Roxi
en el closet
Mercedes
Morán no tiene el menor interés en matar a Roxi, pero
sí en ponerla entre paréntesis. Para eso está utilizando
dos estrategias: encarnar el coprotagónico junto con Graciela
Borges, de la película La ciénaga, la ópera prima
de Lucrecia Martel y la elaboración de un libro sobre los arquetipos
de las diosas grecorromanas. (Ella se encuentra parecida a la protectora
Deméter, pero una amiga la identifica a la sexy Afrodita.)
Por
Moira Soto
Tiene
el pelo corto, color chocolate. Quizá le gusta, pero sobre todo
la distancia de su amiga Roxi. Desde que Gasoleros
terminó a fines del 99, Mercedes Morán concretó
un paulatino descenso profesional hacia su guarida, y un súbito
cambio de piel. No quería matar a Roxi, pero temía que
se instalara en su despojado departamento de Barrio Norte. Temía
la confusión. Mercedes es clara. Aunque mire soñadora
la montaña rusa y de tanto en tanto se suba, es sólo para
recuperar después la sensación de tener los pies en la
tierra. Tuve la fortuna, después de Gasoleros,
de tener dos tareas que me ayudaron a lo que era mi objetivo: volver
a mi centro, salirme de esa cosa inevitablemente sacada en la que te
pone la tele y la exposición, mantener un perfil más bajo,
y conciliarlo con una necesidad absoluta de volver a ejercer mi rol
de madre, dice explicando por qué, después de dos
años de ver a Roxi y Panigassi hasta en los supermercados, y
a Mercedes Morán y Oscar Martínez sorprendidos por cámaras
ocultas en pleno proceso de separación, hoy no se sabe casi nada
de ella. Las dos tareas a las que se refiere fueron el coprotagónico,
junto con Graciela Borges, en la película La ciénaga,
la ópera prima de Lucrecia Martel que será estrenada el
próximo año; y la elaboración de un libro sobre
los arquetipos de las diosas grecorromanas.
Estoy bien es lo primero que dice cuando el grabador da
luz verde. Viene de la peluquería, tiene un jogging y unas pantuflas
sencillas, y sobre la cama el sobre con los pasajes para Estados Unidos
de ella y su hija Manuela, de cinco años. Se van un mes, toque
en Disney y seguro paso por Broadway para analizar propuestas de obras.
¿Estos dos años fueron un paréntesis en
tu carrera o estarías dispuesta a pasar por otra etapa larga
de tanto trabajo y exposición?
Yo salí con ganas de volver a la televisión,
a otra experiencia feliz. No haría tira, preferiría un
unitario. No tiene tanto que ver con el tiempo, sino que creo que el
unitario tiene una posibilidad de elaboración diferente. Mi objetivo,
con cada trabajo, es poder preservar tiempo para mí. Quizá
me gustaría dedicarle un año al cine, siempre esta cosa
de trabajar un poco y volver, por mí, por los afectos, porque
siento que un actor se nutre de la vida, de lo que te pasa y para eso
necesitás tiempo y vincularte. Sé que, cuando aparece
el trabajo, por el grado de compromiso que yo asumo, mi tiempo para
con mis afectos se reduce, esto es así y está aceptado.
Destacás mucho el tema de los afectos, sin embargo tomaste
la decisión de un trabajo duro teniendo una hija muy chiquita.
¿Esto se relaciona con que sentías cierta frustración
porque, aun siendo reconocida en el medio, eso no tenía un correlato
ni en la convocatoria a proyectos importantes ni en la fama?
La televisión me otorgó el reconocimiento masivo,
pero sumado a lo anterior, sino no lo hubiera conseguido.
Había en vos una ambición quizá no muy
consciente de ocupar un espacio que no tenías.
Es probable que haya sido inconsciente porque no fue algo que
pensé de entrada, pero hice todo lo que tenía que hacer
para conseguirlo y después me sentí muy feliz obteniéndolo.
Igual creo que fue gradual, que empezó con Señoras
y Señores. Ahí apareció algo muy grosso,
¿qué fue lo que diferenció la mirada que se tenía
sobre mis trabajos televisivos a partir de ese programa? No lo sé.
Creo que se sumó el hecho de estar haciendo en teatro Humores
que matan, que estuvo muchísimo en cartel.
¿No influyó también que tu pareja con
Oscar Martínez tuvo en esos años una visibilidad bastante
alta?
Sí, probablemente. Es una mezcla de todo. Todo facilita
y todo dificulta, como es en la vida. Yo creo que tiene que ver con
cuando uno asume un deseo. Yo cumplí los deseos que manifestaba
cuando empecé esta profesión: tener siempre trabajo y
ser reconocida por mis compañeros. Y se ve que después
eso no me alcanzó y yo no me daba cuenta, deseaba grados de reconocimiento
más grandes, pero ésas son lecturas que se hacen después.
Diosa
María Fiorentino,
la mejor amiga de Roxi en Gasoleros, le regaló a
Mercedes para su último cumpleaños un libro llamado Las
diosas de cada mujer, en el que una psicoanalista junguiana analiza
los comportamientos femeninos basándose en una interpretación
iniciada por Jung sobre cómo accionan en el inconsciente de cada
mujer los arquetipos de las diosas grecorromanas. Casi al mismo tiempo,
editorial Sudamericana le propuso escribir un libro, y con su amiga
Beatriz Couceiro, escritora, surgió la idea, entre charlas femeninas,
de hacer un texto en el que Mercedes fuera la reporteada y consistiera
en charlas amenas, cómplices, risueñas, de esas que las
mujeres tenemos entre mujeres, sobre los arquetipos de Jung. En noviembre,
la edición estará en la calle, y mientras tanto, esta
mujer de apariencia frágil y convicciones fuertes, vulnerable
y cauta, profundizó el viaje de retorno a su centro, uno diferente
del que había dejado dos años antes para entrar en la
periferia mediática. Se ríe cuando se le pregunta
con qué diosa se identifica: Yo creía que era Deméter,
esa madre nutriente y maravillosa. Parece que es como un deseo culposo
que tenemos las mujeres (risas). Pero Beatriz me dice que ella me asocia
mucho con Afrodita. Y yo, muy lejos de sentir eso. Pero ella lo dice
porque ve una manera creativa de ejercer las relaciones, el amor, los
vínculos.
La profesión es absolutamente importante para mí,
eso es inamovible, pero no me otorga toda la plenitud. Si no lo puedo
combinar con el éxito y la creatividad en mi vida personal, no
va. Y son dos tareas muy arduas, que por momentos se me hacen muy difíciles
de combinar confiesa poco después. Y yo no hago más
que improvisar, no tengo ninguna receta. Voy aprendiendo a partir de
las equivocaciones, y trato de guiarme con la intuición y los
estados: qué me saca la alegría, qué me la trae.
Y es un tema a resolver cómo es aceptado esto por los que te
rodean, por los hijos, las parejas.
¿Tu separación de Oscar Martínez tuvo
que ver en parte con estos desentendimientos, a partir de que aparece
una nueva faceta en vos, más afirmada en lograr un lugar diferente
en tu profesión?
La verdad no lo sé. Lo he pensado, eso y otras cosas, uno
no puede dejar de reflexionar cuando se te cambia la vida. Pero los
motivos creo que voy a poder reconocerlos dentro de mucho tiempo, todavía
no me doy cuenta. No sé si esto de todas maneras hubiese pasado.
Es cierto que coincide con este cambio mío que se ve desde afuera,
pero también conmuchas otras cosas que pertenecen a mi mundo
privado, una evolución personal, la imposibilidad mutua de seguir
sosteniendo en el tiempo algo de la manera que queríamos hacerlo.
La
ciénaga
El
personaje que hice en La ciénaga fue el más difícil
de mi carrera -dice sorprendiendo. Es una mujer que nunca pudo
enfrentarse con su propio deseo, que no tiene opinión propia,
con un grado de inseguridad tan alta que no puede sostener ni una frase.
Es angustiante. Es tan difícil y tan sutil como eso, porque la
misma falta de explicitación que me encantaba del guión
hacía que tuviéramos que transmitir todo eso sin palabras.
Es nada más espiar en la vida de alguien durante una semana y
a partir de ahí se revelan cosas. Los personajes circulan, como
pueden, y uno ve lo que ve. Y la mirada, obviamente, es la de la directora,
en la que confío plenamente. Mercedes había visto
a Graciela Borges sólo en reuniones previas a la filmación.
Trabajé muy bien con ella. Su experiencia me ayudaba en
la ansiedad de las esperas, el no ver, el no saber, me hizo muy grata
esa última semana en la que estaba desesperada por volver, no
daba más. Me encariñé muchísimo. Es como
una diosa hipervulnerable.
Mercedes está contenta, es verdad. Está serena. Pero ella
también es vulnerable. El carraspeo de su voz y los ojos esquivos
cuando habla de una separación demasiado reciente están
ahí. Pero sentido común no le falta, y training emocional,
tampoco. Es una mujer que sabe bien que a las penas no se las puede
enfrentar como hacía Don Quijote con los molinos de viento; hay
que mimarlas, hacerse amiga, y mientras tanto seguir desmalezando el
camino de las pequeñas alegrías cotidianas.