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ENTREVISTA

 

Una mujer de carrera

 

Elsa Kelly es una diplomática de carrera que fue vicecanciller durante el gobierno de Raúl Alfonsín. Militante radical, durante la dictadura pidió dos años de licencia y se fue a Harvard. Ahora acaba de ser designada embajadora argentina en Italia.

 

 

Por Sandra Chaher

Credenciales y méritos le sobran, y ahora se agrega uno. Elsa Kelly acaba de ser designada como la representante argentina ante el gobierno de Italia, y eso es una muestra sobrada del reconocimiento a su trayectoria como diplomática de carrera. Esta mujer terminante y a la vez tímida fue vicecanciller durante el gobierno de Alfonsín y una de las principales negociadoras del conflicto del Beagle. También diputada radical a comienzos de los ’90, y convencional constituyente por la Ciudad de Buenos Aires, aunque se molesta cuando se le pregunta si su militancia partidaria no puede haber influido en su designación. Cultiva la dignidad y reverencia la excelencia, planteándose a la vez si esta última no funciona como excusa para frenar a las mujeres.
–¿Es la primera vez que una embajadora es designada a un destino tan importante como es un país del Grupo de los 8?
–No. Hasta donde recuerdo, hubo dos embajadoras en Canadá. Una de ellas, Susana Ruiz Cerrutti, una profesional maravillosa, además fue la representante argentina para la defensa de nuestro país en el tema Lagunas del Desierto. Ella ganó totalmente ese juicio: el 100% del caso fue a favor de la Argentina, cosa que yo creo que nunca se publicitó porque no le cayó muy bien a Chile. Eso fue un verdadero triunfo de ella y del servicio exterior profesional, porque no se contrató a ningún abogado extranjero ni nada. El servicio exterior argentino es muy bueno, a la par de cualquier otro del mundo.
–¿Cuán difícil le resultó ser funcionaria de gobiernos con los que no acordaba ideológicamente?
–Ejerzo el cargo con la misma lealtad e idoneidad hacia el gobierno que esté en ese momento en el poder. Porque aun no estando de acuerdo con ese gobierno, yo no hago cosas con las que no coincido, sino con las que me siento cómoda, como me ocurrió durante el gobierno del presidente Menem, que el canciller Di Tella me designó directora general de Asuntos Ambientales, que es el cargo que desempeñé desde el ’96 hasta el ’99. Antes había sido diputada nacional por el radicalismo, para lo cual pedí una disponibilidad en el Ministerio que cortó mi vinculación con el Poder Ejecutivo. La conciliación es muy sencilla: cuando uno hace política, corta la vinculación con la carrera, y cuando volvés a la Cancillería dejás de hacer política.
–Sin embargo, su designación como embajadora en Italia no puede desligarse de su militancia radical.
–No tiene nada que ver. Yo voy a Roma como embajadora de carrera. Esto no es una designación política, espero. No tengo idea si el Presidente pensó en mi afiliación al radicalismo. Guillermo González, el embajador en Estados Unidos, es un diplomático de carrera, y que yo sepa no es radical.
–¿Cuáles son los objetivos políticos de su misión?
–El Gobierno está particularmente interesado en la intensificación de la relación económica con la Unión Europea. La idea es alentar las inversiones en el país, las exportaciones de Argentina hacia Italia, y fundamentalmente la experiencia que tiene la pequeña y mediana empresa de ese país. Queremos intentar que las pymes argentinas y las italianas puedan unirse en algún tipo de actividad económica productiva que cambie un poco la situación en la Argentina, sobre todo en lo relacionado con el desempleo, porque se piensa que la riqueza de Italia, de alguna manera, se ha formado sobre la base de esta pequeña y media industria.
–Usted fue vicecanciller desde 1983 a 1985, tuvo un papel muy importante en la negociación del Beagle, fue diputada y, sin embargo, siempre mantuvo un perfil muy bajo.
–Yo soy una persona más privada que pública. Y creo que sirven más las discusiones lentas, profundas, que los fuegos de artificio, excepto que lo que esté de por medio sea una denuncia. Yo ingresé en el Servicio Exterior en el año ‘62, y te digo que nunca se me habría ocurrido empezar a trabajar en temas políticos sino hubiera sido porque en un momento me sentí perdida. Uno es diplomático de qué, ¿qué es este Estado?, me preguntaba durante la dictadura de Onganía, que fue cuando me acerqué al radicalismo. Yo comprendí muy tempranamente que un funcionario del Estado, sobre todo cuando ejerce una función diplomática, tiene que tener un cable a tierra. Porque siendo profesional no es lo mismo cuando vos tenés una posición política sobre cómo debe ser el sistema político para el que trabajás, que de alguna manera te ubique dentro de lo que yo llamaría “los buenos” y fuera del campo de lo que vos no estás de acuerdo. Después las cosas se fueron agravando y agradecí tener una militancia política, porque sostuve coherentemente una posición.
–¿Qué significa sostener coherentemente una posición en el marco de una dictadura?
–Es oponerse internamente a las cosas que te parece que están mal. Y tuve conflictos por eso, no extremos, pero me fui dos años durante la última dictadura. Me presenté a un concurso en la Universidad de Harvard y pedí una licencia extraordinaria sin goce de sueldo. De todas maneras, yo siempre creí que eran los militares los que tenían que irse y no nosotros. Yo me fui porque me resultaba terriblemente incómodo estar acá.
–Usted es divorciada, ¿la designación de una embajadora, que va sin marido, es más complicada que si fuera un hombre divorciado, o una mujer acompañada?
–El tema de la discriminación contra la mujer es un tema real en todos lados. Pero para quien trabaja para el Estado es más fácil, porque el Estado tiende a establecer más garantías que el ámbito privado. Pero no creo que el hecho de ir sola a un destino sea un obstáculo, somos legión los divorciados en Cancillería.
–Hace dos años, las mujeres del Servicio Diplomático se manifestaron ante declaraciones del embajador argentino en Perú que pusieron en evidencia la discriminación que había dentro de Cancillería. ¿Marcó ese hecho un hito?
–No hay nada formalizado, pero sí hablamos mucho entre nosotras. Cuando hay una situación que afecta a una mujer por razones de género, generalmente sale alguna de nosotras a pelearla. Pero no hay, cómo te diría, un sindicato de los derechos femeninos. La solidaridad aparece ante un hecho determinado y no es sólo de las mujeres sino también de algunos hombres. El caso de Posse no marcó un antes y un después, lo que pasó fue que tuvo más repercusión que otros hechos similares.
–En ese momento, el canciller Guido Di Tella prometió una Ley de Cupo para el Servicio Exterior, que nunca se concretó. ¿Usted cree que es una herramienta útil para lograr mayor igualdad?
–Yo creo que hay que promover a la gente capaz, hombre o mujer. El tema es cuando hay mujeres capaces que no se las promueve y ahí es donde creo que una se tiene que jugar. Ahora, promover a una persona incapaz porque es mujer tampoco me suena razonable. Yo no creo que tenga que haber una Ley de Cupos. Creo que, por ejemplo, concursar puestos es un instrumento mucho más adecuado. Otra cosa es en la Cámara de Diputados, que es un cuerpo colegiado, donde uno lo hace para que las mujeres empiecen a desarrollar una actividad política.
–Antes señalaba que toda sociedad es discriminatoria. ¿Cree que en ese marco es posible que todas las mujeres capaces puedan llegar? Pensar así significa presuponer que todos los funcionarios varones son excelentes.
–Estoy de acuerdo. Estamos hablando siempre sobre la base de igualdad de condiciones.
–¿No existen acaso hombres que no son lo suficientemente idóneos y son embajadores?
–Sí. Uno podría pensar que si no todos los que llegan son idóneos, que al menos haya cierta paridad. Pero lo ideal para mí es que llegue el idóneo, si es mujer, mejor. (Piensa.) Quizá lo que hay que hacer para lograr eso es organizarse y presionar más en lo interno, y también desde las organizaciones de mujeres.