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ESPECTACULOS

Liza la que regresa

Con la fantástica y trágica sombra de su madre, Judy Garland, a cuestas, Liza Minnelli se lanzó desde muy joven a conquistar el mundo del espectáculo, y lo logró. Quedó marcado a fuego en ella el personaje de Sally Bowles, a quien interpretó en Cabaret. Su vida nunca fue fácil, y ahora se recupera de la última mala pasada del destino. Pero vuelve.

Por Moira Soto

Sally se rió. Llevaba un traje de seda negra con una especie de capita y una gorra con botones de lado (...). Al marcar un número en el teléfono, me di cuenta de que llevaba las uñas pintadas de esmeralda (...), su cara larga y delgada estaba empolvada de blanco (...), sus grandes ojos eran demasiado claros para hacer juego con su pelo y el lápiz de las cejas. Ronroneó frunciendo los labios pintados de cereza.” Así describía a Sally Bowles en los relatos autobiográficos que conforman el volumen Adiós a Berlín (Seix Barral, 1995), el escritor inglés Christopher Isherwood. Una Sally Bowles que, con algunas transformaciones debidas al libreto de Joe Masteroff, la música de John Kander y las letras de Fred Ebb, renació impetuosa en los años ‘60, sobre un escenario de Broadway, en la comedia musical Cabaret, protagonizada por Jill Hayworth.
Esta Sally Bowles, retocada pero tan chiflada y extravagante como la original, marcó para siempre a Liza Minnelli, que –no hace falta decirlo- la interpretó en la versión cinematográfica que dirigió Bob Fosse en 1972. Fue un extraño caso de simbiosis: así como hubo otras Sally Bowles (de Julie Harris en la comedia I am a Camera, adaptada por John van Druten, a la mismísima Judi Dench, que hizo el personaje del musical en dos oportunidades), sin embargo todo el mundo recuerda casi exclusivamente a Liza Minnelli, del mismo modo que la hija de Judy Garland quedó pegada al estilo de su Sally, al corte de pelo, las enormes pestañas, los altos decibeles, ese encanto entre ingenuo y alocado.
Por siempre Sally Bowles en sus shows y en algunas de las contadas películas posteriores a la realización de Fosse –como New York, New York-, Liza Minnelli no la tuvo fácil ni en la vida ni en el arte. Pero ella se abrió paso trabajando duro, glamorizando su fealdad, superando grandes problemas de salud, luchando en contra y a favor del fantasma de su legendaria madre, artista sublime. Por eso, cuando hace unos días llegó la noticia de que Liza estaba en semicoma, algo se rompió en el corazón de sus fans mientras cundía la desalentadora sensación de una historia que se repetía. Felizmente, Liza, a los 54, venció una vez más la adversidad ahora bajo la forma de una encefalitis viral, y se está recuperando.
Actualmente, Liza tiene siete años más de lo que contaba Judy, su madre, al morir (¿suicidarse?) de sobredosis en Londres, en 1969. Hacia fines del año pasado, después de la segunda operación de cadera, Liza presentó el show Minnelli on Minnelli, en tributo a su padre, el gran director Vincente, que por cierto no excluía a su madre. La idea se le ocurría mientras hacía más llevaderas sus horas en el hospital mirando las maravillosas películas musicales realizadas por su progenitor, de Meet me in Saint Louis (1944) a Gigi (1958). Llamó a Fred Ebb para que guionara ydirigiera el espectáculo y él le respondió que lo haría si ella demostraba que estaba en su mejor forma. “Quería estar orgulloso de Liza”, dijo Ebb. Y lo estuvo cuando se levantó el telón del Palace Theatre, en Broadway, y Liza Minnelli desplegó su álbum musical y coreográfico de familia, traicionando sin culpas una promesa hecha a su madre: que nunca haría los temas que ella había entonado. Liza mantuvo su palabra y cantó a autores que pertenecían a su generación. Hasta mediados de diciembre pasado en que, con el deseo de homenajear a su padre y a su madre, entonó por primera vez The Troley Song de Meet me in Saint Louis. Después de Broadway, la actriz y cantante inició una gira nacional que se vio obligada a suspender en abril por causa de la cadera operada que la tuvo a mal traer. Ya en el ‘97, Liza debió dejar las exitosas representaciones de Victor-Victoria, también en Broadway, por problemas de salud.

Ser hija y madre de Judy
En los años ‘50, el Palace Theatre de Nueva York se convirtió en el cálido y acogedor refugio de una Judy Garland con poco más de 30, que ya había hecho un intento de suicidio en una crisis de agotamiento físico y mental. Prematuramente desgastada y recién divorciada de Vincente Minnelli, ya era una has been para Hollywood. Judy at the Palace se llamó ese concierto que hizo delirar al publico y a la crítica. Garland inició así una segunda carrera con fuertes altibajos, incluso volvió a rodar unas películas, pero su alma estaba definitivamente herida y su dependencia de las drogas iba en aumento.
Antes de ser víctima de Hollywood, Judy lo fue de su madre, una señora con la idea fija de convertir a la niñita, que a los tres años se lucía cantando Jingle Bells, en estrella. Primero, Judy cantó con sus hermanitos en diversas ciudades hasta que a los trece fue contratada por la Metro. Apareció en varias producciones, entre ellas La melodía de Broadway donde, a los 15, cantó You Made me Love you, tema que sería uno de sus favoritos. A los 17, convenientemente fajada para disimular los pechos y parecer niña, Judy encarnó mágicamente a Dorothy, la heroína de El mago de Oz. A partir de ese momento, ya convertida en una estrellita, fue lanzada a encarnar la alegría y el entusiasmo juveniles, ya bailando y cantando, ya enamorándose y exaltando el modo de vida americano. Entonces se le impuso una rutina agobiante de sesiones de rodaje, de ensayos, de fotografías, además de presentaciones en público previa visita al diseñador, al maquillador, al peluquero. Al primer signo de fatiga, se le administraban estimulantes y por la noche, para que se durmiera en el horario marcado, tranquilizantes. Sobreexigida, insegura, Judy aceptó casarse a los 19 con David Rose, en un matrimonio que apenas duró dos años. En busca de protección, en 1945 reincidió con Vincente Minnelli, quien la había dirigido en Meet me in Saint Louis y la conduciría en Ziegfield Follies y en El pirata.
En 1946, nació Liza y Judy se enamoró de la beba de ojos inmensos y trató de ser una buena madre: los primeros años no se separó de la chiquita, la llevaba a los sets, la atendía en los ratos libres, viajaba con ella. Pero ya se había iniciado el proceso de ruptura con Minnelli y Judy empezó a flaquear (años después, él comentaría que ella llegó a depender de él de una manera tan estrecha como alarmante). Aparecieron los problemas de sobrepeso, las depresiones, las suspensiones cuando no anulaciones de rodajes... Aun así, cuando lograba terminar un film como Easter Parade (1948), con Fred Astaire, el resultado era antológico. En el ‘49, previa a una nueva internación, Judy se quedó sin hacer Annie Get Your Gun. Después del famoso show en el Palace, rindió su última gran actuación en Nace una estrella (1954), film que en los ‘80 Liza se ocupó de restaurar, incluyendo escenas que no se habían incorporado al montaje y añadiendo algunas fotos. Para esas fechas, Liza, pese a su corta edad, había empezado a comprender que su madre necesitaba una madre, y trató de cumplir ese papel. Muy pronto, se dedicó a ayudar a las asistentes y enfermeras, controló su trabajo. Más adelante, ya adolescente, llenaba las cápsulas de los fármacos que tomaba Judy con sustancias inocuas para evitar sobredosis. Liza, además, mientras iba al colegio, debía soportar la exposición pública, el amarillismo en torno al sufrimiento de su madre maníaco-depresiva. Empero, ahora dice que nunca se sintió víctima de la situación, que pese a todo se divirtió mucho con Judy, que además de un corazón hipersensible tenía mucho humor.
Impulsada por su madre, Liza emprendió el camino del canto y la actuación, se bancó las comparaciones, se ganó su Oscar por Cabaret, tuvo tres extraños matrimonios (el primero con Peter Allen, que pasó la noche de bodas con un novio en vez de estar con la novia...) y romances más interesantes (con Peter Sellers, Charles Aznavour, Misha Baryshnikov), no pudo tener el hijo que tanto deseaba. Y siguió cantando bajo los reflectores del teatro cuando el cine la dejó, esquivando y aceptando la sombra luminosa de su mamá, buscando y encontrando su propia voz. Salió a flote de operaciones de cadera, rodilla, cuerdas vocales y llegó a la costa para hacer Minnelli on Minnelli. Liza, evidentemente, no es de dejar las cosas a mitad de camino, y con su último show todavía le quedan compromisos por cumplir. Como Sally Bowles en el relato de Isherwood, Liza Minnelli siempre regresa.

Judy Garland y Vincente Minelli.