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El
juguetero rabioso
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Enrique
Wernicke (1915-1968) probó toda clase de oficios, desde topógrafo
hasta publicitario. Con frecuencia, y hasta sus últimos días,
supo ganarse la vida como fabricante artesanal de soldaditos de
plomo. Sin embargo, fue el oficio de escritor lo que le deparó
una consagración póstuma, casi clandestina, en ese
extraño rubro de escritor para escritores. Wernicke
escribió novelas, teatro y un sinfín de cuentos que
cimentan su maestría en el género. Escasamente reivindicado,
al morir dejó un diario de 1500 carillas mecanografiadas
en las que refle-xiona sobre sus frustraciones íntimas y
su trabajo literario.
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