gloria
retrospectiva
Luego
de su retiro en 1999, y de que el grupo LVMH le comprara la marca, Kenzo
se convirtió en uno de los pocos rentistas de la moda. Ahora
probablemente se dedique a aprender la lengua francesa, quizás
para merecer el título con que lo homenajearon: el más
francés de los modistos japoneses.
Por
Felisa Pinto
Hace
justo un año se realizó en Marsella la primera exposición
retrospectiva de Kenzo en Francia. Titulada Ya tengo treinta años
con la moda, la muestra anticipó su retiro de la pasarela, en
octubre del 99, cuando se despidió de sus fanáticos
seguidores con un desfile espectacular y afectivo, en París.
Tuvo la gran idea de invitar a sus amigos de toda la vida a oficiar
de mannequins, para mostrar su ropa 992000. Y celebrar su retiro del
oficio de modisto a cargo de su etiqueta, ya que el poderoso grupo de
suntuosidades LVMH le compró su marca por varios puñados
de dólares; no hubo lágrimas sino planes hedonísticos
y respiros de alivio, al convertirse en rentista de la costura, algo
realmente excepcional en todo el mundo. Kenzo confió a sus amigos
de siempre, que sus sueños de un buen retiro, acorde a sus ambiciones
estéticas, serán vivir una regia vida de vecino en su
casa deslumbrante, (aunque sin ningún lujo que refleje lugares
comunes) recién inaugurada en pleno corazón de Marrakech,
para repartir sus días entre la grisitud parisina y el sol brillante
del norte de Africa. Pero no todo será dolce far niente. Ha confesado,
no sin vergüenza, que aprovechará su tiempo y se abocará
como nunca, desde que pisó París en l965, a aprender la
lengua francesa, quizás para merecer el título de el
más francés de los modistos japoneses. Enemigo de
los símbolos de la fama, y cosmopolita hasta la médula,
en su departamento de París refleja su buen gusto en la buena
vida privada, cuando se rodea de joyas del art dèco en muebles
racionalistas, con solamente algún toque sobrio del arte nipón,
en objetos que excluyen cuadros y otras manifestaciones de la pintura
en las paredes impecablemente blancas. El toque oriental llega al sibaritismo
y se manifiesta en el momento de sentarse a la mesa con no más
de diez personas, que invita a comer a su casa. Es entonces cuando Kenzo
recurre al arte culinario de su infancia y ofrece hasta l5 platos de
manjares, servidos por el propio cocinero, quien hace reverencias al
final del banquete mientras los comensales beben unos sorbos de té
de jazmín.
En ese momento, quizás su memoria gustativa se remonte a la familia
Takada que acunó a Kenzo en Hyogo, desde el 27 de febrero de
l939, día en que nació, con la curiosidad marcada en sus
ojos pícaros. Su sensibilidad por los colores y las formas sofisticadas
las empezó a desarrollar, en cambio, en plena adolescencia, cuando
hacía de asistente de un pintor de su ciudad para sobrevivir
y costearse, paralelamente a su contacto con la plástica, su
interés por la estética de la moda con cursos por correspondencia,
de corte y confección.
En l958, cuando descubre a Hiroko, la mannequin japonesa que Pierre
Cardin hizo célebre en París, en todas la revistas que
llegan a Tokio, Kenzo decide que el faro de la costura parisina lo empuja
hacia la ciudad luz.
Bonjour
París
En
l965, Kenzo llega a Marsella y de ahí, el tren lo deja en la
Gare de Lyon, desde donde un taxi lo deposita en su primera morada:
un hotelucho de la Rue des Ecoles. Sus comienzos parecen una obviedad
de todo principiante en la ciudad luz. Por lo tanto, se contenta con
observar con profundidad oriental los usos y costumbres de la elegancia
parisina, sentado en una mesa de un café-terrasse. Mucho después
confiesa que lo que más le impresiona de ese momento son los
hombres vestidos con los trajes futuristas y ajustados en la moda masculina
de Pierre Cardin. Otra tarde, se asombra por un grupo de chicos y chicas
usando la última colección de Courreges y siente el envión
para empezar a vender dibujos con sus propuestas. Feraud es el primero
que le compra cinco de ellos y continúa con otros para grandes
tiendas como Lafayette o Printemps. Todos coinciden en su genio en el
uso del color y la reminiscencia básica que toma como punto de
partida al kimono de su país. Alentado por algunas celebridades
como Andrée Putman, abre su primera boutique en la maravillosa
galería Vivienne, monumento viviente del art nouveau en París.
Allí vende desde ropa de época rescatada en el Marché
aux Puces, hasta sus primeros vestidos y casacas, construidas con los
géneros de algodón de exótico colorido y estilos
procedentes de todas las etnias que se compran en el Marché Saint
Pierre, a precios popularísimos.
Desde su primera colección Kenzo introduce en l970, en la moda
occidental, el principio de corte plano de los kimonos japoneses, reinterpretado
mil veces. Le da mayor amplitud a las sisas y cambia el volumen y la
caída de los hombros. Una innovación visible, entonces,
es el uso de las telas de algodón puro para colecciones de todas
las estaciones, aun en invierno. Son memorables, igualmente, los estampados
florales para toda ocasión, plenos de color y su mezcla con escoceses
o lunares, en composiciones que remiten al look campesino sofisticado.
Los franceses coinciden en que Kenzo es uno de los primeros en lograr
la costura desestructurada. Su inspiración en el folklore de
todos los países lo hacen interprete de la alegría, la
espontaneidad y el humor, constantes en toda su producción.
En l977, en su boutique-estudio-taller de Place des Victoires, se consagra
con sacos enormes y su contrapartida, los spencer, muy cortos, que se
llevan sobre pantalones también cortos y amplios, proporciones
que marcan sus colecciones de los 80, hasta hoy.
En
estos últimos días, en cambio, las revistas que muestran
ropa de Kenzo para hombre en páginas publicitarias, empiezan
a señalar su ausencia. Algunos modelos parecen, más bien,
ilustrar sobre moda de imagen corporativa, sin ningún interés.
Como para que la luzca un custodio de lujo. Cosas del marketing, quizás.
Se supone que pertenecen a la producción más reciente
y más lejana del ojo del creador. Porque la colección
99-00 masculina, la última de Kenzo, exhibió delicias
y sutilezas muy occidentales, en negro absoluto con toques secretos
de blanco, apta para varones, con elegancia sobria, más cercana
a los jóvenes emprendedores con base tecnológica, nuevos
clientes del mercado decontracté. Esto es, privilegiando ropa
cómoda y blanda, relegando las chaquetas y sacos muy formales
junto a alguna audacia, como pantalones de cuero o reptil.
Entre la ropa de mujer, fechada en el filo del siglo XXI, persisten
las gloriosas superposiciones en vestidos con diferentes juegos de dobladillos,
amplitudes y peso, que alternan brocatos con livianas gasas en colores
muy Kenzo: regocijantes rojos, naranjas y amarillo azafrán. Al
lado de un verdadero festival de detalles étnicos, que Kenzo
no hizo más que recopilar en los treinta años de su costura
imaginativa que culminó al final del siglo XX. Se acentúa
su devoción por el kimono, presente en la magnífica colección
de vestimenta japonesa que Kenzo presentó por un solo día
en el Hotel Ritz. También se perciben toques asiáticos,
pasados porParís, presentes como nunca en sus últimas
colecciones de los años 90, coincidiendo con la apertura de tiendas
Kenzo en Bangkok, Taipei, Bali, Singapur o Jakarta. Después de
ese itinerario, Kenzo se dispone a llevar una vida de jubilado de lujo.
Nadie se atreve a afirmar si el nuevo rol le queda bien o si su inclinación
por ejercer la imaginación y su particular estética, ganará
la partida.