Cuando pasado un 
            momento, y confiada Felina por la actitud pasiva de su padrino, se 
            acercó a él con el mate en la mano para servirle, este, 
            que sólo parecía haber estado esperando aquella ocasión, 
            la tomó súbitamente de la cintura y, forzándola 
            a sentarse en sus rodillas, comenzó a besarla con apasionada 
            furia, estrujándola contra su cuerpo tembloroso, torpe y lascivo, 
            como un viejo sátiro poseído por la locura. Los 
            ojos de Beatriz Sarlo iban de izquierda a derecha y de derecha a izquierda 
            como las lectoras con la boca pintada en forma de corazón que 
            intentaba evocar en su lectura. Hoy, dice que se hubiera sonreído 
            sino se hubiera impuesto leer 600 novelas para investigar una literatura 
            de la felicidad que apareció en las primeras décadas 
            del siglo y que ella analizó en la década del 80. El 
            resultado fue El imperio de los sentimientos , reeditado hoy por Norma. 
            Las protagonistas de esas peripecias gráficas, llamadas Felina, 
            Racelda o María Esther, solían vivir su caída 
            ante un público que la compraba encuadernada en libritos que 
            por lo general incluían la palabra novela (La novela semanal, 
            La novela universitaria, La novela para todos) de las que llegaban 
            a agotarse 300.000 ejemplares.
            Beatriz Sarlo es insospechable de tener el menor gusto acrítico 
            por el kistch, las razones de su elección son otras.
            Este libro debería leerse un poco con Una modernidad 
            periférica y La imaginación técnica que son libros 
            que tienen que ver con cómo fue la modernización en 
            la Argentina: por qué, por ejemplo en la década del 
            10 y en la del 20, había un público lector integrado 
            por mujeres y hombres jóvenes que recién accedían 
            a la literatura, formaban parte de la industria cultural y ese público 
            coincidía con la existencia de la vanguardia. ¿Qué 
            clase de conflictos y articulaciones se armaban? Era un período 
            fascinante de la Argentina que, visto en 1983 cuando yo empecé 
            a trabajar los textos de La imaginación técnica, me 
            hicieron pensar que a lo mejor la democracia podía trazar líneas 
            hacia atrás, a ese país muy galavanizado alrededor de 
            ciertos fenómenos culturales, es decir que la Argentina podía 
            no haber perdido el tren que, yo creo, hoy perdió definitivamente. 
            ¿Podía recuperarse algo de ese país? Me preguntaba 
            en los ochenta. La pregunta estaba equivocada, eso estaba clausurado. 
            Pero de alguna manera esa pregunta equivocada me comunicaba con el 
            presente: ¿qué hay en el pasado? No, ¿qué 
            hay de terrible en el pasado?, que también fue una pregunta 
            de ese momento, sino qué hubo de interesante en ese pasado, 
            qué de moderno y de liberador para algunos sectores que podía 
            transferirse, de la manera en que se transfieren las cosas, al presente. 
            Ahí arranqué.
            ¿Cómo definiría lo moderno?
             Para la Argentina, moderno es un moderno sociológico. 
            La incorporación de la inmigración a la ciudadanía, 
            el haber prácticamente terminado un proceso de alfabetización 
            de los sectores populares en 1920, la existencia de algunas grandes 
            ciudades como Rosario y Buenos Aires. El contar con un sistema de 
            medios y una industria cultural muy de punta. Crítica desde 
            fines del 18, 19, El mundo desde 1927 son los diarios 
            absolutamente contemporáneos a los del ciudadano Kane. En los 
            30 hay 600 salas de cine. Era como si algunos procesos de modernización 
            económica y modernización social se hubieran encontrado 
            con procesos de renovación y ampliación cultural y estética. 
            En el medio de eso el surgimiento de las vanguardias del 20. Hay ahí 
            una configuración que evoca la modernidad en un país 
            en donde 50 años antes no existía. Porque en 50 años 
            se reconfigura una nación y una nación que hace pensar 
            que está puesta en un camino donde están otros países 
            quizás pequeños de Europa. Eso sería 
            la modernidad, esa coexistencia de industria cultural y elite de vanguardia. 
            No sólo había un Girondo, un Borges o un Marechal sino 
            que existía el marco de una industria cultural, de la que estas 
            novelitas son producto y de las que había semanas que circulaban 
            hasta 200.000 ejemplares. Era una explosión, un bing bang narrativo. 
            
           El 
            hecho de que Sarlo tuviera un tío que escribió alguna 
            de estas novelas no la invita a la mitología familiar, ni ella 
            parece tener el menor interés por armarse una genealogía 
            anclada en algún miembro del extravagario argentino que estudió 
            en su libro La imaginación técnica, es decir no se presta 
            a colaborar con que alguien insinúe siquiera un bocadillo de 
            su novela familiar crítica. Partidaria de la separación 
            entre lo público y lo privado, lo máximo que ha dicho 
            públicamente de sí misma ha sido (La vocación 
            de Luis Tonelli) en tono de solfa: Yo quería ser una 
            intelectual, y una intelectual para mí era una mujer interesante 
            que se vestía diferente, escuchaba jazz, fumaba y tomaba whisky. 
            Exactamente lo opuesto de lo que eran mi madre o mis tías. 
            De esa definición sociológica le queda un cabello encrespado 
            como el que la feminista Germaine Greer prendió fuego cuando 
            pasó la época de quemar corpiños.
El 
            hecho de que Sarlo tuviera un tío que escribió alguna 
            de estas novelas no la invita a la mitología familiar, ni ella 
            parece tener el menor interés por armarse una genealogía 
            anclada en algún miembro del extravagario argentino que estudió 
            en su libro La imaginación técnica, es decir no se presta 
            a colaborar con que alguien insinúe siquiera un bocadillo de 
            su novela familiar crítica. Partidaria de la separación 
            entre lo público y lo privado, lo máximo que ha dicho 
            públicamente de sí misma ha sido (La vocación 
            de Luis Tonelli) en tono de solfa: Yo quería ser una 
            intelectual, y una intelectual para mí era una mujer interesante 
            que se vestía diferente, escuchaba jazz, fumaba y tomaba whisky. 
            Exactamente lo opuesto de lo que eran mi madre o mis tías. 
            De esa definición sociológica le queda un cabello encrespado 
            como el que la feminista Germaine Greer prendió fuego cuando 
            pasó la época de quemar corpiños. 
            Curiosamente cuando terminé el libro me mandaron esta 
            novela firmada por un tío mío. Y cuando cerré 
            el libro no lo hice para el lado de la historia personal sino diciendo 
            que la salida de estas ediciones eran una fábrica no sólo 
            impresionante de textos sino de escritores. Se diría que no 
            eran novelas que un lector no pudiera escribir. Por otra parte estaba 
            la fantasía del batacazo ahí en el medio. Así 
            como Horacio Quiroga se puso a hacer una colección de novelas 
            semanales, lo hizo porque pensó que si había algo de 
            la profesionalización del escritor, había plata. No 
            sé si hubo plata, pero hubo muchísimos empresarios a 
            los que les fue bien porque algunas tienen muchísima continuidad. 
            Hay series que se mantienen diez o doce años. Otras desaparecen 
            en el número 15 o el número 20. Empresarios que ganaron 
            plata es muy probable que hubiera habido, aunque la fantasía 
            del batacazo no se corresponde con la existencia de plata en algún 
            lugar sino que, a través de la escritura también se 
            puede lograr cierta figuración. A eso se unía que todos 
            llevaban la foto del autor o de la autora en tapa. Lo cual era la 
            versión de la revista Caras de 1920. Entonces los diarios no 
            eran ilustrados, ni la iconografía de los escritores algo tan 
            del consumo cotidiano como es hoy, entonces esa foto en tapa de alguna 
            manera creaba una identidad. Cuando recibí esta novela firmada 
            por Edmundo Sarlo Sabajanes, mi tío, que después no 
            siguió escribiendo más bien quería escribir 
            una gramática que jamás escribió, ahí 
            yo empecé a pensar que efectivamente gente que estaba muy en 
            el borde del sistema literario, que quizás no conocieran personalmente 
            escritores o que conocieran escritores que estaban el borde, podían 
            fantasear que la escritura era un camino. Por otra parte era un camino 
            para mujeres, había muchas escritoras. Porque es un camino 
            más sencillo, menos competitivo. Como pertenecer a la industria 
            cultural no tiene crítica ni grandes nombres que digan qué 
            es lo bueno y qué es lo malo, ni grandes señalamientos, 
            carece de mapa. Y algunas tuvieron bastante éxito.
            En la literatura del 80 la lectora aparece como un personaje 
            potencialmente peligroso. 
             Lo que los autores del 80 ven y temen es la quiebra de 
            los principios religiosos en la regulación de la vida cotidiana. 
            Porque las mujeres que quiebran los principios religiosos adquieren 
            una cierta potestad sobre el propio tiempo. Eso se refuerza con que 
            aumenta el tiempo de ocio, con la tecnificación de lo cotidiano, 
            primero para las capas medias y después va cayendo hacia abajo. 
            De mi abuela que tenía que hachar leña para cocinar 
            a sus hijas que ya no tenían que hacerlo aumenta el tiempo 
            que no está regulado por el ritmo de ninguna institución. 
            Ya la salida a la puerta es el mundo público porque ahí 
            está el entrecruce de las miradas. El aumento del tiempo libre 
            lleva a la mujer a la puerta y de la puerta a la calle. Y no para 
            que vaya a trabajar ni para que se comporte igualitariamente con los 
            hombres. La salida es ya lo que aparece como peligroso.
            Usted sugiere que a estas novelas no las leían sólo 
            las mujeres.
             Me limité a entrevistar a algunos viejos que todavía 
            habían agarrado esas novelas y lo que me dijeron fue yo 
            no las leía, las leían mis hermanas, pero inmediatamente 
            empezaban a recordarlas. Con lo cual como todo viejo miente 
            respecto de sus recuerdos uno piensa que, si las recordaban 
            tan vívidamente algunas de ellas fueron verdaderos best 
            sellers que después pasaron a ser películas como La 
            vendedora de Harrods-, es probable que no fueran sólo leídas 
            por las mujeres, que esas novelas entraran a las casas traídas 
            por los hombres destinadas a las mujeres y de una manera más 
            o menos secreta ellos también las leían. Cuando los 
            diarios las atacaban lo hacían como literatura de adolescentes 
            calenturientos, no como literatura de mujeres. La preocupación 
            en ese caso eran los jóvenes. Estas críticas subrayaban 
            bien un rasgo que las novelas tienen y es que se permiten una cierta 
            mostración del erotismo. Algo tan reprimido en la literatura 
            argentina. En estas novelas está más que esbozado, si 
            bien la mujer que se entrega en el final de la novela siempre recibe 
            su castigo, todo el proceso que lleva a la entrega y sigue después 
            de la entrega tiene fragmentos o vetas eróticas. Entonces no 
            es tan descabellado pensar que tenían un uso juvenil. Lo que 
            me llamó la atención fue que trabajaban con algo fascinante 
            que es la cuestión del incesto. En realidad lo que marca esto 
            es una sociedad donde la familia moderna con padre, madre e hijos 
            todavía no se había establecido del todo, había 
            familias ampliadas con tipos que tenían hijos cuya existencia 
            otros hijos ignoraban. Y entonces siempre estaba la fantasía 
            social de que un medio hermano pudiera enamorarse de una medio hermana 
            y se entrara en una relación incestuosa. Esa fantasía 
            que marca como recién la Argentina estaba estableciendo sus 
            instituciones modernas es una fantasía muy fuerte en estas 
            novelas. Una fantasía que podía tener anclajes inmigratorios, 
            de esos inmigrantes que llegaban solos y armaban una familia en la 
            Argentina y luego esa familia que quedaba en Italia se las arreglaba 
            de algún modo para aparecerse aquí; había mayordomos 
            y administradores de estancia que tenían una en Buenos Aires 
            y otra en el campo. Entonces las mujeres de Buenos Aires terminaba 
            criando hijos que habían sido traídos del campo a esas 
            casas legítimas sin decirles que eran medios hermanos de los 
            hijos legítimos. O sea los libritos marcan todavía un 
            momento donde la institución familiar no terminó de 
            cuajar. Con esto no quiero decir que había incestos en la realidad. 
            
          Yo 
            no sé qué me 
            han hecho tus ojos
              Bajo títulos rigurosamente custodiados por signos 
            de admiración y en los contenidos que omitían describir 
            fenómenos producidos de la cintura para abajo, el deseo transmitía 
            sus consignas en clave. Venus no era entonces un canal de cable sino 
            un folleto en cuya portada la foto del autor vendía una seriedad 
            de contrabando. 
            Usted sugiere que en estas novelitas el lunar, como zona 
            erótica, sería una manera de aludir al pezón. 
            En la literatura del 80, las novelas de Eugenio Cambaceres, por ejemplo, 
            erotizan el bigote femenino. El bozode las grandes divas, siempre 
            elogiado sobre bocas pulposas, ¿aludiría al pubis? 
            
            Hay todo un ideal de belleza que estaba funcionando y que estaba 
            funcionando alegóricamente.
            Otra zona muy valorada era la ojera como signo de disipación, 
            de que una mujer había dedicado la noche al amor, o, si eran 
            vírgenes como promesa de sensualidad.
             Como signo de disolución, pero también como 
            marca del maquillaje. La marca de disolución es una contraseña 
            social. Victoria Ocampo cuenta que una vez cuando tenía más 
            de veinte años la hicieron levantar de la mesa porque tenía 
            los labios pintados. Cuando ella tenía más de 20 años 
            quiere decir, alrededor del 10. Allí había en la ojera, 
            en el lunar, que también podía ser pintado con maquillaje, 
            un límite que se transgredía. El maquillaje estaba funcionando 
            como una contraseña.
            Es sorprendente cómo Victoria Ocampo utiliza para 
            escribir la historia de su gran amor en La rama de Salzburgo el estilo 
            de estas novelitas. 
             El lenguaje del amor está vinculado de alguna manera 
            a lo menor. Victoria Ocampo, cuando le dice a Julián Martínez 
            a tal hora del día leamos tal libro. Eso es una hipercodificación 
            del lenguaje del amor que tiene que ver con el lenguaje de las flores, 
            de la ucronía que es el amor. Porque el amor es un recorte, 
            dentro del tiempo, de un tiempo que no pertenece al tiempo. Y es un 
            tiempo ucrónico donde los amantes, a pesar de estar en espacios 
            paralelos, están viviendo en el mismo espacio-tiempo. Entonces, 
            suele aparecer ese ámbito totalmente clausurado y público 
            que es el ámbito de la mirada. Cuando dos enamorados se miran 
            tiene que ver con esa separación dentro del espacio y el tiempo. 
            Porque una ucronía es la utopía de un tiempo ideal. 
            Y ese tiempo está sustentado en esos lenguajes. Es lo que hacía 
            Victoria Ocampo cuando le decía a Julián: Lea 
            a Colette a tal hora. Porque del amor era muy difícil 
            hablar abiertamente, una de las formas de hacerlo era la literatura. 
            Estamos pensando en una sociedad que quería normalizarse en 
            la institución familiar a través de determinado tipo 
            de descendencia legítima entre padres e hijos, tanto en los 
            sectores altos como en los populares. Si la modernidad era también 
            normalizarse, el lenguaje del amor es el que permite fisurar las barreras 
            de la normalización para reservar espacios que queden libres 
            de ella. Y ahí vuelvo al tema del erotismo, porque el erotismo 
            que tenían estas novelitas también creaba ese espacio 
            atópico donde la literatura servía para comunicar todo 
            lo que era difícil de comunicar según otros discursos 
            sociales. Por eso no es extraño que me haya interesado por 
            esto. Porque, aunque parezca una de las formas más obvias del 
            entretenimiento, tiene elementos que funcionaron en un curso de aprendizaje 
            de las costumbres impuestas y también contestando y refutando 
            a esas costumbres impuestas. De hecho, su desaparición en la 
            década del 30 marca que se cierra una etapa que va a ser cubierta 
            por otras formas de la literatura y del entretenimiento. Por ejemplo, 
            formas técnicas como el cine.
            También me parece que hay algo en común con 
            la literatura del 80 en cuanto a ciertas insistencias. Por ejemplo 
            el castigo por la mezcla, por ejemplo del señorito con la china, 
            del viejo con la joven que está en pos de su dinero, de la 
            prostituta con el cliente. También ahí había 
            una intención normalizadora, pero no se hablaba de amor sino 
            de deseo. Era el deseo el que generaba mezclas desgraciadas.
             Yo creo que donde se diferencian estos textos posteriores 
            es que al pertenecer a la industria cultural tienen un interés 
            puesto en el entretenimiento muy fuerte. A través de ellos 
            el entretenimiento pasa a ser algo legítimo, habla de un nuevo 
            público y de que ese nuevo público no se relaciona con 
            la literatura de una manera tan ideológica y programática 
            como el público de la literatura del 80. Marca el surgimiento 
            de gente diferente que va a tener con el mundo de lo simbólico, 
            con el arte, con la literatura, una relación fundamentalmente 
            de entretenimiento. A pesar deestar cruzadas con normativas, con prohibiciones, 
            con reglas, las novelas de El imperio de los sentimientos mantienen 
            algo que es del orden de la ensoñación. En cambio la 
            literatura del 80 no es una literatura que les proporcione eso a sus 
            lectores. 
            ¿Qué significa para usted eso que señala: 
            el uso de una estética anterior como el posromanticismo. Cuando 
            los escritores eran naturalistas, las mujeres escribían también 
            desde el posromanticismo. Y no creo que la explicación sea 
            el pudor. 
             Yo creo que es porque es algo que ya se ha aprendido. En 
            el caso de las mujeres, en el caso de los que recién llegan 
            al campo de la literatura, las habilidades que se aprenden son las 
            que están plenamente establecidas, las que tienen una retórica 
            totalmente codificada. Por otra parte era más fácil 
            codificar una retórica posromántica que una naturalista 
            que obliga a otras operaciones. Porque una retórica posromántica 
            es una retórica que está muy pegada a cierto expresivismo. 
            Y con formas, figuras, metáforas muy establecidas, paquetes 
            de estética que se puede comprar llave en mano. Frente a la 
            experimentalidad que podía tener Lunario sentimental en ese 
            momento al margen de la calidad poética de Lugones o la complejidad 
            de construcción de las Odas seculares que además tienen 
            todo un repertorio clásico en el cual están tramadas 
            y pensadas, la retórica posromántica pedía menos 
            tanto desde sus lectores como de sus escritores. 
          ¡Ah, 
            qué best sellers 
            aquellos!
              En El imperio de los sentimientos Sarlo cita extensamente 
            La pianista, un texto de González Arrili que bien podría 
            ser el retrato de una novelera periódica: La 
            niña pianista no llegaba a profesional; quedábase en 
            aficionada que ponía su alma en la punta de los 
            dedos y transmitía a las teclas una vibración que en 
            cada caso era distinta... Si alguna noche grande la pianista de la 
            casa tenía el alma preparada para las interpretaciones famosas, 
            corría la cuadra el aire lleno de notas arrancadas bien 
            dicho está: arrancadas, al pentagrama de Chopin. (...) 
            Los valses cantados hacían su furor y les ganaban por largas 
            distancias a las vidalitas o estilos que pudiera machacar cualquier 
            muchacha enamorada por tercera o cuarta vez. Los valses cantados tenían 
            todo lo que hay que tener para merecer la predilección de las 
            porteñas: ligereza, fuerza emotiva, versos hamacados, con ondas 
            prolongadas, robustas de ecos soñadores. 
            Un ama de casa de los años 20 conocía los clásicos 
            musicales por las partituras, recitaba por lo menos las rimas de Bécquer, 
            podía asistir a conferencias en alguna sociedad de fomentos. 
            Nada que ver con la Doña Rosa que hoy imagina Neustadt.
             Es que era gente que se tenía que procurar el entretenimiento 
            produciéndolo en el mismo momento en que se lo procuraba. Recién 
            cuando llegan los medios orales y luego audiovisuales el entretenimiento 
            viene fuera de la esfera en donde se lo consume. Pero en ese momento 
            para bailar había que tocar el piano. Porque incluso, cuando 
            vinieron el fonógrafo y los rollos de pianola, eso significaba 
            una inversión que los sectores medios y populares no hacían 
            de movida. Por eso digo que, al margen de la industria cultural que 
            era solamente escrita, otro tipo de entretenimiento debía ser 
            producido por los que se entretenían con él. Eso se 
            ha terminado salvo en algún bolsón rural. 
            Niní Marshall o los hermanos Aída y Jorge Luz 
            deben ser producto de esa cultura.
             Sí, porque ese tipo de artistas tenía que 
            ser extremadamente diestro. Ellos reproducían la necesidad 
            de ser su propia orquesta.
            El 
            imperio de los sentimientos sería también un imperio 
            pedagógico ya que hacia el final del libro hay una apuesta 
            a que la educación sentimental por entregas (en el doble sentido 
            de la palabra) incluía una vida clandestina más evidente 
            en los años en que el libro fue escrito, adonde aún 
            el tinellismo cultural no había cristalizado en una puesta 
            en escena que ordena que deseos y sentimientos deban ser disciplinados 
            en una también periódica novateada virtual. A través 
            de esas lecturas populares de los 20, según Sarlo miles 
            de lectores experimentaron un placer que, si no los enfrentaba con 
            la dificultad ardua de la belleza, para decirlo con palabras de Baudelaire, 
            los entrenaba en la lectura de discursos. Si no los sumergía 
            en un universo problemático y denso de contradicciones, les 
            proporcionaba sus primeras, quizás, experiencias literarias 
            de la adolescencia o de la juventud. La aceptación de lo ficcional, 
            el placer en la estetización del relato son condiciones para 
            que otros posibles narrativos y estéticos sean aceptados.
El 
            imperio de los sentimientos sería también un imperio 
            pedagógico ya que hacia el final del libro hay una apuesta 
            a que la educación sentimental por entregas (en el doble sentido 
            de la palabra) incluía una vida clandestina más evidente 
            en los años en que el libro fue escrito, adonde aún 
            el tinellismo cultural no había cristalizado en una puesta 
            en escena que ordena que deseos y sentimientos deban ser disciplinados 
            en una también periódica novateada virtual. A través 
            de esas lecturas populares de los 20, según Sarlo miles 
            de lectores experimentaron un placer que, si no los enfrentaba con 
            la dificultad ardua de la belleza, para decirlo con palabras de Baudelaire, 
            los entrenaba en la lectura de discursos. Si no los sumergía 
            en un universo problemático y denso de contradicciones, les 
            proporcionaba sus primeras, quizás, experiencias literarias 
            de la adolescencia o de la juventud. La aceptación de lo ficcional, 
            el placer en la estetización del relato son condiciones para 
            que otros posibles narrativos y estéticos sean aceptados. 
            
            Yo creo que la lectura es un aprendizaje total, una máquina 
            que crea disposiciones libertarias que después, si se quiere, 
            permite hacer otras. Entonces cuando uno ve que en paralelo con estas 
            novelitas en la década del 20, y muy tumultuosamente en la 
            década del treinta, empiezan a salir todas las ediciones populares 
            de Tor, Espasa Calpe y Claridad que son miles y miles de ejemplares, 
            puede profetizar no que cambió un público por otro sino 
            que los públicos se pasaban. Hoy es más difícil 
            pasar de un programa de Nico Repetto a cualquier otra cosa. 
            Pero sigue afirmándose que las mujeres leen muchísimo 
            aunque se las acuse de leer gran parte de los libros de autoayuda.
             De lo que podemos estar seguras es de que las mujeres leen 
            más. Y eso tiene que ver con rasgos culturales que se vinculan 
            más con la ensoñación que es un lugar de mujer. 
            Que los hombres ocupan vicariamente y ocupan denegándolo. Las 
            mujeres consumen más productos simbólicos. Por otra 
            parte, si uno pudiera hacer una comparación de catálogos 
            entre las grandes editoriales populares de la década del 30 
            y del 40, eran más amplios, más inclusivos, producían 
            mejores productos en traducciones peores y en libros materialmente 
            horribles. Otra cuestión es la de los best sellers de la época. 
            Por ejemplo El matrimonio perfecto del Dr. Van de Velde todos 
            hemos aprendido ahí algunas destrezas era un texto cientificista, 
            es decir que tenía una armazón discursiva más 
            sólida en comparación con cualquiera de los libros de 
            hoy sobre las zonas erógenas privilegiadas, por ejemplo, adonde 
            también entran el irracionalismo, el animismo, el teísmo 
            y la curación por las piedras.
            También los best sellers de los años sesenta 
            tenían estructuras muy complejas en relación con los 
            de hoy. Si se piensa en Los burgueses, de Silvina Bullrich, El incendio 
            y las vísperas, de Beatriz Guido, o La señora Ordóñez, 
            de Martha Lynch.
             Creo que Beatriz Guido en La casa del ángel redescubre 
            la narrativa de la clase alta argentina. También es quien produce 
            un cambio importante en la obra de Leopoldo Torre Nilsson. En El incendio 
            y las vísperas hay una escena donde aparece Juan Duarte tomando 
            sol en el Jockey Club y que dice algo así como tenía 
            esa piel del color blanco lechoso del que sólo había 
            tomado sol en el río. Si uno piensa en los best sellers 
            contemporáneos no es una novela despreciable.
            En las notas periodísticas en donde se da cuenta de 
            un público lector mayoritariamente femenino no deja de haber 
            un matiz de alarma. 
             Eso ya empezó en el siglo XVIII. Rousseau en uno 
            de los prólogos a La nueva Eloísa dice: Las novelas 
            no son perjudiciales para las mujeres jóvenes dado que no deben 
            leerlas. Que es como decir si hay una mujer joven que 
            está leyendo una novela es porque ya se ha perdido. No es que 
            esta novela la pierda. Es que la ensoñación no 
            es sólo enajenación, de ahí es que se la señale 
            como peligrosa. Por eso lo que valió la pena es el esfuerzo 
            de no considerar estas publicaciones sólo sociológicamente. 
            Lo que valió la pena es poner una escritura al servicio de 
            aquella otra escritura de hace 50 años. Para leer estas novelas 
            trabajé contra las hipótesis marxistas clásicas 
            de que toda ensoñación es alienación. Un material 
            de la ensoñación es un material de la libertad.