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EL CUPO

Jugar en equipo

La primera elección directa de senadores reanimó la polémica en torno del cupo femenino, previsto en un 30 por ciento por una ley que rige desde hace nueve años. Mientras en el mundo se lanza la campaña por la paridad del 50 y 50, aquí las mujeres siguen haciéndose lugar a los codazos en materia de representación política. “Igualdad va a haber cuando vea a una mujer mediocre en un puesto de alta jerarquía”, es la frase que elige Liliana Chiernajovsky para dar por tierra con el argumento de que el cupo abre la puerta a mujeres sin suficiente capacidad política.

Por Marta Dillon

La igualdad en política es ya casi una igualdad de lujo, y por eso la paridad consiste en atraer a las mujeres para verlas llegar a los puestos de decisión. Lo que pido es que el mundo político se parezca al mundo”. Aun cuando parezca un ruego, la frase de la diputada socialista francesa Lyne Cohen-Solal está lejos de serlo. Más bien fue una de las premisas que llevó adelante la lucha del movimiento de mujeres en Francia que consiguió enmendar la constitución para obligar a que en las sucesivas elecciones municipales, comunitarias, regionales y nacionales se alcance una representación de 50 y 50 por ciento para varones y mujeres. Es decir, traducir en los cuerpos representativos lo mismo que sucede en el seno de la sociedad, compuesta por hombres y mujeres. “Igualdad va a haber cuando vea a una mujer mediocre en un puesto de alta jerarquía”: la frase no le pertenece, pero es la que elige la diputada de la ciudad de Buenos Aires, Liliana Chiernajovsky, para expresar un estado de cosas que, de modo diferente, también alude al espejo distorsionado que presentan las instituciones al resto de la sociedad. Y es que aun cuando la corrección política sea la máxima y en su nombre se le haya dado rango constitucional a convenciones internacionales como la que exige la eliminación de toda forma de discriminación contra la mujer, en la práctica la representación de la mujer en los puestos de poder es mínima y la ley de cupo femenino -sancionada en 1991– requiere un alerta constante para verificar su efectivo cumplimiento. Cuatro elecciones pasaron desde que la ley 24.012 entró en vigencia y recién en las dos últimas se logró superar el 21 por ciento de representación de mujeres en la Cámara baja que se registró ni más ni menos que en 1955. El dato no es menor, puesto que demuestra que los avances en la eliminación de la discriminación de género no es una cuestión de tiempo como se planteó en Beijing –allí se dijo que en ¡475! años se alcanzaría la plena igualdad entre hombres y mujeres proyectando hacia el futuro lo avanzado hasta 1995– sino de la puesta en práctica de políticas activas que reviertan la exclusión sistemática que han sufrido las mujeres y que, a la luz de los debates que se dieron en el mundo en los últimos años, cuestiona los sistemas democráticos. Sin embargo, como guardianes de una tradición que huele a rancio, los varones se resisten a abrir el juego. La pelota es mía, mía, mía, parecen decir quienes, de cara a la primera elección directa de senadores, se niegan a la aplicación de la ley de cupo.

“Una mujer sólo puede postularse cuando haya una lista con al menos tres candidatos y en el Senado sólo pueden ser dos”. Aun cuando se puede inferir que es sólo un lapsus, como tal delata el pensamiento profundo del senador Augusto Alasino, uno de los legisladores que adelantó su voto en contra al proyecto presentado en abril por la senadora de su bloque, Beatriz Raijer, para aplicar el cupo femenino en la Cámara alta. Porsupuesto que una mujer puede presentarse aun cuando no haya ningún candidato varón, a lo que se refiere el senador es a la “mujer cupo”, una forma particular de llamar a las legisladoras que consiguieron su banca merced a la obligatoriedad de confeccionar las listas de candidatos con un “30 por ciento de mujeres con posibilidad de ser elegidas”. El caso del Senado, que actualizó el debate acerca de la necesidad del cupo al mismo tiempo que en el mundo se lanzan campañas para alcanzar en el 2005 una plena paridad del 50 y 50 por ciento en los cargos representativos, tiene características particulares que lo convierten en especialmente irritante para aquellos que se resisten a compartir la pelota, es decir, a jugar en equipo. Al ser dos los candidatos a presentar en las listas provinciales, es imposible aplicar el treinta por ciento, pero como la ley es clara, en su inciso 2 dice que el 30 por ciento “debe interpretarse como una cantidad mínima” y en su anexo se ejemplifica que, si los cargos a renovar son dos, la cantidad mínima es una mujer. Lo paradójico tal vez sea la trampa que en este caso tiende el lenguaje cuando se cuantifica a la mujer o a la “mujer cupo” como si fuera un bien intercambiable. Y de hecho sobre esta forma de tratar la obligación de integrar mujeres a las listas con posibilidades de ser elegidas, las políticas hacen un llamado de atención: “Muchas veces los varones utilizan el cupo con criterios clientelares, dicen ‘este lugar es mío y yo pongo a la mujer; o bien se disputa cuál línea interna ‘pagará’ el cupo, porque todavía se lo considera como una pérdida”, asegura Chiernajovsky.

Las razones

“Lo que constituye la verdadera democracia no es reconocer a los iguales sino hacerlos”. En esta frase de León Gambetta puede encontrarse la razón de ser de la ley de cupo, una medida de discriminación positiva que, como todas las de este tipo, encuentran su fundamento en reconocer que resulta necesario “proveer a determinados grupos con instrumentos desiguales a los efectos de garantizar una igualdad real de oportunidades y de trato”, en palabras de la diputada nacional Elisa Carrió. Sin duda, a pesar –o gracias a– de la lucha constante del movimiento de mujeres en Argentina, hubo un consenso básico sobre la situación de desventaja de ellas con respecto de los varones, que se ponía claramente de manifiesto en la actividad política. Y aun cuando algunos sectores, a los que se les dio voz en una sorprendente columna editorial de un diario nacional el pasado 6 de setiembre, teman que el avance progresivo de la mujer pronto obligue a tomar medidas en favor de los hombres, las estadísticas dicen lo contrario. Según las cifras que maneja el Consejo Nacional de la Mujer, a igual tarea de hombres y mujeres existe una diferencia salarial de más de doscientos pesos por lo menos en el área de Capital Federal y el Gran Buenos Aires; y si bien el nivel educativo de las mujeres es más alto que el de los varones empleados ellas siguen ganando menos. Para muestra, sobra un dato.

“Las mujeres representamos la mitad del electorado, tenemos una militancia fuerte y activa dentro de las estructuras partidarias y demostramos que esa militancia activa no tenía relación con la asignación de cargos electivos o incluso dentro de los mismos partidos, a partir de entonces vimos que una herramienta fundamental para la participación activa de las mujeres era la incorporación del cupo”, así recuerda la actual presidenta del Consejo Nacional de la Mujer, Carmen Storani, el inicio de “una batalla que todos los días comienza en algún lugar del país”. Storani no habla de eufemismos, aun cuando hay nueve años de vigencia de la ley de cupos, ésta no se cumple en todas las jurisdicciones: hay siete provincias que sólo tienen una legisladora entre sus representantes y tres –La Pampa, San Juan y Tierra del Fuego– que no tienen ninguna. Aun cuando los diputados se eligen en forma proporcional a la cantidad de habitantes, ninguna provincia lleva menos de cinco legisladores a la Cámara baja, lo que significa que al menos dos deberíanser mujeres. Es debido a estas falencias que tanto el CNM como la senadora Raijer presentaron distintos proyectos para aclarar lo que los jueces electorales han interpretado libremente en las cien impugnaciones presentadas en esos fueros a las listas que excluyeron la cantidad mínima de mujeres.

Aunque al momento de sancionar la ley 24.012 hubo consenso sobre la situación postergada de la mujer en el ámbito político –el resto de los ámbitos no estaba en discusión–, no faltaron argumentos en contra, los mismos que hoy se escuchan otra vez. Uno de ellos es el que dice que imponiendo un número mínimo de mujeres se pasaría por alto el principio constitucional que exige como requisito para asumir un cargo público a la idoneidad. “¿De qué idoneidad me hablan? ¿De la de esta Cámara de Senadores compuesta en su mayoría por varones?”. La senadora Silvia Sapag, del Movimiento Popular Neuquino, tiene poco ánimo para la ironía, pero el argumento le resulta evidentemente molesto. Pertenece al único partido político del país que modificó su carta orgánica para incorporar el cupo en su estructura, pero esa innovación mereció una acabada estrategia de parte de las mujeres del partido. “Yo milito desde que tuve altura para cargar los tachos de engrudo en las campañas, participé en todas las actividades del partido, sin embargo todo me costó el doble que a cualquier varón. En mi partido todas las mujeres son muy militantes y de hecho somos fundamentales a la hora de abrir puertas, de convencer a la gente, de buscar avales, es decir el trabajo duro –cuenta Sapag–. Pero a la hora de distribuir cargos o confeccionar listas chocamos con el famoso techo de cristal, nunca nos tienen en cuenta. Entonces al año siguiente que salió la ley de cupo, en la convención del partido, presentamos un proyecto de cupo a la madrugada, sobre tablas. Nos tuvimos que bancar algunas bromas, pero finalmente resultó y se aprobó”. Sapag no hizo otra cosa que usar las mismas herramientas que los varones: “De día el trabajo de campaña suele ser duro y estamos todos codo a codo, pero a la noche cuando las mujeres atendemos responsabilidades familiares siguiendo el mandato cultural, ellos se reúnen y negocian las listas. Mientras nosotras hacemos comida, ellos cocinan candidatos”.

“La idoneidad es una cuestión ética que no exime ni a hombres ni a mujeres, como deberían ser la honestidad, la transparencia y algunas cosas que yo agregaría como el buen trato a los ciudadanos, la facilidad de acceso a la información, la vocación de federalismo, etc. Pero simplemente a modo de ejemplo: antes del cupo, en 1983, la representación femenina era apenas del 4 por ciento. Hoy es del 28. ¿Había o no había idóneas? Las había, pero eran invisibles”, argumenta Storani.

Elisa Carrió es clara a la hora de defender la necesidad del cupo y de otras medidas de acción positiva: “La igualdad de oportunidades significa algo más que una mera posibilidad y, si demanda la eliminación de las desventajas sociales, esto supone defender una asignación desigual de determinados instrumentos fundamentales. Es decir, a los efectos de erradicar desigualdades es necesario aplicar programas reparadores”. El ideal de toda acción positiva es que sea de carácter transitorio; en el país son varias las provincias que le dieron un plazo determinado a la aplicación del cupo haciendo gala de un excesivo optimismo, pero es evidente que siglos de cultura no se modifican en un plazo de cinco o siete años. “Puede ser redundante decirlo una vez más, pero es evidente que hay estereotipos culturales que no se han modificado o lo hacen muy lentamente, lo que está ligado a lo público sigue asociándose a los hombres y el ámbito de lo privado, el cuidado y seguimiento de la prole o de los ancianos está en el ámbito femenino. Estos roles las relegan de los puestos de toma de decisiones porque, a pesar de que las cargas familiares se distribuyen de forma distinta en la actualidad, la mochila más pesada la cargan ellas sobre la espalda”, concluye Storani.

La práctica

Sin duda la ley de cupo alentó a muchas mujeres a participar activamente en la vida política del país y el debate que se abrió en torno de la interpretación de la ley para su aplicación en la primera elección de senadores pone de manifiesto que esa vocación participativa se profundiza. Al mismo ritmo que crecen las resistencias. Cuando en Francia empezó el movimiento que terminó con la paridad en la representación con rango constitucional en los puestos electivos, una de las armas que utilizaron sus detractores fue la burla, como da cuenta el libro que editó De la Flor Cómo las mujeres cambian la política, y por qué los hombres se resisten, de Philippe Bataille y Francoise Gaspard. Tanto los medios de comunicación como otros políticos se mofaban del arribo de las mujeres en 1997 a las listas –en el ‘96 había sólo un 5 por ciento de ellas en las legislaturas– comentando su ropa o refiriéndose a ellas en notas periodísticas según su color de pelo o sus características físicas. En el Senado argentino, la herramienta parece calcada. Cuando Beatriz Raijer presentó su proyecto para evitar interpretaciones que debilitaran la aplicación del cupo en el Senado, la respuesta de sus pares fue, sencillamente, la risa y un paternalista “ya vamos a hablar, querida” que aún no tuvo lugar. Según la senadora, éste es el único proyecto que no mereció ni una palabra en ninguna reunión de bloque, aunque Alasino haya hecho declaraciones públicas en contra. El mismo proyecto que se presentó en Diputados obtuvo un despacho especial de la Comisión de Asuntos Constitucionales –que integra Elisa Carrió– en el que deja sentado que la ley es suficientemente clara y que, en el caso de que haya que renovar dos cargos, uno debe ser para una mujer. Un despacho atípico que se emitió para aclarar dudas citando jurisprudencia en el tema. “Es que si damos tratamiento al proyecto y después se frena puede haber problemas de interpretación, en el sentido de que, si la ley no tiene sanción, puede quedar en suspenso la aplicación del cupo en senadores. Y lo cierto es que la ley vigente es suficientemente clara”, dice Marcela Rodríguez, asesora de Carrió. Aunque existe jurisprudencia –como el caso de Alberto Di Fillippo, quien fue a la Justicia electoral sin éxito, porque tuvo que ceder el segundo puesto en la candidatura a una mujer, ya que sólo se renovaban dos cargos– que habla de la representación mínima –de dos, una–, también la hay en sentido contrario. “La Cámara Electoral Nacional dijo en un fallo que el primer puesto debe ser considerado neutro, ¿qué significará neutro? ¿Hermafrodita? ¿Andrógino?”. Obviamente a Sapag le sobra el sentido común que le faltó a la cámara. “Pero ahora cambió la composición de la cámara –continúa la senadora– y tenemos esperanza que de llegar a esa instancia el fallo será distinto”.

Más allá de las valoraciones numéricas de la representación de las mujeres, casi diez años de aplicación de la ley de cupo tiene otro tipo de resultados que pueden medirse de acuerdo con la producción legislativa. “El gran cambio que se dio con la incorporación de las mujeres apunta hacia una efectiva vigencia de la igualdad de oportunidades y de trato entre varones y mujeres y está muy vinculado a la vida cotidiana. Se logró la modificación del Código Penal y especialmente el capítulo que antes se llamaba de delitos contra la honestidad y hoy se llama delitos contra la integridad sexual; se incorporaron artículos sobre violencia y abuso contra las mujeres y los niños y niñas. Esto es algo revolucionario que cambia la vida de todos. En cambio hay otros proyectos que no pudieron tener sanción, porque quedaron frenados en el Senado como la ley de procreación responsable que ni siquiera se discutió en ese ámbito machista. También el Senado olvidó algunos proyectos que tienen que ver con la ejecutabilidad de las sentencias en juicios de alimentos en detrimento de la gran mayoría de los beneficiarios de estos alimentos que son mujeres, niños y niñas”. Así Carmen Storani pone de manifiesto cuál es la importancia concreta del arribo mayoritario de las mujeres a los ámbitos de decisión. Desde el CNM es una prioridad en este momento la aplicación efectiva del cupo, “porque así es como podemos hacer visibleuna problemática –la de las mujeres– largamente silenciada. Y es importante también pensar en la capacitación de esas mujeres con posibilidad de ser elegidas en perspectiva de género, porque no es lo mismo cualquier mujer, por el solo hecho de haber nacido mujer no quiere decir que va a llevar a la luz los temas que merecen ser visibilizados”.

Silvia Sapag, como integrante del Senado, sabe de qué se trata ese ámbito machista al que hace referencia Storani. “No puedo decir que no sean amables –dice con media sonrisa–, amables son, pero no te toman en cuenta. Cuesta mucho abrirse camino aquí y sólo me miraron de otra manera a raíz de mi trabajo en la Ley de Hidrocarburos; cualquier otro proyecto que esté ligado con temas de género, como salud reproductiva, algunas leyes sobre minoridad y el proyecto de Raijer sobre el cupo fueron cajoneados sin merecer siquiera una lectura en conjunto”.

Para todas las mujeres consultadas, el cumplimiento pleno de la ley de cupo es una demanda horizontal y transversal que no reconoce partidos políticos. Una alianza de género que como práctica es desconocida para los varones –salvo en el momento de reclamar la pelota de los cargos públicos– y que ya se ejerció en las discusiones abiertas que se dieron a raíz de temas como el de salud reproductiva que se perdieron en los cajones de la Cámara alta. Aun cuando la experiencia sea breve en relación con cómo las mujeres podrían cambiar la política, hay una intención y una preocupación mundial para ampliar la representación de las mujeres y que finalmente el mundo se vea reflejado en el mundo de la política. Y también para que se escuche otro discurso, el discurso incontenible de las mujeres. La pregunta que queda entonces sería: ¿se decidirán los hombres a prestar la pelota? O mejor: ¿sabrán jugar a otros juegos?.