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Planeta Sarlo
El
imperio de los sentimientos
Beatriz Sarlo
Norma
Buenos Aires, 2000
Por
Daniel Link
En la
obra de Beatriz Sarlo, El imperio de los sentimientos. Narraciones de
circulación periódica en la Argentina (19171927) ocupa un
lugar central no sólo por la calidad (excepcional) de la investigación
de la que el libro da cuenta sino también por el lugar en el que
coloca a la autora.
Beatriz Sarlo inició su carrera en la década del setenta,
un poco al margen de la Universidad de Buenos Aires, dominada entonces
por un discurso tal vez demasiado cándido y encendido. Durante
ese período sus intervenciones más notables pasaron por
la revista Los libros cuyo consejo editor llegó a integrar
entre 1972 y 1976, antes de la desaparición del mensuario,
y el Centro Editor de América Latina -editorial fundada por Boris
Spivacov con los restos de la energía que había puesto previamente
en Eudeba, donde Sarlo comenzó a desarrollar sus hipótesis
teóricas en Capítulo. Historia de la literatura argentina
y algunas antologías publicadas con seudónimo (para evitar,
seguramente, los rigores políticos de la época). Todavía
sigue consultándose con provecho la compilación El análisis
estructural (19771, 19823) con prólogo de Silvia Niccolini. Pocos
saben que esa firma imprevista es la que Beatriz Sarlo Sabajanes usaba
durante los años de la dictadura para despistar a los censores.
Sarlo impuso como último título de una de esas bibliotecas
milagrosas que publicaba el Centro Editor y la decisión fue,
en su momento, muy discutida El mundo de Roland Barthes (1981),
donde se notaba una reverencia de la cual también da cuenta el
título El imperio de los sentimientos (pero no su metodología).
A fines de la década del ochenta, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano
produjeron, también para el Centro Editor, Conceptos de sociología
literaria (1980), un breve diccionario que ponía al día
una disciplina que, por puro fervor asesino, la dictadura y sus secuaces
universitarios habían puesto entre paréntesis. Fascinada
con ese librito, Elvira Arnoux pidió a los autores una amplificación
para la colección que entonces dirigía para Hachette y el
resultado fue un clásico de la democracia naciente: Literatura/Sociedad
(marzo de 1983), libro con el cual se educaron miles de jóvenes
ansiosos por olvidar el pasado militar (y en el que, misteriosamente,
nada o casi nada se decía de Gramsci).
Mientras tanto, Beatriz Sarlo había consolidado el proyecto Punto
de vista, llamada a convertirse en la revista de la resistencia
intelectual, cuya aparición a los pocos meses de la desaparición
de Los libros hizo pensar a muchos que se trataba de una continuación.
En realidad, fue un viraje la renuncia de Ricardo Piglia al consejo
de dirección de Punto de vista era un índice de esa metamorfosis
que llevó a Beatriz Sarlo y sus compañeros de aventura a
un interés profundo y a una analítica sistemática
de los procesos de modernización en la Argentina.
En 1985 apareció la primera edición de El imperio de los
sentimientos. Su objeto las ficciones sentimentales de circulación
periódica en el primer tercio de siglo del siglo XX resultaba
un poco extraño aun para los más cercanos discípulos
de Beatriz Sarlo, acostumbrados a su olímpico destrato no
confundir con desprecio de los materiales bajos de la cultura argentina.
Como ensayo (en el sentido de laboratorio), El
imperio de los sentimientos ponía en escena el sofisticado eclecticismo
teórico que Sarlo (junto con Altamirano) había volcado previamente
en Literatura/Sociedad para dar cuenta, a la vez, de los procesos formales
ylos procesos ideológicos, pero fuera del marco althusseriano que
había servido desde fines de los años sesenta a ese propósito.
En 1985, escribe Sarlo en el Prólogo a
esta segunda edición, casi no se escuchaba en ninguna parte
la fórmula estudios culturales. Si este libro saliera hoy por primera
vez, casi todo el mundo lo llamaría un estudio cultural. El país
ha cambiado, también han cambiado las modas intelectuales: defender
una perspectiva de análisis que fuera formal e ideológica
al mismo tiempo me parecía una tarea pendiente en 1985. Hoy es
una perspectiva aceptable y casi diría hegemónica. En este
sentido, El imperio de los sentimientos debería esperar lectores
dispuestos a no sorprenderse con nada de lo que aquí esté
escrito.
Según el criterio de Beatriz Sarlo seguramente acertado
habría que leer este libro en la serie que integran los libros
Una modernidad periférica (1988) y La imaginación técnica
(1992). Es obvio que los tres libros recortan el mismo período
y desarrollan similares preocupaciones alrededor de los procesos de modernización
de la cultura argentina y el modo en que esos procesos se resuelven imaginariamente
(o literariamente, si se prefiere). Inclusive se podría postular
que esos tres títulos son capítulos de un mismo estudio
cultural.
Pero más interesante sería leer El imperio de los sentimientos
más allá del objeto analítico y reinsertarlo en la
polémica teórica que le sirve de contexto. En ese libro
ejemplar, como en Escenas de la vida posmoderna (1994), Sarlo discute,
a la vez, con los diferentes marxismos de avantgarde (en particular, el
marxismo althusseriano) y con los diferentes populismos, cuyos vicios
idiomáticos siempre desdeñó.
La operación Sarlo, en uno y en otro libro (que polemizan
de manera explícita con otros títulos contemporáneos)
y ésa es la razón por la que ocupan un lugar señalado
en su obra, consiste en arrancar ciertos objetos para volver a mirarlos
(a describirlos, a examinarlos, a marcarlos políticamente) desde
un lugar teórico nuevo: lejos del sentimiento populista (o del
populismo sentimental), sobre todo, los libros de Sarlo soportan bien
la excentricidad de analizar materiales de la cultura baja o popular con
el rigor que cualquier texto de la cultura alta requiere. Pero además,
los libros de Sarlo insisten en defender una perspectiva de análisis
formal e ideológica al mismo tiempo desde un marco teórico
propio y diferente del afán cientificista de los teóricos
cartesianos y las diferentes vulgatas más o menos marxistoides
que la tradición francesa impuso en América latina desde
la década del setenta en adelante.
Lo que se juega en El imperio de los sentimientos así como
en las narraciones sentimentales que Sarlo analiza es una relación
con el público. Si Escenas de la vida posmoderna convirtió
a una ilustre pero desconocida profesora en firma reconocible para el
gran público, este libro cristalino encierra ya la
apuesta política que sirve de fundamento para el último
tramo de la obra de Sarlo: rigor conceptual y claridad argumentativa.rmente
me estaría muriendo.
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