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MODA

Costurera punk Vivienne Westwood:

En el London Museum hay una muestra retrospectiva de las obras de la famosa diseñadora que inventó la pollera masturbatoria, las remeras con la imagen de la reina con una gillette en los labios y las plataformas caballito de madera. Una admiradora: Margaret Thatcher.

Por Victoria Lescano

Antes de inventar el punk couture, esa extraña combinación de cuero y alfileres de gancho con música de fondo de los Sex Pistols, junto a Malcom Mc Laren –el manager de la banda punk por excelencia–, de usar remeras como excusa para clavar una gillette en los labios de la reina de Inglaterra, difundir la consigna Destrucción o bocetar una pieza de cuero con agujeros y forma de globo bautizada “falda masturbatoria”, Vivienne Westwood fue, curiosamente, maestra de escuela primaria.

Hija de un empleado en una fábrica de municiones y una operaria textil, nació en Tinstwistle, un pueblo del norte de Inglaterra, en 1941 y cuando la familia se mudó cerca de Manchester, la joven Vivienne estudió arte en el Harrow Art College donde empezó a hacer joyas y venderlas en la calle.
Lejos de los días de fines de los setenta en que vivía en estado de eterna turbulencia y a ritmo de pogo junto a Mc Laren, Johnny Rotten y Steve Jones, en los que, en ocasión de recibir una condecoración en el Buckingham Palace, osó levantarse la falda y revelar que no llevaba ropa interior, ahora tiene la apariencia de una lady aunque con acento de clase trabajadora, asiste a los más selectos tés ingleses y las fiestas anuales de Ascot.
Cuando todos los flancos del fashion, de Comme des Garçons a Christian Dior y Jeremy Scott pasando por los básicos imprimen remeras con graffitis anarquistas, cuelgan cadenas y alfileres de gancho en señal de oda al punk, la Gran Dama de la Moda Inglesa vuelve a estar en la cresta de la ola: el London Museum decidió destinar por primera vez sus salas a homenajear su obra y la excusa es una muestra centrada en la colección particular firmada por Westwood de Romilly McAlpine, esposa de Lord McAlpine, figura fuerte del Partido Conservador, que adornó escenas de la vida política inglesa de la última década.

Allí aparecen piezas de colecciones desde 1986 con títulos como Viva la Cocotte, Zonas Eróticas, Tormenta en una taza de té o Viva la bagatela, impregnadas de su obsesión por esculpir siluetas femeninas, y funciona a modo de muestrario de fetiches para inventar mujeres colosales una exhibición de artilugios para damas inglesas que quieren jugar a ser chicas pin-up y viceversa. Hay bustiers, plataformas colosales al estilo de los chopines venecianos que desarrolla la fábrica Amathus y chaquetas que resumen la devoción por la tradicional sastrería inglesa, aunque subvirtiendo las formas del 1600 y el 1800 y que desde mediados de los ochenta son el tema principal de todas sus colecciones.

La cronología de los grandes aportes de Vivienne a la moda empieza en 1971, en un mítico local de Kings Road al 430, visita de rigor en todo paseo turístico. Primero se llamó Let It Rock, vendía iconografía de los cincuenta (vale mencionar que mientras que por el mercado de Portobello los londinenses más modernos paseaban con plataformas y pantalones patas de elefante, ella circulaba con camisones sexies y zapatos aguja), en el ‘72 cambió el nombre por Too Fast to Live, to Young To Die, e incluyó ropa para rockers con cierres y cadenas y remeras con consignas anarquistas. La apuesta más risqué fue sin dudas la etapa con vidrios polarizados y el cartel Sexo, exclusivo para soldados, prostitutas y punks grabado en una chapa de bronce al estilo de los pubs ingleses, cuando los percheros rebosaban de prendas en cuero bondage, remeras con cierres y agujeros en zonas erógenas e iconografía porno. También tuvo su etapa de Sediciosos y el fin de la era temática se llamó casualmente Fin del Mundo. Ahora se llama simplemente Vivienne Westwood, tiene un frente de piedra gris y los displays exhiben Anglomania, la línea más casual y accesible. El nuevo mapa del universo Westwood incluye también una tienda en Conduit Street, continúa en la del joven Alexander Mc Queen, donde se vende Red label, la línea de difusión producida en Italia y otra aún más exclusiva situada en David Street, refugio de su colección de alta costura y especialmente dedicada a trajes de novia a medida. En el subsuelo, además de ejemplares muñidos de corsés y las sedas más exquisitas hay atípicas galas de boda con estampados escoceses. Y desde 1999 Westwood está disponible por primera vez en un local del Soho neoyorquino.

Recién a mediados de los noventa, ayudada por el diseñador Azzedine Alaia, quien llegó a prestarle su piso para hacer las primeras presentaciones para la prensa francesa, las editoras de moda inglesas más conservadoras empezaron a perdonarle los alfileres y la gillette clavada en los labios de la reina.

Nadie mejor que Lady Romilly para enumerar las bondades de la parafernalia by Westwood: “Me encantan sus cuellos y sus bustiers, logran que el cuello y la cabeza se mantengan erguidos como plantas, recuerdan a algo exótico emergiendo de las ropas y el secreto está sin dudas en la construcción. Los zapatos no sólo son fabulosos para mirar sino también para usar, mis favoritos son las plataformas Caballito de madera, sólo me cuido de no hacer ruido al caminar con ellas porque así podrían resultar vulgares. A los modelos más exagerados decidí usarlos para decorar la chimenea de mi casa de Londres y el living de la de Venecia”.

Desde las páginas de Vivienne Westwood, a London Fashion, el libro que funciona como dossier de la muestra, Romilly McAlpine relata el detonante de su fetichismo: “La descubrí en 1985 cuando fui al negocio de la calle Davis, mi primera impresión fue que allí no había nada de decoración y una chimenea real que encendían en invierno, los probadores también funcionaban como depósito, los vendedores nunca sabían indicar bien los talles, en fin, había un clima de caos que me resultó encantador. Primero compré tweeds escoceses, un abrigo de montar en color turquesa acompañado de una falda increíblemente corta, luego otro conjunto de minifalda aún más corta en color naranja para ir a un casamiento. Los vendedores empezaron a llamarme cada vez que llegaba la nueva colección y directamente separaban cosas para mí, me divertía la idea de recurrir a diseñadores de avanzada para circular por el establishment e ir a reuniones del Parlamento, sentí que debía apoyar al diseño británico. Y así me convertí en coleccionista, ella por entonces no era tan cara encomparación con Versace o Armani, y mi marido no puso objeciones a que invirtiera en sus diseños”.

Con el tiempo Westwood empezó a mandar notas con instrucciones para el uso de cada prenda y no tardó en conocer personalmente a su principal compradora compulsiva.

La cita transcurrió, como no podía ser de otra manera, bebiendo earl grey en una casa de té vecina a uno de los locales y la Westwood arribó pedaleando en bicicleta sobre plataformas de estampado gingham y un abrigo largo que cubría su minifalda.

Mrs. McAlpine aprovechó la ocasión para confesarle que en las reuniones sociales del mundillo político, los elogios más efusivos sobre cada nuevo modelito provenían de Margaret Thatcher, quien observaba en detalle hasta el logo impreso en los botones.

Otros fetiches que aparecen en el museo londinense son su versión del tradicional abrigo de lluvia inglés con capucha y agujeros para pasar los brazos, el bum bag, una extraordinaria falda pantalón que además de requerir de cuerdas que pasan entre las piernas deja ver la cola, y chales de seda con imágenes copiadas a cuadros de Rubens o rosas de Pierre Joseph Redout.

Un apartado especial ocupan una remera blanca impresa con un marco dorado con la estampa de un escote colosal, tetas disparadas de un corsé decoradas con la estampa de pastores de François Boucher que en la pasarela lució un modelo masculino en 1992, la cazadora de tweed que recrea un modelo Norfoalk de fines del 1800, acompañado de la advertencia: “Si intenta caminar con un revólver hágalo con una chaqueta del tweed adecuado”, y el chaleco de jacquard celeste bautizado Relaciones peligrosas.

En un sitio de honor están las piezas de sastrería sublime esculpidas con los colores amarillo, fucsia y turquesa de un tartán que bautizó Mc Andreas en honor a Andreas Kronthaler, su joven y apuesto marido, al que conoció dictando cátedras de moda y arte en la Escuela de Arte de Viena y ahora además de dirigir la colección Westwood para émulos del bello Brummell, a diario pedalea fielmente a su lado camino a la fábrica.