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de víctima a acusada

El mes próximo irá a juicio oral un caso que conmovió al país durante tres días de mayo. En San Isidro, un niño había desaparecido camino al jardín de infantes. Silvia Dunkler, su madre –también la de otros dos niños, gemelos–, denunció la desaparición. A los tres días el niño era encontrado en Mendoza, adonde había sido llevado por su niñera. Al parecer se trató de un delito con final feliz. Pero la prensa hizo conjeturas de todo calibre: ¿Por qué la madre no se enfurecía con la niñera? ¿Era la niñera la madre biológica de Pablo? ¿Los bebés tambien eran adoptados? ¿Cómo una mujer sola había podido adoptar a tres niños? Hoy Silvia Dunkler reflexiona sobre esos días terribles donde sus respuestas a los medios fueron sopesadas con una suspicacia condenatoria.

Por Ana Von Rebeur

La vida de Silvia Dunkler está marcada por un antes y un después del 18 de mayo pasado. Esta psicopedagoga que hasta hace muy poco fue azafata de Aerolíneas Argentinas llevaba una vida muy normal y feliz hasta esa fecha fatídica en que Pablo, su hijito de tres años, desapareció camino al jardín de infantes, que queda a sólo seis cuadras de su casa en San Isidro. Cuatro días de angustia atroz tuvo que pasar Silvia antes de que supiera que la niñera –en quien ella había depositado toda su confianza durante tres años– se había apropiado del nene y había huido con él a la ciudad de Mendoza.
A esta mujer de ojos muy claros y pelo corto de color encendido todavía se le llenan los ojos de lágrimas al hablar del incidente. “Quedé muy sensible”, se excusa, sonriendo con la mirada azul muy húmeda, mientras se las ingenia para sujetar el chupete del pequeño Damián y hacerle la mamadera a Patricio –sonrientes mellizos de cinco meses–, a la vez que prepara un té para la cronista.
“Creo que recién ahora me empiezo a dar cuenta de lo que sucedió”, comenta, impresionada. “Al principio quedé tan shockeada que no podía reaccionar. Cuando vi que pasaba el tiempo, Pablito no volvía de la escuela y la maestra me confirmó por teléfono que él no había ido al jardín, llamé a mi hermana y salimos a la calle a preguntar en todos los negocios que quedan en el camino si no los habían visto pasar. Hasta fuimos al correo, porque la empleada había dicho que tenía que mandar una encomienda. Pero nadie sabía nada. Era como si se hubieran esfumado en el aire. Providencialmente, una desconocida nos paró y nos dio el teléfono de la Red Solidaria, diciendo que ellos sabrían cómo manejar este asunto. Mi hermana me acompañó a la comisaría a hacer la denuncia. Yo estaba tan nerviosa que ella y el policía me dijeron que si no me tranquilizaba nadie iba a entender nada. Lo mismo me dijo Alicia Castro, cuando la llamé pidiéndole que me ayudara como pudiera. Entonces paré de llorar y me convencí de que tendría que mantener la calma para obtener resultados concretos.”
A partir de ese momento, Silvia empezó a incorporar todos los entrenamientos de emergencia por los que había pasado para ser azafata.”Tanto me repetí mentalmente que tenía que conservar la calma y evitar el descontrol, que me la creí. Cuando me miro ahora en videos de notas que me hicieron esos días en noticieros, no puedo creer que ésa era yo. No me reconozco. Yo seguía adelante como anestesiada, sintiendo que todo es una película de terror o una pesadilla, pero que no te está sucediendo en realidad.”
Aún confundida, ella intenta así encontrarle una explicación coherente a lo que pasó:
—El mes que viene el caso irá a juicio oral y público. ¿Qué le parece que sucedió en realidad?
–No lo sé. Norma era solícita y meticulosa con el cuidado de Pablo. Supongo que el amor que le tenía se fue haciendo obsesivo y la llegada de los mellizos terminó de confundirla, como si pensara que los mellizos eran míos y Pablo de ella. Por eso dije que es una mujer enferma y no una delincuente. Nadie se roba a los hijos de otra si está bien de la cabeza. Sin embargo, esta comprensión de los primeros días se me fue transformando en rabia al enterarme por Pablo de ciertas cosas. Ahora tengo un sentimiento ambivalente que va de la piedad a la bronca. Lo siento como una enorme deslealtad de parte de una empleada en quien confié. Pero esto lo tendré que elaborar con el tiempo. No se puede ser juez y parte. Le toca a la Justicia decidir.
–De alguna manera sorprendió el hecho de que no se enfureciera con ella y que mantuviera cierta calma y ecuanimidad que, dadas las circunstancias, parecía incomprensible.
–Yo misma me sorprendo ahora de lo tranquila que me mostré. Nunca tuve paz, como alguien dijo por ahí. Los picos de angustia los llenaba con actividad y “negando” la situación. No tomé ni un té de tilo, porque había que trabajar cada minuto en la búsqueda de mi hijo. Por dentro, no sabía si estaba caminando, parada o sentada. Sentía que la cabeza me flotaba en un cuerpo inerte. Los medios no estuvieron el primer día, cuando yo estaba en crisis y todos me decían que me calmara. Saqué fuerzas no sé de dónde y me puse a mandar fotos en remise a todos los medios. Como azafata, te enseñan a mantener la calma durante las emergencias... y creo que lo logré. Aunque el excesivo control, tan racionalizado, te impide sentir. Yo sentía que si dejaba filtrar la emoción me iba a desarmar como un rompecabezas. Después sí vino el bajón: me pareció que un camión blindado me había pasado por encima.
–Pero no parecía furiosa con la niñera, como era de esperar.
–Recién ahora tengo toda la bronca junta... ¿Cómo pudo fallarme así? Pero yo no soy de esas personas que dicen “espero que se pudra en la cárcel por lo que hizo”. Siempre estuve segura de que ella no le haría daño a Pablito. Ella lo adoraba, pero ahora veo que su amor era enfermizo. Nos falló a los dos. Todo el tiempo traté de entender su conducta, haciendo una lectura más profunda de lo que había pasado. No me enfurecí porque no creo que valga la pena guardar rencores y menos por alguien que está tan desequilibrado. Pero que no haya querido guardar rencores no significa que jamás la disculpe. El tema ya está en manos de la Justicia y su actitud es indefendible, por más que ella haya querido justificarla con cualquier invento descabellado y elabore estrategias para salvarse. También me duele saber que su familia avala esas estrategias absurdas. En un principio, pensé que Norma era inimputable. Ahora lo dudo mucho.
–¿Y por qué cree que le han achacado que transmitió una imagen de frialdad ante una situación que enloquecería a cualquier madre?
–Recién ahora puedo analizarlo retrospectivamente. Yo estuve repitiéndome mentalmente que había que mantener la calma y evitar el descontrol. Había que atender a la prensa con un discurso claro y sinrodeos. La gente me tenía que entender, ver la foto de Pablo, reconocerlo y avisar a la policía, tal como sucedió... gracias a Dios. Siendo una madre jefa de familia, tenía que mantenerme entera, seguir ocupándome de los bebés y cumplir con la estrategia que me indicaba la policía, que era invitar buenamente a Norma, la niñera, para que volviera con Pablo. Yo pasé por un proceso de despersonalización, un mecanismo de defensa en el que sentía que yo era otra persona que debía cumplir con un rol operativo y funcional para no desintegrarme. Es algo muy curioso: miraba los reportajes que me hicieron en los noticieros y me parecía que estaba viendo una película o viviendo una pesadilla pero que no estaba sucediendo en la realidad. En Mendoza me sentí muy rara, porque quería que el reencuentro con Pablo fuera lo más natural posible para que él no se asustara. Pero fue difícil, ya que había que pasar por el asedio periodístico y las declaraciones a la policía. Tuvieron que pasar varios días para que volviera a sentir que era yo misma.
–¿No tuvo nunca ninguna señal previa de que algo así pudiera suceder?
–Sólo después reparé en que el mismo día del secuestro ella se había cortado el pelo y se lo había teñido de un color parecido al mío. Y se maquilló antes de salir, cosa que no hacía nunca. Me pregunto si habrá querido mimetizarse conmigo para llevarse a mi hijo. Estando en Mendoza, me llamó la atención que para guardar la ropa de Pablo había comprado un bolso de bebé, tipo pañalero, como queriendo involucionarlo... como queriendo tener su propio bebé. Tiempo antes había comentado, medio en broma: “Ahora que tiene a los mellizos podría regalarme a Pablito”, a lo que yo contesté: “No lo diga ni en chiste... ¡ni por todo el oro del mundo!” ... ¿Pero qué podía imaginarme que llegaría tan lejos?

sospechosa
Como si el hecho de que le hayan secuestrado a su hijito no hubiera sido suficiente agonía, encontró con que toda la alegría del reencuentro quedó empañado de un momento al otro por el maltrato que la prensa le dio a su caso.
“Fue algo increíble: yo sentía que toda la prensa estaba con nosotros, ayudándonos y solidarizándose. Y de un día para el otro todo el periodismo se me puso en contra”, comenta, extrañada. “Yo sólo quería volver a casa, descansar, recomponerme, atender a mis hijos y olvidar lo sucedido. Sólo por amigos y parientes supe las cantidad enorme de barbaridades que se inventaron sobre mi vida: que Pablo no era mi hijo sino hijo de la niñera, que ella era mi pareja, que yo era insensible... No entiendo qué pasó.”
Con manos temblorosas, despliega recortes de diarios y revistas que aún no tuvo tiempo de leer, ya que sus mellizos de cinco meses le demandan cada minuto de vigilia. “Escribí una carta de lectores a un diario para agradecer a quienes me ayudaron y poner en evidencia a quienes inventaron esas historias acerca de lo sucedido. Hubo casos que me helaron la sangre: una revista publicó la historia de mi vida entera sin que yo les dijera una palabra. No sé de dónde sacaron tantos datos, pero me aterra sentir que cualquiera te averigua la biografía sin tu autorización.”
–¿Por qué le parece que el mismo periodismo que la ayudó a encontrar a Pablo se ensañó con usted luego del reencuentro?
–Sólo puedo hacer conjeturas. Pero noté que todos los medios estaban obsesionados con saber más de mi vida privada... y lo sentí como una invasión absurda. Yo comprendo que durante cuatro días el país entero estuvo en vilo preocupado por el paradero de mi hijo. Lo que no sabía eraque la gente quería saber la historia completa, que para mí no tenía nada que ver con la búsqueda. Sólo días después me vi obligada a contar parte de mi intimidad para que me dejaran tranquila de una vez.
–¿No cree que a la gente le llamó la atención verla siempre sola durante la búsqueda?
–¿Y eso qué tiene de raro? ¿Cuántas mujeres en la Argentina son cabeza de familia y están criando solas a sus hijos, sin que nadie sospeche nada de ellas? No creo que los medios tengan derecho a ser despiadados y a inventarse historias truculentas sólo porque la mía no es la familia típica. Hay millones de mujeres en mi situación y no por eso están bajo sospecha. También sospecho que algunos medios quisieron estirar la noticia todo lo que fuera posible, y para eso necesitaron sembrar dudas sensacionalistas falseando la verdad.
–¿Podría contar cómo es exactamente su situación?
–La historia es bien simple: adoro a los chicos y siempre quise ser madre. Pero me dediqué a un trabajo que te obliga a vivir viajando permanentemente, lo que te dificulta en parte las posibilidades de formar una pareja estable. Entonces decidí que quería adoptar un bebé. Y me encontré con que, aunque legalmente una mujer soltera puede adoptar un hijo, de hecho la prioridad siempre la tienen los matrimonios. Así que tuve que esperar tres años enteros antes de tener a Pablo. A este hijo mío lo deseé tanto o más de lo que hubiera deseado a un hijo biológico: mi mayor felicidad fue saber que ya podía traerlo a casa. Luego no quise que creciera solito. Y cuando pensé en adoptar otro bebé me encontré con las mismas trabas. Con mi pareja en ese momento decidimos intentar darle un hermanito. Y nacieron mellizos. No convivo con el padre, por ende formo una familia de una mamá con sus tres hijos. ¿Es tan extraño eso?
–¿Por qué no contó esto desde el primer momento?
–Porque es mi vida privada. ¿A quién le podía importar? Lo fundamental era encontrar a Pablo.
–Pero a cierta altura de los acontecimientos, ¿no le parece que su vida era de dominio público?
–Si hubiera sabido que contando mi vida desde el principio me dejaban en paz, la hubiera contado el primer día. Ahora lo haría distinto. De todos modos, yo le estoy enormemente agradecida a la gente. La reacción de todos fue conmovedora: se armaron cadenas de oraciones de personas que rezaron por Pablo, mientras otros ayudaban pegando su foto. Ya no dudo más de la solidaridad humana. Pero en ese momento no creí que contar mi vida privada sirviera para encontrar antes a Pablo.
–¿No cree que contar su historia antes hubiera puesto en evidencia su coraje, al ser una madre sola que enfrenta cámaras y micrófonos en el peor momento, con tal de que encuentren a su hijo?
–Yo no habría dado tantas notas si Juan Carr no me hubiera dicho que atienda a toda la prensa para darle trascendencia a la búsqueda y que encuentren antes a Pablo. Y por eso me limité a contar las circunstancias de la desaparición.
–¿Es cierto que insultó a un reportero mendocino, y que eso salió en los diarios de Mendoza?
–Me dio mucha indignación y me mortificó que un periodista me preguntara si la frialdad que yo trasuntaba estaba ligada a que Pablo fuera hijo adoptivo... y sí, me enojé, en un momento en que la paciencia se me estaba agotando. Otros periodistas descontextualizaron conceptos. Por ejemplo, en el momento del encuentro uno me dijo: “Ya que está en Mendoza, ¿no le gustaría hacer un tour por nuestras bodegas?” Por ser amable, yo respondí: “Sí, pero en otro momento. Ahora sólo queremos volver a casa”. Y al día siguiente todos los diarios publicaban que yo lamentaba no poder ir a recorrer bodegas, como si el reencuentro con mi hijo quedarade lado y sólo pensara en tomarme unos vinos. Eso me demostró que hay que desconfiar de cierto periodismo.
–¿Por qué nunca quiso dar los nombres de los periodistas que la pusieron bajo sospecha?
–Es que algunos medios se portaron de manera impecable y me ayudaron mucho, mientras otros sugerían historias increíbles que me dolieron mucho. Los que inventaron historias saben lo que hicieron y lo tendrán que evaluar con su conciencia. ¿De qué serviría que los mencione? Yo ahora sólo quiero dedicarme a mis hijos y dar por terminada esta historia.
–¿Cómo está Pablo?
–Tuvimos que repetir el período de adaptación en el jardín. Está muy pegote, muy cariñoso y se largó a hablar con todo.
–¿Él le comentó algo de lo sucedido?
–No quise abrumarlo con preguntas. Solito va hablando de a poco. Le pregunté si le gustó Mendoza y me dijo que no. Me contó que había ido al zoo, pero que por las noches lloraba porque quería volver a casa.
–¿Sigue trabajando como azafata?
–Ya no. Me acabo de retirar para atender a los chicos.
–¿Volvería a confiar en una niñera?
–Por supuesto. A todas las madres nos toca tener que hacerlo. Este fue un hecho fortuito, uno en un millón. La vida sigue y hay que volver a confiar.