucir especial.