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ESPECTACULOS

Dos damas audaces

Marita Ballesteros y Rita Cortese trabajan regularmente en televisión, y también en teatro. Por distintos caminos llegaron a un mismo punto, que hoy es un escenario en el que comparten, bajo la dirección de Roberto Villanueva, “El secreto de la Luna”, una obra que habla de la sexualidad, de los mitos y la energía sin palabras que recorre algunos vínculos primarios.

Por Moira Soto

Una hace regularmente televisión, la otra también. Una viene desarrollando una brillante carrera teatral desde hace más de década y media, la otra detesta la palabra carrera y aunque con interpretaciones teatrales recordables –Las lágrimas amargas de Petra von Kant, junto a Alicia Aller, por ejemplo– ha permanecido unos cuantos años lejos del escenario, hasta el año pasado en que hizo el unipersonal Si alguien lo sabe, por favor que lo diga. Ambas tienen edades paralelas y han incursionado fugazmente en el cine a través de los años, pero la primera hizo recientemente un protagónico en el futuro estreno La herencia, de Paula Hernández. Rita Cortese y Marita Ballesteros, dos damas de fuerte temperamento, fueron reunidas por el maestro Roberto Villanueva para interpretar los principales personajes femeninos de El secreto de la Luna, premiada obra de Julio César Beltzer, que remite al mito criollo del lobizón. El atípico elenco, que incluye a algunos jóvenes actores del interior, se completa con los nombres de Gustavo Berkhan, Santiago Pedro, Eugenio Geraci, Gabriel Correa, Diego Rosental y María Laura Pérez. Oria Puppo creó la escenografía y el vestuario, Oscar Edelstein la música y Jorge Pastorino puso las luces.

Lejos de todo color local, suspendidas en un tiempo mítico, una (Ballesteros) quedó abrochada al marido que se suicida en la primera escena y así atiende distraídamente a tres de sus siete hijos varones; la otra (Cortese) es una abuela hechicera que se consume en su propio encono, que se sabe a punto de morir. Con presencia rotunda, voz y mirada que ya no son de este mundo, las dos actrices asumen con talento y osadía sus casi inasibles personajes.

La tele no me hizo mal

Marita Ballesteros: –Empecé de grande a los 28, sin formación previa. Salí de concursos, empecé a trabajar en la televisión y pude estudiar simultáneamente. Yo no he padecido la tele, de verdad. En algún caso, como el de la última tira que hice durante mucho tiempo –Pan caliente–.

Pude parar y estar tres años estudiando mucho. Yo una vez que decido firmar un contrato, es que estoy contenta con lo que me toca hacer y nunca lo subestimo. Tampoco es que sea una mirada resignada la mía ni que quiera ver todo rosa: sé que existen limitaciones en el medio, pero en general no soy quejosa, y me gusta hacerme cargo de lo que acepto. Jamás pensaría: firmo y lo hago así nomás, total es una porquería... El año pasado, mientras hacía el unipersonal, me llamaron de Muñeca brava, y con ese trabajo me pagué el espectáculo.

Rita Cortese: –He hecho simultáneamente televisión y teatro, es como una gimnasia que me mantiene en forma. A veces, con exigencias maratónicas, como cuando grababa la tira Amor sagrado, hacía Martha Stutz en el San Martín y a las 23, cantaba en Recuerdos son recuerdos en La Trastienda. Pero también me gusta, si tengo plata, hacer un alto para reflexionar, viajar, leer. Ahora, por suerte, estoy en una novela diaria muy bien organizada –Verano del 98–, que me permitió hacer el año pasado, al mismo tiempo, El almuerzo en casa de Ludwig W., de Bernhard, y en mis vacaciones pude filmar La herencia. El productor adora que los intérpretes hagan otras cosas, acomoda los horarios. No es una actitud tan común en la televisión.

Dos fuerzas de la Naturaleza

M.B.: –Creo que este proyecto llega a mí porque un asistente de Roberto Villanueva me ve en el unipersonal. El caso es que un día este asistente me llama, y yo no podía creer que me convocara Roberto, fue muy emocionante para mí. Lo último que había visto de él como director fue El almuerzo..., que me fascinó. El texto de El secreto de la Luna me metió en lugares raros de mí. En esa madre, indicada por Roberto, trabajé algo muy primitivo, porque esta mujer no tiene ningún pensamiento psicológico. No tiene culpa, vive una sexualidad que maneja desde el puro instinto, entre el cielo y la tierra, prendida a aquel marido muerto. Traté de imaginar cómo habría sido la relación entre los dos, tan lejos de la cotidianidad que una tendría con un novio en esta cultura, en este momento. Porque se trata de un texto poético que recrea en forma original una leyenda. Para mí, ya hacer el unipersonal había sido algo de mucho riesgo porque yo estaba irreconocible: una mujer del público entró a la sala, dijo ‘ésta no es Marita Ballesteros’ y se fue... Esa interpretación me ayudó a superar el susto de ahora.

R.C.: –Yo vengo de una experiencia tan maravillosa con Roberto Villanueva como la de El almuerzo... Y El secreto... es una obra profundamente diferente, más de los elementos, de la Naturaleza. Me interesó mucho ese mundo del campo que describe, nada folklórico. Para la abuela, Roberto me dio unas indicaciones de tempo, de un ritmo que es propio de la obra y no responde a la progresión dramática habitual. El me dijo: vas a tener siete polleras. Y obviamente me acordé de las coyas, de cuando se ponen en cuclillas, hacen sus necesidades y siguen caminando. Cuando se sientan, hacen como yo hago en la pieza: partí entonces de esa sentada y de una mirada en el horizonte, de otro tiempo. Empecé a trabajar allí y creo que dio resultado. Quería encontrar una síntesis, metí un poco de teatro Noh: Roberto lo advirtió enseguida y me lo señaló. Sí, la abuela es rígida, resentida, suegra celosa. Creo que hay algo de venganza frente al despertar sexual del nieto.

Llegando está el lobizón

M.B.: –En El secreto..., a través del mito del lobizón, aparece el tema de lo que se quiere ocultar, lo que te impone la educación para que no escuches tu propia música. Es un mito represor, que quiere suprimir la parte animal, por eso el padrinazgo del Presidente al séptimo hijo varón. Creo que esta obra, aunque transcurre en un espacio atemporal, no está despegada de la realidad. Todavía hay mucha represión en la educación. Voy a cumplir los 50 y para qué hablar de lo que hemos sufrido las mujeres de mi generación, tapadas de prohibiciones. A mí me impactó esa búsqueda de esta obra: de dónde salen las prohibiciones. Aquí también se habla de la sexualidad encubierta de las madres con los hijos, esa fantasía que la tienen todas, lo que no significa que se vayan a acostar con ellos... Esta Teodora es una mujer muy confundida, que mezcla todo: cuando provoca al hijo está pensando en el marido. Y cuando le da el pecho al chico estárepresentando a muchas madres nutricias. Me gusta mucho este personaje, que asocio con el dolor de la tierra, con el presagio, lo que se avecina. Me da mucha alegría trabajar con Rita, con Roberto y su mirada absoluta, con todo el grupo.

R.C.: –A mí me atrajo muchísimo lo que dice esta pieza de la sexualidad, del despertar de los sentidos. Y me interesa la forma en que el autor quiebra el mito, lo resuelve a favor de la víctima, que se revela contra un statu quo. Este chico logra liberarse del destino que le imponen supuestamente para liberarlo de la maldición. A mí, llegar al gualicho que prepara la vieja me lleva a desandar mucho camino intelectual. Para no juzgarlo y que resulte verosímil. Es un acto de fe que tengo que hacer en el escenario, porque convengamos que la cabeza –para hacer algo tan elemental, tan primitivo– siempre interfiere. Pero ahí estoy, trabajando arduamente con todos mis recursos, con la voz que había que romper... Además, no fue sencillo encontrar el acento para todos: al comienzo parecíamos escapados de La guerra gaucha, un horror. Mucho mijo de aquí, mucho mija de allá. Escuché el acento de Gustavo Berkhan, de Santiago del Estero, es una preciosura su manera de decir. Miré algunos documentales donde descubrí a caciques chaqueños de 159 años que hablaban como nosotros. De modo que ahí también hubo que desandar para encontrar el tono justo. Es increíble, pero hacer la cosa campera parece que nos costara más que interpretar a Shakespeare... Claro, hacerla sin parodiarla. Para mí, trabajar con Roberto Villanueva es una cosa tan estupenda que firmé sin haber leído la obra y, por supuesto, hice bien en confiar. Estoy feliz con el equipo todo, el músico es impresionante, la escenografía un gran acierto, lo mismo que las luces... Fue fantástico el laburo con Marita, una actriz seria y arriesgada, realmente generosa. Nos reímos mucho juntas, cosa muy importante.