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M A O R I E S

Sally Rodwell es una directora neocelandesa que vino a Buenos Aires de la mano del Magdalena Project, una red internacional creada para respaldar diversas experiencias artísticas. Rodwell relata en esta nota cómo las mujeres maoríes intentan preservar una tradición cultural riquísima, al mismo tiempo que pelean por su lugar político.

Por Moira Soto

Cuerpos profusamente tatuados, misteriosas ceremonias al borde del mar, una estrecha relación con la naturaleza... Acaso sean éstas las primeras asociaciones que provoca la palabra maorí en quienes no conocemos lo suficiente la cultura de los primeros pobladores de Nueva Zelanda. Probablemente, muchas lectoras se acuerden también del film de Lee Tamahori, El amor y la furia, dramática historia de violencia doméstica protagonizada por Rena Owen. Y, sobre todo, de los enigmáticos personajes que en un segundo plano, en La lección de piano, de Jane Campion, ponían en evidencia las anacrónicas e injustas conductas coloniales. En esta película, el Baines de Harvey Keitel, con su frente y su nariz tatuadas, estaba en el límite entre dos culturas. En una entrevista realizada después del rodaje, el actor confesó haberse sentido muy conmovido por la explicación de Tungia, una mujer maorí que, al llegar con el equipo de filmación a la playa, corrió a mojarse en el agua salada: “Estoy pidiendo al mar que me dé la bienvenida”.
El film de Campion transcurría en el siglo XIX, en plena época de colonización británica, luego de que los maoríes fueran doblegados por la fuerza en las sangrientas guerras de 1843-48 y 1860-70. Empero, este pueblo polinesio nunca se entregó del todo, mantuvo a pesar de la represión su rica tradición cultural y durante el curso del siglo XX logró reconocimientos legales y representatividad política. “En la actualidad, hay un trabajo muy fuerte de recuperación de esta cultura de Nueva Zelanda que tiene mil años, un reforzamiento de la identidad y de la igualdad”, dice Graciela Rodríguez, productora teatral e integrante de Armar (Artes Escénicas Contemporáneas), entidad creada en 1994 –por iniciativa de la directora y coreógrafa Silvia Pritz–, que a su vez forma parte de la red internacional The Magdalena Project.
“Esta red lo que hace es dar un soporte, pero no económico ni financiero. Nosotras nos las arreglamos para viajar, encontrar hospedaje, reflexionar sobre nuestras experiencias artísticas, nuestros sistemas de producción, intercambiar ideas. Todo, claro, desde un enfoque de género”, sintetiza Rodríguez, quien, llevando a la práctica las estrategias del Magdalena Project, tiene de huésped en su escenográfica casa de Palermo Viejo a la directora neocelandesa Sally Rodwell.
Apasionada por el tango, Rodwell, además de establecer contactos con el grupo Armar, se ha entregado con alma y vida a aprender a bailarlo en los días de su estadía porteña. La puestista presentó recientemente en su país el espectáculo O fortuna, inspirado en un relato de Gabriel García Márquez, que encantó a las mujeres maoríes que forman parte activa del Magdalena. La visitante comparte con Graciela Rodríguez y Silvia Pritz la impresión de que las maoríes están al frente de una operación cultural de recuperación y sostenimiento de la identidad, inevitablemente afectada por la colonización: “Pero no se mueven únicamente en el terreno de la cultura, también patalean en el Parlamento y han logrado una representación más equitativa e imponer la obligatoriedad del aprendizajede la lengua maorí. A pesar de la influencia europea, Nueva Zelanda no ha ingresado del todo a la globalización feroz, no está contaminada del modelo neocapitalista excluyente. Todo es allí más humano, más equilibrado. Hay diferencias, desde luego, pero no abismales, y la convivencia cotidiana resulta más armónica”, se entusiasma Rodríguez.

Una cultura diferente
“El teatro alternativo es un fenómeno sumamente interesante y comenzó hace un par de décadas, con un hombre maorí que se vistió con ropas de mujer para actuar”, señala Sally Rodwell, dedicada los últimos años a un entrañable acercamiento a las mujeres maoríes que hacen teatro. “Hasta 1967, el teatro de Nueva Zelanda era muy tradicional, de inspiración inglesa, ligado a una larga historia de racismo. Empezó entonces una transformación vivificante, un valioso intercambio entre la vanguardia, el cabaret, el rock, con mucha participación de mujeres y varones maoríes. Cuando viajamos con mi grupo a los Estados Unidos de gira, las maoríes, tan aferradas a sus tradiciones, no podían creer la situación de inferiorización, de desculturización en que se encuentran los indios norteamericanos. Porque ahora, en Nueva Zelanda, la cultura polinesia es muy visible y respetada.”
Según Sally Rodwell, las maoríes, aunque de lo más amistosas y gentiles, defienden palmo a palmo su territorio en todos los órdenes: cuando se unieron al Proyecto Magdalena, exigieron una carta de intención con todos los detalles del acuerdo, y también integrar el directorio por partes iguales (dos maoríes y dos pakehas, es decir, europeas blancas). “Lo hicieron con el fin de preservar su identidad, su idioma, y poder realizar sus propios proyectos en todo lo que a performing arts se refiere. Ellas, en determinadas oportunidades, hacen talleres sólo para mujeres de su comunidad, y nosotras, como europeas, tenemos que respetar sus decisiones, por más que nos gustaría muchísimo trabajar siempre juntas, porque nos sentimos muy bien con ellas. Lo que sucede, además, es que las maoríes proceden de manera diferente; por ejemplo, empiezan sus actividades con una plegaria, realizan todo un ceremonial, con muchas canciones. Al mismo tiempo, son increíblemente afectuosas, acogedoras. Cuando te reciben, te atienden con gran amabilidad, te hacen comidas especiales, crean una atmósfera muy grata. Para nosotras es fascinante este acercamiento, aprendemos tantas cosas de su cultura... Y cada vez que nos encontramos, nosotras, las de origen europeo, nos preguntamos qué podemos ofrecerles.”
La respuesta a esa pregunta es: “Nuestra experiencia en viajes alrededor del mundo, contactos internacionales, fórmulas de presentación. Porque en este terreno tenemos una experiencia de la que ellas carecen, además de familiares y amigos en distintas partes del mundo. Así, con nuestro respaldo, varias artistas maoríes han podido actuar en otros países, aproximarse a otras culturas. Se sobreentiende que nuestra actitud hacia ellas no implica la más mínima forma de superioridad: ante todo, buscamos la mejor manera de aliarnos a las mujeres maoríes porque las apreciamos y respetamos de verdad. Siempre escuchándolas con atención, como te decía, de igual a igual. Consideramos que es enriquecedor para nosotras aprender el idioma, las canciones, los rituales, la historia de tantos siglos...”.
Respecto de la situación de las mujeres maoríes dentro de su propia cultura, aclara Sally Rodwell que “ha sido y es diferente según las tribus en que se agrupan, cada una con leyes y costumbres propias, algunas muy pequeñas. En la tribu de la que proviene Te Hirawa Nepia, una de las organizadoras del último festival, que se realizó el año pasado en Nueva Zelanda con la concurrencia del Magdalena en pleno, las mujeres tienen derecho a la palabra en los lugares de encuentro de la comunidad. En otras tribus, en cambio, se quedan calladas. Hay mucho debate en estos días entre las maoríes académicas acerca de la influencia negativa de lacolonización en la situación de la mujer, que era más igualitaria antes de la llegada de los ingleses. El modelo europeo fue imitado por algunas tribus que eran en principio más democráticas. Esta actitud de opresión hacia la mujer llevó con el tiempo a un problema muy serio de violencia doméstica. Por otra parte, la falta creciente de trabajo, el ideal consumista, el alcohol –como se vio en el film El amor y la furia– han alimentado esa violencia. Por suerte, las maoríes están enfrentando resueltamente ese grave problema: hay denuncias, se están construyendo refugios, lugares de asistencia. Porque el despertar de las mujeres maoríes no sólo se da en el tema cultural: ellas se están volviendo muy fuertes en el campo político. La líder de los diputados del segundo partido en una maorí”.
A través de sus creaciones teatrales, afirma Sally Rodwell, las mujeres maoríes revelan sus inquietudes, aspiraciones, inseguridades, temores: “Temas como el de la violencia doméstica aparecen en sus representaciones artísticas, con mucho humor a veces. Por supuesto, sigue habiendo un teatro más convencional, más comercial. Pero, sin duda, el alternativo es más genuino, más estimulante, directamente relacionado con los que propone el Proyecto Magdalena. Así como cuidan los rasgos de su propia cultura, las maoríes están abiertas a las novedades. Por eso el gran festival del año pasado fue tan importante para ellas como para nosotros: permitió un enorme intercambio, amplió la comprensión y valoración entre las maoríes, las europeas de Nueva Zelanda y las representantes de otras culturas. Las maoríes están muy alertas, hacen un teatro muy vivo y creativo, en plena búsqueda y transformación. Ellas cuentan con una tradición muy sólida en lo musical, la actuación, la narración oral de historias y mitos. A ese patrimonio se suman ahora los recursos técnicos y artísticos que descubren en el trabajo con las mujeres de otras nacionalidades y etnias. Las maoríes viven un fructífero estado de creación, con mucha pasión y energía”.