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ESPECTACULOS

El sexo de los diablos

 

Liz Hurley es en “Al diablo con el Diablo” una Satanás vestida de rojo fuego que mezcla picardía con seducción. Después de haberles dado a las mujeres el papel de tentadoras, esclavas, servidoras y simpatizantes del diablo, el cine recién ahora se digna a ubicar a una fémina en el puesto número uno del ranking del Mal.

Por Moira Soto

La famosa discusión bizantina sobre el sexo de los ángeles –cuando había quien se dedicara a estos dimes y diretes– podría haber terminado prontamente si se hubiera reparado en la aceptada masculinidad de Satanás y sus acólitos, que a fin de cuentas no eran otra cosa que ángeles caídos. Satanás, por si no recuerdan el catecismo o se les olvidó la Biblia, fue un ángel subversivo, el más bello al parecer, que con una troupe de alados envidiosos se reveló contra el poder de Dios, por lo que toda la banda fue a parar a los abismos infernales.
Satanás, el Perseguidor, el Príncipe de las Tinieblas, Belcebú, Belial, el Maligno, el Tentador son algunos de los nombres que recibe esta representación del Mal que, después del enfrentamiento, se quedó con ciertos poderes y derechos: regir con sus subordinados el funcionamiento del infierno, tentar a las/os humanas/os y apoderarse en lo posible de sus almas y hacer arder eternamente sus cuerpos. Si a los ángeles que hicieron buena letra se les adjudicó un perfil asexuado, al Diablo le tocó, a través de interpretaciones teológicas y de recreaciones artísticas, encarnar a la lujuria. Para lo cual usurpó rasgos del pagano dios Pan -cuernos, pezuñas, rabo– que se aquerenciaron en la imaginación popular.
Como otras religiones monoteístas, la judía y luego la católica apartaron a las mujeres de los lugares de poder y subestimaron su valor como personas (el Talmud decía que era preferible quemar a la Torah antes que confiarla a una mujer, y algún padre de la Iglesia Católica escribió que las mujeres deberían morir de vergüenza ante la sola idea de ser mujeres), de modo que ni para el Bien ni para el Mal se les dio un lugar soberano; apenas, desde la clásica perspectiva de la misoginia se las consideró “la puerta del Diablo”, es decir, subalternas incluso para el Mal.
Pero llegó la descollante feminista norteamericana Elizabeth Cady Stanton con su Woman’s Bible (1895), en la que analizó y reinterpretó partes del Antiguo y Nuevo Testamento referidas expresamente a las mujeres, y comenzó así un debate que se intensificó en la segunda mitad del siglo XX. La teología feminista abrió nuevas y audaces perspectivas, se cuestionaron los privilegios masculinos, la proscripción de las mujeres del altar, los atributos de Dios padre (arbitrariedad, ira, autoritarismo, etc.) y por supuesto su condición de varón. En los 70 y los 80, bastante antes de que apareciese la Biblia “políticamente correcta” (1995), unas cuantas teólogas europeas y estadounidenses se plantearon la posibilidad de que Dios fuera mujer, al tiempo que se recuperaba a antiguas divinidades femeninas, como la Gran Diosa adorada desde el comienzo del Neolítico hasta unos 500 después de Cristo.
Pero a ninguna de las estudiosas se le ocurrió reivindicar a una Princesa de las Tinieblas, a una Primera Ministra de las Fuerzas de Mal, quizás porque las mujeres ya habían sido bastante maltratadas comoazafatas de Satanás (tentadoras, brujas, etc.). Sin embargo, si se considera que Dios puede ser mujer, ¿por qué no proponer que la máxima autoridad infernal también lo sea? El reciente estreno cinematográfico Al diablo con el Diablo se hace cargo divertidamente de esta propuesta: Elizabeth Hurley está hecha una demonia juguetona y creativa que aplica -sin llegar a extremos crueles– la lógica del cuento “La pata de mono”, de William Wymark Jacobs (esto es, que cada deseo que se pide puede tener una contrapartida negativa al cumplirse).

La estirpe maligna
Sin embargo, esta nueva y actualizada versión de Fausto (proveniente de antiguas versiones germanas a las que –entre otros– Goethe y Marlowe dieron forma literaria) con una dama en el rol de Mefistófeles tiene un antecedente que no fue recordado en las críticas: la comedia española Faustina (1956), encarnada nada menos que por María Félix. Claro que la diva mexicana, como el título lo indica, hizo el papel de Fausto, devenido anciana dama que recobra su juventud mediante la venta de su alma y triunfa en todos los terrenos. Por cierto, no era la primera trasposición al cine del Fausto: desde 1896, año en que Georges Melies hizo la primera adaptación, el mito ha seducido a muchos cineastas, de Murnau a Réne Clair, hasta llegar al Bedazzled de 1967, realización de Stanley Donen que el director Harold Ramis tomó como punto de partida para Al diablo con el Diablo. En el film de hace tres décadas, el diablo era varón, como casi siempre en la pintura, la escultura, el teatro, el cine y quizás este nuevo Mefistófeles habría seguido la tradición si no hubiera sido porque a la mujer de Ramis se le ocurrió la buena idea: “Estábamos hablando una noche acerca de quién debía interpretar al Diablo y nombrábamos a diferentes actores hasta que ella lanzó la pregunta clave: ¿por qué el Diablo no puede ser una mujer?”, comenta el director y agrega no sin una pizca de malicia: “Después de todo la mayoría de los hombres son embrujados por mujeres. Y si a todo esto le agregás el hecho de que cada día las mujeres están logrando mayor poder en nuestra sociedad, ¿por qué no una Diabla?”.
Por supuesto que Elizabeth Hurley no es la primera diabla o diablesa o (por lo traviesa) diablilla de las artes. Pero en general y ya remitiéndonos al cine, hay que decir que antes que demonias propiamente dichas, las mujeres han sido endemoniadas espectaculares (El exorcista, ejemplo supremo, se ha reestrenado en el mundo con gran suceso); embarazadas –y arañadas– por el Maligno (El bebé de Rosemary, parido por la aterrorizada Mia Farrow en el maldito edificio Dakota); también falsas endemoniadas como las del convento de Loudun (protagonistas de Los Demonios y de Sor Juana de Los Angeles); y desde luego, en las épocas en que las brujas en serio y sacerdotisas de misas negras perturbaban las pantallas, brillaron Barbara Steele, Martine Beswick, pero diablas, lo que se dice diablas provenientes de los quintos infiernos, resultan difíciles de encontrar. En todo caso, hay que conformarse con algunas propagandas de los 70, como la del Vodka Smirnoff, con una diablita picarona con tridente, o historietas con demonias aventureras.
Vestida para pactar
Francamente, el aspecto tradicional más atractivo de Satanás es su lujuria inconmensurable, su tendencia a las orgías del Sabbat, sus rasgos de fauno retozón. Precisamente todo aquello que ha venido censurando la Iglesia Católica a lo largo de los siglos con relativo éxito. Satanás, ya en los Evangelios, tienta a Jesús ofreciéndole el oro y el moro. Incansable, prosigue instigando a los santos –a San Antonio, sobre todo– y a personajes de la ficción, como el muy humano Fausto que despuésde firmarle el contrato sin preocuparse por la letra chiquita, obtiene juventud, poder, dinero, amores.
Según averiguaron Harold Ramis y sus guionistas, la gente del 2000 continúa queriendo más o menos lo mismo. Es más o menos lo que pide, entonces, el protagonista de Al diablo con el Diablo cuando se le presenta la ocasión, aunque lo que realmente desea es conquistar a la chica de sus sueños, compañera de trabajo que apenas lo saluda distraídamente. Además, Eliott querría ser un poco más popular en vez de obtener el rechazo de la gente cuando intenta ser amistoso.
El director Ramis, ya decidido a convertir al Diablo en Diabla, buscó una intérprete “bella, sofisticada, con mucho mundo”, para oponerla el estilo buenazo pero atolondrado de Eliott. La lista de mujeres “devastadoras” siempre estuvo encabezada por la inoxidable Elizabeth Hurley, famosa por ser (ex, desde hace poco) la novia perdonadora del succionado (por Divine Brown) Hugh Grant y por ser la cara de los cosméticos Estée Lauder. Hurley, asimismo, fundó con Grant una productora, Simian Films, con la que les fue bien y mal (el mayor suceso fue Mickey ojos azules) y es una actriz dotada para la comedia (ver las dos pelis de Austin Powers) a la que veremos próximamente junto a Sean Penn en la realización de Kathryn Bigelow, The Weight of Water.
Una Diabla así, tan irónica y desenvuelta, que tiene su pied-à-terre en una disco con pinturas del Bosco, debía venir adecuadamente vestida para pactar con su víctima. “Decidí que quería verme como una mezcla de Cruella de Vil y una estrella de soft porno”, ríe Hurley. Con Deena Appel eligió brillos de lamé y lentejuelas, aros despampanantes y toques de piel de víbora, todo con altísimos tacos aguja. Obviamente, esta Diabla no podía descartar el rojo furioso: “Versace me hizo dos vestidos colorados increíblemente sensuales y unas botas al tono fabulosas. Fendi diseñó el abrigo rojo más sexy que te puedas imaginar y Sonia Rikiel creó un saco de plumas adorable y unas sandalias carmesí con licencia para matar”. Metafóricamente, claro.