A
ver. Muéstreme la bombacha. ¡Qué es eso! ¿No
es demasiado grande para usar bombachudo? Con esa trusa nunca va a
haber tiroteo. La empleada ha desplegado sobre el mostrador
tangas con una cerradura bordada al frente, bragas de piel de tigre
falsificada con lycra, abiertas por detrás con un sistema de
lazos a la manera de la mejor corsetería del siglo XIX. La
cronista le ha explicado que quiere ver prendas que pudieran formar
parte de la iconografía del fetichismo. La empleada sospecha
que se trata de una casada deprimida que acaba de leer algún
manual de autoayuda del tipo Cómo hacer el amor con la misma
persona y durante toda la vida e intenta seguir las instrucciones.
El stock no supera nada que no haya sido concebido en el período
histórico principios de siglo en que unos aventureros
en estado de ebullición iban a parar a la sombra por haber
querido sustituir a una mujer por su portaligas, su guante y su pañuelo
alcanzando ,mediante esta forma particular de misoginia, éxtasis
insospechables y privados. Los manuales diseñados por los psicopatólogos
establecían rígidos parámetros entre el fetichismo
normal y el anormal: Normales: partes del cuerpo normales: mano,
pie, pechos, nalga, cabellos, secreciones y excreciones.
Anormales: estrabismo, cojera, señales de viruela. El
fetichista era un degenerado que era capaz de matar por obtener su
prenda de excitación. Los había caprichosos: sólo
llegaban a la eyaculación lamiendo ropa de cama de niño
o pañuelos a cuadros blancos y negros. Los había coleccionistas
como un tal N.K. que figura en Psicopatía sexual, de Hartwich
y V. KrafftEbing, que coleccionaba rodajas de chorizo de todos los
países, y las conservaba en alcohol, cada una en un nicho colocado
dentro de una vitrina y con su correspondiente rótulo que informaba
sobre su procedencia y adquisición. Los había masoquistas
con un toque de jactancia como uno que se vanagloriaba de haber sido
pisoteado por más de cien mujeres de las cuales 80 no eran
prostitutas y cuyo zapato había idolatrado. Hoy el fetiche
parece tan naturalizado que casi nadie le presta atención:
se lo compra sin saber nombrarlo, se lo explota en la alcoba matrimonial
y no en el quilombo, se le extrae al pecado y se lo inserta en las
recetas para hacer duradero una pareja.
Según la narrativa psicoanalítica en clave freudiana,
el niño pequeño no conoce la diferencia de los sexos
y cree que la madre tiene pene. Al comprobar que no lo tiene su mirada
hace una suerte de desplazamiento que le permite conservar la creencia
en que la madre tiene un pene y al mismo tiempo la prueba de que no
lo tiene. Es por eso que el fetiche más común suele
situarse de la cintura para abajo capturando objetos que una mirada
culpable encuentra al bajar la vista: las medias y los zapato son
los más frecuentes. El escritor y psicoanalista Luis Gusmán
detalla: En una serie de objetos alguien va a recortar uno como
único y particular. En términos de desplazamiento y
metonimia del cuerpo. Esa parte puede cambiar, pero va a pertenecer
en términos estructurales al cuerpo de una persona. Para adquirir
el valor de fetiche tiene que recortarse como único e individual
y cumplir una función de excitación. Es algo tan recortado
que tiene que ser esa media, no cualquier media. Y hay un ritual de
eso que se conserva con todas las excrecencias, se lava, sea una prenda
de Caro Cuore o Vanity Fair. Y otra cosa muy particular es que no
es compartido por el partenaire. El fetiche es arrancado a la circulación
social y es secreto. No es del orden de un juego en común o
de una reciprocidad. Tiene que ser único, secreto e insustituible.
No es que haya patologías que desaparecen sino que hay patologías
que se crean culturalmente.
Por otra parte, Norberto Inda, que organiza grupos de reflexión
sobre la condición masculina, sintetiza algo más en
la pedagogía del fetiche: Lo que define el fetichismo
es un goce sin coito y sin mujer. La perversión quedaría
del lado de los preliminares donde desaparece la consumación.
Hombres y mujeres suelen erotizarse con adornos y partes del cuerpo.
Las ofertas de Internet probablemente sean consumidas por neuróticos
más o menos imaginativos que sólo figuran en las descripciones
de la clínica psicoanalítica y no en el prontuario de
las cárceles o los legajos manicomiales. El psicoanalista Germán
García solía ser muy claro cuando daba clases de psicoanálisis:
Neurótico es el que te dice ponete las medias caladas.
Perverso es el que te dice dejá las medias y andate al cine.
Vitrinas
interiores
Un pene para la portadora y otro para su pareja describe
Roberto, uno de los dueños de Extasy, un sex shop ubicado en
una galería del Once. Al igual que la empleada de la mercería
no cree que la cronista esté interesada en investigar sobre
fetichismo y, considerándola como una clienta potencial ,recita
las ventajas de la sección Accesorios de su catálogo:
El Joy Finger, el Jumbo Silver, el Adonis Punch, tecnología
de punta en consoladores que incluye al ecológico e hiperrealista
Pepino. La lencería of Hollywood es sólo un anexo de
su negocio cuyos percheros exhiben trajes de pantera, odalisca, colegiala,
conejita o novia en donde el capitalismo ha convertido las tocas,
las cofias, los velos y las orejas en meros símbolos reducidos
a una artesanía mínima donde el exceso de nylon convierte
el uniforme en inflamable. ¿Cuántas mujeres se atreven
a entrar solas a un sex shop? Así como usted dice
Roberto, el 5 por ciento.
Angie trabaja doce horas en un departamento del microcentro. Recibe
a la cronista en bata Caro Cuore de satén rosa. Aceptó
la entrevista luego de que, por teléfono y quizás
porque el radar laboral se le apagó al escuchar una voz femenina
se le escapara una confidencia: Estamos todos flexibilizados,
porque si no a esta hora hace un par de años podías
llamar y llamar y llamar... El lugar es despojado aunque se
intuye que la escenografía debe estar en el placard que no
abre como indicando con precisión lo que de la cortesía
corresponde al ámbito de la cotización. La decoración
soy yo, dice. Cuando está trabajando se limita a recibir
en catsuite de encaje ya que su aviso en el rubro 59 de Clarín
ofrece alta tensión. O tanga con cierre al frente
o una mini de látex que se frota con aceite, el resto del cuerpo
desnudo. Lo que no me gusta es cuando voy a un negocio a comprar,
me copo con algo y me dicen que otra chicase llevó lo mismo
que yo. Por ejemplo a mí me encanta el body de aros, pero lo
tiene todo el mundo. Al body de aros vos lo querés enseguida
si sos flaca y no estás veterana, pero se te corta cuando el
cliente entra a fantasear. Ya sabés. No, la cronista
no sabe. Angie explica que hay clientes a los que les gusta hacer
el perímetro. Jugar con la resistencia de la prenda,
picarear metiendo el pene por las tiras del body de aros
que ella niega haber comprado en Extasy por haberlo traído
directamente de EE.UU. o entre los hilos del body araña que
sí compró en Extasy. No entiende la palabra fetichismo.
Cosas raras, no, repite mecánicamente mientras
mira su celular que durante los veinte minutos que duró la
entrevista estuvo en silencio. La velocidad es importante en su oficio:
la fantasía debe ser prêt à porter. Porque los
clientes vienen a la hora del almuerzo en la oficina o antes de volver
a su casa. Leona, Tigresa, Geisha fast food, es su catálogo.
Sí, "geisha ardiente" sale en la promoción
y después el cliente llega y se encuentra con un luchador de
Sumo ardiente. Así que tiene que competir con la ropa se
ríe Lohana Berkins, militante travesti.
Angie, como Roberto, por momentos habla haciendo alusiones a lo tímida
que puede ser la clientela. Ya a ella le dijeron muchas veces que
sólo querían hablar para hacer una nota y después
se ablandaron. Mira fijo sugiriendo que lo de la nota es una excusa.
Cuando se le explica que saldrá el viernes 4 de agosto en el
suplemento Las/12 de Página/12 se desilusiona.
Una vez estuve en lo de Fany Mandelbaum ofende.
¿Ellas
fetichistas?
Freud
decía que no había fetichismo femenino. Pero un tal
Shuring, autor de un libro titulado Espermatología, afirma
que conoció a una dama belga que guardaba en un cofre de plata
el pene de su marido, arrancado furtivamente durante el velorio de
éste. Reducido a polvo, lo utilizó como producto de
utilidad cosmética. La clínica psicopatológica
habla de mujeres que alcanzaban el orgasmo refregándose pieles
por todo el cuerpo como un personaje de la Coca Sarli, pasando los
dedos por terciopelo o seda, un fetichismo que al revés del
de los varones no las llevaba a prisión, a lo sumo acababa
con la paciencia de los tenderos. Salvo un caso presentado por el
doctor Krafft-Ebing: La última vez sustrajo un corset
de seda exhibido en la vidriera de un negocio del ramo. No es capaz
de resistir la tentación de hurtar esa tela. Las cintas, faldas
y corsés de seda la atraen particularmente. Cuando oye el crujido
de la seda siente un extraño cosquilleo en la punta de los
dedos. Entonces no puede resistir; cuando lucha contra su impulso
llora y experimenta una sensación de agotamiento.
Alberto comparte con Jorge un mismo nombre (Augusto) para avisar en
los clasificados de Clarín: Potro de ojos celestes,
dice que se describió por algún tiempo. Era un
punch publicitario. Pero ahora lo de Rodrigo con lo de Favaloro ya
se fue al descenso. Su especialidad son mujeres y swingers.
Dice que ellas no le piden nada raro, salvo que las corteje. Que finja
que no hay plata entre los dos. Pero que se vienen producidas
para la ocasión: una tanga con cerradura, un body. La mención
del slip con pechera y moñito de mayordomo o trompa de elefante
que figuran en Extasy le generan un amago de violencia. ¿Vos
en qué mundo vivís? Porque una nena no sos. Eso es para
los giles a los que ya no les pasa nada y a falta de otra cosa ante
la mina tienen que pelar un chiste.
Evidentemente hay un pase del fetiche de la trabajadora sexual a la
amante y de la mujer biológica a la travesti. Roberto dice
que, cuando los ómnibus destinados a tours de compras se detienen
en el Once, algunas señoras se alejan unos pasos de las camperas
de cuero y de los joggings infantiles que saturan las vidrieras de
la calle Bartolomé Mitre, se meten en la galería de
bajo perfil y golpean la puerta siempre cerrada de Extasy. Después
vienen parejas de mujeres. Me doy cuenta por la conversación.
Y porque una es el hombre y la otra, la mujer. Hablan si esto es así
o asa, si te va a quedar o no te va a quedar. E insiste con
las virtudes del doble dung, de pene doble. Y resulta fácil
imaginar la felicidad de una matrona provinciana a la que la cultura
global y a través del tour de compras ha dado acceso al chanchi
o al dunga dunga, juguetes sexuales de cancha con animalitos en posiciones
escatológicas, a las esposas de peluche o al hoty cock, vibrador
que luego de 20 segundos de horno microondas se pone a temperatura
erótica. Pero toda esa juguetería no es más que
una inocentada, lo que en la alcoba se cuela del baile de egresados.
Según Norberto Inda el fetichismo no es una recurrencia en
el consultorio:
Creo que la convocatoria a través de la lencería
viene por el lado de las travestis con su montaje de la hipermujer.
Obviamente no se trata como en 1910 de la media con olor, de todo
lo que evocara el ámbito de las putas. Ahora hay un contimuum
más facilitador. Entonces puede ser una parte del propio cuerpo
donde se pueda tocar el músculo más duro, más
rígido, más grande, lo que erotice. Porque lo que hay
es una legitimación del goce del propio cuerpo y el del otro
adonde varones heterosexuales cursan vías lateralizadas de
la homosexualidad que sigue siendo un tabú. Lo que sí
sigue funcionando es el cliché de la estabilidad con la salida
con mujeres más locas o más chanchas.
Lo que hay hoy es una fetichización de la computación
como fin en sí mismo. La de ciertos objetos completando a uno
que no podrían no existir.
Zapatito
de raso
Para Freud el fetiche
es metonímico, un bajar la vista ante el lugar donde el perverso
polimorfo creía el falo materno: de ahí la preponderancia
del pie y su cebo en forma de estuche, el zapato. El pie es también
eso que se asoma a un borde peligroso que permite dar el mal paso.
Lo que corre el peligro de pisar el barro, en la desubicación
del meter la pata.
Restif de la Bretonne, periodista, escritor y fetichista decía
que amaba los zapatos de dama porque 1) no se parecen a las botas
de los hombres y ejercen, por lo tanto, una fascinación sexual;
2) aumentan los encantos de la pierna y del pie; 3) dan al andar carácter
menos pesado y más ligero al paso, y 4) conservan limpios los
pies.
George Bataille advierte en el pie una vertiente peligrosa, es aquello
que nos separa del mono por un dedo, exactamente el gordo. Está
en contacto con el desecho, la tierra que oculta el peso de los muertos,
va en dirección contraria a lo elevado que, se crea o no en
el cielo, siempre tiene el espacio imaginario del arriba. El rostro,
la cabeza serían lo más humano; el pie separa del mono
por una simple cuestión de ángulo. En su ensayo El
dedo gordo, publicado en su revista Documentos, interpreta ese
odio del hombre a una de sus partes, el pie, en la obsesión
por ocultarlo y achicar su dimensión. Y relata el pudor del
pie en la España del siglo XIX donde su simple asomar por el
borde de una pollera era tan indecente para su dueña como para
el que pudiera entreverlo. Y que el conde de Villamediana, enamorado
de la reina Isabel, llegó a incendiar una casa para tener el
pretexto de tomarla entre sus brazos, menos para salvarla que para
tocarle el pie. Entonces el rey ejecutó él mismo al
conde con un tiro de pistola.
Los escritores argentinos de la generación del ochenta tienen
el fetichismo del pie, lo que podemos considerar, más allá
del plano erótico, un indicio más de que la nación
rubricaba hasta en los deseos que llevaban al lecho, su independencia
de España. Eugenio Cambaceres describía con voluptuosidad
en su novela En la sangre:
La pollera estrecha, caída simplemente, sin adorno, perdida
la pasada masa de su pelo negro, bajo el ala de un sombrero de paja
oro antiguo y terciopelo. Dejaba ver el pie coquetamente, entrever,
presentir más bien, al caminar, el nacimiento de la pierna
en la seda violeta de sus medias. O Se había sentado;
iba a ponerse las medias. Al cruzar una sobre otra las piernas, alzándose
la pollera, mostró el pie, un pie corto, alto de empeine, lleno
de carne, el delicado dibujo del tobillo, la pantorrilla alta y gruesa,
el rasgo amplio de los muslos y al inclinarse, por entre los pliegues
sueltos de su camisa sin corsé, las puntas duras de su pechos
chicos y redondos. (Sin rumbo.)
En Brillos de Luis Gusmán, un fetiche crece al tamaño
del seno materno en la película de Woody Allen Todo lo que
usted quiso saber acerca del sexo y no se animó a preguntar:
La escena siempre es la misma: su mujer desnuda en la cama y
el hombre hincado chupándole el dedo gordo, ella con la cabeza
para atrás, gozando, reclamando insistentemente chupame
el dedo gordo. Ese dedo regordete y esmaltado. Lo sorprendió
el secreto, el descubrimiento de ese dedo juguetón y mancillado,
y la pose siempre termina así: un hombre de hinojos ante una
flor abierta como una horqueta. Un día entró
a la pieza y vio a La Deda frente al espejo. Luis Gusmán
define su fetichismo como una posición estética: La
Deda es una criatura de lenguaje, no el sueño desproporcionado
de un fetichista.
Yo soy bastante fetichista, voy a la casa de los escritores,
saco fotografías. Pero no se trata de un objeto único
insustituible. Lo que hay es para gente de cierta edad, una determinada
iconografía. La obra de Lugones está influenciada por
todos los objetos que circulaban en el modernismo. En la obra de Felisberto
Hernández hay una mezcla de fetichismo y animismo. En mis libros
hay algo que es del orden del fetichismo y algo que es del orden del
exvoto. El exvoto es una parte del cuerpo, la carta de amor es una
prueba; la prenda , un recordatorio; el talismán, un conjuro.
En Brillos, sobre todo está la influencia de Gombrowitz porque
en su obra hay una lógica de las partes. En Cosmos, por ejemplo
hay algo que va de la sonrisa al gorrión, del gorrión
a la flechita y de la flechita al palito. Es una lógica paranoica
donde todo hace signo de otra cosa. En el fetichismo, en cambio, no
hay signos de nada. Gusmán colecciona fotos de epitafios
que proyectó en una fiesta a la que concurrieron" viudas
y odaliscas (las viudas estaban disfrazadas; las hodaliscas eran las
encargadas del show). Todo un argumento en torno de la muerte. Y una
mezcla de ritual privado y ambientación en un tiempo donde
la fiesta parece agonizar, pero, si lo hace, lo hace del lado del
arte. La industria del cine no dejó de explotar el fetichismo
del calzado y cuando Luis Buñuel eligió zapatos con
hebillas cuadradas de plata para la protagonista de Belle de Jour
(Cetherine Deneuve) estaba realizando un gesto de especialista: las
hebillas son usadas tanto por los empleados con o sin librea como
por los altos mandos de la Iglesia. De este modo simbolizaba la doble
vida de la protagonista, dama de día y criada de noche en
los placeres del amor.
La bellísima Greta Garbo no pudo darse el lujo de la mayoría
de sus colegas de mostrar sus pies: la cámara debía
ocultar cuidadosamente sus canoas de desembarco, medida
40 y atenuadas en un calzado de escote profundo cuyo taco carretel
nivelaba su altura de larguirucha. Las patudas locales y que no son
Greta Garbo hoy pueden poner sus pies en el mercado de los encantos
con sólo concurrir a Tootsie, una zapateríafetichería
cuyas vidrieras ocupan toda la esquina de Godoy Cruz y Charcas con
sus piezas recubiertas de chintz, canutillos o leopardo sintético
que se rematan en un taco acrílico de diez centímetros.
También están en vidriera las botas-medias de hule que
llegan casi hasta el sexo -cualquiera que sea, las bordeadas
de piel que citan a las que usaba la Venus de las Pieles inventada
por Sacher Masoch y unos abotinados de modesto taco carretel que evocan
a los que usaba Alfredo Barbieri en la película cómica
La tía de Carlos. En un costado hay un apartado lencería
con los clásicos: medias siliconadas, bustiers transparentes
de puntilla o gasa, uniformes de mucama, enfermera de la cruz roja
o Mamá Noel.
Claro, cuando empezamos pensamos en las travestis, las drags
queens de show, los gays que se montan de mujer para una fiesta se
sorprende el diseñador y dueño de Tootsie Rubén
Forcatto (By Forcatt) que internacionaliza la marca exhibida en la
vidriera. Porque yo viví mucho tiempo en Italia adonde
hay muchos lugares como éste. Pero después empezaron
a aparecer las normales, chicas que calzan de 40 a 43.
Tenemos de cliente a todas las de la selección de voley.
Somos abiertos: cada persona tiene sus fantasías. Hay un vestidor
vip donde cada uno se puede probar lo que quiera. ¿Tímidos?
Hay tipos que rondan y rondan la vidriera y no se atreven a entrar.
Un gay, en cambio, es transparente, te va a decir siempre la verdad
y va a ir de frente. Sabe lo que quiere. El drag no tiene ningún
problema. Mismo las chicas que trabajan en un departamento privado.
Un
hilito de sangre
La
psicopatología de principio de siglo registra al delincuente
erótico, pero de profesión respetable que se pierde
por robar un delantal húmedo de la soga de colgar la ropa,
al cortador de trenzas que, sin un cobre a causa de su vicio, asalta
a mano armada una casa de venta de postizos para hacerse de un rodete
compuesto por bucles pelirrojos. También enuncian la delgada
frontera que separa en ciertas escenas el fetichismo del masoquismo,
aunque los psicoanalistas coincidan en que no hay perversiones químicamente
puras. El Dr. Havelock Ellis detalla en su Psicología Sexualla
escena preferida por un hombre al que le gustaba dejarse pisotear:
El pisoteamiento debe durar unos minutos y aplicarse al pecho,
vientre y empeine. Y por último el pene, el cual, por lo demás,
descansa sobre el vientre en violenta erección y, por lo tanto,
está demasiado duro para que le hagan daño los pies.
También disfruto al ser casi estrangulado por el pie de una
mujer. Por último, si la dama se queda en pie, frente a mí,
y coloca su zapato sobre mi pene, de suerte que el tacón caiga
sobre el punto en que el pene se separa del escroto y la suela cubra
la mayor parte del órgano y coloca el otro pie sobre el vientre
en el cual pueda ver y sentir cómo se hunde al descansar ella
sobre uno y otro pie alternativamente, el orgasmo se produce al momento.
Otros cultores de esta técnica la describen elogiando su función
utilitaria: el taco en la base del escroto retiene la afluencia del
semen, la habilidad de la partenaire consistiría en mantener
un cierto ritmo entre pisar y soltar. Lohana Berkins, aguda socióloga
espontánea, dice que no confía en los riesgos de la
práctica: En mis grandes giras prostitucionales he visto
poco de eso. Había un cliente famoso en todo Jujuy al que le
gustaba el zapato cuanto más grande mejor. El no te desvestía,
te agarraba el pie y te lo besaba. Y, si era un 45, llegaba al éxtasis.
Una vez otro cliente me pidió que le caminara encima con los
tacos aguja, que me hundiera en él como si fuera una alfombra.
Te imaginás, con mi altura y con mi peso lo rompía todo,
lo hacía pedazos y después iba presa por criminal. Me
negué rotundamente. Angie dice que sí, que lo
hace de vez en cuando, pero porque pesa 55 kg. Y sólo
con potros, se jacta un poco ya que su clientela suele pasar
los 40 años. Es porque al hombre le da más placer.
Se inflama todo. Hay que saber soltar porque lo volvés loco.
El tipo que me lo podía estaba copado con que le tapara el
pene con el zapato. O sea, no era tanto por el orgasmo. A mí
me palpitaba que lo que le gustaba era que yo desde arriba lo mirara
como si no supiera que él era nena o varón, porque se
lo tenía que tapar. Era fácil. Bueno, no era muy dotado.
Angie ha pescado a un ilustrador del cuento freudiano del fetichismo:
el fetiche (zapato) tapa el pene como si éste no existiera
para conservar la negación de la diferencia de los sexos. Pero
también aclara que el cliente en cuestión pedía
todo: la enfermera, la maestra, la conejita y la estudiante. Caminar
desnuda con cofia o con sandalias romanas o con delantal. Una
vez, como era fijo, tuve que pedirle un viático de lencería.
Y el zapatero diseñador Forcatto que es muy abierto se asombra
de que de tanto en tanto sus clientas travestis le cuenten la función
multiuso de los tacos de acrílico de Tootsie: Les sale
sangre de la espalda y los tipos recontentos.
En la era del hard core sexual, de los asesinos seriales que incorporan
el fetichismo coleccionando los calzoncillos de las víctimas,
de la prostitución infantil, del todo por dos pesos erotizado,
el fetiche como secreto, único e insustituible parece una pieza
que merecería figurar en el museo junto a la locomotora La
Porteña.
¿Qué género le corresponde a esta época?
se pregunta Luis Gusmán ¿El drama La tragedia
o la farsa? Lacan, cuando habla de Sade, habla de la caricatura del
poder, del a de tres tipos que van a un prostíbulo, uno se
disfraza de cura, otro de general y otro de juez. Las tres instituciones
de Psicología de las masas. Lacan dice que es una farsa. Como
si dijera yo no confundo la función con el cargo.
Pero se puede ser un juez y confundirse con la ley. Un perverso toma
el cargo por la función. Lo importante en la farsa es la participación
del público. Entonces las llamadas por radio: te comunico,
te cuento, te escucho. Se participa de una farsa absoluta donde gozan
unos pocos."
El fetiche es esencial a la farsa. Como todo clásico se desplaza,
se fuga de un cuerpo a otro, de la cama santa a la clandestina como
unahorquilla, un guante, una botita, una liga, pero nunca muere. Qué
suerte.