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DISEÑO

Clásicos norteamericanos

La historia del diseñador Tommy Hilfiger se engarza con la historia de las últimas décadas norteamericanas. En coincidencia con la apertura de su tienda en Buenos Aires, acaba de llegar un libro en el que Tommy repasa los iconos en los que ha abrevado: jeans, anteojos, camisetas, etiquetas, marcas, botas, camperas. Nada nos es del todo ajeno.

Por Soledad Vallejos *

Tommy Hilfiger es uno de esos señores que saben lo que quieren: de alumno en una aburridísima secundaria de pueblo se convirtió en propietario de la tienda top de la zona. Quiebras varias, esposa, socios y algunos bocetos después, el muchacho había devenido en figurita disputada por Calvin Klein y Perry Ellis. Pero ésa no es la mejor parte. De acuerdo con su leyenda (“su” quiere decir la que él mismo se encarga de desparramar), ante semejantes propuestas laborales sólo se le ocurrió una cosa: acudir a una bruja. “Esperá un poco, ya vendrá algo mejor”, fue la sentencia. El desestimó el dinero que en ese momento lo habría salvado y se sentó a esperar. Exactamente un día después, un inversor de los fuertes le ofreció lo que jamás hubiera esperado: financiarle el sueño de la compañía propia. Y, quince años después, ahí lo tenemos, con su nombre hecho marca y sus lindísimos diseños materializados en lindísimas prendas. A qué negarlo, el señor es un claro exponente del sueño americano y, como tal, no se queda con las ganas de nada, ni siquiera de hacer un libro (All American) en el que hace un breve repaso de la cultura pop norteamericana –con un énfasis especial en sus iconos más poderosos–... utilizando como hilo conductor su propia vida.

El pop soy yo
La vida del diseñador suena como un compendio de símbolos del american way of life: padres inmigrantes que llegan sin un centavo, consiguen trabajo, casa y nueve hijos; juegos de béisbol en el jardín; camioneta Ford para los paseos familiares; el programa de Ed Sullivan; adolescentes en autocines. La lista, en realidad, es larguísima, pero permite comprender porqué Hilfiger –más allá de estrategias de marketing– se siente con cierta autoridad para hablar de estos iconos, aunque, a decir verdad, se limite a enumerarlos y a explicar algunos de sus orígenes. Por otra parte, sus creaciones, aunque en ocasiones sean vestidas por mujeres, suelen estar destinadas al público masculino, por lo que Hilfiger se limita al recuento de ese sector de la industria.
“América –dice– es una cultura de automóvil. Estamos enamorados de los viajes y de todos sus aderezos, desde las paradas para camioneros hasta los abrigos para manejar.” Entonces, icono número 1 (el orden no significa, necesariamente, un ranking): el saco para manejar automóviles. Alrededor de los ‘50, así como la creciente venta de autos significó un golpe mortal para la industria sombrerera (sencillo: las dimensiones del vehículo no contemplaban una cabeza cubierta por semejante adminículo), la de abrigos debió atenerse a necesidades elementales, como la de disponer de ropa que permitiera movimientos cómodos de brazos y piernas. Los tapados se acortaron, las mangas se ensancharon y se confeccionaron bolsillos con más capacidad.
Clásico número 2: el jean. Está claro que se trata de una prenda más que flexible, capaz de permitir una gama insospechada de lecturas y usos. Ninguna otra, por ejemplo, hubiera sido capaz de hacer más rebelde a JamesDean o más sensual a Marilyn; ninguna otra, tampoco, hubiera sido resignificada de manera tan fuerte por la generación del ‘70. Durante los ‘50, se llevaba en su acepción más pura: pantalones con aspecto de eternamente nuevo y de un azul intenso; los ‘60, en cambio, se inclinaron por un aspecto desgastado, adornado con patchworks y tonos arratonados. Los ‘70 son sinónimo de botamangas pata de elefante al principio, y alfileres de gancho e hilachas llegando al final. En esos años, Andy Warhol oficializó su status pop al inmortalizarlos en la tapa de Sticky Fingers, el disco de los Rolling Stones que los vincula abiertamente con la sexualidad. En los ‘80, con la llegada del glamour recargado al estilo Dinastía, el calce ajustado hizo tanto furor que, en Norteamérica, una sutil campaña de Calvin Klein –”No hay nada entre Brooke Shields y sus Calvin”– disparó las ventas hasta el infinito. Pantalones desgastados, nevados, tratados con ácido (!), con tajos, lo que fuera siempre y cuando no permitieran casi respirar.

WOODY ALLEN
CLARK KENT
CLINT EASTWOOD

Clásico número 3: el look universitario. Harto divulgado y ensalzado en los millones de películas que suelen recalar por aquí, la quintaesencia de este aspecto supone camperas y sweaters con las iniciales de la universidad, saquitos de cashmir, camisas inmaculadas y mocasines (o similares). Con el tiempo, claro, la lista fue algo modificada; se admiten prendas vintage, pantalones de carpintero, zapatillas, etc., pero la clásica imagen del universitario permanece ligada a los básicos.
Clásico número 4: la ropa de trabajo. Llama la atención que Hilfiger la incluya en el guardarropas, pero no carece de lógica que lo haga. “Trabajando en la estación Hess (una cadena de estaciones de servicio), en Elmira, tenía una camisa con un gran logo en la espalda. Para mí, significaba que era capaz de desarrollar este deber de adulto en la vida. Desde que tengo memoria, vestir logos ha sido parte esencial del estilo norteamericano. La gente está orgullosa de vestir un nombre que los asocia con una organización. De hecho, ayuda a separarlos de la multitud, dándoles un sentido de seguridad y autoridad.” Suene como suene (en cualquier caso, algo parecido a “terrible”), no hay más que echar un vistazo a dos o tres marcas que se recuerde (hayan llegado o no aquí), y ahí está la prueba. Ese fervor por los logos, por sentirse apropiado por alguna compañía, sobrepasa, además, los límites laborales y puede invadir el tiempo libre: los nombres de los equipos deportivos, por ejemplo, no son otra cosa que marcas con una extensa variedad de merchandising; las campañas políticas suelen involucrar el mismo tipo de difusión, a tal punto que en Estados Unidos existen tiendas especializadas en la venta de prendedores, remeras, buzos y toda superficie posible que haya sido estampada con el logo de un candidato.

Icono número 5: los marcos de anteojos de carey. La lista de usuarios puede ser extensa (desde Cary Grant hasta Buddy Holly, pasando por Allen Ginsberg), y sus efectos, señala Hilfiger, pueden ser tan opuestos como convertir a su portador en un perfecto nerd o en una persona top. Los consejos: “Cuanto más cuadrado el marco, más astuto el aspecto” (Peter Sellers); “cuanto más redondo, más atolondrado” (Jerry Lewis). La historia de estos anteojos comenzó alrededor del año 1700, cuando se comenzaron a utilizar caparazones de tortuga. Actualmente es raro encontrar los de este origen (suele utilizarse el caparazón de búfalo de la India, un material que goza del visto bueno de los ecologistas porque, puesto que el animalito lo renueva cada año, no reviste crueldad), aunque por lo general el color se respete. Más consejos: “Si su cara es cuadrada, intente con marcos redondeados; si es corta, elija un marco rectangular”.
Obviamente, la lista es incompleta, pero es que tampoco se trata de un estudio concienzudamente sociológico sino, más bien, de un paseo. El autor lo advierte en las primeras páginas: “Deje que este libro sea una inspiración cada vez que abra su ropero”.