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colgarse de un colgado

Hasta hoy la figura de la drogadependencia encarnada en algunos ídolos era la estrella del folletín mediático. Se ha pensado menos en las Claudia Maradona, las Alicia Muñiz, los ángeles de Charlie. La pareja de quien consume compulsivamente, ¿es una víctima? ¿Alguien que consigue algún tipo de satisfacción en su rol de todopoderosa figura protectora? ¿O que simplemente sufre y soporta en nombre del amor y de la abnegación?

Por María Moreno

A principio de siglo la alegría parisina era encarnada por mujeres que llevaban jeringuillas de oro o de plata con morfina atadas a la liga, todo el mundo bebía el vino Coca Mariani –versión líquida y barata de la temible Blanca–. La institución del bar aseguraba que el proletariado consiguiera allí su combustible para mantenerse despierto y eufórico en la línea de montaje. El viejo Freud descubrió que la cobardía podía atenuarse jalando un polvillo blanco aunque posteriores investigaciones –concretamente la muerte de un amigo– le hicieron reemplazar la delgada boquilla de laboratorio por el uso menos euforizante del diván. Luego el capitalismo fue considerando poco a poco que todo sujeto sujetado a un goce –el sexo, la droga, el alcohol– de manera compulsiva era poco rentable y debía ser o bien regenerado o expulsado. Pero siempre se pensó menos en quien, en el ámbito privado, sostenía al transgresor, como primero se pensó en el sádico que en el masoquista, en el homosexual que en su pareja. El partenaire fue una figura sobre la que se reflexionó en segundo plano. Estamos acostumbrados a asistir a las performances que Maradona realiza entre lo que la cámara oscila en registrar como secuencias que muestran excesos y otras que muestran pasos de recuperación. En ellas hay siempre una Claudia estoica, un poco atónica, como automatizada en la defensa de su hombre, de su familia, incriminando a la sociedad con términos casi militantes o por lo menos paradojales. Hace poco una noticia difundida en un diario dio cuenta de que la pareja hacía agua y no precisamente a causa de polvo. Ella había concurrido a un programa de televisión a enumerar las infidelidades de Maradona como si Blanca sí, pero Fulana o Sutana, no... Las nuevas terapias no vacilarían en llamarla coadicta. El psicoanálisis diría que primero habría que escucharla, como a todo el mundo. Su aparición corrida del lugar de la víctima, de señora-lo banco-todo, lo que hace es señalar ese lugar bastante oscurecido salvo para organizaciones como Alanon que nuclea a los familiares o amigos de alcohólicos: el que comparte la vida con un consumidor.

Catálogo de acompañantes
Algunas mujeres que aman a hombres que están enganchados con algún goce que los hace oscilar entre vivir entre los paraísos artificiales y ese “bajar es lo peor” al que alude la novelista Mariana Enriquez en la novela del mismo título, tienen un aspecto de lo que la cultura gay llama strate, ropa limpia, bajo perfil y un discurso filantrópico estoico que se transmite como omnipotencia: “Espero, simplemente espero –dice Marta, casada con un actor–. Pero no facilito. Escondo las botellas. Lo escondo de los chicos. Si cuando llega, lo huelo y me doy cuenta de que ha tomado,no digo nada. Cuando vomita, limpio y me vuelvo a dormir. Estoy automatizada. Es un tipo genial, por eso lo aguanto y porque lo quiero. A veces me pregunto qué va a pasar con su salud pero sé que hay cosas que no puedo impulsar. Le pedí hora con el médico infinidad de veces. Pero no va o no aparece por casa por si planeo presionarlo. Claro que cuando lo veo actuar digo ‘no puede ser que sea alcohólico porque sino no podría’. Debe ser un estilo, una forma de la pasión. Para mí es un privilegio aprender tanto por eso banco todo lo demás”. Otras acompañantes de enamorados del desenfreno se experimentan como una tierra arrasada: “Un día me encontré oliendo sus ropas. Buscándolo por los bares, por las comisarías, por los hospitales como si eso fuera mi trabajo diario. Dejé de usar perfume porque una vez se tomó un frasco. Opium. Hay cosas que cuando una las cuenta parecen inverosímiles”, dice Cristina avergonzada de que lo que cuenta provoque una risa congelada. Y hay quienes no se sienten involucradas en la adicción del otro: “El lo eligió. Lo único que pido es que, cuando está conmigo no saque el canuto” (Julia). Otras, como Luisa, se sumergen en una locura de a dos adonde la antigua prueba de amor que los hombres pedían antaño es relevada por compartir la sustancia que te lleva al paraíso: “Cuando vi que no podía pararlo decidí ver en carne propia qué era eso tan sublime que lo alejaba de mí. Y era sublime. Entonces me pareció que habíamos llegado a una forma de amor pasión que era como una manera de resistir a esa anestesia que te dicta todo esto de la globalización, del cuidarse, de los amores con piquitos (de los otros)”. La licenciada Emilia Faur le pone nombre a estas posiciones: codependencia: “En un comienzo el alcoholismo fue entendido como una debilidad de la persona afectada. Más tarde se reconoció que, como otras adicciones también afecta a aquellos con quienes el alcohólico se vincula. Lo elevado es todo lo que buscan los individuos, allí donde está la acción, una experiencia que irrumpa el orden cotidiano produciendo un sentimiento de exaltación, de éxtasis. Ahora bien, cuando una persona es adicta a una forma de conducta, el objetivo de lograr algo elevado se convierte en la necesidad de obtener algo fijo. La imposibilidad de lograrlo incrementa la ansiedad y la motiva a introducirse en la fase narcotizante de la adicción. Existe una espiral entre lo elevado y lo fijo: la compulsión a la repetición, conduce al individuo a la carencia de capacidad reflexiva para la protección de su propia identidad”.
“Ahora en la codependencia hay una persona que es adicta a otra que a su vez es adicta a una sustancia. Lo único que hace la sustancia es nombrarte. Sos un adicto. Esta palabra (codependencia) se comienza a usar cuando, dicen los familiares de AA, descubren que lo que les pasa a ellos los pone en una situación de locura mucho mayor que la del que bebe. Perseguir para rescatar, controlar, oler y luego ponerse en el lugar de la víctima que no tuvo devolución de lo que dio, culpabilizar al otro, todo esto va generando una situación adonde se es rehén de un rehén. Como el carcelero y el preso, no puede haber el uno sin el otro. Sino hay partenaire el baile no se produce.”
Hay mujeres que librándose de un vínculo que las estaba matando, sucumben a un aburrimiento a lo Madame Bovary, hombres que habiendo comprobado que no pudieron salvar a Nancy huyen en busca de un abismo idéntico por no poder soportar ese vacío de no poder usar su capa para cubrir el cuerpo de una náufraga existencial.
“¿Qué es lo que los codependientes no pueden dejar de repetir?”, pregunta retóricamente la licenciada Faur. Es lo que Ernie Larsen llama el triángulo de Karman. En cada extremo hay un rol: el de rescatadorperseguidor-víctima. Porque el codependiente suele ser un rescatador de la humanidad. Cuando yo entro a preguntar por las profesiones de mis pacientes la mayoría son asistentes sociales, asistentes en medicina, voluntarios. No se pueden enganchar en ningún tipo de profesión adonde noestén salvando a alguien. Pero hay que tener en cuenta que emparchar al otro es no soportar su falla, o sea que lo que no se tolera es que al otro le falte. Emparchándolo se emparcha uno. Además supone una total falta de confianza en lo que el otro pueda conseguirse por sí mismo: Esto no tiene nada que ver con el amor.”
Los que cuentan lo que están viviendo por estar enamorados de personas que los engañan con algo que parece más absoluto y más satisfactorio que un tercero humano suelen repetir la palabra fracaso: fracaso en que el otro cambie, fracaso en correrse del lugar de víctima, fracaso del tratamiento.
La licenciada Faur dice que lo que se escamotea es el éxito: “En los programas de recuperación el éxito está en zona roja. Porque la situación adictiva dice que mientras vos sos un pobre desgraciado, estás en el piso y sos un resto, no tenés por qué responder a lo que se supone se espera de vos. Y el codependiente es el que se sirve de otro para consumir ¿Cómo? Salvándolo. Porque en cualquier relación adictiva hay un deseo muy fuerte de fusión. En Nueve semanas y media él le regala a ella un reloj. Este reloj funciona como un elemento que no interrumpe ese espacio de ausencia y presencia entre los dos. Opera como una continuidad del cuerpo del otro. Existe adicción a las relaciones porque cuando hablamos de codependencia estamos hablando de un efecto narcotizante que no necesita de una sustancia. La codependencia habla de una relación adictiva donde el efecto narcotizante está en el núcleo”.
La pregunta es si es posible amar a un “colgado” sin entrar en el juego del partenaire. La licenciada Ana Gawenski diferencia: “Hay partenaires que piensan que el consumo es algo que tiene que ver con el narcisismo del otro. En otra dialéctica, la adicción se plantea como una dedicatoria. Entonces el partenaire dice: no fumes, no juegues, no tomes. Ahí hay relación. En el otro caso el que consume es tan narcisista que ni siquiera te lo dedica. En realidad, uno se pregunta ¿qué hace el partenaire? ¿Soporta, sostiene, es cómplice? Ahora si no hay dedicatoria es porque el partenaire tampoco lo pidió. Porque hay quienes le piden al otro que le dediquen esto que a él le falta”.
La licenciada Faur cuenta de “colgados” moralistas que enuncian “Yo ya estoy jugado, pero ¡si a vos llega a pasarte algo!”. O grafica escenas más pedestres: “Si vos te hacés cargo de los efectos de tus conductas adictivas, tenés un marido que está a tu lado y que te dice, si querés chupar chupás, si querés fumar fumás, si querés aspirar aspirá, si de repente te gastaste toda la mosca en comprar blanca, tu marido no te lo paga. Entonces verás enfrentar esta cuestión”.

Las deudas
del psicoanálisis
El partenaire sufre de ver sufrir y si escamotea su vida no es culpable sino de no saber nombrar su propio sufrimiento encapsulado por la sombra que proyecta sobre él alguien que parece estar en un cuerpo a cuerpo con la muerte. El sufrimiento, como la cuerda floja puede convertirse en una rutina: “Te vas habituando al dolor de que el otro te cague una y otra vez. Siempre se puede más pero no como decía el Che Guevara, sino en el sentido de que siempre se puede sufrir más de tan acostumbrada que se está a ese dolor. Una paciente me dijo ‘Yo noto mi recuperación porque durante muchos años de mi vida calzaba 37 y usaba 36’”.
Hoy existe una tendencia que agrupa a los sufrientes de acuerdo con sus síntomas -mujeres golpeadas, mujeres que aman demasiado, parejas que perdieron a sus hijos, jugadores, hijos de padres mayores, adictos y... codependientes. El psicoanálisis, en cambio, parece desacreditado, la neurosis frente a los síntomas actuales sería un lujo. La licenciada Gawenski sitúa el conflicto.
–Se sospecha del psicoanálisis porque demanda mucho, es caro y cuando aparecen determinados síntomas adonde existe peligro de muerte parecería ineficaz.
–Y esto enmarcado en la desacreditación de la palabra, porque la palabra ya no tiene el valor que tenía en el campo social. También ese descrédito existe en relación con la imagen. A cambio hay consumo, incorporación de sustancias o de pastillas, de comida. Y siempre se trata de una incorporación efímera. Cuanto menos palabra, más comida, más sustancia, más objeto. La modernidad te daba instrumentos para que por lo menos con la neurosis te las arreglaras. Todavía uno podía preguntarse cuál era el deseo del otro. Mientras que hoy si uno piensa en el horror de la cultura podría pensar en el aniquilamiento del otro. En cuanto sospecha que hay algo del deseo del otro es algo que debe ser aniquilado porque es una amenaza para el sujeto. Yo tengo pacientes que están absolutamente sorprendidos de que haya tal nivel de defensa de lo narcisístico, del hecho de que todo el mundo en el espacio laboral, por ejemplo, se sienta absolutamente amenazado y baste que el otro haga algo para que quiera liquidarlo. Se exacerbó la posición narcisista como estúpida defensa de sí mismo. Es que hoy cada uno está en su casa conectado a una computadora, llamando al supermercado con una maquinita, le hicieron creer que hay un lugar sólo para uno. Nosotros en los setenta no conocíamos la lumpenización de la clase media y la lumpenización de los profesionales. Sólo podíamos conocer la lumpenización de un laburante. Entonces en esto de la supuesta crisis del psicoanálisis hay una responsabilidad de él y otra que no lo es.
Se le puede reprochar al psicoanalista el hecho de que no tenga una lectura fuera de la escucha. El psicoanalista se ha quedado en una escucha del uno por uno sin poder pensar alguna serie posible para tener alguna reflexión que lo haga intervenir en la comunidad. Por otro lado pasa como cuando la gente dice “esa película no la veo porque es muy pesada y a este libro no lo leo porque es largo”. Sospecha que el psicoanálisis es más profundo, más efectivo a largo plazo pero que no hay tiempo. Y esto tiene que ver con cómo uno se posiciona en la cultura. La gente te dice que últimamente no se encuentra a conversar con el otro, el culto del amor o de la amistad son vividos como una pérdida de tiempo. Todo parece suceder rapidito a mano y en dos actos. Entonces se llega a la conclusión de que el psicoanálisis es algo totalmente distraído de la realidad, que no sirve. “Yo tengo que ordenar mi vida ya, resolver cosas ahora –dice la gente–. Lo que yo necesito no es un analista sino una especie de máquina donde apretar tres botones y que me diga adónde tengo que ir.”
–Entonces se diría que hay una tradición que falló.
–Hay una tradición que falló. En el psicoanálisis hay una dialéctica de apertura y cierre. Cuando se abre pierde teoría del sujeto, entonces se empieza a mimetizar con las prácticas sociales, aparece algo así como la psicología nacional y popular. O se cierra dogmática y crípticamente. Entonces aparecen analistas que dicen con orgullo que no leen el diario. La nueva preocupación por la salud mental se ubica del lado del mercado o del lado del Estado. Parece que no hay posibilidad de pensar desde otros lugares. Pero ¡ojo!. Esto no tiene que ver con la teoría psicoanalítica sino con la posición política cultural de los analistas.

¿Lo nuevo en síntomas o lo viejo en el mercado?
Germán García, psicoanalista, no acepta el término codependiente o lo que su colega Ana Gawenski considera una convivencia entre la globalización e infinitesimales clasificaciones de síntomas: “Ni siquiera hay un nuevo lenguaje sino que aparece como estallado el lenguaje dentro de la psicoterapia. Incluso los mismos rasgos aparecen combinados de otrasmaneras en otros cuadros pero lo que muestra eso sería una eliminación de un criterio de estructura. El standard freudiano estaría basado en tres estructuras: perversión, neurosis, psicosis. Decir estructura es decir una clínica de la discontinuidad, esto quiere decir que no se pasa de la perversión a la psicosis, ni de la psicosis a la neurosis. Son tres cosas diferenciadas. Mientras que ahora hay una clínica del síndrome, de continuidad de elementos. Si yo elimino la idea de estructura cualquier persona neurótica pudo haber tenido relaciones perversas y momentos de su vida asemejados a la psicosis, despersonalización, etc. El ordenamiento de los nuevos síntomas no es sino la respuesta que hay a las nuevas normas. Un caso concreto, la violencia familiar. Vamos a tomar eso tan popular. La costumbre de pegarles a las mujeres y a los chicos se ha vuelto inadmisible. Es decir, hay una nueva norma. Entonces hay violencia familiar. Antes no se agrupaba como un síndrome. Se sabía que tal le pegaba a la mujer porque era borracho o porque ella era coqueta, que tal madre era violenta con los hijos porque era nerviosa pero no se creaba un significante que agrupara a todos y se llamara violencia familiar. Después usted le agrega violencia psíquica y entonces cualquier discusión en voz alta entre un hombre y una mujer es un acto de violencia psíquica que puede ser denunciado”.
Antes se hablaba de inconsciente, ahora de personalidades múltiples, antes de sexualidad infantil, ahora de abuso, antes de narcisismo, ahora de autoestima. Uno puede decir que esos temas existen. Pero lo que hay que ver es por qué lo nuevo es el vehículo de lo viejo. Por ejemplo, en el tema de la droga. Todas las cosas ya ocurrieron en pequeños grupos. Cuando a través de los medios se hacen masivas aparecen como nuevas. La droga ocurrió ya hace cien años en grupos de vanguardias literarias, musicales o pictóricas. Cuando llega al colectivero y al camionero se habla del fenómeno de la droga.
Para Ana Gawenski existirían si no fenómenos nuevos un cambio cultural importante: A partir de esta nueva cultura de todo lo que hace a la precarización del sujeto no se interviene de modo de resistir esa precarización. El mercado trata de ofertar desde algún síntoma para la bulimia, para mujeres golpeadas, para los coadictos y algunos desde el psicoanálisis se encuentran diciendo y bueno la gente va a demandar por ahí. Y por otro lado no pudieron tratar de pensar qué de lo público debiera garantizar el rol del Estado. La gente entonces debate el síntoma ¿adónde voy? ¿a bulímicos, suicidas unidos, mujeres que se aburren los domingos a las seis de la tarde? Frente a esto tampoco el psicoanálisis no se posicionó.

La sociedad
como partenaire
Ana Gawensky apuesta activamente por una nueva ley de salud mental que cuestiona al sujeto dividido en ramos generales de síntomas y entiende que la expresión “partenaire” pasa al campo social bajo la forma de la connivencia: “Las modalidades de asistencia en relación al sujeto deberían recuperar un sujeto no despedazado en gratificaciones. Un Estado que se hace responsable de lo que a un sujeto le pasa genera sus propios responsables e implicados en lo que pasa. Porque hoy existen connivencias adonde no se sabe muy bien con quién estás y qué sos. Ya no se tienen códigos, referencias. Pensemos en la política. Cuando la gente se plantea ‘al final es siempre lo mismo’ es porque la política lo que muestra hoy como configuración de sus actores en realidad es su connivencia con el poder, entonces puede aparecer el mismo tipo que estaba en el gobierno anterior diciendo que había que rajar a x personas diciendo hoy cuál es la política que hay que implementar para generar empleo. Me parece que esas son las connivencias que hacen que para abajo también todo sea posible. Ysi al mismo tiempo vos prendés la televisión y te encontrás a Massera sentado en la biblioteca de su casa hablándote y que no te horrorice –porque en realidad el tema es que no hay objeto de horror–. Si la gente goza del caso Fraticelli es porque hay algo que hace que no se sienta tan distante de él. Hay algo que pasa por los medios y por la imagen donde vos te podés probar qué vestido te queda bien. En ese sentido digo que no hay condiciones demasiado fijas para un partenaire. Me parece que cualquiera podría ser partenaire de cualquiera. Hasta de un chorro”.
También la licenciada Faur nota esa connivencia aunque ella opere desde una práctica de anclajes gestálticos y alivie el sufrimiento de los que denomina codependientes: “El caso Rufino te muestra la violencia periodizada. Ahora ese juez puede ser un hermano, un primo, un padre, y al mismo tiempo está representando el lugar de la ley. No hay modelos de identificación y de pertenencia. Lo que se va tejiendo es un modelo de mucho aislamiento, de mucha singularidad que no te confirma como sujeto”. En el sufrimiento singular su estrategia pasa por un proyecto de recuperación que incluye la pertenencia grupal: “El proceso es arduo y difícil. En los grupos aparecen signos que implican un pasaje de desprendimiento: la capacidad emergente del codependiente de atender al otro sin acrecentar la carga de su adicción. Este concepto corresponde al desapego. Un miembro de Familiares de Alanon dice: ‘No es el desapego separarnos de la persona que nos importa, sino la agonía de dejarse envolver’. Apegarse es involucrarse en exceso. Se puede escuchar el problema de un amigo o de un familiar sin tratar de salvarlo. La definición de los límites personales es fundamental para una relación entre pares. Los mismos establecen qué pertenece a quién. La intimidad no es ser absorbido por el otro, sino reconocerlo y dejar disponible lo propio de cada uno para abrirse al otro. Revelarse al otro como medio de comunicación no como descarga emocional, posibilita el amor confluyente. El apego en cambio es una forma de sobreimplicación, que puede adoptar formas variadas. Podemos obsesionarnos por una persona o un problema y tratar de controlarlo o volvernos dependientes de quienes nos rodean, actuando como niñeras o facilitadores”.
Cómo se responda ante un malestar no es una cuestión de nombres. De hecho, los sufrientes, se llamen codependientes, adictos, personas en duelo y otras taxonomías, no respetan fronteras político-teóricas. El mismo personaje puede concurrir a Alanon, a un psicoanalista y hacer yoga en un parque público porque, en última instancia, pueden ser sus cervicales las que provoquen un dolor que suspenda –desgraciadamente por un corto lapso– malestares que no son los mismos que en los tiempos de Freud.
Lo que es evidente es que el Estado no puede dejar librados a los sufrientes a los plus de creatividad que sus sufrimientos les procuran.
Según Gawenski: “El Estado debería hacerse responsable de las prácticas de salud mental que están en el campo de lo público. Que en lugar de una asistencia no te den un grupo de mujeres que se deprimen a las seis de la tarde. El Estado tiene la obligación de validar las prácticas que tienen una tradición y una trayectoria que de alguna manera mostraron su eficacia. Si el Estado empieza a mercadizarse es difícil que pueda pensar una política del sujeto. Porque entonces deja de haber Estado y deja de haber sujeto. Debe dar elementos para que alguien se deje de llamar como se llama para llamarse bulímico, alcohólico. Me parece que es algo que una ley de salud mental debiera de atender y es cómo nomina lo que se produce. Porque hay una superproducción de nominaciones que como son tantas no hay un nombre para cada cosa. Pensar que hay mujeres que aman demasiado o demasiado poco lo que hace es contribuir a que el sujeto no pueda hablar en nombre propio. Porque cuando pasan por esos discursos hablan sólo desde ese lugar.