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ESPECTACULOS

Flor de negra

Susana Baca estuvo en Buenos Aires casi sigilosamente, y dio un único recital que dejó con ganas a muchos de quienes querían conocer a esta mujer que se ocupa, desde hace muchos años, de redescubrir la música afroperuana.

Por Moira Soto

Casi, casi, una debería pagar por entrevistar a una tan bella persona como Susana Baca. Afortunadamente para ella y los que actualmente pueden disfrutar de su arte, su empeño de largos años está dando los frutos soñados: desde hace más de una década, gracias a la intervención de David Byrne, las músicas afroperuanas recogidas y recreadas por Baca han trascendido las fronteras de su país, han sido aplaudidas en Europa y los Estados Unidos. El domingo pasado se presentó en un único recital que hizo desear la pronta edición o distribución local de sus discos. Por pedido expreso de la artista, y porque se lo merecen por su sobresaliente desempeño, he aquí los nombres de los músicos: Juan Medrano Cotito, percusionista de cajón; Hugo Bravo, percusión y batería; Rafael Muñoz, guitarrista; y David Pinto, contrabajo electrónico, arreglos y dirección musical.

–Después de investigar la terrible historia de la esclavitud en Perú durante la época colonial, ¿le parece que es una materia pendiente reconocer esas atrocidades –avaladas desde el poder político y religioso-, al igual de lo que se está haciendo en los últimos años con el Holocausto?

–Claro que sí. Ese robo de personas y ese maltrato fue consentido por todos los que tenían poder. Fue algo espantoso que la humanidad tiene que conocer en detalle. Hay cosas que hay que ponerlas en evidencia porque la injusticia y la crueldad que se han cometido no tienen límites. En Perú, a los descendientes nos han hecho sentir culpables de ser negros. Mi marido, que es sociólogo, Ricardo Pereira, tiene un trabajo muy avanzado sobre el tema. El no es negro, pero se asomó a toda esta historia por mí. Su libro se llama El exorcismo de la memoria. Yo he recopilado mucho material, he viajado por el Perú buscando a los viejos artistas y les he preguntado sobre ciertos ritmos y me han respondido: “No, esa era música de negro, del tiempo de los esclavos, yo no me acuerdo”. Como queriendo negar, borrar la historia, porque así nos han hecho sentir.

–¿Una vez más la víctima como sospechosa, culpable en este caso de ser secuestrada y maltratada?

–Es así, es una esquizofrenia. Por eso es necesario asumir todo lo que sufrimos: nos desnaturalizaron, nos sacaron por la fuerza de nuestra tierra, nos desenraizaron... Además de asumirlo, creo que hay que darlo a conocer al mundo para que no se repita. Es una misión que una tiene en la vida, yo lo siento de este modo. Con mi marido hemos escrito un libro que se llama El aporte de los negros a la cultura peruana: lo editamos en el ‘92, para el V Centenario.

–¿Cómo procesó en el nivel más personal esa investigación?

–Fue muy doloroso para mí; si bien sabía que descendía de esclavos, no conocía detalles muy tremendos de la historia. Había momentos en que me detenía, no podía más. Y mi marido me alentaba. He sentido odio. Y más que odio, deseos de venganza. He llegado a los extremos de los sentimientos más oscuros. He descendido a esos abismos, pero para mí ha sido muy bueno, porque después de una experiencia así, sales purificada, asumiendo una historia y diciéndote: “De aquí para adelante dedico mi vida a vivir y a compartir esta historia, sacándola de la clandestinidad”. No solo por mí misma sino también para que los descendientes de esclavos reconozcan con orgullo su cultura. Cuando estuve en Suiza fue muy emocionante visitar un museo del Africa, comprobar la maravilla que fue la civilización africana antes de la colonización... Apreciar ese arte que luego fue copiado por artistas como Picasso. Fue verlo y decir: “Caracho, tengo el honor de que mis ancestros vengan de ese sitio”.

–¿El sufrimiento de las esclavas y sus descendientes se puede equiparar al de los varones de igual condición?

–Ellas han sido doblemente maltratadas en toda esta historia. Las mujeres siempre la pasaron peor, usadas como criaderos, fábricas de esclavos. Es lo más terrible que te puede pasar: saber que cada hijo que engendras está condenado a la esclavitud. Hubo casos de embarazadas que abortaban para evitarles ese destino a sus criaturas.

–Hay una extraordinaria novela de Toni Morrison, Beloved, en donde la protagonista mata a su hija para evitar que sea esclavizada. A tal punto tiene conciencia de la indignidad que le espera.

–Ay, no la conozco, ya la tengo que leer. Sí, esa situación de las mujeres fue de una perversidad total. Salir de toda esa trama de sometimientos, para la mujer afroperuana representa mucho costo. Si en nuestra América latina machista la mujer en general está relegada, la afroperuana tiene una doble lucha.

–¿A qué se dedicaron las mujeres de su familia?

–Lavando y cocinando se ganaron la vida todas mis tías; claro que de eso hicieron un arte. Mi madre era una gran cocinera que se formó con la herencia que le venía por línea materna. Me da mucha gracia porque ahora hay restaurantes muy famosos en Perú y se sabe que si la cocinera es negra, la comida es buena. Los platos que se hacían con los interiores de las vacas que los españoles tiraban, los esclavos los convertían en sabrosuras que ahora es la comida de moda, étnica. Mi madre, entonces, se ganó la vida así y nos mantuvo a nosotros, sus hijos. Ella fue madre y padre, nos crió y formó.

–¿El canto y el baile eran parte de esa formación?

–Ay, sí, sí. Nos enseñaba a bailar todas las tardes, ella lo hacía muy bien. Bailaba todo, inclusive el tango: me sé un montón de letras que a ella le encantaban. Le hacían ruedo para verla bailar.

–¿Podía largarse a bailar libremente porque estaba sin marido?

–Sí, claro. Si hubiese tenido un marido al lado, habría estado más sometida. Pienso que si mi padre me hubiese criado, bueno, habría salido finalmente lo que soy, pero quizás su influencia habría sido negativa, porque eso de subir a un escenario a cantar no le cabía a su machismo. También tenía tías que cantaban precioso. Entonces, a la hora que empezaba música, yo dejaba el juego de los niños y me venía corriendo a la cocina. Ellas preparaban dulces, tamales, hacían cosas de mucha elaboración, como es la cocina afroperuana. Yo no me quería perder ese momento, sabía que ahí se realizaba todo: contaban cuentos, cantaban... Esas vivencias están en mi canto.

–Pero tuvo muchas dificultades para darlo a conocer...

–Muchísimas. Porque, además, temprano me di cuenta de que las letras de la canción popular peruana, siendo muy linda su música, dicen cosas muyfeas para la mujer. Que somos víboras, malvadas... Y yo venía de una sociedad matriarcal, con mujeres haciendo, resolviendo, ayudándose.

–¿Matriarcal pero no autoritaria?

–Nada autoritaria. A las chicas nos iban enseñando cómo defendernos dignamente en la vida futura, sin depender de nadie. Ganándote el pan honradamente y siendo capaces de sobrevivir en ambientes tan cerrados, sociedades tan machistas. Te enseñaban todas las habilidades y no te ocultaban que la vida iba a ser dura. Mi madre fue más allá: con sus dos hijos mayores no tuvo los medios, pero a mí me mandó a la secundaria y luego a la universidad, donde estudié Pedagogía. Ella luchó mucho por mí, pero la música me ganó.

–¿La abrazó como a una religión?

–Así fue, me dediqué totalmente. Aunque me costó mucho difundir la música negra que me interesaba. Como algunas letras iban tan en contra de las mujeres, yo empecé a elegir poemas y los combiné con música popular. Si bien Chabuca Granda hizo la línea melódica al poema de César Calvo María Landó, fui yo con mi trabajo que le construí como ha quedado ahora: la trabajamos muchísimo con los músicos y la estrenamos un 8 de marzo, en un festival hermoso por el Día de la Mujer. Y la llevamos por los barrios populares y las mujeres la pedían a gritos, se convirtió en su himno. Esa es la canción que escucha David Byrne en sus clases de español con Bernardo Palomo, que le mostró mi video. A Byrne le gustó tanto que la estrenó acá en la Argentina cuando vino. Y después ya hicimos el disco de los clásicos afroperuanos.

Un marido ideal

–¿Cómo es la receta del pastel de choclos que le hizo en su casa a Byrne?

–Bueno, mi famoso pastel se hace con choclo muy tierno desgranado y molido, con yema de huevo, mantequilla, un poquito de leche, levadura, azúcar y sal, unos granos de anís y al horno. Lo aprendí de mi suegra, que es boliviana, pero le hago algunos arreglos: láminas de queso que se derrite, y a la mitad lo relleno con un guiso de carne con pasas... La historia del pastel fue en el ‘85.

–¿La figura de Chabuca Granda sigue siendo reverenciada?

–Ella es para nosotros muy grande, cada una de sus composiciones nos mete en un estudio musical. Chabuca se adelantó a su época, ella voltea una página muy importante en la historia musical. Por suerte, ahora hay muchas aristas jóvenes estudiándola. Ella me puso en la tapa de un disco que grabó en la Argentina: “Susanita, no me olviden, cántenme”. Esa fue su despedida.

–¿Su marido, Ricardo Pereira, es el principal defensor de la causa de Susana Baca?

–Tuve la enorme suerte de encontrar un hombre maravilloso, sin problemas de machismo.

–¿Esa receta puede revelarla?

–No, esa receta no... Pero fue muy hermoso conocer a un hombre que se puso totalmente de mi lado. Que lo primero que hizo hace más de veinte años fue decirme: “Yo dejo todo tirado y te apoyo. Porque no te puedes quedar cantando para tus amigos en lugares chiquititos”. Con él hemos creado un sello disquero, después de tocar inútilmente muchas puertas. Él es un tesoro, uno de los regalos que Dios me dio. Impulsa mi carrera sin hacérmelo sentir: a veces me entero de las dificultades cuando ya pasaron. Es mucho más joven que yo.

–Lo suyo es un mensaje de esperanza a las mujeres del mundo...

–(risas) Es que en Bolivia la mujer madura tiene más valor para los hombres, la consideran más sabia.