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sexualidad

 esas cositas

No se sabe si el fetichismo está en vías de extinción o de democratización. Los viejos fetiches, esas cosas, esos fragmentos de cuerpos, esas fijaciones excitantes, han salido del registro perverso y han invadido alcobas matrimoniales o, por lo menos, de parejas estables en busca de satisfacción. ¿No hay fetiches o no hay más que fetiches? .

 

 

Por Maria Moreno

A ver. Muéstreme la bombacha. ¡Qué es eso! ¿No es demasiado grande para usar bombachudo? Con esa trusa nunca va a haber tiroteo–. La empleada ha desplegado sobre el mostrador tangas con una cerradura bordada al frente, bragas de piel de tigre falsificada con lycra, abiertas por detrás con un sistema de lazos a la manera de la mejor corsetería del siglo XIX. La cronista le ha explicado que quiere ver prendas que pudieran formar parte de la iconografía del fetichismo. La empleada sospecha que se trata de una casada deprimida que acaba de leer algún manual de autoayuda del tipo Cómo hacer el amor con la misma persona y durante toda la vida e intenta seguir las instrucciones. El stock no supera nada que no haya sido concebido en el período histórico –principios de siglo– en que unos aventureros en estado de ebullición iban a parar a la sombra por haber querido sustituir a una mujer por su portaligas, su guante y su pañuelo alcanzando ,mediante esta forma particular de misoginia, éxtasis insospechables y privados. Los manuales diseñados por los psicopatólogos establecían rígidos parámetros entre el fetichismo normal y el anormal: “Normales: partes del cuerpo normales: mano, pie, pechos, nalga, cabellos, secreciones y excreciones.
Anormales: estrabismo, cojera, señales de viruela.” El fetichista era un degenerado que era capaz de matar por obtener su prenda de excitación. Los había caprichosos: sólo llegaban a la eyaculación lamiendo ropa de cama de niño o pañuelos a cuadros blancos y negros. Los había coleccionistas como un tal N.K. que figura en Psicopatía sexual, de Hartwich y V. KrafftEbing, que coleccionaba rodajas de chorizo de todos los países, y las conservaba en alcohol, cada una en un nicho colocado dentro de una vitrina y con su correspondiente rótulo que informaba sobre su procedencia y adquisición. Los había masoquistas con un toque de jactancia como uno que se vanagloriaba de haber sido pisoteado por más de cien mujeres de las cuales 80 no eran prostitutas y cuyo zapato había idolatrado. Hoy el fetiche parece tan naturalizado que casi nadie le presta atención: se lo compra sin saber nombrarlo, se lo explota en la alcoba matrimonial y no en el quilombo, se le extrae al pecado y se lo inserta en las recetas para hacer duradero una pareja.
Según la narrativa psicoanalítica en clave freudiana, el niño pequeño no conoce la diferencia de los sexos y cree que la madre tiene pene. Al comprobar que no lo tiene su mirada hace una suerte de desplazamiento que le permite conservar la creencia en que la madre tiene un pene y al mismo tiempo la prueba de que no lo tiene. Es por eso que el fetiche más común suele situarse de la cintura para abajo capturando objetos que una mirada culpable encuentra al bajar la vista: las medias y los zapato son los más frecuentes. El escritor y psicoanalista Luis Gusmán detalla: “En una serie de objetos alguien va a recortar uno como único y particular. En términos de desplazamiento y metonimia del cuerpo. Esa parte puede cambiar, pero va a pertenecer en términos estructurales al cuerpo de una persona. Para adquirir el valor de fetiche tiene que recortarse como único e individual y cumplir una función de excitación. Es algo tan recortado que tiene que ser esa media, no cualquier media. Y hay un ritual de eso que se conserva con todas las excrecencias, se lava, sea una prenda de Caro Cuore o Vanity Fair. Y otra cosa muy particular es que no es compartido por el partenaire. El fetiche es arrancado a la circulación social y es secreto. No es del orden de un juego en común o de una reciprocidad. Tiene que ser único, secreto e insustituible. No es que haya patologías que desaparecen sino que hay patologías que se crean culturalmente”.
Por otra parte, Norberto Inda, que organiza grupos de reflexión sobre la condición masculina, sintetiza algo más en la pedagogía del fetiche: “Lo que define el fetichismo es un goce sin coito y sin mujer. La perversión quedaría del lado de los preliminares donde desaparece la consumación”.
Hombres y mujeres suelen erotizarse con adornos y partes del cuerpo. Las ofertas de Internet probablemente sean consumidas por neuróticos más o menos imaginativos que sólo figuran en las descripciones de la clínica psicoanalítica y no en el prontuario de las cárceles o los legajos manicomiales. El psicoanalista Germán García solía ser muy claro cuando daba clases de psicoanálisis: “Neurótico es el que te dice ponete las medias caladas. Perverso es el que te dice dejá las medias y andate al cine”.

Vitrinas interiores
–Un pene para la portadora y otro para su pareja –describe Roberto, uno de los dueños de Extasy, un sex shop ubicado en una galería del Once. Al igual que la empleada de la mercería no cree que la cronista esté interesada en investigar sobre fetichismo y, considerándola como una clienta potencial ,recita las ventajas de la sección Accesorios de su catálogo: El Joy Finger, el Jumbo Silver, el Adonis Punch, tecnología de punta en consoladores que incluye al ecológico e hiperrealista Pepino. La lencería of Hollywood es sólo un anexo de su negocio cuyos percheros exhiben trajes de pantera, odalisca, colegiala, conejita o novia en donde el capitalismo ha convertido las tocas, las cofias, los velos y las orejas en meros símbolos reducidos a una artesanía mínima donde el exceso de nylon convierte el uniforme en inflamable. ¿Cuántas mujeres se atreven a entrar solas a un sex shop? “Así como usted –dice Roberto–, el 5 por ciento.”
Angie trabaja doce horas en un departamento del microcentro. Recibe a la cronista en bata Caro Cuore de satén rosa. Aceptó la entrevista luego de que, por teléfono –y quizás porque el radar laboral se le apagó al escuchar una voz femenina– se le escapara una confidencia: “Estamos todos flexibilizados, porque si no a esta hora hace un par de años podías llamar y llamar y llamar...” El lugar es despojado aunque se intuye que la escenografía debe estar en el placard que no abre como indicando con precisión lo que de la cortesía corresponde al ámbito de la cotización. “La decoración soy yo”, dice. Cuando está trabajando se limita a recibir en catsuite de encaje ya que su aviso en el rubro 59 de Clarín ofrece “alta tensión”. O tanga con cierre al frente o una mini de látex que se frota con aceite, el resto del cuerpo desnudo. “Lo que no me gusta es cuando voy a un negocio a comprar, me copo con algo y me dicen que otra chicase llevó lo mismo que yo. Por ejemplo a mí me encanta el body de aros, pero lo tiene todo el mundo. Al body de aros vos lo querés enseguida si sos flaca y no estás veterana, pero se te corta cuando el cliente entra a fantasear. Ya sabés”. No, la cronista no sabe. Angie explica que hay clientes a los que les gusta “hacer el perímetro”. Jugar con la resistencia de la prenda, “picarear” metiendo el pene por las tiras del body de aros que ella niega haber comprado en Extasy por haberlo traído directamente de EE.UU. o entre los hilos del body araña que sí compró en Extasy. No entiende la palabra fetichismo. “Cosas raras, no”, repite mecánicamente mientras mira su celular que durante los veinte minutos que duró la entrevista estuvo en silencio. La velocidad es importante en su oficio: la fantasía debe ser prêt à porter. Porque los clientes vienen a la hora del almuerzo en la oficina o antes de volver a su casa. Leona, Tigresa, Geisha fast food, es su catálogo.
–Sí, "geisha ardiente" sale en la promoción y después el cliente llega y se encuentra con un luchador de Sumo ardiente. Así que tiene que competir con la ropa –se ríe Lohana Berkins, militante travesti.
Angie, como Roberto, por momentos habla haciendo alusiones a lo tímida que puede ser la clientela. Ya a ella le dijeron muchas veces que sólo querían hablar para hacer una nota y después se ablandaron. Mira fijo sugiriendo que lo de la nota es una excusa. Cuando se le explica que saldrá el viernes 4 de agosto en el suplemento Las/12 de Página/12 se desilusiona.
–Una vez estuve en lo de Fany Mandelbaum –ofende.

¿Ellas fetichistas?
Freud decía que no había fetichismo femenino. Pero un tal Shuring, autor de un libro titulado Espermatología, afirma que conoció a una dama belga que guardaba en un cofre de plata el pene de su marido, arrancado furtivamente durante el velorio de éste. Reducido a polvo, lo utilizó como producto de utilidad cosmética. La clínica psicopatológica habla de mujeres que alcanzaban el orgasmo refregándose pieles por todo el cuerpo como un personaje de la Coca Sarli, pasando los dedos por terciopelo o seda, un fetichismo que al revés del de los varones no las llevaba a prisión, a lo sumo acababa con la paciencia de los tenderos. Salvo un caso presentado por el doctor Krafft-Ebing: “La última vez sustrajo un corset de seda exhibido en la vidriera de un negocio del ramo. No es capaz de resistir la tentación de hurtar esa tela. Las cintas, faldas y corsés de seda la atraen particularmente. Cuando oye el crujido de la seda siente un extraño cosquilleo en la punta de los dedos. Entonces no puede resistir; cuando lucha contra su impulso llora y experimenta una sensación de agotamiento.”
Alberto comparte con Jorge un mismo nombre (Augusto) para avisar en los clasificados de Clarín: “Potro de ojos celestes”, dice que se describió por algún tiempo.” Era un punch publicitario. Pero ahora lo de Rodrigo con lo de Favaloro ya se fue al descenso.” Su especialidad son mujeres y swingers. Dice que ellas no le piden nada raro, salvo que las corteje. Que finja que “no hay plata entre los dos”. Pero que se vienen producidas para la ocasión: una tanga con cerradura, un body. La mención del slip con pechera y moñito de mayordomo o trompa de elefante que figuran en Extasy le generan un amago de violencia. “¿Vos en qué mundo vivís? Porque una nena no sos. Eso es para los giles a los que ya no les pasa nada y a falta de otra cosa ante la mina tienen que pelar un chiste.”
Evidentemente hay un pase del fetiche de la trabajadora sexual a la amante y de la mujer biológica a la travesti. Roberto dice que, cuando los ómnibus destinados a tours de compras se detienen en el Once, algunas señoras se alejan unos pasos de las camperas de cuero y de los joggings infantiles que saturan las vidrieras de la calle Bartolomé Mitre, se meten en la galería de bajo perfil y golpean la puerta siempre cerrada de Extasy. “Después vienen parejas de mujeres. Me doy cuenta por la conversación. Y porque una es el hombre y la otra, la mujer. Hablan si esto es así o asa, si te va a quedar o no te va a quedar.” E insiste con las virtudes del doble dung, de pene doble. Y resulta fácil imaginar la felicidad de una matrona provinciana a la que la cultura global y a través del tour de compras ha dado acceso al chanchi o al dunga dunga, juguetes sexuales de cancha con animalitos en posiciones escatológicas, a las esposas de peluche o al hoty cock, vibrador que luego de 20 segundos de horno microondas se pone a temperatura erótica. Pero toda esa juguetería no es más que una inocentada, lo que en la alcoba se cuela del baile de egresados.
Según Norberto Inda el fetichismo no es una recurrencia en el consultorio:
–Creo que la convocatoria a través de la lencería viene por el lado de las travestis con su montaje de la hipermujer. Obviamente no se trata como en 1910 de la media con olor, de todo lo que evocara el ámbito de las putas. Ahora hay un contimuum más facilitador. Entonces puede ser una parte del propio cuerpo donde se pueda tocar el músculo más duro, más rígido, más grande, lo que erotice. Porque lo que hay es una legitimación del goce del propio cuerpo y el del otro adonde varones heterosexuales cursan vías lateralizadas de la homosexualidad que sigue siendo un tabú. Lo que sí sigue funcionando es el cliché de la estabilidad con la salida con mujeres más locas o más chanchas.
Lo que hay hoy es una fetichización de la computación como fin en sí mismo. La de ciertos objetos completando a uno que no podrían no existir.

Zapatito de raso
Para Freud el fetiche es metonímico, un bajar la vista ante el lugar donde el perverso polimorfo creía el falo materno: de ahí la preponderancia del pie y su cebo en forma de estuche, el zapato. El pie es también eso que se asoma a un borde peligroso que permite dar el mal paso. Lo que corre el peligro de pisar el barro, en la desubicación del “meter la pata”.
Restif de la Bretonne, periodista, escritor y fetichista decía que amaba los zapatos de dama porque 1) no se parecen a las botas de los hombres y ejercen, por lo tanto, una fascinación sexual; 2) aumentan los encantos de la pierna y del pie; 3) dan al andar carácter menos pesado y más ligero al paso, y 4) conservan limpios los pies.
George Bataille advierte en el pie una vertiente peligrosa, es aquello que nos separa del mono por un dedo, exactamente el gordo. Está en contacto con el desecho, la tierra que oculta el peso de los muertos, va en dirección contraria a lo elevado que, se crea o no en el cielo, siempre tiene el espacio imaginario del arriba. El rostro, la cabeza serían lo más humano; el pie separa del mono por una simple cuestión de ángulo. En su ensayo “El dedo gordo”, publicado en su revista Documentos, interpreta ese odio del hombre a una de sus partes, el pie, en la obsesión por ocultarlo y achicar su dimensión. Y relata el pudor del pie en la España del siglo XIX donde su simple asomar por el borde de una pollera era tan indecente para su dueña como para el que pudiera entreverlo. Y que el conde de Villamediana, enamorado de la reina Isabel, llegó a incendiar una casa para tener el pretexto de tomarla entre sus brazos, menos para salvarla que para tocarle el pie. Entonces el rey ejecutó él mismo al conde con un tiro de pistola.
Los escritores argentinos de la generación del ochenta tienen el fetichismo del pie, lo que podemos considerar, más allá del plano erótico, un indicio más de que la nación rubricaba hasta en los deseos que llevaban al lecho, su independencia de España. Eugenio Cambaceres describía con voluptuosidad en su novela En la sangre:
“La pollera estrecha, caída simplemente, sin adorno, perdida la pasada masa de su pelo negro, bajo el ala de un sombrero de paja oro antiguo y terciopelo. Dejaba ver el pie coquetamente, entrever, presentir más bien, al caminar, el nacimiento de la pierna en la seda violeta de sus medias.” O “Se había sentado; iba a ponerse las medias. Al cruzar una sobre otra las piernas, alzándose la pollera, mostró el pie, un pie corto, alto de empeine, lleno de carne, el delicado dibujo del tobillo, la pantorrilla alta y gruesa, el rasgo amplio de los muslos y al inclinarse, por entre los pliegues sueltos de su camisa sin corsé, las puntas duras de su pechos chicos y redondos.” (Sin rumbo.)
En Brillos de Luis Gusmán, un fetiche crece al tamaño del seno materno en la película de Woody Allen Todo lo que usted quiso saber acerca del sexo y no se animó a preguntar: “La escena siempre es la misma: su mujer desnuda en la cama y el hombre hincado chupándole el dedo gordo, ella con la cabeza para atrás, gozando, reclamando insistentemente ‘chupame el dedo gordo’. Ese dedo regordete y esmaltado. Lo sorprendió el secreto, el descubrimiento de ese dedo juguetón y mancillado, y la pose siempre termina así: un hombre de hinojos ante una flor abierta como una horqueta”. “Un día entró a la pieza y vio a La Deda frente al espejo”. Luis Gusmán define su fetichismo como una posición estética: La Deda es una criatura de lenguaje, no el sueño desproporcionado de un fetichista.
“Yo soy bastante fetichista, voy a la casa de los escritores, saco fotografías. Pero no se trata de un objeto único insustituible. Lo que hay es para gente de cierta edad, una determinada iconografía. La obra de Lugones está influenciada por todos los objetos que circulaban en el modernismo. En la obra de Felisberto Hernández hay una mezcla de fetichismo y animismo. En mis libros hay algo que es del orden del fetichismo y algo que es del orden del exvoto. El exvoto es una parte del cuerpo, la carta de amor es una prueba; la prenda , un recordatorio; el talismán, un conjuro. En Brillos, sobre todo está la influencia de Gombrowitz porque en su obra hay una lógica de las partes. En Cosmos, por ejemplo hay algo que va de la sonrisa al gorrión, del gorrión a la flechita y de la flechita al palito. Es una lógica paranoica donde todo hace signo de otra cosa. En el fetichismo, en cambio, no hay signos de nada”. Gusmán colecciona fotos de epitafios que proyectó en una fiesta a la que concurrieron" viudas y odaliscas (las viudas estaban disfrazadas; las hodaliscas eran las encargadas del show). Todo un argumento en torno de la muerte. Y una mezcla de ritual privado y ambientación en un tiempo donde la fiesta parece agonizar, pero, si lo hace, lo hace del lado del arte. La industria del cine no dejó de explotar el fetichismo del calzado y cuando Luis Buñuel eligió zapatos con hebillas cuadradas de plata para la protagonista de Belle de Jour (Cetherine Deneuve) estaba realizando un gesto de especialista: las hebillas son usadas tanto por los empleados con o sin librea como por los altos mandos de la Iglesia. De este modo simbolizaba la doble vida de la protagonista, dama de día y criada de noche –en los placeres del amor–.
La bellísima Greta Garbo no pudo darse el lujo de la mayoría de sus colegas de mostrar sus pies: la cámara debía ocultar cuidadosamente sus “canoas de desembarco”, medida 40 y atenuadas en un calzado de escote profundo cuyo taco carretel nivelaba su altura de larguirucha. Las patudas locales y que no son Greta Garbo hoy pueden poner sus pies en el mercado de los encantos con sólo concurrir a Tootsie, una zapateríafetichería cuyas vidrieras ocupan toda la esquina de Godoy Cruz y Charcas con sus piezas recubiertas de chintz, canutillos o leopardo sintético que se rematan en un taco acrílico de diez centímetros. También están en vidriera las botas-medias de hule que llegan casi hasta el sexo -cualquiera que sea–, las bordeadas de piel que citan a las que usaba la Venus de las Pieles inventada por Sacher Masoch y unos abotinados de modesto taco carretel que evocan a los que usaba Alfredo Barbieri en la película cómica La tía de Carlos. En un costado hay un apartado lencería con los clásicos: medias siliconadas, bustiers transparentes de puntilla o gasa, uniformes de mucama, enfermera de la cruz roja o Mamá Noel.
“Claro, cuando empezamos pensamos en las travestis, las drags queens de show, los gays que se montan de mujer para una fiesta –se sorprende el diseñador y dueño de Tootsie Rubén Forcatto (By Forcatt) que internacionaliza la marca exhibida en la vidriera–. Porque yo viví mucho tiempo en Italia adonde hay muchos lugares como éste. Pero después empezaron a aparecer las normales, chicas que calzan de 40 a 43.
–Tenemos de cliente a todas las de la selección de voley. Somos abiertos: cada persona tiene sus fantasías. Hay un vestidor vip donde cada uno se puede probar lo que quiera. ¿Tímidos? Hay tipos que rondan y rondan la vidriera y no se atreven a entrar. Un gay, en cambio, es transparente, te va a decir siempre la verdad y va a ir de frente. Sabe lo que quiere. El drag no tiene ningún problema. Mismo las chicas que trabajan en un departamento privado.

Un hilito de sangre
La psicopatología de principio de siglo registra al delincuente erótico, pero de profesión respetable que se pierde por robar un delantal húmedo de la soga de colgar la ropa, al cortador de trenzas que, sin un cobre a causa de su vicio, asalta a mano armada una casa de venta de postizos para hacerse de un rodete compuesto por bucles pelirrojos. También enuncian la delgada frontera que separa en ciertas escenas el fetichismo del masoquismo, aunque los psicoanalistas coincidan en que no hay perversiones químicamente puras. El Dr. Havelock Ellis detalla en su Psicología Sexualla escena preferida por un hombre al que le gustaba dejarse pisotear: “El pisoteamiento debe durar unos minutos y aplicarse al pecho, vientre y empeine. Y por último el pene, el cual, por lo demás, descansa sobre el vientre en violenta erección y, por lo tanto, está demasiado duro para que le hagan daño los pies. También disfruto al ser casi estrangulado por el pie de una mujer. Por último, si la dama se queda en pie, frente a mí, y coloca su zapato sobre mi pene, de suerte que el tacón caiga sobre el punto en que el pene se separa del escroto y la suela cubra la mayor parte del órgano y coloca el otro pie sobre el vientre en el cual pueda ver y sentir cómo se hunde al descansar ella sobre uno y otro pie alternativamente, el orgasmo se produce al momento”. Otros cultores de esta técnica la describen elogiando su función utilitaria: el taco en la base del escroto retiene la afluencia del semen, la habilidad de la partenaire consistiría en mantener un cierto ritmo entre pisar y soltar. Lohana Berkins, aguda socióloga espontánea, dice que no confía en los riesgos de la práctica: “En mis grandes giras prostitucionales he visto poco de eso. Había un cliente famoso en todo Jujuy al que le gustaba el zapato cuanto más grande mejor. El no te desvestía, te agarraba el pie y te lo besaba. Y, si era un 45, llegaba al éxtasis. Una vez otro cliente me pidió que le caminara encima con los tacos aguja, que me hundiera en él como si fuera una alfombra. Te imaginás, con mi altura y con mi peso lo rompía todo, lo hacía pedazos y después iba presa por criminal. Me negué rotundamente”. Angie dice que sí, que lo hace de vez en cuando, pero porque pesa 55 kg. “Y sólo con potros”, se jacta un poco ya que su clientela suele pasar los 40 años. “Es porque al hombre le da más placer. Se inflama todo. Hay que saber soltar porque lo volvés loco. El tipo que me lo podía estaba copado con que le tapara el pene con el zapato. O sea, no era tanto por el orgasmo. A mí me palpitaba que lo que le gustaba era que yo desde arriba lo mirara como si no supiera que él era nena o varón, porque se lo tenía que tapar. Era fácil. Bueno, no era muy dotado”. Angie ha pescado a un ilustrador del cuento freudiano del fetichismo: el fetiche (zapato) tapa el pene como si éste no existiera para conservar la negación de la diferencia de los sexos. Pero también aclara que el cliente en cuestión pedía todo: la enfermera, la maestra, la conejita y la estudiante. Caminar desnuda con cofia o con sandalias romanas o con delantal. “Una vez, como era fijo, tuve que pedirle un viático de lencería”.
Y el zapatero diseñador Forcatto que es muy abierto se asombra de que de tanto en tanto sus clientas travestis le cuenten la función multiuso de los tacos de acrílico de Tootsie: “Les sale sangre de la espalda y los tipos recontentos”.
En la era del hard core sexual, de los asesinos seriales que incorporan el fetichismo coleccionando los calzoncillos de las víctimas, de la prostitución infantil, del todo por dos pesos erotizado, el fetiche como secreto, único e insustituible parece una pieza que merecería figurar en el museo junto a la locomotora La Porteña.
–¿Qué género le corresponde a esta época? –se pregunta Luis Gusmán– ¿El drama La tragedia o la farsa? Lacan, cuando habla de Sade, habla de la caricatura del poder, del a de tres tipos que van a un prostíbulo, uno se disfraza de cura, otro de general y otro de juez. Las tres instituciones de Psicología de las masas. Lacan dice que es una farsa. Como si dijera “yo no confundo la función con el cargo”. Pero se puede ser un juez y confundirse con la ley. Un perverso toma el cargo por la función. Lo importante en la farsa es la participación del público. Entonces las llamadas por radio: te comunico, te cuento, te escucho. Se participa de una farsa absoluta donde gozan unos pocos."
El fetiche es esencial a la farsa. Como todo clásico se desplaza, se fuga de un cuerpo a otro, de la cama santa a la clandestina como unahorquilla, un guante, una botita, una liga, pero nunca muere. Qué suerte.