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SOCIEDAD

Musulmanas

Lejos de la imponente y flamante mezquita de Palermo, en otro templo de Floresta, un grupo de seguidoras del Islam explica qué creencias, qué actitudes y qué ideas tiene reservado el Corán para las mujeres. Sobre su forma de vestir, dicen que “el pañuelo es una cuestión islámica que tiene que ver con el recato de la mujer dentro de la sociedad. Si se analiza fuera de contexto, puede pensarse que el hombre la maneja, y eso sería un análisis simplista y erróneo”.

Por Marta Dillon

Matsuma habla lentamente, del mismo modo en que se mueve y sonríe. No hay prisa en sus gestos, ella no corre contra el tiempo como casi todos en las grandes ciudades. De hecho el tiempo para Matsuma tiene su propio ritmo, un ritmo constante y cíclico que iguala las estaciones y los años, es el tiempo que señala el Corán, el libro sagrado de los musulmanes que ordena los ritos y las rutinas de hombres y mujeres. Cinco rezos diarios, un mes de ayuno cada año, una sura para reflexionar cada día. Y Matsuma se siente cómoda y segura con esas pautas, es difícil que los días traigan sorpresas o que éstas alteren el rito sagrado de las “súplicas”. Es una estudiante de medicina de 35 años, casada, dos hijos y una responsabilidad religiosa que asume con orgullo, ella es quien guía espiritualmente a las mujeres que acuden a la mezquita de Floresta, mucho más modesta que la recién inaugurada de Palermo a la que Matsuma admira aunque es crítica de los poderes políticos que alentaron su construcción. “La mezquita cumple un rol social, es un lugar de encuentro, las súplicas hacen que el hombre se encuentre consigo mismo, le recuerdan su origen, muchas veces en la vida nos creemos omnipotentes y está muy bien que el hombre construya el mundo, pero no nos desvinculemos de nuestro origen”. Esa podría ser una de las explicaciones que se da esta mujer religiosa, que vive “el Islam a cada momento”, para las dimensiones extraordinarias del edificio de la nueva mezquita, como si ese contraste entre el tamaño del hombre y el tamaño de “la casa de Dios” tuviera que tener un correlato físico, más concreto que eso que dicen las escrituras. De todas maneras, Matsuma, como el resto de las mujeres reunidas en un salón de su modesta mezquita, desliza su desacuerdo con el reino de Arabia Saudita bajo cuya protección está la mezquita de Palermo: “Hay una paradoja en algunos países orientales donde los pueblos están adormecidos, que tienen un Islam que quedó en cuestiones de forma. Hay muchos lugares donde existe la monarquía cuando en el Islam no existe esa forma de gobierno”.

Hay un recelo intermitente entre estas mujeres que cubren su cabeza con un pañuelo siguiendo la tradición que señala la religión que profesan. Es como si siempre estuvieran a la defensiva, como si estuvieran demasiado acostumbradas a comentarios que para ellas sólo son “fruto de la ignorancia y los prejuicios”. “El pañuelo es una cuestión islámica –dice Matsuma–, tiene que ver con el recato de la mujer dentro de la sociedad. Si se analiza fuera de contexto, la sociedad puede ver en el pañuelo que la mujer está oprimida, que el hombre la maneja. Sería un análisis simplista y erróneo. Es lo mismo que pensar que la mujer que hace topless es una mujer libre de manipulaciones”. Y cualquier mujer occidental sabe que no es así. Pero Zulema, una mujer de 37, sabe que es fácil hablar de simple recato cuando es posible elegir. En la comunidad musulmana de Buenos Aires, y en general en todo el país, las mujeres no sólo puedenoptar por usar el pañuelo –ésa es la única denominación que usan para hablar de la forma en que se cubren la cabeza– cuando no están en la “casa de Dios”, si no que además, ésa es una decisión a tomar cuando la religión, “el Islam es vivido con el suficiente coraje porque no es fácil; éste es un país multicultural, pero hay culturas que tienen privilegios que nosotras no tenemos”. Zulema optó por el pañuelo siendo una persona adulta, con un trabajo fijo en un supermercado en el que fue supervisora durante 14 años. Y fue esa opción, la de hacer pública su condición de musulmana cubriendo su cabeza en todo momento, la que la dejó fuera de ese circuito laboral. “Me echaron de inmediato, no pude ni siquiera protestar. En la mezquita me dijeron que podía hacer juicio por discriminación, pero yo no soy de la idea de litigar porque para mí el único que puede juzgar es Dios”. Ahora, esta mujer que apenas puede decir en voz alta que es divorciada de un hombre cincuenta años mayor que ella trabaja en una panadería árabe y ya no tiene que dar explicaciones sobre su atuendo. Pero “igual tengo problemas, por eso es una decisión difícil el pañuelo, nunca falta el que dice ‘no es Carnaval para que andes disfrazada’ o cosas mucho peores”, dice.

“El Corán no considera que la mujer tenga que cambiar su vestimenta para evolucionar. Justamente es una protección y una valoración del cuerpo de la mujer. Su atuendo le da libertad para manejarse en la sociedad sin ser molestada, sin hacerse valer a través de su cuerpo, para evitar ese uso de la mujer objeto, la mujer muñeca”, explica Matsuma, que además de pañuelo usa el hiyab, una larga túnica oscura que la cubre hasta los tobillos. El resto de las mujeres usan ropa holgada, pero pueden optar por las polleras a media pierna y camisas de manga larga. Así aceptan el pedido expreso de respetar la mezquita impreso en carteles que cuelgan en las salas de rezos. “La vestimenta se usa en la casa de Dios y delante de los hombres, después las mujeres vamos a la peluquería, nos maquillamos, tenemos todas las libertades de cualquiera. Delante de nuestros maridos y de todos aquellos que sean consaguíneos podemos estar sin pañuelo. Y por supuesto, entre mujeres no hace falta cubrirse”.

Dotes, divorcios y contratos

Aun cuando la tradición en los países musulmanes sea arreglar los matrimonios, la necesidad de integración de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes de los países árabes han cambiado esa costumbre. “Siempre es mejor que la familia esté de acuerdo porque es importante para nosotras, pero no quiere decir que tengas que hacer lo que tu padre te dice, eso ya no es posible”. Samira tiene 23, usa pañuelo blanco y sueña con tener su propia familia. Hace un tiempo estuvo enamorada de un “hermano católico” que conoció en un baile de un club árabe abierto a la comunidad y el rechazo de su familia terminó con el romance. “Podría haber luchado, pero preferí esperar, alguna vez se va a cumplir mi sueño”.

“El Islam tiene un sistema muy interesante porque hay sabios, jurisconsultos que constantemente están estudiando el libro sagrado y pueden producir otras leyes en las que el intelecto y la razón son fundamentales. Habiendo este sistema de constante revisión se podría preguntar por qué el tema de la mujer no ha cambiado con los tiempos -reflexiona Matsuma–. Pero lo cierto es que la mujer musulmana, igual que la occidental, ha sufrido opresiones desde el principio de la cultura y libra una lucha permanente por su participación en la sociedad, porque el Corán sólo hace diferencias de roles, pero no de valor. Incluso hay algunas ventajas, por ejemplo el hombre está obligado a dejar lo que gana en la casa, es el deber de manutención. La mujer puede trabajar y no tiene ninguna obligación de entregar el dinero al marido o en la casa, puede usarlo para sí”. Lo cierto es que el Corán, que tiene un extenso capítulo –o Sura– dedicado a las mujeres, ordena castigos para ellas, entiende que deben ser adquiridas mediante generosa dote –en caso de mujereslibres que en el Corán es sinónimo de creyentes– y que los hombres sin recursos tienen que tomar como esposas a las esclavas –pueden ser extranjeras o prisioneras de guerra– que cuentan con la única ventaja de recibir medio castigo cuando así lo merecieran. Los castigos están asociados sobre todo al adulterio, pero con la salvedad de que hay que comprobarlo mediante cuatro testigos. Según Matsuma, en nuestro país no es ley lo referido a castigos y contratos matrimoniales, pero hay otras costumbres que sí están en uso, por ejemplo el matrimonio temporario. Mariana, a los 24 y mientras sigue la carrera diplomática, se casó temporariamente con un hombre de la comunidad. En su caso el plazo fue de seis meses, un acuerdo al que llegó con su novio y que bendijeron ambas familias. Entre ellos pueden comportarse igual que cualquier pareja casada, sólo que al final del plazo tanto uno como otro podrán optar por seguir adelante o no, aunque la mayor parte de las veces la decisión corresponde al varón o al padre de la novia. Cuando hay hijos de un matrimonio temporario, el padre tiene la obligación de alimentarlo, pero si la pareja no funciona no tiene ninguna obligación para con la mujer. “Casarse es para toda la vida y a mí me parece bien probar, además si no funciona la mujer no es deshonrada”.

El divorcio como la planificación familiar son aceptados y en el primer caso incluso reglamentado por el Corán que no exime nunca al hombre de mantener a la mujer “que se haya portado correctamente”. A diferencia de otras religiones tradicionales, los musulmanes creen que hay vida humana no desde el mismo momento de la concepción sino después de que el embrión se formó y tiene aspecto humano por lo que hay menos restricciones en cuanto a la anticoncepción. El sexo es algo sagrado no por su función reproductora sino porque “cuando hay amor y dedicación de los amantes es posible encontrarse con Dios”, como lo sintetiza Anina, de cuna iraní y profundamente agradecida a su marido porque le permite viajar cada año a visitar a su familia.

“Somos una comunidad grande y muy discriminada porque los medios de comunicación no son objetivos y los atentados nos mancharon a todos. Pero cada vez tenemos más actividad con otras religiones y todos los años nos reunimos con las hermanas cristianas de la Liga de Madres de Familia y a esa reunión también van las hermanas judías”; Matsuma cree en la integración, pero sabe que es difícil, como también supone que es difícil para “algunas hermanas judías cubrirse el pelo, porque ellas también lo hacen. Lo que pasa es que éste puede ser un país multicultural, pero hay privilegios y muchos prejuicios. Las monjas católicas pueden usar sus hábitos en la calle y nadie les dice nada. A nosotras en cambio nos dicen que nos saquemos el disfraz. ¿Por qué?”. La pregunta, sin respuesta, queda flotando en la mezquita, es hora de las súplicas y ya no hay tiempo para palabras.