ESPECTACULOS
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Analía
Couceyro tiene 25 años y desde los 18 sabe perfectamente
lo que quiere: formada en el Sportivo Teatral que dirige Ricardo
Bartís, recorrió el circuito off hasta que, con
El corte, cayó directamente en el Cervantes.
Ahora dirige La movilidad de las cosas terrenas, una obra basada
en María Estuardo, de Schiller.
Por
Moira Soto
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Mientras
asumía como actriz la inmolación de Ifigenia en Aulide
(de Eurípides, estrenada en abril pasado en el San Martín),
Analía Couceyro ya estaba preparando su debut como directora.
La admirable intérprete de El corte eligió para la ocasión
trabajar, junto con su equipo, un texto de Friedrich Schiller que ya
había dado origen a varias óperas la mejor con la
firma de Donizetti, en 1835, María Estuardo. El fascinante
resultado de ese año de experimentación y reelaboración
de la obra del poeta, ensayista y dramaturgo alemán se titula
La movilidad de las cosas terrenas y se puede apreciar los sábados
a las 23 y los domingos a las 21 en la sala del Sportivo Teatral.
A los 25 años, Analía Couceyro parece una chica bien temperada
que sabe tomar distancia de lisonjas y premios. Sonriente pero reservada,
con una calma que no es placidez, en su nuevo departamento de Almagro,
apenas amueblado, sirve café sobre uno de sus tesoros: una mesita
ratona con colorido paisaje japonés que además es una
cajita de música.
Aunque la fantasía de actuar estuvo desde que de niña
empezó a ir al teatro con sus padres, a Analía se le voló
la cabeza a los 14, cuando vio Postales argentinas, la creación
de Ricardo Bartís (fue como encontrar un lugar hacia donde
ir). La adolescente ya había empezado a estudiar alemán
(un idioma maravilloso, muy rico y atractivo) en el Instituto
Goethe, donde se incorporó a un grupo de teatro vocacional. El
primer año hicieron una especie de cabaret como el de los
años 20 en Alemania, que incluía sketches creados
por nosotros. Estuvo bueno, era justo el momento de reunificación,
en el 89. Al año siguiente pusimos La boda de los pequeños
burgueses, de Brecht.
¿Nada de Schiller, todavía?
No, pero empecé a leer algunas de sus obras, sin mucho método.
Siempre tuve mucha fascinación por la cosa romántica,
por cierta forma de escritura. Aparte de Postales..., como espectadora
para mí fue muy importante ver a Urdapilleta, a Tortonese, Los
Melli... Los últimos resabios del Parakultural. En un curso conocí
a Martín Caminos, un actor muy joven, y con una compañera
de colegio formamos un grupo: Las Bergamotas sin Ombligo. Actuamos alrededor
de un año y medio. Hicimos varieté con el esquema de sketches
y claros referentes, como la gente que nombré antes. Eran épocas
buenísimas... Porque, nada, tenía 16 y todos los sábados
actuábamos en lugares rechiquitos. No sé de dónde
salía la gente que convocábamos. Trabajábamos gratis
y ensayábamos en lo de mis viejos, con un nivel de euforia enorme.
¿Tus padres a favor, entonces?
Sí, sí. Luego trabajé dos años en los matches
de improvisación de Mosquito Sancineto. Todavía iba al
colegio y era bárbaro actuar en el Rojas. Cuando terminé
el secundario, entré al Sportivo. Antes había estudiado
con varios profesores, pero mi formación académica empezó
entonces, a los 18.
¿Te provocó mucho extrañamiento hacer El corte
en un teatro tan formal como el Cervantes, con un público diferente
del habitual para vos?
Fue una experiencia extraordinaria. Un gran paso profesional, por así
llamarlo. Un teatro oficial te da como una legalidad.
¿El momento de graduación?
Claro, el diploma: ahora soy actriz de verdad. Aunque, en realidad,
yo estaba tan contenta de trabajar con mi maestro que lo del Cervantes
casi pasaba a segundo plano. Igual era muy fuerte lo que me ocurría,
sobre todo con el lugar físico. Disfrutaba mucho del espacio,
los azulejos, el terciopelo. Corría enloquecida antes de empezar
la función por la zona de los palcos. De ahí pasamos al
teatro IFT.
¿Cómo procesaste el coro de elogios que mereció
tu actuación?
De repente vinieron muchas cosas juntas, y sin duda es bueno que te
elogien. Pero las críticas son extrañas. Creo que en este
país no se ve, en general, un nivel de verdadera profundidad,
salvo excepciones. Fue raro desprenderme de El corte después
de tantos comentarios, premios, qué sé yo... Pero inmediatamente
me enganché con una película, El sur de una pasión,
que todavía no se estrenó. Un protagónico total,
no sé si fue la mejor manera de empezar. Igual aprendí
muchísimo, y me equivoqué otro tanto. Yo soy de una tendencia
expresiva muy lanzada, por mi formación, y entendí que
en el cine hay que atenuar mucho.
Probar
otros mundos
¿Tenés
una historia de amor pendiente con Berlín?
Yo ya había viajado a Alemania en el 95, con una beca para
perfeccionar el idioma. Y sí, con esa ciudad
tengo un amor tremendo, tremendo. Volví con una beca en el 98,
para trabajar en teatro, y fue buenísimo. Vivir allí fue
una gran experiencia, vi mucho teatro. El teatro que me interesa. En
verdad, las dos veces que fui a Berlín, fantaseé con quedarme.
Tengo algo muy fuerte con la cultura alemana. Por algo elegí
a Schiller ahora... Pero a la vuelta hice El puente, en el Cervantes,
y luego Explanada, en el Rojas, sobre Hamlet. Enseguida, filmé
otra película, No quiero volver a casa, de Agustina Carri, que
me gusta mucho. Y a continuación, Teatro Proletario de Cámara,
de Lamborghini: me parece muy interesante tratar de robar a la literatura
cosas que no fueron pensadas para el teatro. A mí no me pasa
tan seguido de leer algo y que me conmueva físicamente. Y cuando
ocurre, necesito hacer algo con eso.
¿Con Las Bergamotas ya habías participado en la puesta?
Sí, todo lo que hacíamos estaba dirigido por nosotros.
Durante mi época de estudio en el Sportivo, también me
acerqué a la dirección. Además, hace varios años
que doy clases, lo que agudizó mi idea de mirada, de estar afuera.
Apareció la necesidad de probar mundos a los que no habría
tenido acceso en su totalidad como actriz.
¿Cómo surgen estas dos damas terribles María
de Escocia e Isabel de Inglaterra en tu horizonte de puestista?
Hace mucho que tenía la intención de hacer algo con María
Estuardo, en principio, como actriz. Cuando estudiaba, llegó
a mis manos la obra de Schiller. Pasó el tiempo y se fueron sedimentando
las ideas. Con el elenco trabajamos un año sobre la pieza. Durante
los ensayos empezamos a leer biografías de ambas reinas, relatos
que parecen telenovelas.
Durante largo tiempo, María Estuardo fue promocionada por los
católicos como una especie de santa, de mártir de la fe.
Y en verdad, además de coleccionar maridos y novios, era tan
dura, fuerte y autoritaria como Isabel. Si se hubiese invertido la situación,
seguramente María le habría cortado la cabeza a la reina
inglesa.
Totalmente. Schiller, por su lado, se toma licencias: de hecho, el encuentro
de las dos reinas nunca existió. Lo que caracteriza a este autor,
y nosotros tratamos de limar, es su visión muy maniquea. Empezamosimprovisando
sobre situaciones y, más allá de los textos, trabajando
la idea de reinas, de lo real, tan lejos de nosotros. Entonces teníamos
que apelar a la representación que tenemos de esa condición.
No podemos saber lo que era una reina de esa época. Trabajamos
bastante improvisando, probando algunos textos, suprimimos algunos personajes.
¿Isabel es la majestad activa y María es la pasiva? A
su pesar, claro.
Sí, yo creo que en La movilidad... todo pasa por Isabel. Son
dos personajes fuera de serie, ambas muy cultas, que hicieron cosas
increíbles, como María cabalgando durante tres días
en busca de refugio, para llegar a Inglaterra y que Isabel la confine
durante dieciocho años.
¿Por qué elegís esa frase de Schiller para el título?
En realidad, surgió en un momento de apuro, para presentar un
pedido de subsidios que nunca nos dieron... Al principio no nos convencía,
nos parecía un poco pretencioso. Pero más tarde, cuando
se fue instalando la obra, después de muchos cambios trabajados
en conjunto, resultó el título apropiado.
¿Con qué referencias te manejaste para la puesta y dirección
de intérpretes?
Yo no puedo evitar pensar en cine. Para Isabel, desde un principio,
estaba El ocaso de una vida, con Gloria Swanson. Para mí, Isabel
tenía que ser eso en algún momento: el lugar ocupado,
el afuera, la actuación.
Isabel se reivindica como reina y también como rey. ¿María
ocupa el lugar del eterno femenino?
Sí, eso está en Schiller: Isabel en el lugar masculino
(hasta se dice que era pelada) y María en el del encanto femenino.
Sin embargo, aunque Isabel mencione sus atributos de rey, la verdad
es que son muy femeninas las dos.
¿Fue difícil encontrar a las dos reinas, es decir, a actrices
dignas de esos personajes?
Los tres intérpretes se formaron en el Sportivo. En una época
fui compañera de estudios de Mirta Bogdasarian, que hace a Isabel.
Y a Laura Mantel la vi trabajar en muchas muestras y en Yvonne... Y
sí, es muy fuerte el registro de cada una, y también es
muy bueno que se trate de energías totalmente distintas. Más
allá del perfil de los personajes, ellas como actrices tienen
tonalidades muy diversas y juntas son realmente dinamita.
¿Siempre supiste que el encuentro entre María e Isabel
llegaba después de una gran tensión?
Y sí, se viene hablando tanto de ese momento. Cuando cada una
de ellas aparece por separado, la otra igual está presente. Siempre
hay un tercero, un fantasma. Son dieciocho años de pensar la
una en la otra sin verse, de modo que el encuentro es un instante extraordinario.
Pero creo que se miran y advierten que es un error haber llegado a esa
instancia. A partir de ahí se desencadena la tragedia, irremediablemente.
Todo el final de La movilidad... es rigurosamente histórico.
Agregamos fragmentos de discursos de Isabel o de cartas de María.
Sí pertenece a Schiller el impresionante monólogo final
que cierra con la frase de Isabel: La humanidad entera está
pendiente de mis actos.
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