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ENTREVISTA

Chunchunerías

El recuerdo de Marie Anne Erize, la modelo cuya desaparición incriminó al mayor Olivera, detenido en Italia, puso en cuestión los estereotipos diseñados en torno a esa profesión. El caso Erize trajo a la memoria otras imágenes de modelos, como Chunchuna Villafañe, que promocionaba hojitas de afeitar soliviantando ánimos masculinos a la voz ronroneante de “si no se la compra usted, se la regalo yo personalmente”. Detrás había lo que ella define como “un despertar a la luz de los acontecimientos”.

Por Soledad Vallejos

La belleza de la carne empulpa labios, escatima el largo de las narices, curva zonas erógenas y suele desaparecer en flaccideces que raramente alcanzan el rango de antigüedades de precio. La de los huesos en cambio mantiene su vigencia. Es lo que se lee en el rostro de Greta Garbo, de Marlene Dietrich. Chunchuna Villafañe es una de las pocas argentinas que tiene esa belleza esencial, sostenida fundamentalmente en la arquitectura hasta el punto de convertir en una redundancia o un chiste el hecho de que ella sea casi arquitecta (aunque resulte políticamente incorrecto, es inevitable empezar a retratarla por el lado de la superficie). Chunchuna fue, en los años sesenta, junto con Rosita Bailon, Felisa Pinto y Finita Ayerza una inventora de gestos estéticos que sólo se impusieron muchos años más tarde. Como la Eugenia Errázuriz admirada por Victoria Ocampo que impuso los pisos cepillados con cepillo de alambre como cubiertas de barco, ella se rebeló a los imperativos de la moda sugiriendo superficies de madera pelada, luz natural y una practicidad rústica que ahora se denomina, como gran novedad, “muebles de campo”. También fabricó unos sacos memorables con algodón hindú trabajado en matelassé y forrados con corderito. Y unos sueters únicos que fueron el lujo de los exilados que según su relato iban por Europa arrastrando colchones.

–Yo creo totalmente en los snobs en la medida en que el sentido común hoy es algo tan perimido que puede llegar a ser considerado extravagante. A mí alguien al que de repente se le ocurre hacer algo porque le parece práctico, útil, barato y con lo que le venga bien en ese momento, me parece sobre todo interesante y adhiero y me gusta. Lo que detesto absolutamente es la moda. No porque sea moda y todos estemos iguales, porque si todos estamos iguales tomando mate, me parece perfecto. Lo que no me gusta es por ejemplo ahora que al aluminio hay que ponerlo o ponerlo o si en un momento uno quiere pintar la madera es pecado mortal.

–¿Con mucho dinero qué se compraría?

–Mi superlujo sería un cuadro de Cándido López. Después pondría un cuadro de Macchió de la serie de Nueva York, otro de Pettoruti, otro de Le Corbusier. Objetos tengo tantos que ya no me banco más uno. Juguetes de madera, juguetes viejos, cocinitas, artesanías de cada país en donde viví. Mis hijas siempre dicen “¿qué vas a hacer con las chunchunerías? Cuando te mueras, nos va dar no sé qué tirarlas. Vamos a tener que cargar con ellas”. Tengo un cuarto lleno. Son todas cosas sin valor. Lo que odio es el adorno. Creo que el adorno no tiene que existir.

–¿En otras partes del mundo existe una disciplina más laxa respecto de la belleza?

–En Europa lo vi claro. Los franceses te miran a los ojos seas joven, vieja, divina o un culo. En París hay un barco pileta y la gente va mucho en verano, queda ahí nomás como si hubiera uno a la vuelta de Tribunales. Y una vez que hacía un calor bárbaro fui. Yo todavía estaba en la etapa de biquini con corpiño -.después pasé a sin–. Y había de todo, por ejemplo al lado mío una señora que yo calculo que tendría unos 75 u 80 años que tenía puesta su bombacha –digo bombacha porque era ropa interior–, porque ahí la gente está trabajando, cruza, paga, deja todo y sale con su ropa interior. Se pasaba y se pasaba el aceite y era divina la vieja, nadie la miraba, le importaba un pito. Y también había una chica que para mí debía ser sueca, tenía tipo nórdico, alta, lindísima, con una biquini chiquita y nada más y estaba sentada así jugando a las cartas con tres chicos. Tenía entre las piernas un bosque que le sobresalía y yo me fijé en que los chicos no la miraban nunca, estaban conectados con el juego. En la calle nadie te dice nada. No hay ni piropo ni agresión de macho canchero. Eso sí, un tipo se te acerca y te pregunta ‘¿querés coger conmigo esa noche?’. ‘Ah ¿no? Bueno’”.

Modelos son las nuestras

En una colección de Chunchunas pasadas está la que dice “Fammi Guauauu” con la voz ronca que se asocia con una noche durante la que los cuerpos hacen el amor hasta dejar las sábanas plisadas como un abanico, la que viaja en el Charter para recibir a Perón y se alarma ante una Ezeiza militarizada, la que apisona el piso de una casilla en la Villa 31, la que con un vestido de bambula y collares de canutillo sostiene en las manos un juego de cartones que forman la cifra 1970 –una época que peroniza hasta a las chicas de tapa–, la que se banca el exilio tejiendo sueters de telar, lana cruda y medallas antiguas, la que encarna a una ex detenida desaparecida en La historia oficial a pesar de que a ella –lo dice conculpa y no es del todo cierto aunque ella no mienta– no le pasó nada-de- nada.

–El mito favorece la idea de que una mujer se politiza casi siempre a través de una relación de pareja.

–No fue mi caso. El hermano de mamá era un tipo muy importante dentro del peronismo y en el ‘55 hubo un período chico en que él se escondió en casa junto con una cantidad de tipos entre los cuales estaba el Bebe Cooke. Yo adhería a lo que decían, pero nunca intentaron convencerme de nada. Más bien yo estaba en que si el chico que me gustaba me miraba o no. Pero me interesaba lo que yo oía ahí, en el living de casa. Y después a medida que empezaron a suceder los acontecimientos, ahí sí, sensiblemente me empezaron a interesar esas cosas no por sólo una cuestión de lo que había oído que era lo sensato, lo justo, lo que tenía que ser, sino porque empecé a despertar. Pero ya en ese momento tenía mis ideas y esas charlas eran totalmente familiares: por otro lado estaba con una cantidad de gente que era totalmente contraria. Eso quedó ahí. Pasó el tiempo y durante un momento me planté: “yo no hago nada por nadie”. Fue entonces que lo conocí a Carlos Mugica, me lo presentó Elena Goñi. Lo conocí en su casa y me deslumbró. Le dije “a mí me gustaría trabajar con vos”. El me propuso que fuera a la villa: “Vos podés hacer para que ellos mejoren un poquito sus viviendas”. Entonces yo iba a la villa y preguntaba: “¿No le gustaría que apisonemos?”.”¿No quiere una ventana acá?”. Ya antes de conocer a Mugica había trabajado en la comisión para familias de detenidos. Fue así como lo conocí a Pino. Porque se me había ocurrido: “Si yo contrato la película de este tipo y le damos las entradas a una clase que quiere verla, eso va para los familiares de los detenidos”, y como él era muy amigo de este tío mío yo le dije”. Che, César, ¿por qué no me conectás con Pino para que yo le pueda pedir la película de cine liberación?”. “Mirá, justamente tenemos una invitación para ver un estreno de Vallejos y me dijeron que te invite”. Así que fui y ahí nomás se la pedí.

–¿En qué medida se comprometió políticamente?

–Nunca pretendí ser un cuadro ni nada parecido. Pero siempre pensé que era una obligación cívica que, si estás con una dictadura, con alguien no elegido, uno tiene que comprometerse de alguna manera y trabajar. En la villa, mi relación con la gente era buena porque a mí la gente me gusta, sobre todo la gente joven, los tipos que no estaban totalmente hechos mierda o los que te decían “Mire, señora, no sé”. “¿Quiere ventana?”. “No, señora”. Pero estaba la generación de los hijos que tenían una polenta bárbara y mucha fuerza y mucha gente grande que no había caído. Después en un momento dado que no había un mango, Carlos empezó “Fulana y Fulano tienen que ir al hospital. ¿Por qué no los llevás, porque sino no los atienden”. O a rehabilitación de la polio. Lo hice. Y de repente me pareció que eso no estaba bien, que estaba haciendo beneficencia. “Ay, usted es Fulana”, me decían a mí, entonces atendían a la persona. “Si viene solo –pensaba yo– va a seguir igual”. Y al mismo tiempo me decía “pero si yo los llevo, los atienden”. Por un lado pensaba que si no lo hacía más era como largarlos, por el otro que eso no servía para nada. Estaba en esa disyuntiuva. Ahora pienso que hay que hacer igual. En ese momento no lo tenía claro, pero ahora sí. Si alguien me pide en la calle yo le doy, no sirve pero me quedo más tranquila, no me siento tan culpable. Y es cierto que uno de ese modo lava su conciencia, pero además de lavar su conciencia por ahí hay alguien que realmente tiene hambre, que ésa es la otra, y la moneda le viene bien y, si quiere tomarse un vaso de vino, que se lo tome. Si le das para un vaso de vino a un tipo que tiene ganas, ¡qué placer que va a tener! Mi trabajo era ése.

–Usted estuvo prohibida.

–En la apertura política de comienzos del gobierno de Lanusse en televisión. En un programa que había que era “Uno contra todos”, o “Todos contra uno” me preguntaron si yo prefería a una cantidad de políticos o jefes de Estado. Y yo dije “Perón por supuesto”. Realmente lo dije como una boluda alegre, porque siempre decía lo que pensaba. Yo no creo que fuera una boluda sino distraída. Porque yo tardo en darme cuenta... Por ejemplo, si vos me decís una ironía terrible, yo me quedo mirándote así y después cuando llego a casa digo “¿por qué me sentí tan mal? ¿Por qué me dijo eso?”. No soy de esas cancheras que tiqui tiqui tiqui en el juego verbal. Yo no me quería ir por nada de acá. En aquella época mi casa era tipo aguantadero. Yo tenía las chicas que eran chicas y vivíamos en un lugar con un portero, un gallego terrible que me decía “Acá vino una gente que me pregunta si usted sale con paquetes o sin paquetes ¿Qué les digo?”. Empezaron a matar a muchos. Estábamos todo el tiempo viendo si te tocaban el timbre después de las diez, si el ascensor subía o bajaba. Como yo vivía en el último piso les decía a unos amigos que vivían abajo: “Si viene alguien, yo tengo todas las sábanas agarradas y me tiro abajo”. De repente estaba una prima mía con su marido en casa y eran como las diez de la noche. Estábamos charlando y tomando un café, cuando escuchamos un ruido terrible. “¿Eso no fue una bomba?”.”No sé”. Y era una bombaza que había estallado a dos cuadras. Estaba tan incorporado que no la registrabas.

–¿En qué momento se exilia?

–Me fui afuera porque en un momento dado hubo una inundación e iba todo el mundo a ayudar. Y venía la cámara y hacía así, me eludía. Hasta que alguien me dijo “vos no podés salir en cámara porque estás prohibida”. Entonces yo tenía un negocio que se llamaba Moza en la calle Parera y donde estaba mamá. Yo no lo cerré, porque a ella la divertía. Mamá me decía “mirá acá todo el tiempo hay un auto parado .-¡en la calle Parera nada que ver!– con unos señores” y mamá que era rapidísima como una luz, una o dos veces me lo dijo, porque después me confesó que no me lo contaba para no asustarme, pero iba la gente y decía “yo soy periodista, vengo a hacer una nota, ¿a qué hora viene Chunchuna?”. Y como mamá me conocía y sabía que yo era muy puntual y, si alguien me iba a ver, yo le decía “¡Qué raro! ¿A qué hora le dijo? Porque ella es muy puntual. Lo que pasa es que hoy se fue a Mar del Plata?”. Entonces veía que el tipo se iba y se quedaba adentro del auto. En un momento se fue Pino que era mi compañero en ese momento y que me decía “venite, venite”. Y hablé con este tío mío que me dijo “Si no tenés miedo y te la bancás, quedate”. Me fui el 3 de octubre del ‘76.

–Ahí la vida se pone dura.

–Durísima ¿viste? Yo siempre digo “la pasé muy mal, pero me hizo bien”. Me hizo bien, porque estar movilizada hace que vos empieces a salir como persona, escapás de todas esas miradas que dicen esto sí, esto no, te das cuenta de que sos otra parecida a la anterior y eso te gusta. Porque al principio tenés que hacer todo, caminar, caminar y caminar y la sensación es que sos como una planta que no tiene raíces. Pero como en todas las cosas terribles uno puede sacar algún rédito: saber quién es uno, darles valor a las cosas por lo que son, no por lo que uno imagina que son. Por ejemplo, allá era muy importante la amistad. Era una cosa que se transformaba en fundamental. Yo soy muy de tener amigos, sobre todo amigas, muy amiguera, pero allá si alguien te decía “vamos a tomar un café a las tres”, había que estar a las tres en ese café, porque sino el otro se sentía muy mal. Cosa que si alguien te decía “voy a estar a las 4 de la mañana parado en esa esquina, vos llegás y haceme señas con la luz de que tu auto está llegando”, como a mí me pasó al llegar a una ciudad. Yo sabía que ese señor iba a estar allí.

–¿Con esas experiencias trabajó para hacer tu papel de La Historia Oficial?

–Tenía muchísimos casetes con testimonios grabados, además yo había estado con mucha gente en Francia a la que le habían pasado cosas. Las madres iban para allá, siempre las veía. Yo escuchaba cómo ellos contaban todo. Ni una lágrima. “Vino, me pegó acá, me puso la picana, estuve tantos días tirada ..” Y cuando Puenzo me ofreció este papel, me pareció extraordinario porque yo quería demostrar que podía ser actriz y me pasé años trabajando y estudiando y nunca me ofrecían nada. Yo pensaba “a mí nunca me van a dar un papel comprometido, sino el de una señora que juega al bridge”. Cuando él me ofreció el personaje, fue extraordinario para mí. “Mirá que es un papel muy difícil, muy complicado.” Era lo que yo me imaginaba. Lo llamé a Luis: “Estupendo”. “No, no lo vas a poder hacer”. “Yo te hago todas las pruebas que vos quieras, por favor.” Entonces me puse a oír muchos casetes de gente dando testimonio. Nunca había estado presa, nunca me hicieron nada de nada y entonces al principio hice una prueba, para que me viera él y su equipo que por ahí era importante que me aprobara. Después tuve que hacer otra prueba para que Norma Aleandro meaprobara. Hice ochenta mil pruebas. Finalmente a todos les gustó y lo hice. Lo único que en un momento dije es: “Mirá, para mí hay un solo problema: yo creo que el llanto está de más porque toda la experiencia que tengo de haber oído a la gente, ni una lágrima, al contrario una distancia. Incluso mi tío que había estado preso y que me contó cosas horribles que le habían pasado, cuando las contaba, se reía. Nunca había nada de congoja ni de pena por uno mismo –porque finalmente uno llora porque se apena por uno–, y entonces Puenzo me dijo una cosa que para mí fue fundamental y que es un mérito de él, me dijo “Sí, pero es la primera vez que se lo contás a tu amiga del alma”. Y eso tuck, me cambió todo, porque si vos lo contás ante la Comisión de Derechos Humanos es otra cosa, porque vas pertrechado, pero si se lo contás a tu mamá, a tu hermana, a tu amiga es probable que te permitas llorar.