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ESPECTACULOS


Ariane Ascaride es la excelente actriz francesa que fue la Jeanette de Marius en ese film que habló con verdad y sutileza de un encuentro amoroso entre dos seres aparentemente destinados a estar solos. Esa película, como las más nuevas en las que trabajó Ariane, fue dirigida por su marido desde hace veinticinco años, Robert Guédiguian.

Por Moira Soto

Mi marido es el director más feminista que conozco”, asegura con esa gran sonrisa suya que le vimos en Marius y Jeannette y que pasa a un destacado primer plano gracias al pelo cortito que lleva ahora, de nuevo oscuro después de aparecer teñido de rubio platino en su ultimísimo film, La ville est tranquille. Ariane Ascaride sonríe con ese orgullo enamorado de algunas mujeres que parecen haberse encontrado con la persona justa para compartir la vida, los ideales, el trabajo. El feminista de marras es, por cierto, Robert Guédiguian, realizador del futuro estreno Al ataque –proyectado en la reciente muestra de cine europeo a la que vinieron actriz y director– y de las anteriores Marius... y De todo corazón.
Entrevistar a Ariane Ascaride es tarea gratísima: de un encanto genuino, cálida y comunicativa, mira directamente a los ojos, te toca cuando decís algo que la entusiasma, se brinda abiertamente en todas las respuestas. Menuda en su vestidito gris liso, neto como ella misma, la excelente actriz es una prueba viviente de que en este mundo actual se puede mantener la integridad, vivir sin dobleces las propias ideas.

Un marido inteligente
–¿Cómo llega a abrazar convicciones tan firmes y a sostenerlas en todos los planos?
–Soy alguien que funciona a través de la memoria. Fui educada por mujeres, tengo recuerdos muy precisos de mi madre y mi abuela. Mujeres que eran las primeras en levantarse y las últimas en acostarse. Mujeres que trabajan mucho y que me enseñaron el respeto de los otros. No puedo actuar de otro modo, si lo hiciese tendría la sensación de ser Judas respecto de estas mujeres de mi vida. Para mí, estar aquí en Buenos Aires para presentar un film es algo increíble. Todas estas mañanas cuando me despierto me digo que esto no es posible, porque de donde yo vengo es completamente loco que haya llegado hasta aquí. Entonces, si yo puedo hacer estas cosas, es gracias a aquellas mujeres, de modo que no podría traicionarlas jamás...
–Es decir, ¿se trata de una cuestión orgánica, física antes que razonada?
–Voilà. Absolument.
–Una de las características más llamativas del cine que hemos visto aquí de Robert Guédiguian es su mirada afectuosa, de estima cierta sobre las mujeres, a las que además les da un rol de verdadero protagonismo, autónomo. Esto no es muy común de encontrar en el cine actual dirigido por varones.
–Creo que, realmente, dentro del cine francés, Robert Guédiguian tiene un lugar aparte: incluso en los films anteriores a Marius... que ustedes no conocen las mujeres tenían roles fuertes. Entonces, hace ya veinte años que este hombre cuenta a las mujeres de una manera diferente. Actualmente, hay muchas jóvenes realizadoras francesas que hablan de las mujeres desde ellas mismas. En el caso de Robert, es una convicción que él tiene en la vida: él dice siempre que ellas son más fuertes que los hombres. Según mi marido, las mujeres son las que actúan, mientras que los hombres tienen una especie de relación abstracta con la realidad. En consecuencia, despegan más lentamente que ellas. Personalmente, creo que los hombres saben esto muy bien, por eso siguen preservando el poder para ellos.
–¿Cree que la política es el último bastión masculino que no termina de caer? Dicho esto aceptando que en Francia la actuación política de algunas mujeres ha sido destacada en los últimos años.
–Pero todavía falta mucho, es muy importante que las mujeres alcancen un lugar de paridad defendiendo las cosas que realmente les interesan. Creo que la última y persistente revolución del siglo veinte es la de las mujeres, esto es algo que se evaluará mejor con el tiempo. Esta revolución de las mujeres no sólo aparece en Occidente, también en Argelia, en Afganistán, en Irán... En muchos países de Oriente las mujeres carecen de derechos elementales pero tienen conciencia de su injusta situación y hay una lucha, en muchos casos subterránea. Y ustedes tienen a las Madres de Plaza de Mayo, un fenómeno que tuvo repercusión en el mundo entero, una historia de un coraje loco, increíble. La fuerza de las mujeres es un tema que me apasiona terriblemente.
–¿Cómo encara los temas relativos a los derechos de la mujer con sus hijas adolescentes?
–Paso mucho tiempo hablando, sobre todo con mi hija mayor que acaba de cumplir los 18 (la otra tiene 11, recién entra a la adolescencia). Para Valentine, las conquistas surgidas del 68, las cosas por las que yo misma he luchado, son naturales, normales. Cuando le recuerdo lo que costó conseguir ciertos derechos, me dice que hablo como una feminista, una militante. Entonces le respondo que si otras mujeres no se hubieran batido hace no tanto tiempo, las cosas no le serían tan fáciles. Estoy, no hay que dejar de recordarlo, aunque por otra parte la naturalidad con que las jóvenes toman sus justos derechos es nuestra victoria.
–En el caso de Guédiguian, ¿cómo adquiere esta mirada tan democrática, tan desprovista de misoginia?
–Es una cosa sorprendente: proviene de una familia proletaria, su padre trabajaba en astilleros, su madre era ama de casa. El poder de decisión en el hogar lo tenía ella, mientras que el poder económico correspondía al padre. De hecho, era su madre quien gerenciaba todo, y esto a Robert le parecía completamente normal.
–¿En sus relaciones de pareja aceptó la autonomía de su mujer con la misma espontaneidad?
–Puedo decir, sinceramente, que en ningún momento de los 25 años que llevamos juntos sentí ninguna presión de su parte tendiente a coartar mi propia expresión. Incluso, en ciertas zonas de nuestra relación tenemos el trato casi de dos muchachos, dos camaradas. Es mi mejor amigo, desde luego. El intercambio es franco y total. Siempre le he escuchado decir que no habría soportado a una mujer que le pidiera que la protegiera. De modo que no cuento con eso, y a veces asumo yo el rol protector, que siempre es cansador. Por otra parte, él siempre ha preferido trabajar con mujeres en su productora, asegura que su rendimiento es mejor.
–Pero al margen de lo que sucedía en su hogar, en algún momento Robert habrá tenido que superar toda una cultura dominante cuya influencia debe haber sufrido...
–Seguramente. El viene de un barrio extremadamente machista, tiene amigos de infancia que cuando se reúnen son la expresión masculina en todo su esplendor. Entonces, yo les digo que son homosexuales: se bastan a sí mismos, se aman mucho, se agarran, alardean... Cuando los hombres hacen demostraciones de fuerza me parecen que lo que revelan es fragilidad. Cuando se juntan y pasan su tiempo conspirando contra las mujeres, criticándolas, demuestran su miedo hacia ellas. En esto de sentirse tan seguros y cómodos entre ellos se parecen a los antiguos griegos... Bueno, quiero aclarar que los otros amigos de Robert no son como los de la infancia. Creo que es muy inteligente por parte de mi marido haber comprendido que esta relación de igual a igual, de aprecio hacia las mujeres, sólo podía favorecerlo. En fin, opino que las mujeres tienen que ayudar a los pobres hombres, porque es verdad que la educación que ellos han recibido es terrible: tener que ser siempre fuertes, jamás llorar, solucionar todos los problemas. Debe ser terriblemente angustiante mantener permanentemente esa imagen.

La hora de la creación
–¿Participa de algún modo en el proceso creativo de las películas que escribe y dirige su marido?
–Jamás escribo una línea de un guión, no asisto al montaje. Me gusta actuar y ver el film terminado. Sin embargo, debo decir que él escribe sus guiones en mi cocina, sólo allí: ése es el secreto. Cuando él se pone a trabajar, estoy obligada a irme de la casa, él no puede escribir si yo estoy cerca. Robert suele contarme algunas ideas, una secuencia, y yo puedo opinar, pero mi participación no es decisiva. Mi manera de intervenir es en los ensayos, al igual que mis compañeros actores. Durante el rodaje, él y yo hablamos muy poco, pero lo gracioso es que cuando la jornada de trabajo termina y volvemos a casa, me relata todos los pormenores como si yo no hubiese estado ahí, como si necesitara compartir su día, sus alegrías y dudas. Agotador. Ahí cumplo el rol de la esposa: eso se llama tener dos sombreros.
–Del humor juguetón de Al ataque, Guédiguian pasó al fuerte dramatismo a La ville..., donde usted interpreta a un personaje muy distinto de los habituales.
–Es un film muy importante para mí porque a menudo en Francia me han definido como a una actriz que puede jugar a las madres coraje, a heroínas respetables que luchan sin ceder. Aquí hago a una madre completamente perdida, casada, su marido desempleado, su hija de 17 se droga completamente y tiene un bebito. Entonces, esta mujer que tiene una comunicación nula con su marido, se ocupa de la chica y el bebé. La pregunta que me hice muchas veces es ¿por qué esta hija se droga? Siempre hay una razón. Mi personaje usa pollera muy corta y tacos muy altos, hay una provocación en parte consciente, como si todo el tiempo estuviese en arriesgado equilibrio sobre los tacos aguja. Ella intenta por todos los medios a su alcance ayudar a su hija a la que ve hundirse sin remedio. Llega incluso a comprarle droga y a prostituirse para obtener el dinero. Su hija cada vez se pone peor. En un momento extremo, esta mujer siente que tiene que elegir, y elige al bebé. En consecuencia, mata a su hija. Por amor, porque no puede más. Su última esperanza la pone en el bebé. Cuando se pierden ciertos valores, cuando se está en soledad, con el agua al cuello ¿cómo se sale?. Jamás juzgué moralmente a mi personaje.
–¿La afectó que el personaje de la hija tuviese la misma edad que la suya en la vida real?
–Me pasó una cosa terrible durante la filmación: en la secuencia de la muerte, oh, qué horror, vi en transparencia la cara de Valentine. No puedes saber lo que sentí, qué espantoso. Cuando regresé a casa por la noche, fui corriendo a abrazar a mi hija, le preguntaba si todo estaba bien. Pero sí, mamá, qué te pasa, me decía ella. Era difícil explicarle. Creo que no hay nada más terrible que encontrarse en semejante situación, sentirse tan desesperada y tener que tomar una decisión.
–¿Le da un poquito de celos a Robert cuando trabaja con otros directores?
–Ah, no, él es tan megalómano que es incapaz de ser celoso. No, en serio, el ser convocada para otros films, porque aprecian mi trabajo en las obras de Robert, nos permite extender nuestro método fuera de nuestro grupo habitual. Esto es muy bueno, creo. Pienso, dentro de algunos años, abrir una escuela para trabajar con jóvenes, trasmitirles nuestra experiencia.
–Francia es, proporcionalmente, el país que más cineastas mujeres activas tiene, algunas de ellas muy talentosas...
–Sí, los últimos años se han multiplicado, es un fenómeno cultural muy importante. Robert, por cierto, está implicado: Haut les coeurs, el excelente film de Solveig Anspach que se pasó en el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires este año, fue financiado por la casa productora de mi marido. Solveig forma parte de una gran corriente de directoras que están en tren de cambiar el panorama del cine francés. Son muchas y muy diferentes: Virginie Despentes, Catherine Breillat, Anne Fontaine, Brigitte Rouan son las más polémicas... Las mujeres hacen oír una voz diferente, por ejemplo, el caso de Claire Denis, autora de la muy bella Nenette y Bonis, ha hecho una película que se vio en Buenos Aires en esta muestra, Beau Travai. Sucede entre legionarios, un ejército muy especial. Ella tiene una manera de filmar los hombres absolutamente diferente, no se parece a ninguna otra producción del género. Deslumbrante. Hay que ver cómo registra los cuerpos, la energía masculina llevada al máximo, las relaciones de celos entre hombres duros. Extraordinario.
–Lo suyo con Robert Guédiguian no es cosa de todos los días, ¿le revelaría a Las/12 el secreto de su larga y feliz convivencia?
–Robert y yo tenemos una verdadera relación de respeto mutuo. A partir de ese respeto, aparece la libertad. El respeto no quita que discutamos casi todo el tiempo. ¿Otro secreto? Haber tenido la suerte de encontrarnos. ¿Cómo decían los surrealistas? ¿El azar objetivo? Afortunadamente, nos reconocimos. Y nos llevamos el premio.