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historia del buen olor

Los perfumes metálicos, cítricos y recatados que impuso el minimalismo están dejando lugar, una vez más, a los amaderados y persistentes que tiene, por ejemplo, al patchouli como eje. La industria perfumera, mientras tanto, sigue siendo el caballito de batalla de las grandes casas de alta costura.

Por Victoria Lescano

Los últimos dictados de la moda en perfumes dicen adiós a las fragancias con aroma a té verde, las eau de toilette con pretensiones zen, complemento de rigor del estilo minimal de los noventa y aromas para compartir con el novio. Obession, Contradicción, Envidia, Feliz fueron algunos de los títulos de los últimos exponentes de esa tendencia. Ahora las compañías vuelven a imponer el uso de sustancias como las presentes en Shalimar, perfume oriental que junto al almizcle y el sándalo habían quedado archivados durante los 90. Los nuevos nombres fuertes por sus aromas y cifras de consumo son Rush de Gucci, Very Valentino, Organza e Indecence, de Givenchy, que no es otra cosa que patchouli envasado en frasco firmado por Alexander McQueen. Mientras que el master del exceso de los 70, Paco Rabanne, ofrece su versión del almizcle para el 2000 llamada Ultraviolet y retiró definitivamente del mercado el eau de metal, la casa Dior lanzó J’adore, versión en perfume de canciones de Barry White y fuertes notas de mandarina y magnolias en cuya gráfica la modelo Carmen Mass aparece inmersa en una tina de oro fundido.
Otros exponentes de la nueva ola son Boudoir, el último invento de Viviene Westwood, que huele a rosas rojas, y Fragile, el frasco de colección ideado por Jean Paul Gaultier citando los globos de souvenir con nieve que en su interior tiene perfume de jugo de tuberos y un figurín de su última colección con burbujas doradas.
El austríaco Helmut Lang aprovechó su desfile para la primavera 2000 con abundantes vestidos con transparencias y formas austeras y junto a los créditos de maquilladoras y peinadoras anunció sus flamantes fragancias Helmut Lang Parfum para mujer y eau de cologne for men, que esta semana sale a la venta sólo por Internet y luego en un perfumería construida en su honor en el Soho neoyorquino. El interés del austríaco por los perfumes empezó hace tres años, cuando en ocasión de la Bienal de moda de Florencia creó un aroma mezcla de sudor, almidón y piel para acompañar una obra de la artista Jenny Holzer que simbolizaba un amor tortuoso. A partir de esa alegoría de un amor podrido, empezó a pensar en su propia fragancia que, dicen, no tiene nada de frutal ni brisa marina.
La historia del perfume tiene además del protagonismo en los rituales egipcios y su adoración por parte de los griegos y el mundo islámico, aristas extrañas como la moda de los guantes perfumados del 1600, un accesorio de rigor en la corte de Luis XV: la llamaron “la corte perfumada” porque además del cuerpo la nobleza perfumaba los muebles y los abanicos. En el siglo XVIII hubo un invento revolucionario, el agua de colonia, mezcla de margaritas, bergamota y limón que se empezó a usar diluida en el baño, mezclada con vino y terrones de azúcar. Al principio se guardaban en containers de metal, hasta que con la apertura de la fábrica Baccarat, circa 1760, se hicieron populares los frascos con forma de pera.

Primeros
perfumeros
La casa Guerlain, símbolo de los perfumes más chic, fue fundada por Pierre François Pascal Guerlain, quien en 1828 hizo dinero la costumbre libertina de perfumarse cuando creó Eau de Cologne Imperiale, la favorita de la emperatriz Eugenia, y la dispuso en un container con forma de abejita. El químico también fue perfumero del rey Charles X, ideó una fragancia por encargo para Balzac pensada para ser usada durante el proceso de escritura de Cesar Birrotteau. A mediados del 1800 se unieron sus hijos Gabriel y Aimé.
Del laboratorio familiar salieron los aromas más exitosos de los años treinta, Liu, Vol de Nuit (en honor de Saint Exupéry), Mitsouko (en 1919, como fragancia narrativa de un amor imposible) y en el 25 Shalimar por encargo de un emperador hindú en honor a un viejo romance. De esa saga, Shalimar es la que más resistió el paso del tiempo y en estos días se impone en el tocador de chicas desenfadadas como la modelo Kate Moss.
Pero la precursora de las compañías perfumeras modernas es sin dudas Coty. François Joseph Marie Spoturno, un extravagante que en su tarjeta personal se presentaba como financista, economista, artista e industrial, tomó prestado el nombre de madre, Marie Coti. Empezó con La Rose Jacqueminot en 1904 y en veinticinco años desarrolló igual cantidad de fragancias y para muchas de ellas llamó a Leon Bakst y René Lalique para diseñarles containers de lujo, muchas veces en oro blanco. La historia no tiene final feliz; el hombre orquesta quebró y debió vender su empresa que en los noventa está en manos del supergrupo Benckisser.
“El perfume es el menos visible aunque más inolvidable de los accesorios de moda”, fue una de las máximas de Cocó Chanel que acompañó a la serie encabezada por “La moda pasa, el estilo permanece”. Su perfume más taquillero, el número 5, fue la primera fragancia en tener aldehído. Cocó lo ideó cuando cumplió cuarenta años y respondió a la consigna “nada de efluvios de rosas ni de lirios, quiero crear artificialmente un perfume natural”. El científico loco que lo desarrolló fue Ernest Beaux, dueño de un laboratorio en el centro perfumero de Grasse a quien ella exigió considerar un manuscrito sobre el agua de colonia favorita de María de Médicis y Diana de Poitiers. L’eau de Chanel Nº 5 tuvo su prueba piloto en el restaurante más sofisticado de Cannes donde Cocó dispuso un rociador oculto en una mesa y, cada vez que pasaba una mujer elegante, oprimía un botón y observaba las reacciones. Le siguieron el Nº 19, Chanel 22, Coco y el último es Allure.
En el ‘49, L’Air du Temps de Nina Ricci reflejó el espíritu de la posguerra: se creó bajo la dirección de Robert Ricci, hijo de la modista junto al maestro perfumero Francis Fabrion, con un mix de claveles, gardenias, rosa y jazmín y uno de los Lalique creó un frasco exquisito.
Otros costureros pioneros en incursionar en perfumes fue Jean Patou, figura esencial de la moda de los veinte y treinta quien propuso el uso de Joy como consecuencia de la caída de la Bolsa del ‘29 con el slogan “que pueda dar dicha a las mujeres que por razones económicas ya no pueden comprar mi ropa”.
En el apartado fragancias de colección vale incluir a Quelques Fleurs, ideada por la familia de Houbigant. Se lanzó en 1912 y fue la primera fragancia multifloral; su producción se interrumpió durante la Segunda Guerra por leyes de racionamiento, algo lógico para una fórmula que requería 1400 flores para producir cada onza. O Narcisse Noir, uno de los favoritos de Madonna y otras femmes fatales contemporáneas, inventada a mediados de los cincuenta por Perfumes Caron, una de las primeras casas de fragancias y dirigida por una pareja, Ernest Daltroff y Felicie Vanpouille. Otro fetiche para seducir es Fracas, un original del ‘46 y un frasco negro ascético, con apariencia de una dosis de veneno ideado en 1946 por el diseñador Rober Piguet. Se relanzó en 1996 y sólo se consigueen las perfumerías más especializadas del mundo o por los detectives especializados en rastrear perfumes casi en extinción que abundan en los Estados Unidos.
Otro de los representantes de los homenajes de alta costura para perfumarse se llamó L’Interdit y se lo dedicó Hubert de Givenchy a su amiga Audrey Hepburn, símbolo de la elegancia austera.
Lancôme debutó en la cosmética con perfumes cuando en 1935, en la Feria cosmética de Bruselas lanzó cinco perfumes en simultáneo: Tropiques, Coquete, Kypre, Tendres Nuits y Bocages.
Tresor, uno de los más famosos de la historia de la marca, llevó diez años de producción y otro hit de la firma, Fleurissimo, fue inicialmente un pedido del príncipe Rainiero par que la bella Grace usara el día del casamiento.

Prêt à porter
En 1992 el diseñador japonés Issey Miyake lanzó L’Eau d’Issey, un juego de palabras con La Odisea y el perfume cuyo envase y contenido marcaron a fuego la estética de los noventa. Un triángulo con una tapa en forma de esfera, obra del propio Miyake y Fabien Baron que tuvo su versión masculina, jabones a tono, cápsulas para baños de espuma tan modernos como sus esculturas con plisados.
El creador de la simpleza americana Calvin Klein inventó además de los calzoncillos más cool de fines de los ochenta, perfumes que fueron tan taquilleros como sus jeans y para los que contrató a la especialista en olores Ann Gottlieb, también favorita de la casa Armani.
En 1985 fue el turno de Obsession, luego Eternity y CKOne, pionero en el concepto de perfumes para ser usados en pareja que se vendió hasta en Tower Records. El último invento de esa saga de perfumes democráticos, esos que una pudo usar en grandes cantidades sin intoxicar al vecino en el cine o la cola del banco se llama Contradicción.
El principal competidor de esta serie fue Pleasures, de Estée Lauder, peonías en líquido, colores pastel y el aviso protagonizado por la modelo Elizabeth Hurley caracterizada como chica de conducta intachable. Lo curioso es que mientras Elizabeth firmó un contrato de millones de dólares con los Lauder pregonando frescura, su novio estuvo en las portadas de los diarios más sensacionalistas gracias al blow job que recibió de una puta de Hollywood Boulevard. A comienzos de los cincuenta, la firma Lauder modificó las costumbres del tocador cuando presentó Youth Dew, una persistente colonia oriental con aceite para baño en ensamble.
El último invento de Issey Miyake se llama Le Feau d’Issey, combina rosas de Bulgaria con extracto de hojas de cilantro en un círculo rojo pasión y va a pasar a la historia como uno de los perfumes más raros del siglo, claro que después del extracto de goma quemada que inventó Rei Kawakubo, la japonesa de Commes des Garçons.