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La Rowling, aprendiza de celebridad

Con su saga de Harry Potter, la escocesa J.K. Rowling protagoniza un fenómeno editorial sin precedentes. Ahora que la Warner ha capturado a su criatura para hacer la película, es posible que el aura mágica que rodea al personaje se diluya en merchandising. Pero Rowling corre el riesgo, para lo que le pagan muy bien.

 

Por Moira Soto

Le creemos mucho, poquito o nada? Joanne Kathleen Rowling, la exitosísima creadora de Harry Potter, se obstina en repetir que ella no es una celebridad mientras sus libros se venden por millones –más de treinta y cinco–, se anuncia el rodaje del primer tomo de la saga con alto presupuesto y la propia autora –con cierto aire de fatiga, es verdad– ha estado viajando por Gran Bretaña en un tren anteriormente reservado a la realeza, rebautizado Hogwarts Express en homenaje a la Escuela de Magia y Hechicería en la que estudia el joven y celebérrimo héroe que, entre otras aventuras, ya anduvo detrás de la piedra filosofal.

Para no considerarse una celebridad, la escritora de 34 años, que hasta hace poco pagaba una consumición mínima en el café Nicholsons de Edimburgo a fin de poder escribir al calorcito mientras su hija de meses dormía a su lado, se manejó con envidiable naturalidad en el suntuoso tren, yendo del camarote al coche restaurante. Es que Rowling, la nueva rica –riquísima– no tuvo más remedio que hacer promoción de su último opus, Harry Potter y el cáliz de fuego (así se llamará en la futura edición local), de estación en estación, siempre recibida por cientos de chicos desesperados por obtener una dedicatoria firmada, y por numerosos fotógrafos y cámaras de TV. Ella sonríe con ese gesto un poco fruncido que la caracteriza y concede algunas notas exclusivas para reiterar con acento todavía pasmado –ya va por el cuarto año de suceso creciente– que no se explica la pasión mundial desencadenada por Harry Potter, que nunca esperó semejante popularidad. En la Argentina, sin llegar a las cifras siderales de otros países, los tres libros editados por Emecé figuran en la lista de bestsellers, en el primer lugar siempre Harry Potter y la piedra filosofal. En total, se han vendido 150 mil ejemplares de los tres tomos.

El hechizo de Hollywood

Basta mirar la foto que figura en la solapa de la primera edición local de ... y la piedra filosofal, y compararla con una de las últimas tomas, publicada en el diario español El País, para advertir que Joanne Kathleen –que empezó firmando J.K. para no provocar desconfianza en los varones más jóvenes– no es la misma de hace poquitos años. La pelirroja ha aclarado su pelo, suavizó el maquillaje de sus ojos y ahora gusta de incrustarse un sombrerote de terciopelo estilo Sarah Kay que la aniña un poquitín. Ciertamente, la novelista favorita de los chicos puede comprarse una bonetería completa, que para algo está en el puesto 25 de la lista Forbes. Y va a seguir trepando, porque a la venta ascendente de sus libros y el pago suculento de la Warner por los derechos para el cine, tendrá que agregar –como para no andar por ahí, fatigada– los réditos del merchandising.

Porque resulta que J.K. finalmente quebró su palabra de que no permitiría que se fabricaran muñequitos, mochilas, sábanas, ni ningún otro producto inspirado en Harry Potter: “Lo sé”, le respondió cansadamente al periodista de Newsweek, como si intentara justificarse. “Warner Brothers me ha abrumado, me he quedado sorprendida con la cantidad de información que me han dado, de las reuniones a las que me han invitado. Todo lo que puedo decir a cualquiera que esté preocupado (por la salida de los productos comerciales, claro) es: por favor, confíe en mí, estoy luchando en su mismo bando”. ¿La entendimos bien? ¿Rowling tuvo que ceder frente a los magos de Hollywood porque le hicieron algún hechizo? ¿Qué es eso de “luchar en el mismo bando” –es decir, el de los lectores que hubieran preferido que Harry Potter no alentara el consumismo con su efigie– mientras hace crecer su ya exorbitante cuenta de banco?

Sin duda, debe ser arduo resistir el éxito, la adulación, las presiones... Pero hasta hace muy poco Rowling decía que “su peor pesadilla” era que “Harry Potter apareciese en las cajas de fast-food”. Por supuesto, fue antes de que perdiera el control (sobre sus promesas), y ahora, agobiada por los records absolutos de venta del cuarto libro de la saga (la primera tirada de Scholastic, en los Estados Unidos fue de 3.800.000 volúmenes), por los títulos honoríficos recibidos en diversas universidades, por las correcciones del guión cinematográfico de Harry Potter y la piedra filosofal y la búsqueda del crío apropiado para protagonizar el film, la escritora ha pactado. Evidentemente necesita justificarse: “La gente tiene que entender que nadie podría sentirse tan protector como yo con estos personajes. Si fuera mal, me dolería a mí más que a nadie”. Considerando que el director de la primera entrega será el mediocre Chris Colombus –Mi pobre angelito, Mrs. Doubtfire–, se podría deducir que la señora Rowling carece del suficiente tino como para cuidar a sus criaturas literarias en su pasaje a la pantalla.

Los trabajos de Harry

La historia onda Cenicienta de J.K. Rowling ha sido lo suficientemente divulgada últimamente, lo que nos ahorra dar detalles de su crianza en Escocia; sus estudios de francés y literatura, su casamiento fugaz con un periodista portugués; su regreso a Edimburgo sin marido, pobre y con una beba; la escritura de Harry Potter en bares; el rechazo de varias editoriales hasta la aceptación de Bloomsbury que, de movida, publicó un limitado número de ejemplares y el suceso incontenible, arrollador. “De verdad que jamás me he sentado a pensar qué les gustará a los niños”, aclara ahora la escritora. “Lo cierto es que me sentía emocionadísima con la idea cuando ocurrió, porque pensé que sería divertidísimo escribirla. De hecho no he leído mucho de literatura fantástica. Bueno, leí El señor de los anillos cuando tenía catorce años.”

Precisamente, los críticos literarios han asociado las historias de Harry Potter con J.R.R. Tolkien, pero también con Lewis Carroll, C.S. Lewis, James Barrie, Beatrix Potter (el apellido es pura casualidad, Rowling lo eligió para su héroe en recuerdo de un amigo de la infancia), Susan Cooper, Diana Wynne Jones, Roal Dahl. Así como ha sido elogiada por unos –incluido el mismísimo Stephen King, que alivió su convalecencia de un terrible accidente con las aventuras de Harry–, Rowling ha sido defenestrada por otros como el crítico del británico The Observer, para quien la saga equivale a “dibujitos de Disney en palabras escritas”. Los que están a favor consideran que el último libro, Harry Potter y el cáliz de fuego, de ¡734 páginas! en la edición norteamericana, es el mejor de todos en cuanto a despliegue de imaginación, estilo literario, temática más abarcadora, personajes más complejos. Este tomo está justo en el medio de la serie, que comprenderá siete entregas. Es decir, hasta el momento en que Harry termine su peculiar secundario y se reciba de bachiller en magia y hechicería en Hogwarts. Sin embargo, a diferencia de Tolkien, que creó un mundo paralelo puramente imaginario por lo cual su obra se inscribe en lo maravilloso, Rowling arranca su primera novela con escenas de la vida cotidiana en el 4 de Privet Drive, Little Whinging, Surrey. El señor y la señora Dursley, los repelentes tíos de Harry, son completamente vulgares y corrientes. Están encantados de ser normales y desaprueban la imaginación. Se han hecho cargo a su pesar del misterioso sobrino y lo maltratan bastante. El que más se ensaña es Dudley, el malcriado hijo de los Dursley. Como es de rigor en los cuentos de hadas y generalmente en los relatos para chicos, Harry sobrelleva una infancia desdichada, aunque cada tanto, sin poder explicárselo, produce hechos extraordinarios por los que es debidamente castigado. Afortunadamente para él, a los diez años suena la hora de la liberación y del reencuentro con su identidad: Harry es convocado a estudiar en Hogwarts y se entera de que sus padres –un mago y una bruja– fueron asesinados por Voldemort, una especie de Lucifer, un hechicero que se dio vuelta y es el supervillano de la saga. El chico, a pesar de toparse con enemigos menores y mayores, se sentirá en su verdadero hogar y aprenderá muchísimas cosas. No por nada, el equipo de primer año de la escuela exige, por ejemplo, el Libro Reglamentario de Hechizos, de Miranda Goshawk; Mil y Una Hierbas Mágicas, de Phyllida Spore; Las Fuerzas Oscuras, Guía de Autoprotección, de Quentin Trumble. Y, desde luego, un sombrero puntiagudo, un caldero de peltre y varitas (la correspondiente a Harry es de acebo y pluma de fénix: los seres mitológicos –centauros, etc.– abundan en el Bosque Prohibido). Para obtener su escoba propia, el protagonista deberá esperar la continuación de la saga. De todos modos, Harry –además de resolver enigmas en el más puro estilo Hercules Poirot o Miss Marple– se revelará ya en ...y la piedra filosofal como un diestro piloto de escobas voladoras, una habilidad que le viene de casta, claro está, y que le servirá para lucirse jugando a Quidditch, el deporte de los aprendices de magos.

Sin duda, las arriesgadas y sorprendentes aventuras de Harry Potter no serían lo mismo sin la presencia y la colaboración de sus compañeros Ron Weasley y sobre todo Hermione Ganger. De entrada, la niña no le cae bien a Harry: tiene tono de mandona, parece de lo más legalista y traga, manifiesta una fastidiosa tendencia a sermonear. Pero nadie es perfecto en estas crónicas: el propio Harry tiene sus flaquezas e inseguridades. Hay una pelea y un distanciamiento entre los chicos, pero poco después Harry salva a Hermione de un horrible trasgo. Y, según Rowling, “hay cosas que uno no puede compartir sin terminar unido: derivar a un trasgo de tres metros y medio es una de esas cosas”. Poco a poco, Hermione afloja su rigor, aunque se empeña en que los chicos no se copien para que aprendan de verdad. En el momento más difícil, Hermione descubre la respuesta a un enigma: “Esto no es magia, es lógica. Un acertijo. Muchos de los más grandes magos no han tenido ni una gota de lógica”, comenta enfervorizada y enseguida deduce la aplicación de siete botellas. “No soy tan bueno como tú”, reconoce Harry. Y Hermione le responde: “¡Libros! ¡Inteligencia! Hay cosas mucho más importantes: amistad, valentía”. Empero, Hermione es muy inteligente y le gusta estudiar, así es que no podrá evitar que a fin de año la distingan como la mejor del curso y le den un premio extra por haber usado “la fría lógica para enfrentar el fuego”.