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El libro del filósofo Friedrich Nietzsche
trad. Fernando Savater
Taurus Madrid, 2000
190 págs. $ 14
Estética y teoría de las artes
Friedrich Nietzsche

trad. Agustín Izquierdo
Tecnos Madrid, 2000
242 págs. $ 19

Filosofia y letra

Por Rubén Ríos

Desde su muerte, el sábado 25 de agosto de 1900 en Weimar, Nietzsche ejerce un inquietante y sinuoso influjo sobre la cultura occidental. Ya el Archivo-Nietzsche, fundado por su hermana Elizabeth Förster-Nietzsche en 1894 al retornar del Paraguay, primero en Naumburg y después trasladado a la “Villa Silberblick” (ubicada por encima de Weimar), en la cual el filósofo vivió postrado sus últimos años, fue durante los primeros años del siglo XX un centro de atracción para un público tan variado como Rudolf Steiner (fundador de la antroposofía), Anatole France, André Gide, Gabrielle D’Annunzio, Gustav Mahler, H. G. Wells, Lou-Andreas Salomé, Rainer María Rilke, varios miembros de la Sociedad de Viena (entre ellos, Freud) y otros del Partido Nacional Socialista, al cual Elizabeth y su esposo –ambos antisemitas– adherían fervorosamente.
Sin embargo, hasta la interpretación fascista, Nietzsche era más bien leído por grupos socialistas, anarquistas y feministas. Todavía en la década del 30 (cuando Martínez Estrada, en Radiografía de la pampa, no se cansa de citarlo), Karl Jaspers y Georges Bataille presentan resistencia a esa hegemonía, al igual que las lecturas marginales de Henry Miller y los cursos dictados por Heidegger en plena guerra, que se oponen a la versión oficial nazi –diferente, también, de la de Jünger–. En realidad, a través de Bataille y el Colegio de Sociología (Caillois, Leiris), el pensamiento nietzscheano convoca a figuras como Theodor Adorno, Max Horkheimer, Walter Benjamin, Maurice Blanchot, Pierre Klossowski, Merleau Ponty, Camus y otros (Sartre, por ejemplo). A partir de la posguerra se conforma ese linaje heterodoxo de nietzscheanos de izquierda, donde habría que incluir también a Michel Foucault, Gilles Deleuze y cierto Derrida.
Por eso, lo que hace interesantes a El libro del filósofo y Estética y teoría de las artes, recientemente publicados en español, es que se trata de recopilaciones de los fragmentos póstumos de Nietzsche salvados de las falsificaciones de la hermana, aun sin traducir en su totalidad. El primero, editado por primera vez en 1972 y desde hace mucho agotado, recoge una serie de textos póstumos traducidos de la edición Kröner, agrupados bajo el título de Estudios teoréticos que, junto con La filosofía en la época trágica de los griegos, debía componer una obra llamada El libro del filósofo. El segundo presenta también una serie de escritos póstumos vinculados por la unidad temática de la estética y el arte, pero traducidos de la célebre edición de las Obras completas de Nietzsche establecida en 1988 por Colli y Montinari. En cualquier caso, quizá por algo más que azar, estos fragmentos póstumos de épocas diversas (de 1872 a 1888) asedian una y otra vez una de las categorías nietzscheanas más difundidas y quizá menos comprendidas: la del filósofoartista. Categoría que, en estas reflexiones relampagueantes de Nietzsche, aparece en tensión con otras figuras acerca del filósofo, como su contracara o complemento. El filósofo como médico de la cultura y el último filósofo son esas imágenes que Nietzsche tiene de sí mismo y de su tarea, formulada en términos de “platonismo invertido”, que declaran a su vez la percepción del estado de salud de la cultura y el remedio para esa enfermedad que corroe Occidente desde hace más de dos mil años.
El último filósofo o el médico de la cultura no son otro que el filósofo-artista que ha dejado tras de sí –como el más grande error– aquello que define la experiencia occidental desde Sócrates: el conocimiento.
Este es el principio –moral, en suma– que el joven Nietzsche, sobre todo, ataca a través del sujeto kantiano –como, más tarde, atacará a la moral cristiana (“platonismo para el pueblo”, dirá) a través de la genealogía como método antidialéctico y antihegeliano. La puesta en crisis del conocimiento, y por implicación del sujeto del conocimiento “científico” se muestra en los fragmentos de 1872 a 1875 que componen El libro del filósofo como la operación crítica previa o necesaria para postular la creación artística como base de la condición humana y, por lo tanto, de toda cultura. De suerte que el conocimiento, para la razón estética nietzscheana, y el tipo de verdad metafísica que busca (como lo percibió Foucault) no es más que “invención” sobre un fondo caótico y quizá horroroso.
Tempranamente Nietzsche se comportó más como fisiólogo o como médico que como “filósofo”. El cuerpo –los procesos orgánicos, fisiológicos, los sentidos, las afecciones, las pulsiones, el placer, el gusto, lo inconsciente, todo aquello sometido por las formas suprahistóricas de la metafísica– traza no sólo lo propiamente humano y enigmático, sino también el origen de la cultura en tanto construcción estética por parte justamente del entrecruzamiento de fuerzas, potencias, impotencias, finalidades, dominaciones, servidumbres, interpretaciones, intoxicaciones y generaciones que hacen al cuerpo. Que, por otra parte, nunca es el mismo a lo largo de la historia.
Todo el esfuerzo de Nietzsche en los fragmentos de 1872-75, y de modo más directo en los seleccionados en Estética y teoría de las artes, que llegan a 1888, parece dirigirse –a partir de la sensibilidad corporal y de la creación artística como su expresión más genuina– hacia la configuración del filósofo-artista, “el último filósofo”. Por este motivo el lenguaje y el arte son los campos problemáticos y decisivos que Nietzsche debe atravesar para erradicar a la filosofía de la voluntad de verdad y conocimiento que la subyuga desde el platonismo y desplazarla -invirtiendo la relación de fuerzas– hacia la poesía, la invención artística, la creación de conceptos –como bien aprendió Deleuze. Lo que no significa “irracionalismo”, sino que sólo es posible el conocimiento (y el saber) desde la producción “artística” de conceptos, categorías y problemas. Y tampoco significa “posmodernismo” a la usanza de Vattimo y Baudrillard –el mundo como ilusión o interpretación radical– pues si bien Nietzsche en estos fragmentos póstumos acepta provisoriamente en distintos momentos que no hay más que apariencia e interpretación, también subraya que se trata de estados fisiológicos.
Los fragmentos de El libro del filósofo y Estética y teoría de las artes, en todo caso, explicitan que resulta imposible separar en el pensamiento nietzscheano filosofía y estética, filosofía y poesía, filosofía y creación, ni tampoco historia y cuerpo o filosofía y cuerpo.
Así Nietzsche, como médico de la cultura, designa las condiciones de posibilidad del filósofo-artista llamado por una “gran moral” a abolir los valores metafísicos y suprahistóricos a favor de la creación de un tiempo por venir.r

 

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