MODA
A
brillar, mi amor
El
strass es ese falso brillante que la familia Swarovski supo hacer rendir
en el mundo de la moda. Ahora las piedritas plateadas se llevan en la
piel, en ruedos, en carteras, en todas partes. Son una señal de falso
lujo, y también como el detalle de un exceso que parece erigirse contra
el minimalismo. Un mundo que evoca al de “Dinastía”, pero un poco en
solfa.
Por Victoria Lescano
En
los 70 el músico británico Gary Glitter sentó
las bases del glam rock cuando se puso pantalones oxford y chaquetas
de lamé tan brillantes como su seudónimo, y luego David
Bowie, con su personaje de astronauta bisexual llamado Ziggy Stardust,
mostró cómo llevar estridencias firmadas por Yamamoto
y llamó a uno de sus discos Perros de diamante. Con
raíces en la androginia y la cultura gay y lo más parecido
a un tonel de purpurina derramado sobre los guardarropas, el estilo
glam se impone en los guardarropas femeninos y tiene tanto protagonismo
como el minimalismo en temporadas anteriores. No sólo los holandeses
ultraconceptuales de Viktor and Rolf pegaron cristales y piedras brillantes
a sus raras creaciones cuando transformaron la materia prima en vestidos
de cristal para muñecas rusas, Gucci y Vuitton mostraron faldas
y vestidos de pailletex rosa en ensamble con zapatos plateados. Y en
la música, el circuito que le dio origen, Björk salió
a cantar con un vestido bordado con falsos diamantes y una carterita
con forma de pingüino esculpida por la especialista Judith Leiber,
que durante años fue considerada emblema de vulgaridad a la americana.
Los cristales inventados por el joyero austríaco Daniel Swarovski
en 1895 son la piedra basal de esta tendencia desde que la editora de
moda Isabella Blow, una inglesa tan influyente como Diana Vreeland,
lo fue en los setenta, sirvió de nexo entre la megaempresa y
la joven guardia de la moda.
Gracias a ella Alexander McQueen hizo los experimentos que culminaron
en un traje con diamantes de dos millones de dólares y una colección
de antifaces con falsos cristales, el texano Jeremy Scott se proclamó
una prostituta de los cristales y el sombrerero más
chic de Londres, Philip Treacy, cambió las plumas de sus tocados
por piedras.
Luego Stella McCartney lo engarzó en sus diseños, mezcla
de tops muy sexies con collares incorporado para las mujeres Chloé,
Dolce&Gabbana hizo un vestido de cristal con piedras en tonos rojo
y turquesa de ocho kilos de peso y un precio cercano a los 28.000 dólares
que fue exhibido en un desfile tributo a la estética de los clubes
nocturnos de Las Vegas.
El furor del brillo en la indumentaria coincide con una tendencia que
las revistas de moda llaman el regreso del estilo Dinastía y
no dudan en señalar a Alexis Carrington como la principal musa
inspiradora. En Buenos Aires el estilo del exceso, celebrado por las
cuentas de collares y purpurina impresas en los diseños textiles
de Trossman-Churba desde hace dos temporadas, ahora se vislumbra también
en las vidrieras de Zara vía faldas de jean estilizadas con collares
de strass a modo de cinturón, collares con perlas y cuentas doradas
dignas de Carmen Miranda, brillos en el pespuntes de pantalones y blazers
dorados. La colección verano 2001 de Paula Cahen DAnvers
tiene una línea llamada joya, que no es otra cosa que piedritas
de strass bordeando tops, pantalones y vestidos en color beige. Glamour
urbano, la última colección de Chocolate incluye trajes
negros de piedras. La firma de lencería Caro Cuore se anticipó
a la tendencia con el conjunto con strass decorando los aros y ahora
estampó un corazón de strass en el escote de las modelos
de su más reciente campaña de corpiños balconette
con flores rococó.
En Dimensión, una tienda de accesorios de Paraguay al 4300, hay
collares puperas sí, para llevar brillo al ombligo
de strass, tatuajes con forma de corazón y estrellas, tobilleras
y brazaletes cotizados en ocho pesos. También, gargantillas de
malla metálica dorada y gafas con el ornamento de rigor. Pero
el templo de los fetichistas es, sin dudas, el local de la calle Córdoba
al 900 donde antaño funcionó la casa de lámparas
más fulgurantes de Buenos Aires y hace un año funciona
la primera sucursal Swarovski de la Argentina. Allí, junto a
carruseles que contienen miniaturas de muñecos de nieve, bailarinas
inspiradas en las de Degas, copas de champaña, tucanes, nenúfares,
caperucitas rojas, cerdos, periquitos y otras rarezas muy codiciadas
entre los coleccionistas del cristal y parafernalia kitsch, se vende
el kit de 3 piezas llamado Cristal Tatoo cuesta veinte pesos
y contiene versiones de corazón, estrellas y flores (uno similar
estuvo obsequiando durante una reciente promoción la marca Revlon,
junto a la compra de dos productos).
Más bizarro sin dudas fue el tatoo con forma de pezón
ideado para ilustrar la campaña de prevención del cáncer
de pecho disponible en sucursales de la tienda Saaks y que fue publicitado
desde el hombro de la modelo brasileña Giselle Bundchen.
En los últimos happenings de moda y cine, el Oscar y el Festival
de Cannes, el strass by Swarovski fue tan protagonista como los diamantes
engarzados por Verdura, Harry Winston y Van Cleef and Arpels entre las
divas de Hollywood de los treinta. Andie McDowell, Nicole Kidman y Minnie
Driver lo llevaron en sus carteras. Esa familia de piedras cuyos procedimientos
de corte se resguardan cual secreto de Estado, también fueron
el tema de inspiración de la muestra de reproducciones de veinticinco
joyas de la Corona británica de la firma londinense Crowns &
Regalia.
Una recorrida por la historia de los trajes más fulgurantes no
puede omitir las capas de Elvis Presley que hacían juego con
su Cadillac dorado ornamentado con polvo de diamantes ni el duque de
Buckingham asistiendo circa 1625 a la boda de Carlos I con un vestido
todo cubierto de diamantes. Luis XIV fue un adicto a las piedras preciosas,
con sólo seis años usaba chaquetas redingote provistas
de tres docenas de rubíes a modo de botones y de adulto, en las
fiestas palaciegas, aprovechaba cada chance para exhibir su colección
de ciento cuatro botones de diamantes.
El estilo del exceso en versión 2000 se desató cuando
John Galliano mostró diamantes en las tiras de tops de gasa y
no vaciló en condimentarlos con sombreros fedora y botas de caña
alta con las siglas CD bañadas en oro en sus colecciones para
Christian Dior; el americano Michael Kors puso bordados y cadenas doradas
a todos sus trajes austeros para las princesas de la Quinta Avenida
y además los mostró en pasarela mientras sonaban remixes
de banda sonora de Dinastía; Donatella Versace mezcló
estampados de Emilio Pucci en colores de dudoso gusto y rescató
los medallones dorados con medusas esculpidos en homenaje a la serie
ultracamp Valle de Muñecas. Mientras que en Chanel
Karl Lagerlfeld resaltó los tradicionales vestiditos negros y
los combinó con medias saturadas de impresiones del logo y collares
de perlas barrocas, su línea para Fendi se dio el gusto de ostentar
vivos de strass en la superficie de carteras y abrigos de piel.
Las presentaciones 2001 de las pasarelas de París, Milán
y Nueva York reunieron más pieles, cueros joyas y accesorios
vulgares que cualquier casamiento de mafiosos y los teóricos
de la moda recurrieron al concepto vitalidad del caos proclamada
por el arquitecto Robert Venturi, archienemigo de Mies van der Rohe
y de su postulado menos es más. Algunas señas
particulares del estilo del exceso: culto a la silueta y fetiches de
los ochenta, juegos de logomanía, porque los emblemas de Dior,
Gucci y Vuitton aparecieron impresas en chaquetas, vestidos y botas
en el recurso más exhibicionista que recuerda la moda de este
siglo, epidemia de brillos en medallitas y medallones para el cuello
y brazaletes de Bulgari que dejan a la célebre colección
de pulseras con perros caniches, lámparas de Aladino y la leyenda
I love you de Joan Crawford reducida a un accesorio ascético.
Si
quedan dudas vale remitirse a la última gráfica de Versace,
donde la modelo Amber Valetta representa a la nueva musa de los diseñadores.
Mujer rubia, pelo batido y sombra celeste, vestida con blazer y pantalón
amarillo huevo, anillos, broche en la solapa, gargantilla más
aros pastilla, sentada en un living tan pretencioso y recargado como
su vestimenta.