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REPORTAJE

“Decidí ser mala”

La periodista y escritora Maruja Torres tiene 57 años y poco empacho para decir todo lo que se le pasa por la cabeza. Este año ganó el Premio Planeta de España con su novela “Mientras vivimos”. Mordaz, astuta y ligeramente áspera, la Torres disfruta este momento suyo: "Lo malo de hacerte mayor es que te vas a morir, pero lo bueno es que todo es relativo y te conviertes en una profesional de la vida".

Por Cristina Civale,
desde Madrid

Para Maruja Torres, esta periodista y escritora catalana de 57 años, emblema de la España pensante y guerrera, parece haber llegado el tiempo de las boas. Rodeó su cuello con una color naranja para la sesión de fotos que tuvo lugar dos días antes de la entrevista en los jardines del supertop hotel Ritz, donde se hospeda cada vez que viene a Madrid de Barcelona, su ciudad natal. A ella volvió hace poco para quedarse. Desde allí, sigue escribiendo sus corrosivas columnas dominicales para El País, el diario español más prestigioso y más leído. Antes de llegar al famoso diario, hace 12 años -.en los que fue desde reportera hasta corresponsal– la Torres trabajó largo tiempo para la prensa del corazón –la que le daba de comer– y cultivaba su pasión cinéfila colaborando para la revista Fotogramas. A los 30, luego de una separación, se mudó a Madrid y empezó a perfilar el personaje que la hizo famosa: una periodista lúcida, irónica, que habla del mundo y de la gente sin concesiones. Mientras vivimos es su sexto libro –en diciembre se publicará en Argentina– y con él le llegó un premio controvertido pero millonario, el Planeta de España. Millones de pesetas -.exactamente cincuenta– y millones de lectores. La obra ganadora tiene una tirada inicial de 210 mil ejemplares a los que suelen sumarse inminentes reediciones y las ediciones casi simultáneas en toda América latina.
En las oficinas madrileñas de la editorial que la galardonó, habló en exclusiva para Las/12 de este momento, que vive como glorioso, enfundada, ahora, en una magnífica boa rojo fuego, en perfecto juego con unas encantadoras botas de tacón bajo.
“Mientras vivimos es una novela que cuenta la historia de tres mujeres escritoras. Mujeres de ahora -.dice Maruja de su novela– que están aprendiendo por primera vez a estar solas y para quienes los hombres no son más un problema ni una solución. Es una historia de cómo se ayudan las mujeres, de cómo se odian, de la rabia de las mujeres por no tener el poder y de la forma en que son capaces de elegir a sus madres o sus hijas porque las que tienen en realidad no les sirven.”

Por tres
–Una novela sobre tres escritoras siendo escritora. ¿Quiso triplicar la autorreferencia?
–¿Quién sabe? Me gustaba que fueran escritoras las tres protagonistas. Una escritora fracasada, otra exitosa y una tercera muy joven, llena de ambición y aparentes sueños. Me interesó que el lazo que las uniera fuera la cultura porque la cultura ha salvado a mucha gente.
–¿Y a usted la ha salvado?
–Sí, por supuesto. A mí me salvó del barrio chino (un barrio bajo de Barcelona) y me llevó mismito a donde estoy ahora (literalmente en un salón con vistas al Paseo del Prado, sobrio, caro y sin lujos, y con 50 millones más en su cuenta de banco). Ese barrio, en vez de convertirse en un reducto heroico, donde se pudieran guardar los sueños de los inmigrantes, se ha convertido en una mala imitación de la ciudad real.
–En su novela hace mucha referencia a los años setenta, los años posfranco, del destape y de los ideales de izquierda. Ahora todos votan en masa a la derecha. ¿Alguien se equivocó o están contentos de haber llegado a donde llegaron?
–Yo creo que se equivocaron al educar a los hijos -.yo nunca me quise reproducir en este mundo de mierda, por eso digo “se equivocaron”–. Ahora voy a involucrarme. Creo que también nos equivocamos en las expectativas, esperábamos de nosotros demasiado, nos prometimos demasiadas cosas. Pero por otro lado, si no nos hubiésemos prometido tanto, no habríamos hecho nada. A veces lo discuto con los jóvenes, que tienen todo el derecho del mundo a reprocharnos cosas, pero este país cambió porque nos movimos.
–Pero Franco se murió, muy tranquilo
y sin oposición, en su cama.
–Es cierto que el dictador murió en la cama, pero estábamos detrás de la cama esperando, agazapados, para saltarle al catafalco. Unas, unas locas que follábamos; los otros hechos unos gays, todos en la calle. Luego llegamos a un abismo verdadero, abandonamos el catafalco y allí no fuimos capaces de saltar y eso se convierte en el socialismo en el poder.
–¿Así explica la llegada reciente de la
derecha al poder?
–La derecha fue la única que lo hizo bien. Logró primero pactar, luego desaparecer y ahora mimetizarse con el ambiente y, en cuanto los otros cayeron, aparecieron con una nueva cara. La derecha la hace siempre bien, es como un enfermedad astuta, se adapta todo. Ahora por ejemplo, no hay un puto político de derechas que no haya estado a favor de Al Gore. Es que no pueden soportar la idea de que si dicen que les gusta Bush, los acusen de apoyar la pena de muerte. Es que no son honestos. Son muy incoherentes, han logrado engañar a la gente y han subido así.
–¿Cómo vive usted ese supuesto esplendor español en una España gobernada por una derecha tan claramente mayoritaria?
–Es que se vivió un tiempo de crecimiento económico generalizado pero ya empiezan a verse los colmillitos. Va a haber una crisis económica importante y va a ser como en todos lados. El mundo dividido en dos partes: los que se quedan fuera de la cuneta y los que hemos logrado saltarla. A los que hemos dado el salto no nos va a ir mucho peor, pero al resto les va a costar. Hay un dato que es muy clave: bajó en un 13 por ciento la venta de automóviles. Aquí que todo el mundo tenía uno y lo cambiaba cada año. Es muy significativo. Toda la vida pasa por el automóvil -.yo no sé manejar–. Lo que creo también es que España está en un lado del mundo en el que le van a echar una mano. España ya no es un país explotado, es un país explotador. Y no lo digo con orgullo. La gente se acostumbró a vivir muy bien.
–¿Quiere decir a tener plata?
–Sí, ese concepto de vivir bien es una mierda. A ir al centro comercial y comprar y comprar. Aquí el diálogo de padres a hijos se produce a través del televisor o a través de los escaparates de las vidrieras. Creen que comprar es civilizado.
–¿Se le ocurre algo que venga en rescate de la civilización?
–A veces juego a que me salgo de mi cuerpo y miro el mundo y veo dos partes. Una gente que, como nosotras, está haciendo toda lo mismo pero a diferentes horas: comprar la misma chaqueta hecha por la misma persona que ya no es persona. Estoy segura de que existe un universo paralelo que está haciendo todo para que todos seamos iguales, menos críticos y menos autocríticos. Lo terrible es que el tercer mundo, los que están del otrolado de la cuneta, quieren ser como nosotros a cualquier precio. Acá no viene la revolución, viene la delincuencia. Acabaremos en casas electrificadas con vayas y vigilantes gigantes. Los hambrientos vendrán a matarnos. No por ideología, sino para quedarse con lo que tenemos. Y punto.
–Está bien, punto. Ahora, en sus columnas hay una mezcla de cinismo y mala leche, además de una inteligencia aguda y humor. ¿Cuándo dejó de ser una chica candorosa para convertirse en una mujer combativa?
–Imagino que me convertí en lo que soy cuando vi que el mismo humor que usaba a finales del franquismo para atacar al régimen, llena de rojerío y de fe en el futuro que empezaba a abrirse, pudo mantener la misma mirada para el socialismo. Entonces ahí perdí la ingenuidad totalmente. Eso, en cuanto a política. Con respecto a las personas, yo creo que no antes de los treinta y siete. Para mirar las cosas con distancia tienes que ser maduro. Como decía Marlene Dietrich en El expreso de Shangai: “Han hecho falta muchos hombres para hacer de mí la mujer que soy”. No hombres en el sentido de amantes, si no mucho género humano, mucho viaje, mucho ir a los sitios y ver que todo empeora. Entonces decides ser más mala, es decir, empeorar tú también porque es tu única forma de mejorar para cuidarte del mundo.

Oliver Twist
–¿Quiénes fueron sus maestros, literariamente hablando?
–Yo descubrí que en mi vida, aunque era miserable, podía hacer literatura, leyendo a Charles Dickens. Al comprender que no estaba sola ni que lo había estado, que yo pertenecía a la humanidad y a los pobres de la tierra. Yo quería ser Oliver Twist y en realidad yo soy mi propio hombre padre. El niño que finalmente resulta ser un aristócrata salvado por su padre. Yo me he salvado a mí misma. El día que dije: “el hombre de mi vida soy yo” seguramente estaba pensando en eso.
–Es una gran frase.
–Es verdad. Hay dos frases por las que merezco pasar a la historia. Esa y esta otra: “Cuanto más conozco al género humano, mejor me caen los Corleone”. El otro día volvía a ver las tres partes de El Padrino y lo confirmé. Los Corleone tenían motivos para hacer las cosas. Siempre los Corleone son superiores a cualquiera.
–Habla de la mafia.
–Hasta la mafia tiene leyes y ética, una cosa muy rara de comer y matar e ir a la ópera, que me fascina.
–Antes habló de que no había querido
reproducirse. ¿Cómo lo decidió?
–No fue una cosa del cerebro, fue una decisión de la sangre. Fue como un mandato genético. Yo soy profundamente atea. Nada de agnóstica. Soy materialista y atea. Creo que no hay más que esto y no quiero que haya más. No quiero que exista la reencarnación porque me agota la idea de pensarlo. No hay nada espiritual en mí. Lo único trascendente es la literatura. Pero Dios no. El arte es la parte buena del ser humano, la única. En lo demás siempre terminamos haciéndole una putada a alguien. Ese instante de belleza, eso sí que es Dios. No voy a traer a este mundo un crío para explicarle este mundo que no he entendido yo todavía y prepararlo para que sea, a lo mejor, un hijo de puta. Yo no tengo ningún interés en sentir la culpa del futuro, no quiero ser culpable del futuro y quiero detener todo lo que hay detrás de mí, aquí, en este abismo. Ahora, claro, te quedas muy jodido cuando te quedas sin madre. Por eso este libro de mujeres que se eligen unas a las otras para transmitirse una herencia, porque buscas una familia, aquella que no tienes o has perdido.
–¿Y fuera de la literatura, cómo lo lleva?
–Yo ya armé mi familia. Tengo hermanos y hermanas, gente de mi generación, tantas mujeres y tantos hombres de mi vida. Estamos como en el último friso, a punto de congelarnos, pero es así. Es el destino de la soledad y del escepticismo. Pero todo eso lo llevo con mucho humor. Por ser sarcástica e irónica, creen que soy amarga. Pero no, amargura jamás, que saca arrugas.
–El amor a los hombres, ¿qué lugar ocupa, ocupó o cree que ocupará en su vida?
–Pues cosas que suceden en el camino.
–¿Ha dejado algo por un hombre?
–He intentado pero no he podido, en épocas apasionadas. Ahora he perdido la pasión y cuando la pasión me cegó, yo no dejaba de hacer periodismo. A lo mejor me tomaba un avión y me iba a follar a uno de esos hombres y creía que lo estaba dejando todo. Pero no era así. Desde donde estuviera, llamaba a mi redactor jefe y le decía: “Oye, estoy en tal sitio. ¿Quieres que te haga algún reportaje?” A mí lo que me gusta de los hombres son los primeros meses, en que no puedes verlos sin calentarte. Me horroriza ese momento en que todo se pierde. Trato de irme antes.
–¿Nunca tuvo una historia de amor larga?
–Tuve una relación de 10 años con una persona estupenda a quien quiero mucho. También quiero a su mujer actual y a su hija. Pero la rutina no es para mí. Eso fue de mis veinte a mis treinta. Esos años interrumpen mucho. Podría haber pegado el salto a Madrid y al periodismo mucho antes. No fueron diez años de ama de casa, pero más o menos. Podía haber durado tres años, pero diez, para qué.
-.¿Entonces por qué duró diez?
–Porque nos queríamos pero no estábamos hechos el uno para el otro y luego el mundo sexual decae. Y quieres meter unos cuernos con toda Europa incluido los países nórdicos y quieres que al otro también le pase. Y bueno, finalmente te das cuenta de que el amor no es verdad, que el amor se acaba. Eso te hace muy mayor. Puedes volver a enamorarte pero ya no es igual. Hay una parte de ti que sabe que te hiciste trapecista y que necesitas una red debajo. A partir de eso siempre tienes una red pero te recuperas: puedes meterte alcohol, saquear la nevera de desesperación, pasar insomnio, pero te pusiste una red y siempre sales. Cuando más pasen los años, me voy a convertir en un camión blindado con dos guardias de seguridad y una bolsa bien helada.
–¿Qué es lo bueno de hacerse mayor?
–Muchas cosas. Lo malo es que te vas a morir, que queda menos tiempo. Lo bueno es que todo es relativo y cada cosa la pones en su lugar. Te conviertes en una profesional de la vida. Hasta los 50, trabajas para serlo y luego te dan el cum laude, ya no eres más una aficionada de la vida. Si viviste unos buenos primeros cincuenta y tienes suerte y te queda tiempo, es muy bueno porque te equivocas menos, haces mejor todo. Por ejemplo ahora.
–El Premio Planeta es considerado el más comercial de todos los que se dan en España, por ende el menos prestigioso para los escritores. ¿Es un prejuicio y todos desean ganarlo?
–Es lo bueno de hacerme mayor. Escribir una buena novela y tener la posibilidad de presentarla a este premio y querer ganarlo. Con las ganas que tengo yo de que se lean mis libros. La gente es muy hipócrita. No conozco a nadie que no quiera vender, que no quiera difundir su obra. Yo me encargo de poner la literatura, que ellos pongan la distribución y el dinero. No me parece mal que haya editoriales comerciales. A mí me vale.