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elrescatedeGrete

La fotógrafa alemana Grete Stern, que vivió en Buenos Aires hasta su muerte, el año pasado, realizó un trabajo visionario en los años 40, cuando solía pasearse por Ramos Mejía con su aire europeo inconfundible. Ahora una galería porteña rescata los pocos originales que se salvaron de la desidia nacional.

Por Moira Soto

Mi mamá siempre me sacaba divina”, sonríe entre agradecida y orgullosa Silvia Cóppola, hija de la portentosa fotógrafa judía alemana argentina Grete Stern (1904-1999). Sobre uno de los estantes repletos de libros y artesanías indígenas hay un rostro de mujer joven, muy grisado bajo una capelina, de una belleza insoslayable que convalida plenamente la afirmación de Cóppola. Pero además de esas imágenes iluminadas por el amor materno, Silvia posó como modelo de muchos de los Sueños de Grete Stern, esos maravillosos fotomontajes surrealistas realizados entre 1948 y 1952 para la revista Idilio. De los alrededor de 150 originales entregados a la editorial Abril, sólo se salvaron 46 y están expuestos desde ayer en la Galería Principium, Esmeralda 1357. Un auténtico acontecimiento cultural de, como señala Luis Príamo en La obra de Grete Stern –publicación del Fondo Nacional de las Artes, 1995–, “la primera obra fotográfica –y la más importante hasta hoy– radicalmente crítica de la opresión y manipulación que sufría la mujer en la sociedad argentina de la época, y de la humillante consecuencia del sometimiento consentido. La mirada zumbona y sarcástica de Grete no se detiene en la compasión por la víctima, sino que avanza también sobre los resultados alienantes de la resignación”.
“Era divertidísimo trabajar con ella, acompañarla. La pasaba muy bien. Yo tenía 12, 13, 14 años y para mí eran simplemente sueños, ilustraciones destinadas a una revista para mujer. Creo que mi mamá misma nunca pensó que estos fotomontajes fueran demasiado urticantes o cuestionadores. Los Sueños eran en realidad una tarea de encargo, para ganarse la vida. Pero, desde luego, siguiendo una línea de conducta. Aceptó porque estaba de acuerdo y se tomó en serio el trabajo”, memora Silvia Cóppola. Sin embargo, a esta médica clínica, anestesióloga, fundadora y coordinadora (junto a Claudia Pascuale) de ELEGIR, ahora dedicada a la medicina paliativa, no siempre resultó sencillo y llevadero ser la hija de la gran Grete Stern: “Cuando ella llegó acá, era como un bicho raro. Imaginate, venía de los círculos de Berlín y Londres donde las mujeres eran mucho más libres, se vestían como querían. Mi madre se instaló en Ramos Mejía en los 40 y caminaba por la calle tan tranquila en pantalones. María Elena Walsh todavía se acuerda del escándalo que provocaba. Ella iba a veces con el pelo a la garçon, tuvo épocas en que se pintaba mucho y otras nada, casi siempre con el pucho en la boca. Un estilo completamente fuera de los cánones aceptados en esa época”. Silvia Cóppola iba al Colegio Ward y en más de una oportunidad tuvo que discutir la insinuación –hecha por algún profesor– de que “las mujeres que fumaban eran poco menos que putas. Pero mi mamá no se sentía una transgresora, ella pensaba que tenía derecho a hacer lo que se le diera la real gana. No registraba toda la incomodidad o sorpresa que despertaban sus actitudes”. En esos tiempos, Grete Stern ya se había separado del notable fotógrafo Horacio Cóppola y, en consecuencia, en la escuela Silvia era la única hija de divorciados: “Como si este estigma no fuese suficiente, mi madre se comportaba de forma atípica. Por ejemplo, había una reunión de chicas en mi casa, y ella era muy capaz de poner sus músicas –brasileña, jazz– y largarse a bailar sola. Yo me quería morir. Hasta los 15, 16 fui una niña muy convencional, y me daba pudor que mi mamá se saliera tanto de la norma. Discutíamos bastante. Pero ella seguía en lo suyo, imaginativa y creadora para todo: le gustaba jugar con los colores al cocinar, teñir el arroz con remolacha. Vivíamos en una casa poco convencional, muy moderna, con mucho vidrio, del arquitecto Vladimiro Acosta. Por cierto, mi mamá nunca puso cortinitas”.

Dedos seguros,
corazón abierto
Nacida en Wuppertal-Eberfeld, Grete Stern realizó estudios de piano y guitarra. A los 18 empezó a cursar artes gráficas en Stuttgart con Ernest H. Schneider y en 1926 ya hizo trabajos de publicidad gráfica, dibujo y diagramación, y expuso parte de esta obra. Durante 1927 y 1928 estudió fotografía con Walter Peterhans. “Mi madre se independizó muy joven, al terminar la secundaria. Se instaló en Berlín haciendo lo contrario de lo que su familia, de la pequeña burguesía industrial judía, proyectaba para ella. Decidió dedicarse al arte, tener los amigos que elegía, se empapó de ese espíritu de la Bauhaus que se replanteaba todo: las casas, el mobiliario, la moda, la publicidad. Con su amiga Ellen Auerbach abrieron el estudio ‘ringl+pit’ (sus apodos de niñas) e hicieron publicidad de vanguardia: con el aviso de Komol ganaron el primer premio en una exposición internacional de Bruselas. Fue en 1933, precisamente el año en que mi mamá decide emigrar hacia Londres frente al avance del antisemitismo. Se suele decir que a la Bauhaus la cerraron los nazis. No fue así: sus responsables decidieron cesar las actividades porque ya la persecución política y racista era algo evidente, declarado. Las dos amigas se van, así como tanta otra gente de la cultura: el retrato de Brecht mi madre lo hace en Londres. Ella se puede ir porque tiene familiares en Inglaterra. Poco después se casa con mi padre. La verdad es que cuando subió Hitler, muchos judíos tenían claro que había que partir, pero no tenían adónde ir, nadie que los recibiera en ninguna parte. Mi abuelo materno había muerto en 1910, y mi abuela, cuando mi madre ya estaba en Londres, opta por suicidarse cuando la situación se oscurece”.
El matrimonio Stern-Cóppola viaja a Buenos Aires y realiza una exposición conjunta de fotos en la redacción de Sur. “Vuelven a Londres porque mi mamá todavía no había levantado su bulincito. Ella estaba embarazada y, visionaria, decide que yo nazca en esa ciudad para que tuviese pasaporte inglés”.
Ya instalados en la Argentina, Grete y Horacio abren un estudio fotográfico. En 1939, la fotógrafa, que ya ha empezado su serie de retratos de artistas e intelectuales, realiza trabajos de foto y diseño para la Dirección de Maternidad e Infancia de Departamento Nacional de Higiene. Un año después, se muda a Ramos Mejía e instala su propio estudio de fotografía y diseño gráfico, donde recibe encargos de editoriales y agencias de publicidad. Antes de divorciarse en 1943, publica tres libros de fotos con Horacio Cóppola. En los años 40, las creaciones de Grete se multiplican: expone, hace fotos de obras arquitectónicas, del monumento a Sarmiento de Rodin, inicia la serie Patio de Buenos Aires. En 1948 empiezaa producir los Sueños para Idilio, y a partir del ‘51, sin olvidar Buenos Aires, empieza a viajar al interior para fotografiar sus paisajes y sus habitantes naturales. Entre 1956 y 1970 dirige el taller de fotografía del Museo de Bellas Artes.
“Para ella fue una impresión muy grande cuando en el ‘60 va por un año, contratada por la Universidad Nacional del Nordeste a enseñar fotografía y en Resistencia descubre grupos de aborígenes”, relata Silvia Cóppola. “Fue una revelación comprender que ellos eran los genuinos habitantes del país. Se les acercó, los fotografió lejos de toda intención turística, con todo respeto. Se interesó por su cultura, su artesanía. Los retratos de mujeres indígenas están hechos con la misma dedicación con que hacía los de intelectuales y artistas. Pidió una beca, que se le otorgó 4 años después, y en trenes, colectivos, carros atravesó Chaco, Formosa, Salta haciendo 800 fotos, parte de las cuales, al no tener el apoyo del Fondo, expuso en distintos lugares del país, acompañadas de una conferencia sobre la experiencia vivida al tomarlas.”
“Durante 40 años, los Sueños no fueron valorados. Peor aún, los menospreciaron, la editorial destruyó los originales y sólo quedaron los recortes de la revista. Mi mamá hizo una exposición en el ‘67, para la que escribió un texto.” Apuntes sobre fotometraje es su título y allí Grete Stern dice: “La foto es el medio con el que me expreso y que requiere, como afirma Julio Cortázar en Las babas del diablo, disciplina, educación estética y dedos seguros”. En esos apuntes, la artista, además de dar detalles técnicos, cita a los movimientos surrealista y dadá, a George Grosz y a Man Ray.
Los Sueños se exhibieron como parte de una gran retrospectiva en la Fundación San Telmo, en l981, pero, puntualiza Silvia Cóppola, “cuando vino la gente de Foto Fest, de los Estados Unidos, en el ‘92 y se los llevaron a Houston, ahí empezó el gran interés internacional. Aquí, en verdad, sólo habían advertido su valor dos importantes coleccionistas de arte, Marion y Jorge Helf. Hay entendidos de España que consideran que conforman la parte más importante de la obra de mi madre. Es en los 90 que empieza, retrospectivamente, todo el análisis de esa mirada tan crítica, tan aguda que ella tenía sobre las mujeres de sectores populares y medios, sobre sus fantasías y su dependencia. En Idilio trabajaba gente del ámbito intelectual que había sido desplazada de la Universidad, pero usaban seudónimo. Luisa Mercedes Levinson, por ejemplo, era Lisa Lenson. Y Gino Germani, el fundador de la sociología local, que comentaba en esa etapa los Sueños, firmaba Richard Rest. Mi madre era de las pocas personas de la revista que no usaban seudónimo: firmaba Grete Stern porque no tenía ningún complejo, respetaba su trabajo. En el curso del tiempo, ella modificó algunos fotomontajes, les cambió el título. Mi madre siempre pensó que había reflejado la situación de la mujer desde su propio punto de vista, el de una persona que venía de la vanguardia europea, con otra mentalidad”.